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Authors: J.K. Rowling
Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga
Harry se acercó a la vasija de piedra y se inclinó obedientemente hasta que su cara atravesó la superficie que formaban los recuerdos. Volvió a sentir que se precipitaba en el vacío, una sensación que empezaba a resultarle familiar, y poco después aterrizó sobre un sucio suelo de piedra en medio de una oscuridad casi total.
Tardó unos segundos en reconocer el lugar, y cuando lo consiguió, Dumbledore ya había aterrizado a su lado. Harry nunca había visto nada tan sucio como la casa de los Gaunt: las telarañas invadían el techo, una capa de mugre cubría el suelo y encima de la mesa había restos de comida podrida y mohosa entre varios cazos con repugnantes posos. La única luz era la que proyectaba una vela que ardía parpadeando, colocada a los pies de un hombre de cabello y barba tan largos que Harry no le veía los ojos ni la boca. Estaba desplomado en un sillón, junto al fuego, y al principio Harry pensó que estaba muerto. Pero entonces se oyó un fuerte golpe en la puerta y el hombre despertó sobresaltado; enarboló la varita mágica que sujetaba con la mano derecha y un pequeño cuchillo que tenía en la izquierda.
La puerta se abrió con un chirrido. En el umbral, sosteniendo una vieja lámpara, apareció un muchacho alto, pálido, de cabello oscuro y rostro agraciado al que Harry reconoció de inmediato: era Voldemort de adolescente.
Voldemort paseó despacio la mirada por la casucha y descubrió al hombre sentado en el sillón. Ambos se observaron unos segundos; entonces el hombre se incorporó tambaleándose y las numerosas botellas que había esparcidas por el suelo entrechocaron y tintinearon.
—¡Tú! —bramó—. ¡Tú! —Y se lanzó dando traspiés hacia Ryddle, con la varita y el cuchillo en ristre.
—
Quieto
—dijo Ryddle en
pársel
.
El hombre patinó y chocó contra la mesa, tirando varios cazos mohosos al suelo. Entonces miró fijamente a Ryddle. Reinó un largo silencio mientras se contemplaban, hasta que el hombre lo rompió.
—
¿La hablas?
—
Sí, la hablo
—contestó Ryddle. Dio unos pasos hacia el interior de la habitación y dejó que la puerta se cerrara por sí sola detrás de él. Harry no pudo evitar sentir una mezcla de admiración y envidia por la absoluta falta de miedo de Voldemort, cuyo rostro sólo expresaba asco y quizá una ligera decepción.
—
¿Dónde está Sorvolo?
—preguntó.
—
Está muerto
—contestó el otro—.
Murió hace años, ¿no lo sabías?
—
Entonces ¿quién eres tú?
—
Yo soy Morfin. ¡Morfin!
—
¿El hijo de Sorvolo?
—
Pues claro.
Morfin se apartó el pelo de la sucia cara para ver mejor a Ryddle, y Harry vio en su mano derecha el anillo con la piedra negra de Sorvolo.
—
Creí que eras ese
muggle —susurró Morfin—.
Eres igual que ese
muggle.
—
¿Qué
muggle
?
—preguntó Ryddle con brusquedad.
—
Ese
muggle
que le gustaba a mi hermana, ese
muggle
que vive en la gran casa de más allá
—repuso Morfin, y escupió en el suelo entre ambos—.
Eres igual que él. Ryddle. Pero él es más viejo que tú, ¿no? Sí, ahora que lo pienso, él es más viejo que tú.
—Morfin parecía un tanto aturdido y se balanceaba un poco; se había agarrado al borde de la mesa para no caerse—.
Él regresó, ¿entiendes?
—dijo como atontado.
Voldemort lo observaba como calibrando sus posibilidades. Se acercó un poco más y le dijo:
—
¿Ryddle regresó?
—
Sí, la abandonó; ¡y bien merecido lo tuvo por haberse casado con un cerdo!
—respondió Morfin, y volvió a escupir en el suelo—.
¡Además, antes de fugarse nos robó! ¿Dónde está el guardapelo, eh? ¿Dónde está el guardapelo de Slytherin?
—Voldemort no contestó. Morfin se estaba enfureciendo de nuevo; enarboló el cuchillo y gritó—:
¡Esa cerda nos deshonró! ¿Y quién eres tú para venir aquí y hacer preguntas sobre esas cosas? Todo ha terminado, ¿no? Todo ha terminado…
Miró hacia otro lado, volviendo a tambalearse ligeramente, y Voldemort avanzó unos pasos. Entonces una extraña oscuridad se apoderó de la estancia y extinguió la lámpara de Voldemort y la vela de Morfin, lo extinguió todo…
Dumbledore sujetó con fuerza el brazo de Harry y ambos volvieron a elevarse hasta llegar al presente. Después de aquella oscuridad impenetrable, la débil luz dorada del despacho del anciano profesor deslumbró al muchacho.
—¿Ya está? —preguntó Harry, parpadeando—. ¿Por qué se ha quedado todo a oscuras, qué ha pasado?
—Porque después de eso Morfin no pudo recordar nada —contestó Dumbledore, y le indicó que volviera a sentarse—. Cuando a la mañana siguiente despertó, estaba tendido en el suelo, solo. Pero el anillo de Sorvolo había desaparecido.
»Entretanto, en Pequeño Hangleton una sirvienta corría por la calle principal gritando que había tres cadáveres en el salón de la gran casa: eran los de Tom Ryddle sénior, su padre y su madre. Las autoridades
muggles
se quedaron perplejas. Que yo sepa, todavía no saben cómo murieron los Ryddle, ya que la maldición
Avada Kedavra
no suele dejar lesiones visibles. La excepción se halla en este preciso momento ante mí —añadió Dumbledore señalando la cicatriz de Harry—. En cambio, el ministerio supo de inmediato que se trataba de un asesinato triple perpetrado por un mago. También sabían que al otro lado del valle donde se alzaba la mansión de los Ryddle, vivía un ex presidiario que odiaba a los
muggles
y que ya había sido condenado una vez por agredir a una de las personas que habían encontrado muertas.
»Así pues, el ministerio llamó a declarar a Morfin. Pero no necesitaron interrogarlo, ni utilizar
Veritaserum
o Legeremancia. Morfin confesó de inmediato ser el autor de los asesinatos y dio detalles que sólo el criminal podía conocer. Declaró que se sentía orgulloso de haber matado a aquellos
muggles
y que llevaba años esperando que se presentara la ocasión. Como entregó su varita, se demostró que había sido utilizada para matar a los Ryddle. De modo que permitió que lo llevaran a Azkaban sin oponer resistencia. Lo único que lo atormentaba era que hubiera desaparecido el anillo de su padre. "Me matará por haberlo perdido. Me matará por haber perdido su anillo", decía una y otra vez a sus captores. Y al parecer fue lo único que dijo a partir de ese día, pues pasó el resto de su vida en Azkaban lamentando la pérdida de la última reliquia de Sorvolo. Morfin está enterrado cerca de la prisión, junto con los otros desdichados que expiraron dentro de sus muros.
—¿Voldemort le robó la varita mágica a Morfin y la utilizó? —preguntó Harry enderezándose en el asiento.
—Así es. No tenemos ningún recuerdo que lo demuestre, pero creo que podemos estar casi seguros de lo que pasó: Voldemort le hizo un encantamiento aturdidor a su tío, le quitó la varita y cruzó el valle hasta «la gran casa de más allá», donde asesinó al
muggle
que había abandonado a Mérope y, por si acaso, mató también a sus abuelos
muggles
, de modo que destruyó por completo el indigno linaje de los Ryddle y se vengó del padre que nunca lo quiso. Luego regresó a la casucha de los Gaunt, realizó unos complejos conjuros para implantar un falso recuerdo en la mente de su tío, dejó la varita de Morfin junto a su propietario, que estaba inconsciente, se guardó el antiguo anillo que éste llevaba puesto y se marchó.
—¿Y Morfin no se dio cuenta de que no lo había hecho él?
—No, nunca —dijo Dumbledore—. Hizo una confesión detallada y jactanciosa.
—¡Pero si Morfin siempre conservó el recuerdo de su conversación con Voldemort!
—Así es, pero hicieron falta arduas sesiones de experta Legeremancia para recuperar dicho recuerdo —aclaró Dumbledore—. Además, ¿por qué iba alguien a ahondar más en la mente de Morfin si él ya había confesado el crimen? Sin embargo, conseguí realizarle una visita en sus últimas semanas de vida, cuando yo trataba de descubrir todo lo posible acerca del pasado de Voldemort. Me costó mucho extraer ese recuerdo, y al ver su contenido intenté que liberaran a Morfin de Azkaban. Pero, antes de que el ministerio tomase una decisión, murió.
—¿Cómo es posible que el ministerio no se diera cuenta de que Voldemort le había hecho todo eso a Morfin? —preguntó Harry con un matiz de reproche—. Entonces él era menor de edad, ¿no? ¡Creía que el ministerio podía detectar la magia realizada por menores de edad!
—Tienes parte de razón: el ministerio es capaz de detectar la magia, pero no a su autor. Recuerda que te acusaron de realizar un encantamiento levitatorio que en realidad había realizado…
—Dobby —gruñó Harry; esa injusticia todavía le dolía—. Entonces, si eres menor de edad y haces magia en la casa de un mago o una bruja adultos, ¿el ministerio no sabe que has sido tú?
—No pueden saber quién ha realizado la magia —confirmó Dumbledore, y sonrió al ver la indignación de Harry—. Confían en que los padres magos hagan cumplir las leyes a sus hijos mientras vivan bajo su techo.
—¡Vaya tontería! —dijo Harry con desdén—. ¡Mire lo que pasó en este caso, mire lo que le pasó a Morfin!
—Estoy de acuerdo contigo —convino Dumbledore—. Fuera lo que fuese Morfin, no merecía morir como murió, acusado de unos asesinatos que no cometió. Pero se está haciendo tarde, y antes de que nos separemos quiero que veas el segundo recuerdo…
Dumbledore se sacó otra ampolla de cristal de un bolsillo interior y Harry se calló de inmediato porque recordó que había anunciado que ése era el recuerdo más importante de cuantos había recogido. Harry se dio cuenta de que al director le costaba vaciar el contenido en el
pensadero
, como si se hubiera espesado ligeramente. ¿Acaso caducaban los recuerdos?
—Éste no nos llevará mucho tiempo —dijo Dumbledore cuando finalmente consiguió vaciar la ampolla—. Volveremos enseguida. Acércate al
pensadero
, Harry…
El muchacho volvió a atravesar la superficie plateada y esta vez aterrizó delante de un hombre al que reconoció de inmediato: Horace Slughorn, pero mucho más joven.
Harry estaba tan acostumbrado a la calva del profesor que le desconcertó un poco verlo con una mata de tupido y brillante cabello de color pajizo; parecía que le hubieran puesto un tejado de paja en la cabeza, pero en la coronilla ya tenía una reluciente calva del tamaño de un galeón; por lo demás, el bigote, menos poblado que el que Harry veía en el presente, era rubio rojizo. Slughorn no estaba tan gordo en sus años mozos, aunque los botones dorados del chaleco con ricos bordados soportaban cierta tensión. Estaba repantigado en un cómodo sillón de orejas y apoyaba los pequeños pies en un puf de terciopelo; en una mano tenía una copita de vino y con la otra rebuscaba en una caja de piña confitada.
Harry echó un vistazo mientras Dumbledore aparecía a su lado y comprendió que se encontraban en el despacho de Slughorn. Había media docena de adolescentes sentados alrededor del profesor, en asientos más duros o más bajos que el suyo. Harry reconoció al instante a Ryddle: con la mano derecha apoyada perezosamente en el brazo de su butaca, era el que parecía más relajado de todos y su rostro, el más atractivo. Harry dio un respingo al ver que llevaba el anillo de oro con la piedra negra de Sorvolo, pues eso significaba que ya había matado a su padre.
—¿Es cierto que la profesora Merrythought se retira, señor? —preguntó en ese momento Ryddle.
—¡Ay, Tom! Aunque lo supiera no podría decírtelo —contestó Slughorn haciendo un gesto reprobatorio con el dedo índice cubierto de almíbar, aunque estropeó ligeramente el efecto al guiñarle un ojo al muchacho—. Desde luego, me gustaría saber de dónde obtienes la información, chico; estás más enterado que la mitad del profesorado, te lo aseguro. —Ryddle sonrió y los otros muchachos rieron y le lanzaron miradas de admiración—. Claro, con tu asombrosa habilidad para saber cosas que no deberías saber y con tus meticulosos halagos a la gente importante… Por cierto, gracias por la piña; has acertado, es mi golosina favorita. Mientras varios alumnos reían disimuladamente, pasó algo muy extraño: de pronto la habitación se llenó de una espesa niebla blanca, de modo que Harry no veía más que la cara de Dumbledore, que estaba de pie a su lado. Entonces la voz de Slughorn resonó a través de la niebla, exageradamente fuerte:
—
…Te echarás a perder, chico, ya verás.
La niebla se disipó con la misma rapidez con que había aparecido, y, sin embargo, nadie hizo ninguna alusión a lo ocurrido ni puso cara de que acabara de pasar algo inusual. Desconcertado, Harry miró alrededor al mismo tiempo que un pequeño reloj dorado que había encima de la mesa de Slughorn daba las once.
—Madre mía, ¿ya es tan tarde? —se extrañó el profesor—. Será mejor que os marchéis, chicos, o tendremos problemas. Lestrange, si no me entregas tu redacción mañana, no me quedará más remedio que castigarte. Y lo mismo te digo a ti, Avery.
Slughorn se levantó del sillón y llevó su copa vacía a la mesa mientras los muchachos salían del despacho. Ryddle, sin embargo, no se marchó enseguida. Harry comprendió que se entretenía a propósito para quedarse a solas con el profesor.
—Date prisa, Tom —dijo Slughorn al volverse y ver que seguía allí—. No conviene que te sorprendan levantado a estas horas porque, además, eres prefecto…
—Quería preguntarle una cosa, señor.
—Pregunta lo que quieras, muchacho, pregunta…
—¿Sabe usted algo acerca de los
Horrocruxes
, señor?
Y sucedió de nuevo: la densa niebla llenó la habitación y Slughorn y Ryddle desaparecieron; en ese momento Harry sólo veía a Dumbledore, que sonreía con serenidad a su lado. Entonces la voz de Slughorn volvió a resonar extrañamente:
—
¡No sé nada de los Horrocruxes, y si supiera algo tampoco te lo diría! ¡Y ahora sal de aquí enseguida y que no vuelva a oírte mencionarlos!
—Bueno, ya está —anunció Dumbledore con placidez—. Ya podemos marcharnos.
Los pies de Harry se despegaron del suelo y, segundos después, pisaron de nuevo la alfombra que había delante de la mesa de Dumbledore.
—¿Eso es todo? —preguntó Harry sin comprender.
Dumbledore había manifestado que ése era el recuerdo más importante que había obtenido, pero el muchacho no entendía qué era eso tan significativo. Aquella niebla era rara, desde luego, y también el hecho de que nadie pareciera reparar en ella, pero, por lo demás, no había ocurrido nada salvo que Ryddle había formulado una pregunta y no había recibido respuesta.