Read Harry Potter. La colección completa Online
Authors: J.K. Rowling
Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga
Muchos de los curiosos vitorearon a James; Sirius, James y Colagusano rieron a carcajadas.
Lily, cuya expresión de rabia había vacilado un instante, como si fuera a sonreír, gritó:
—¡Bajadlo!
—Como quieras —convino James, y apuntó hacia arriba con su varita.
Snape cayó al suelo como un montón de ropa arrugada. Se desenredó de la túnica y se puso rápidamente en pie, con la varita en la mano, pero Sirius exclamó
«¡Petrificas totalus!»
y Snape volvió a caer de bruces, rígido como una tabla.
—
¡DEJADLO EN PAZ!
—gritó Lily, que ahora también enarbolaba su varita. James y Sirius la miraron con cautela.
—Evans, no me obligues a echarte un maleficio —protestó James con seriedad.
—¡Pues retírale la maldición!
James exhaló un hondo suspiro, se volvió hacia Snape y pronunció la contramaldición.
—Ya está —dijo mientras Snape se ponía trabajosamente en pie—. Has tenido suerte de que Evans estuviera aquí, Quejicus…
—¡No necesito la ayuda de una asquerosa sangre sucia como ella!
Lily parpadeó y, fríamente, dijo:
—La próxima vez no me meteré donde no me llaman. Y por cierto —añadió—, yo que tú me lavaría los calzoncillos, Quejicus.
—¡Pídele disculpas a Evans! —le gritó James a Snape, apuntándolo amenazadoramente con la varita.
—No quiero que lo obligues a pedirme disculpas —le gritó Lily a James—. Tú eres tan detestable como él.
—¿Qué? —gritó James—. ¡Yo jamás te llamaría… eso que tú sabes!
—Siempre estás desordenándote el pelo porque crees que queda bien que parezca que acabas de bajarte de la escoba, vas presumiendo por ahí con esa estúpida
snitch
, te pavoneas y echas maleficios a la gente por cualquier tontería… Me sorprende que tu escoba pueda levantarse del suelo, con lo que debe de pesar tu enorme cabeza. ¡Me das
ASCO
! —exclamó, y dio media vuelta y se marchó de allí a buen paso.
—¡Evans! —le gritó James—. ¡Eh,
EVANS
!
Pero Lily no miró hacia atrás.
—¿Qué mosca le ha picado? —dijo James intentando en vano fingir que era una pregunta hecha al azar, y que en realidad no le importaba.
—Leyendo entre líneas, yo diría que te encuentra un poco creído, amigo mío —apuntó Sirius.
—Está bien —aceptó James con gesto de fastidio—. Está bien… —Entonces se produjo otro destello y Snape volvió a colgar por los pies en el aire—. ¿Quién quiere ver cómo le quito los calzoncillos a Snape?
Pero Harry no llegó a saber si James le quitó los calzoncillos a Snape o no, pues una mano se había cerrado alrededor de su brazo con la fuerza de unas tenazas. El chico hizo una mueca de dolor y giró la cabeza para ver quién lo estaba sujetando, y vio, con horror, al Snape adulto de pie detrás de él, lívido de rabia.
—¿Te diviertes?
Harry notó que se elevaba por el aire; los soleados jardines se evaporaban a su alrededor; subía flotando por una gélida oscuridad, y la mano de Snape seguía sujetándolo con fuerza por el brazo. Entonces, con la sensación de que caía en picado, como si hubiera dado una voltereta en el aire, sus pies dieron contra el suelo de piedra de la mazmorra de Snape, y se encontró de nuevo plantado ante el
pensadero
que había encima de la mesa del oscuro despacho del que, en la actualidad, era su profesor de Pociones.
—¿Y bien? —preguntó Snape; le apretaba tanto el brazo que a Harry empezó a dormírsele la mano—. ¿Te lo has pasado bien, Potter?
—N-no —contestó Harry al mismo tiempo que intentaba liberar su brazo.
Snape daba miedo: le temblaban los labios, estaba blanco como el papel y enseñaba los dientes.
—Tu padre era un tipo muy gracioso, ¿verdad? —dijo el profesor, y zarandeó a Harry hasta que le resbalaron las gafas por la nariz.
—Yo… no…
Snape empujó a Harry con todas sus fuerzas y éste cayó estrepitosamente contra el suelo de la mazmorra.
—¡No le cuentes a nadie lo que has visto! —bramó Snape.
—No —repuso Harry, y se levantó tan lejos como pudo de Snape—. No, claro que no…
—¡Largo de aquí! ¡No quiero volver a verte jamás en este despacho!
Y cuando Harry salía disparado hacia la puerta, un tarro de cucarachas muertas se estrelló sobre su cabeza. Abrió la puerta de un tirón, echó a correr por el pasillo y no paró hasta que estuvo a tres pisos de distancia de Snape. Entonces se apoyó en la pared jadeando y se frotó el magullado brazo.
No le apetecía volver tan pronto a la torre de Gryffindor, ni contarles a Ron y a Hermione lo que acababa de ver. Si se sentía horrorizado y desdichado no era porque Snape le hubiera gritado ni porque le hubiera lanzado un tarro de cucarachas, sino porque él sabía qué experimentaba uno cuando lo humillaban en medio de un corro de curiosos, y sabía exactamente qué había sentido Snape cuando su padre se había burlado de él; a juzgar por lo que acababa de ver, su padre había sido tan arrogante como Snape siempre le había dado a entender.
—Pero ¿por qué ya no tienes clases particulares de Oclumancia? —preguntó Hermione con expresión ceñuda.
—Ya te lo he dicho —murmuró Harry—. Snape cree que ahora que he aprendido los conceptos básicos puedo seguir estudiando por mi cuenta.
—¿Quiere eso decir que no tienes sueños raros? —inquirió Hermione con escepticismo.
—Bueno, casi nunca —respondió Harry sin mirar a su amiga.
—¡Pues no creo que Snape deba interrumpir las clases hasta estar completamente seguro de que puedes controlarlos! —exclamó la chica, indignada—. Harry, creo que deberías volver a su despacho y preguntarle…
—No —repuso Harry, tajante—. Déjalo, Hermione, ¿quieres?
Era el primer día de las vacaciones de Pascua, y Hermione, como de costumbre, había pasado gran parte del tiempo haciendo horarios de repaso para los tres amigos. Harry y Ron no habían puesto objeciones: eso era más fácil que discutir con ella, y de todos modos quizá los horarios resultaran útiles.
Ron se llevó una sorpresa al ver que sólo faltaban seis semanas para los exámenes.
—¿Cómo puede ser que eso te sorprenda? —le preguntó Hermione mientras tocaba cada cuadradito del horario de Ron con su varita para que se pintara de un color diferente según la asignatura.
—No lo sé —admitió Ron—. Han pasado muchas cosas.
—Toma, ya está —dijo Hermione, y le entregó su horario—. Si lo sigues al pie de la letra, no tendrás problemas.
Ron lo contempló con desánimo, pero de pronto su rostro se iluminó.
—¡Me has dejado una noche libre cada semana!
—Para los entrenamientos de
quidditch
—aclaró Hermione.
La sonrisa se borró de la cara de Ron.
—¿Qué sentido tiene que entrenemos? —comentó, desalentado—. Tenemos las mismas posibilidades de ganar la Copa de
quidditch
este año que las de mi padre de ser nombrado ministro de Magia.
Hermione no dijo nada; observaba a Harry, que miraba sin ver la pared opuesta de la sala común mientras
Crookshanks
le tocaba una mano con la pata para que le acariciara las orejas.
—¿Qué pasa, Harry?
—¿Qué? —reaccionó él rápidamente—. Nada.
De inmediato cogió su ejemplar de
Teoría de defensa mágica
y fingió que buscaba algo en el índice.
Crookshanks
lo dejó por imposible y se escondió bajo la butaca de Hermione.
—Antes he visto a Cho —comentó la chica tanteando el terreno—. Ella también parecía muy triste. ¿Os habéis vuelto a pelear?
—¿Qué? Ah, sí, nos hemos peleado —dijo Harry, quien agradeció la excusa que le brindaba Hermione.
—¿Por qué?
—Por su amiga Marietta, la chivata —contestó Harry.
—¡Y con todos los motivos! —terció Ron apartando la mirada de su horario de repaso—. Por su culpa…
Ron se puso a despotricar contra Marietta Edgecombe, lo cual a Harry le resultó muy útil: lo único que tenía que hacer era poner cara de enfado, asentir con la cabeza y decir «sí» y «eso» cada vez que Ron paraba para tomar aliento, y entre tanto podía recordar lo que había visto en el
pensadero
, aunque le hiciera sentirse sumamente desgraciado.
Tenía la impresión de que el recuerdo de aquella escena lo estaba carcomiendo por dentro. Siempre había estado tan seguro de que sus padres eran unas personas maravillosas que nunca se había creído lo que afirmaba Snape sobre el carácter de su padre. ¿Acaso no le habían asegurado personas como Hagrid y Sirius que su padre era un tipo fenomenal? («Sí, ya, pero mira cómo era Sirius —dijo una vocecilla impertinente dentro de la cabeza de Harry—. Era igual de ruin que él, ¿no?») Sí, en una ocasión había oído decir a la profesora McGonagall que su padre y Sirius eran los alborotadores del colegio, pero los había descrito como precursores de los gemelos Weasley, y Harry no podía imaginar que Fred y George colgaran a alguien por los pies sólo para divertirse… A menos que odiaran de verdad a esa persona; quizá se lo habrían hecho a Malfoy, o a alguien que de verdad se lo mereciera…
Harry intentó demostrarse a sí mismo que Snape se había merecido el trato que había recibido de James; pero ¿acaso Lily no había preguntado: «¿Qué os ha hecho?», y James había contestado: «Es simplemente que existe, no sé si me explico»? ¿Y acaso James no había empezado la broma sólo porque Sirius había dicho que se aburría? Harry recordaba que, cuando estaban en Grimmauld Place, Lupin había comentado que Dumbledore lo había nombrado prefecto con la esperanza de que ejerciera cierto control sobre James y Sirius… Pero, en el
pensadero
, Lupin se había quedado sentado y no había hecho nada para impedir el enfrentamiento…
Harry se acordaba una y otra vez de que Lily había intervenido; su madre sí era una persona decente. Sin embargo, el recuerdo de la expresión de la cara de Lily cuando le gritaba a James lo inquietaba tanto como todo lo demás; era evidente que odiaba a James, y Harry no se explicaba cómo habían acabado casándose. En un par de ocasiones, hasta se preguntó si James la habría obligado a…
Durante casi cinco años la imagen de su padre había sido para él una fuente de consuelo e inspiración. Siempre que alguien comentaba que se parecía a James, él se sentía orgulloso. Pero en aquellos momentos…, en aquellos momentos se sentía indiferente y triste cuando pensaba en él. A medida que avanzaba la semana de Pascua, el tiempo se hizo más ventoso, soleado y cálido, pero Harry estaba atrapado dentro del castillo, como el resto de los alumnos de quinto y séptimo, sin más ocupación que repasar e ir y venir de la biblioteca. Harry fingía que su malhumor no tenía más causa que la proximidad de los exámenes, y como sus compañeros de Gryffindor también estaban hartos de estudiar, nadie puso en duda su excusa.
—Estoy hablando contigo, Harry. ¿No me oyes?
—¿Eh?
Giró la cabeza. Ginny Weasley, muy despeinada, se había sentado a su lado en la mesa de la biblioteca, adonde Harry había ido solo. Era un domingo por la noche; Hermione había vuelto a la torre de Gryffindor para repasar Runas Antiguas, y Ron tenía entrenamiento de
quidditch
.
—¡Ah, hola! —exclamó Harry, y acercó los libros hacia sí—. ¿Por qué no estás entrenando?
—El entrenamiento ha terminado —respondió Ginny—. Ron ha tenido que llevar a Jack Sloper a la enfermería.
—¿Por qué?
—Bueno, no estamos seguros, pero creemos que se ha golpeado él mismo con el bate. —Suspiró profundamente—. En fin… Ha llegado un paquete. Acaba de pasar por el nuevo detector de la profesora Umbridge.
Levantó una caja envuelta con papel marrón y la puso encima de la mesa; era evidente que la habían desenvuelto y la habían vuelto a envolver con descuido. En el papel había una nota escrita con tinta roja que rezaba: «Inspeccionado y aprobado por la Suma Inquisidora de Hogwarts.»
—Son huevos de Pascua que nos envía mi madre —dijo Ginny—. Hay uno para ti, toma…
Le dio un bonito huevo de chocolate decorado con pequeñas
snitch
s glaseadas que, según el envoltorio, contenía una bolsa de meigas fritas. Harry se quedó mirándolo y de pronto sintió que se le hacía un nudo en la garganta.
—¿Te encuentras bien, Harry? —le preguntó Ginny en voz baja.
—Sí, sí, estoy bien —contestó Harry con brusquedad. El nudo de la garganta le hacía daño. No entendía por qué un huevo de Pascua conseguía que se sintiera de ese modo.
—Últimamente estás muy deprimido —insistió Ginny— ¿Sabes qué? Estoy segura de que si hablaras con Cho…
—No es con Cho con quien quiero hablar —la atajó Harry.
—Pues ¿con quién? —inquirió Ginny mirándolo con atención. —Con…
Harry miró alrededor para asegurarse de que nadie escuchaba. La señora Pince se hallaba bastante lejos, pues estaba retirando de una estantería un montón de libros para Hannah Abbott, que parecía agobiadísima.
—Me muero de ganas de hablar con Sirius —masculló—. Pero sé que no puedo.
Ginny siguió mirándolo con atención. Harry desenvolvió su huevo de Pascua, no porque le apeteciera comérselo, sino más bien por hacer algo, rompió un pedazo grande y se lo metió en la boca.
—Bueno —dijo Ginny, y también cogió un trozo de huevo—, si tantas ganas tienes, supongo que podríamos encontrar la forma de que hablaras con él.
—No digas bobadas. Eso es imposible mientras la profesora Umbridge vigile las chimeneas y abra nuestro correo.