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Authors: J.K. Rowling
Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga
—Si no te importa, Harry —dijo Dumbledore al traspasar la verja—, antes de que nos despidamos me gustaría hablar contigo en privado. ¿Qué te parece allí? —Señaló un destartalado cobertizo de piedra donde los Weasley guardaban sus escobas.
Un tanto perplejo, Harry lo siguió, pasó por la chirriante puerta y entró en un recinto tan pequeño como un armario. Dumbledore iluminó la punta de su varita, que empezó a alumbrar como una antorcha, y miró al muchacho con una sonrisa en los labios.
—Espero que me perdones por mencionarlo, Harry, pero estoy muy satisfecho y muy orgulloso de lo bien que sobrellevas todo lo que sucedió en el ministerio. Permíteme decirte que Sirius también se habría enorgullecido de ti. —El chico tragó saliva, como si se hubiera quedado sin habla. No se sentía capaz de hablar de Sirius. Bastante le había dolido oír a tío Vernon decir «¿Ha muerto su padrino?», y aún había sido peor que Slughorn lo mencionara con toda tranquilidad—. Es una pena —prosiguió Dumbledore— que él y tú no pudierais pasar más tiempo juntos. Fue un final cruel para lo que debería haber sido una larga y feliz relación.
Harry asintió con la mirada fija en la araña que trepaba por el sombrero de Dumbledore. Se daba cuenta de que éste lo comprendía y quizá intuía que, hasta el día en que recibió su carta, había pasado todo el tiempo en casa de los Dursley tumbado en la cama, negándose a comer y mirando fijamente por una empañada ventana que enmarcaba un gélido vacío que él asociaba con los
dementores
.
—Lo que más me cuesta —dijo por fin con un hilo de voz— es aceptar que nunca volverá a escribirme.
Le escocieron los ojos y parpadeó. Se sentía estúpido por admitirlo, pero el haber tenido a alguien fuera de Hogwarts a quien le importaba lo que le pasaba (alguien que era casi como un padre) había sido una de las mejores cosas que le habían sucedido. Pero las lechuzas del correo nunca volverían a llevarle ese consuelo…
—Sirius significaba mucho para ti; representaba algo que no habías conocido antes —continuó Dumbledore con delicadeza—. Como es lógico, una pérdida así supone un golpe tremendo…
—Pero mientras estaba en casa de los Dursley —lo interrumpió Harry con voz más firme—, me daba cuenta de que no podía aislarme del mundo, ni… derrumbarme. A Sirius no le habría gustado, ¿verdad? Además, la vida es demasiado corta. Fíjese en Madame Bones y Emmeline Vance… Yo podría ser el siguiente, ¿no? Pero si lo soy —añadió con ímpetu, mirando fijamente los azules ojos de Dumbledore, que destellaban bajo la luz de la varita—, me aseguraré de llevarme conmigo a tantos
mortífagos
como pueda, y si es posible, también a Voldemort.
—¡Unas palabras dignas del hijo de sus padres y del verdadero ahijado de Sirius! —declaró Dumbledore, y le dio una palmadita en la espalda—. Me quito el sombrero ante ti, o lo haría si no temiera llenarte de arañas. Y ahora, Harry, hablando de otra cosa relacionada con el tema que acabamos de abordar… Tengo entendido que estas dos semanas pasadas has recibido
El Profeta
, ¿no?
—Sí —afirmó, y se le aceleró un poco el corazón.
—Entonces habrás visto que han corrido ríos de tinta con relación a tu aventura en la Sala de las Profecías.
—Sí —volvió a asentir—. Y ahora todo el mundo sabe que yo soy el que…
—No, no lo saben. Sólo hay dos personas en el mundo que conocen el contenido íntegro de la profecía que os concierne a ti y a lord Voldemort, y ambas están en esta apestosa escobera llena de arañas. Sin embargo, es cierto que muchos han deducido, y correctamente, que Voldemort envió a sus
mortífagos
a robar una profecía, y que ésta hablaba de ti. Pues bien, creo que no me equivoco si digo que no le has contado a nadie que conoces dicho contenido.
—No.
—Una sabia decisión, hablando en términos generales. Aunque creo que deberías relajar tu celo en favor de tus amigos, el señor Ronald Weasley y la señorita Hermione Granger. Sí —continuó al ver la perplejidad de Harry—, creo que ellos tendrían que saberlo. No los tratarías como se merecen si no les confías algo tan importante.
—Es que no quería…
—¿Que se preocuparan o se asustaran? —Dumbledore lo observó por encima de sus gafas de media luna—. ¿O quizá no te apetecía confesar que tú también estás preocupado y asustado? Necesitas a tus amigos, Harry. Como muy bien has dicho, Sirius no habría querido que te aislaras del mundo. —El muchacho se quedó callado, pero no parecía que Dumbledore esperara una respuesta, porque añadió—: Y una cuestión más, aunque también relacionada con lo que acabamos de comentar: he decidido que este año voy a darte clases particulares.
—¿Clases particulares? ¿Usted? —preguntó Harry, a quien la sorpresa hizo recuperar el habla.
—Sí. Me parece que ya va siendo hora de que participe de forma más activa en tu educación.
—¿Qué asignatura va a enseñarme, señor?
—Bueno, un poco de esto y un poco de aquello —contestó sin darle importancia.
Harry esperó, intrigado, pero el anciano profesor no le dio más detalles, así que preguntó otra cosa que también le tenía un poco preocupado.
—Si usted me da clases particulares, no tendré que ir a las de Oclumancia con Snape, ¿verdad?
—Con el profesor Snape, Harry. Pues no.
—Qué bien, porque eran un… —Se interrumpió antes de decir lo que en realidad pensaba.
—Creo que «fracaso» sería el término adecuado —aportó Dumbledore asintiendo con la cabeza.
—Bueno, eso significa que a partir de ahora no veré mucho al profesor Snape —observó el muchacho, sonriendo—, porque él no me dejará seguir estudiando Pociones a menos que haya conseguido un Extraordinario en el
TIMO
, y estoy seguro de no haberlo conseguido.
—No cuentes tus lechuzas antes de verlas llegar —le aconsejó Dumbledore con gravedad, y agregó—: Por cierto, es hoy cuando deberían llegar las lechuzas con las notas. Y ahora, dos cosas más, Harry, antes de que nos separemos.
»En primer lugar, de aquí en adelante quiero que siempre lleves contigo tu capa invisible, incluso dentro de Hogwarts. Por si acaso, ¿entendido? —Harry asintió—. Y en segundo lugar, has de tener en cuenta que mientras te alojes aquí, La Madriguera contará con las más sofisticadas medidas de seguridad de que dispone el Ministerio de Magia. Esas medidas han causado ciertos inconvenientes a Arthur y Molly; todo su correo, por ejemplo, es examinado en el ministerio antes de llegar aquí. A ellos no les importa, ya que su única preocupación es tu seguridad. Sin embargo, no los recompensarías debidamente si te jugaras el pellejo mientras estás con ellos.
—Entiendo —se apresuró a decir Harry.
—Muy bien. —El profesor abrió la puerta de la escobera y salió al jardín—. Veo luz en la cocina. No privemos más a Molly de la ocasión de lamentar lo delgado que estás.
Harry y Dumbledore se dirigieron a la puerta trasera de La Madriguera que, como era habitual, estaba rodeada de botas de lluvia viejas y calderos oxidados. Harry oyó el débil cloqueo de unas gallinas que dormían en otro cobertizo cerca de allí. Dumbledore dio tres golpes en la puerta y el chico vio moverse algo con precipitación detrás de la ventana de la cocina.
—¿Quién es? —preguntó la señora Weasley, nerviosa—. ¡Identifíquese!
—Soy yo, Dumbledore. Y traigo a Harry.
La puerta se abrió al instante. Allí estaba la señora Weasley, bajita, regordeta y con una vieja bata verde.
—¡Harry, querido! ¡Cielos, Albus, me has asustado! ¡Dijiste que no te esperáramos hasta mañana por la mañana!
—Hemos tenido suerte —repuso Dumbledore mientras hacía entrar al chico—. Slughorn resultó más fácil de persuadir de lo que imaginaba. Todo ha sido cosa de Harry, claro. ¡Ah, hola, Nymphadora!
La señora Weasley no estaba sola, pese a que ya era muy tarde. Una joven bruja, con cara en forma de corazón, pálida y con un desvaído pelo castaño, estaba sentada a la mesa con un tazón entre las manos.
—¡Hola, profesor! —saludó—. ¿Qué tal, Harry?
—¡Hola, Tonks!
Harry se fijó en que estaba muy demacrada y sonreía de manera forzada. Desde luego, su aspecto era bastante menos llamativo de lo habitual, pues solía llevar el pelo de color rosa chicle.
—Tengo que marcharme —se disculpó Tonks; se levantó y se echó la capa por los hombros—. Gracias por el té y por tu interés, Molly.
—Por mí no te marches, por favor —dijo Dumbledore con cortesía—. No puedo quedarme, tengo que tratar asuntos urgentes con Rufus Scrimgeour.
—No, no, debo irme —insistió Tonks sin mirarlo a los ojos—. Buenas noches.
—¿Por qué no vienes a cenar este fin de semana, querida? Vendrán Remus y
Ojoloco
…
—No, Molly, de verdad… No obstante, muchas gracias. Buenas noches a todos.
Tonks se apresuró a pasar junto a Dumbledore y Harry y salió al jardín. Cuando se hubo alejado un poco de la casa, se dio la vuelta y desapareció. Harry tuvo la impresión de que la señora Weasley estaba preocupada.
—Bueno, Harry, nos veremos en Hogwarts —se despidió Dumbledore—. Cuídate mucho. A tus pies, Molly.
Le hizo una reverencia, siguió a Tonks y desapareció en el mismo lugar en que lo había hecho la bruja. La señora Weasley cerró la puerta que daba al jardín, ya vacío; luego, sujetando a Harry por los hombros, lo acercó al farol que había encima de la mesa para examinar su aspecto.
—Igual que Ron —dictaminó mirándolo de arriba abajo—. Parece que os hayan hecho un embrujo extensor. Ron ha crecido como mínimo diez centímetros desde la última vez que le compré una túnica del colegio. ¿Tienes hambre, Harry?
—Sí, un poco. —De repente se dio cuenta de lo hambriento que estaba.
—Siéntate, cielo. Te prepararé algo.
En cuanto se sentó, un gato rojizo y peludo de cara aplastada le saltó a las rodillas, se instaló allí y se puso a ronronear.
—¿Está Hermione aquí? —preguntó el muchacho, contento, mientras acariciaba a
Crookshanks
detrás de una oreja.
—¡Ah, sí, llegó anteayer! —respondió la señora Weasley antes de golpear con la varita mágica un gran cazo de hierro. El recipiente pegó un salto, se colocó encima de un fogón con un fuerte ruido metálico y empezó a borbotear—. Están todos acostados, claro. No te esperábamos hasta dentro de muchas horas. Toma… —Volvió a golpear el cazo, que se elevó, voló hacia Harry y se inclinó. La bruja deslizó un cuenco debajo del cazo para recibir el chorro de una espesa y humeante sopa de cebolla—. ¿Quieres pan, tesoro?
—Sí, gracias, señora Weasley.
Ella sacudió la varita por encima del hombro, y una barra de pan y un cuchillo volaron directamente hasta la mesa. Mientras la barra se cortaba por sí misma y el cazo de sopa volvía a posarse sobre el fogón, la anfitriona se sentó frente a su invitado.
—Así que has convencido a Horace Slughorn para que acepte el empleo.
Harry asintió con la cabeza porque tenía la boca llena de sopa.
—Nos daba clase a Arthur y a mí. Estuvo muchos años en Hogwarts; creo que empezó en la misma época que Dumbledore. ¿Te ha caído bien?
Harry, que ahora tenía la boca a rebosar de pan, se encogió de hombros y movió la cabeza sin definirse.
—Te entiendo perfectamente —dijo la señora Weasley con gesto de complicidad—. Cuando se lo propone es encantador, pero a Arthur nunca le ha caído muy bien. El ministerio está repleto de antiguos alumnos predilectos de Slughorn; siempre supo echar un cable a quien convenía, pero para Arthur nunca tuvo mucho tiempo. Por lo visto, no lo consideraba suficientemente prometedor. Pues bien, eso te demuestra que también él comete errores. No sé si Ron te lo habrá contado en alguna de sus cartas, porque es muy reciente… ¡A Arthur lo han ascendido!
Resultó evidente que llevaba rato muriéndose de ganas por revelar esa novedad. Harry se tragó una rebosante cucharada de sopa muy caliente y le pareció que le salían ampollas en el esófago.
—¡Cuánto me alegro! —exclamó lagrimeando.
—Qué bueno eres —replicó ella con una sonrisa radiante, seguramente creyendo que los llorosos ojos de Harry se debían a la emoción de la noticia—. Sí, Rufus Scrimgeour ha creado varias oficinas nuevas, en vista de la actual situación, y Arthur dirige la Oficina para la Detección y Confiscación de Hechizos Defensivos y Objetos Protectores Falsos. ¡Es un cargo importante; ahora tiene diez personas a sus órdenes!
—¿Y a qué se dedica exactamente?
—Pues verás, con el pánico desatado a causa de Quien-tú-sabes, han salido a la venta todo tipo de artilugios, cosas que en teoría protegen de él y los
mortífagos
. Ya puedes imaginarte qué clase de cosas: pociones presuntamente protectoras que en realidad son salsa de carne con una pizca de pus de
bubotubérculos
, o instrucciones para realizar embrujos defensivos que de hecho provocan la caída de las orejas… Bueno, en general los inventores suelen ser personas como Mundungus Fletcher. No han trabajado en su vida y se aprovechan de lo asustada que está la gente, pero de vez en cuando surge algo feo de verdad. El otro día Arthur confiscó una caja de chivatoscopios embrujados que, casi con toda seguridad, fueron colocados por un
mortífago
. Como verás, es un trabajo importante, y yo no me canso de repetirle a mi marido que es una tontería que eche de menos las bujías, las tostadoras y todos esos cachivaches de los
muggles
—concluyó frunciendo el entrecejo, como si Harry hubiera insinuado que era lógico echar de menos las bujías.
—¿Dónde está el señor Weasley? ¿Aún no ha vuelto del trabajo?
—No, todavía no. La verdad es que se está retrasando un poco. Dijo que llegaría alrededor de la medianoche.
La señora Weasley miró un gran reloj de pared que se sostenía precariamente en lo alto del montón de sábanas que había en el cesto de la colada, en un extremo de la mesa. Harry lo reconoció de inmediato: tenía nueve manecillas, cada una con el nombre de un miembro de la familia escrito, y normalmente colgaba de la pared del salón de los Weasley, aunque su nueva ubicación indicaba que la señora Weasley había decidido llevárselo consigo de un lado a otro de la casa. Todas las manecillas señalaban las palabras «Peligro de muerte».
—Lleva algún tiempo así —comentó ella con un tono despreocupado que no resultó muy convincente—; desde que regresó Quien-tú-sabes. Supongo que ahora todo el mundo está en peligro de muerte… no sólo nuestra familia. Pero como no conozco a nadie que tenga un reloj como ése, no puedo comprobarlo. ¡Oh! —Señaló la esfera del reloj. La manecilla del señor Weasley se había movido y señalaba la palabra «Viajando»—. ¡Ya viene!