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Authors: J.K. Rowling
Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga
Contrariado por su fracaso y la actitud de sus amigos, Harry pasó varios días reflexionando sobre qué hacer con Slughorn y decidió que, de momento, permitiría que creyera que se había olvidado de los
Horrocruxes
; era mejor que el profesor bajara la guardia antes de volver al ataque.
Como consecuencia de ello, Slughorn volvió a dedicarle el trato afectuoso de siempre y pareció olvidarse del asunto. El muchacho esperaba que lo invitase a alguna de sus fiestecillas nocturnas, pues esta vez aceptaría aunque tuviera que cambiar el horario de los entrenamientos de
quidditch
. Sin embargo, y por desgracia, la invitación no llegaba. Harry lo comentó con Hermione y Ginny y supo que ni ellas ni nadie habían vuelto a recibir invitación alguna. Eso tal vez significaba que Slughorn no se había olvidado del asunto, como aparentaba, sino que estaba decidido a no darle más oportunidades de hacerle preguntas.
Entretanto, por primera vez la biblioteca de Hogwarts no satisfizo la curiosidad de Hermione. Estaba tan asombrada que incluso se le olvidó su enfado con Harry por haber hecho trampa con el bezoar.
—¡No he encontrado ni una sola explicación de para qué sirven los
Horrocruxes
! —le confesó—. ¡Ni una! He buscado en la Sección Prohibida y en los libros más espantosos, que te indican cómo preparar pociones horripilantes, ¡y nada! Lo único que he encontrado es esto, en la introducción de
Historia del Mal
, escucha: «Del
Horrocrux
, el más siniestro de los inventos mágicos, ni hablaremos ni daremos datos»… A ver, entonces ¿por qué lo mencionan? —se preguntó, impaciente, antes de cerrar de golpe el viejo libro, que soltó un lúgubre quejido—. ¡Va, cállate! —le espetó, y se lo guardó en la mochila.
Al llegar febrero la nieve se fundió en los alrededores del colegio, pero la sustituyó un tiempo frío y lluvioso muy desalentador. Había unas nubes bajas de color entre gris y morado suspendidas sobre el castillo, y una constante y gélida lluvia convertía los jardines en un lugar fangoso y resbaladizo. A consecuencia de las condiciones climáticas, la primera clase de Aparición de los alumnos de sexto, programada para un sábado por la mañana a fin de que nadie se perdiera ninguna clase ordinaria, no se celebró en los jardines sino en el Gran Comedor.
Cuando Harry y Hermione llegaron al comedor (Ron había bajado con Lavender), vieron que las mesas habían desaparecido. La lluvia repicaba en las altas ventanas y las nubes formaban amenazadores remolinos en el techo encantado mientras los alumnos se congregaban alrededor de los profesores McGonagall, Snape, Flitwick y Sprout, los jefes de cada una de las casas, y de un mago de escasa estatura que Harry supuso era el instructor de Aparición enviado por el ministerio. Tenía un rostro extrañamente desprovisto de color, pestañas transparentes, cabello ralo y un aire incorpóreo, como si una simple ráfaga de viento pudiese tumbarlo. Harry se preguntó si sus continuas apariciones y desapariciones habrían mermado de algún modo su esencia, o si esa fragilidad era ideal para alguien que se propusiera esfumarse.
—Buenos días —saludó el mago ministerial cuando hubieron llegado todos los estudiantes y después de que los jefes de las casas impusieran silencio—. Me llamo Wilkie Twycross y seré vuestro instructor de Aparición durante las doce próximas semanas. Espero que sea tiempo suficiente para que adquiráis las nociones de Aparición necesarias…
—¡Malfoy, cállate y presta atención! —gruñó la profesora McGonagall.
Todos volvieron la cabeza. Malfoy, levemente ruborizado, se apartó a regañadientes de Crabbe, con quien al parecer estaba discutiendo en voz baja. Snape puso cara de enfado, pero Harry sospechó que no se debía a la impertinencia de Malfoy sino al hecho de que McGonagall hubiera regañado a un alumno de su casa.
—…y para que muchos de vosotros podáis, después de este cursillo, presentaros al examen —continuó Twycross, como si no hubiera habido ninguna interrupción—. Como quizá sepáis, en circunstancias normales no es posible aparecerse o desaparecerse en Hogwarts. Pero el director ha levantado ese sortilegio durante una hora, exclusivamente dentro del Gran Comedor, para que practiquéis. Permitid que insista en que no tenéis permiso para apareceros fuera de esta sala y que no es conveniente que lo intentéis. Bien, ahora me gustaría que os colocarais dejando un espacio libre de un metro y medio entre cada uno de vosotros y la persona que tengáis delante.
A continuación se produjo un considerable alboroto cuando los alumnos, entrechocándose, se separaron e intentaron apartar a los demás de su espacio. Los jefes de las casas se pasearon entre ellos, indicándoles cómo situarse y solucionando discusiones.
—¿Adónde vas, Harry? —preguntó Hermione.
Pero él no contestó; moviéndose deprisa entre el gentío, pasó cerca del profesor Flitwick, quien con voz chillona intentaba colocar a unos alumnos de Ravenclaw que querían estar en las primeras filas; pasó también cerca de la profesora Sprout, que apremiaba a los de Hufflepuff para que formasen la fila; y por fin, tras esquivar a Ernie Macmillan, consiguió situarse al fondo del grupo, detrás de Malfoy, que con cara de malas pulgas aprovechaba el alboroto para continuar su discusión con Crabbe, aunque guardaba el metro y medio de distancia con su compañero.
—No puedo decirte cuándo, ¿vale? —le soltó Malfoy, sin percatarse de que Harry se hallaba detrás de él—. Me está llevando más tiempo del que creía. —Crabbe fue a replicar, pero Malfoy se le adelantó—: Óyeme bien, lo que yo esté haciendo no es asunto tuyo. ¡Goyle y tú limitaos a hacer lo que os mandan y seguid vigilando!
—Yo les cuento a mis amigos lo que estoy tramando cuando quiero que vigilen por mí —dijo Harry lo bastante fuerte para que lo oyera Malfoy.
Éste se dio la vuelta y se llevó una mano hacia su varita, pero en ese momento los cuatro jefes de las casas gritaron «¡Silencio!» y los estudiantes obedecieron. Malfoy se volvió despacio hacia el frente.
—Gracias —dijo Twycross—. Y ahora… —Agitó la varita y delante de cada alumno apareció un anticuado aro de madera—. ¡Cuando uno se aparece, lo que tiene que recordar son las tres D! ¡Destino, decisión y desenvoltura!
»Primer paso: fijad la mente con firmeza en el
destino
deseado. En este caso, el interior del aro. Muy bien, haced el favor de concentraros en vuestro destino.
Los muchachos echaron disimulados vistazos para comprobar si alguien obedecía a Twycross, y luego se apresuraron a hacer lo que acababa de indicarles. Harry se quedó observando el círculo de suelo polvoriento delimitado por su aro y se esforzó en no pensar en nada más. Pero le resultó imposible porque no podía dejar de cavilar sobre qué tramaba Malfoy, para lo cual, además, necesitaba centinelas.
—Segundo paso —dijo Twycross—: ¡centrad vuestra
decisión
en ocupar el espacio visualizado! ¡Dejad que el deseo de entrar en él se os desborde de la mente e invada cada partícula del cuerpo!
Harry miró de soslayo a sus compañeros. A su izquierda tenía a Ernie Macmillan, que contemplaba su aro con tanta concentración que se estaba poniendo colorado; parecía querer poner un huevo del tamaño de una
quaffle
. Harry contuvo la risa y se apresuró a mirar de nuevo el espacio limitado por su propio aro.
—Tercer paso —anunció Twycross—: cuando dé la orden… ¡girad sobre vosotros mismos, sentid cómo os fundís con la nada y moveos con
desenvoltura
! Atentos a mi orden: ¡uno!…
Harry miró otra vez alrededor y comprobó que muchos ponían cara de pánico; seguramente no contaban con tener que aparecerse en la primera sesión del cursillo.
—… ¡dos!…
Harry intentó volver a concentrarse en el aro; ya ni se acordaba de qué significaban las tres D.
—… ¡tres!
Harry giró sobre sí, perdió el equilibrio y estuvo a punto de caerse. Y no fue el único. De pronto la gente que llenaba la sala se tambaleó: Neville quedó tendido boca arriba en el suelo y Ernie Macmillan dio una especie de salto con pirueta, se metió en el aro y puso cara de satisfacción hasta que vio a Dean Thomas riéndose a carcajadas de él.
—No importa, no importa —dijo Twycross con aspereza. Por lo visto no esperaba ningún resultado mejor—. Colocad bien vuestros aros, por favor, y volved a la posición inicial…
El segundo intento no fue mejor que el primero. El tercero tampoco. Hasta que en el cuarto pasó algo un poco emocionante. Se oyó un tremendo grito de dolor y todos volvieron la cabeza, aterrados: Susan Bones, de Hufflepuff, se tambaleaba dentro de su aro, pero la pierna izquierda se le había quedado a un metro y medio de distancia, en el sitio de su posición original.
Los jefes de las casas corrieron hacia ella. Entonces se produjo un fuerte estallido acompañado de una bocanada de humo morado; cuando el humo se disipó, todos vieron a Susan sollozando. Había recuperado la pierna, pero estaba muerta de miedo.
—La despartición, o separación involuntaria de alguna parte del cuerpo —explicó Wilkie Twycross con calma—, se produce cuando la mente no tiene suficiente decisión. Debéis concentraros ininterrumpidamente en vuestro destino, y moveros sin prisa pero con desenvoltura… Así. —Dio unos pasos al frente, giró con garbo con los brazos extendidos y se esfumó en medio de un revuelo de la túnica, para aparecer al fondo del comedor—. Recordad las tres D —insistió—. Venga, volved a intentarlo. Uno… dos… tres…
Pero, una hora después, la despartición de Susan aún era lo más interesante que había pasado. Sin embargo, Twycross no parecía desanimado. Mientras se abrochaba la capa, se limitó a decir:
—Hasta el próximo sábado, y no lo olvidéis: Destino… Decisión… Desenvoltura.
Y dicho esto, agitó la varita para hacerles un hechizo desvanecedor a los aros y luego salió del Gran Comedor acompañado por la profesora McGonagall. De inmediato, los muchachos se pusieron a hablar y poco a poco fueron desfilando hacia el vestíbulo.
—¿Cómo te ha ido? —preguntó Ron alcanzando a Harry—. Yo creo que sentí algo la última vez que lo intenté, como un cosquilleo en los pies.
—Eso quiere decir que las zapatillas te van pequeñas, Ro-Ro —dijo una voz detrás de ellos, y Hermione pasó a su lado con la cabeza alta y una sonrisa burlona.
—Pues yo no he sentido nada —reconoció Harry, ignorando la interrupción—. Pero ahora eso no me importa…
—¿Cómo que no te importa? ¿No quieres aprender a aparecerte? —inquirió Ron, incrédulo.
—La verdad es que no me preocupa mucho. Prefiero volar. —Volvió la cabeza para ver dónde estaba Malfoy y aceleró el paso cuando llegaron al vestíbulo—. Oye, date prisa, ¿quieres? Tengo que hacer una cosa…
Ron, intrigado, se apresuró y lo siguió hasta la torre de Gryffindor. No obstante, Peeves los entretuvo un rato, pues había atrancado una puerta del cuarto piso y no dejaba pasar a nadie que no accediera a prenderse fuego en los calzoncillos. Al final, Harry y Ron dieron media vuelta y tomaron uno de sus atajos. Cinco minutos más tarde pasaban por el hueco del retrato.
—¿Piensas explicarme lo que estamos haciendo o no? —le preguntó Ron, jadeando ligeramente.
—Por aquí —indicó Harry, y cruzó la sala común guiando a su amigo hasta la puerta de la escalera de los chicos.
Como Harry esperaba, el dormitorio estaba vacío. Abrió su baúl y empezó a rebuscar mientras Ron lo observaba con impaciencia.
—Oye, Harry…
—Malfoy está utilizando a Crabbe y Goyle como centinelas. Durante la clase de Aparición estaba discutiendo con Crabbe. Quiero saber… ¡Aja!
Lo había encontrado: un trozo de pergamino doblado y aparentemente en blanco. Harry lo desplegó, lo alisó y le dio unos golpecitos con la varita.
—«¡Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas!» O las de Malfoy, vaya.
De inmediato, el mapa del merodeador apareció dibujado en la hoja de pergamino. Era un detallado plano de los pisos del castillo, en el que se veía cómo se trasladaban de un lugar a otro unos diminutos puntos negros, cada uno rotulado con un nombre, que representaban a los habitantes del edificio.
—Ayúdame a encontrar a Malfoy —pidió Harry con urgencia.
Puso el mapa encima de su cama, y los dos amigos se inclinaron sobre él para buscar a Malfoy.
—¡Aquí! —exclamó Ron poco después—. Está en la sala común de Slytherin, mira… Con Parkinson, Zabini, Crabbe y Goyle…
Harry examinó el mapa, decepcionado, pero se recuperó casi de inmediato.
—Bueno, a partir de ahora no voy a perderlo de vista —prometió—. Y en cuanto lo vea husmeando por ahí mientras Crabbe y Goyle montan guardia fuera, me pondré la capa invisible e iré a averiguar qué está…
Se interrumpió cuando vio entrar en el dormitorio a Neville, que despedía un fuerte olor a tela chamuscada y se puso a buscar otros calzoncillos en su baúl.
Pese a su firme determinación de pillar a Malfoy, Harry no tuvo suerte en las dos semanas siguientes. Aunque consultaba el mapa siempre que podía, en ocasiones haciendo visitas innecesarias al lavabo entre clase y clase para examinarlo, ni una sola vez vio a Malfoy en un sitio sospechoso. En cambio, sí vio a Crabbe y Goyle paseando por el castillo, cada uno por su lado, con mayor frecuencia de la habitual; a veces se detenían en un pasillo vacío, pero Malfoy no sólo no estaba cerca de ellos, sino que era imposible localizarlo. Eso era muy misterioso. Harry barajó la posibilidad de que Malfoy saliera del colegio, pero ¿cómo, si en el colegio se habían instalado severas medidas de seguridad? Supuso que todo se debía a que costaba mucho distinguirlo entre los cientos de puntos negros que aparecían en el mapa del merodeador. Respecto al hecho de que Malfoy, Crabbe y Goyle fueran cada uno por su lado, mientras que hasta entonces habían sido inseparables, era algo que solía suceder cuando uno se hacía mayor: Harry recordó que Ron y Hermione, lamentablemente, ofrecían un claro ejemplo de ello.
Febrero dejó paso a marzo y el tiempo no cambió mucho, aunque además de llover hacía más viento. Todos los estudiantes manifestaron indignación cuando en los tablones de anuncios de las casas apareció un letrero que informaba sobre la cancelación de la siguiente excursión a Hogsmeade. Ron se puso furioso.
—¡Iba a coincidir con mi cumpleaños! —exclamó—. ¡Me hacía mucha ilusión!
—A mí no me sorprende que la hayan suspendido, la verdad —dijo Harry—. Después de lo que le pasó a Katie…