Read Harry Potter. La colección completa Online
Authors: J.K. Rowling
Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga
—¿Qué? ¡Vaya, Lucius! —dijo Fudge, alarmado—, Dumbledore cesado... No, no..., lo último que querría, precisamente ahora...
—El nombramiento y el cese del director son competencia del consejo escolar, Fudge —dijo con suavidad el señor Malfoy—. Y como Dumbledore no ha logrado detener las agresiones...
—Pero, Lucius, si Dumbledore no ha logrado detenerlas —dijo Fudge, que tenía el labio superior empapado en sudor—, ¿quién va a poder?
—Ya se verá —respondió el señor Malfoy con una desagradable sonrisa—. Pero como los doce hemos votado...
Hagrid se levantó de un salto, y su enredada cabellera negra rozó el techo.
—¿Y a cuántos ha tenido que amenazar y chantajear para que accedieran, eh, Malfoy? —preguntó.
—Muchacho, muchacho, por Dios, este temperamento suyo le dará un disgusto un día de éstos —dijo Malfoy—. Me permito aconsejarle que no grite de esta manera a los carceleros de Azkaban. No creo que se lo tomen a bien.
—¡Puede quitar a Dumbledore! —chilló Hagrid, y
Fang
, el perro jabalinero, se encogió y gimoteó en su cesta—. ¡Lléveselo, y los alumnos de familia
muggle
no tendrán ni una oportunidad! ¡Y habrá más asesinatos!
—Cálmate, Hagrid —le dijo bruscamente Dumbledore. Luego se dirigió a Lucius Malfoy—. Si el consejo escolar quiere mi renuncia, Lucius, me iré.
—Pero... —tartamudeó Fudge.
—¡No! —gimió Hagrid.
Dumbledore no había apartado sus vivos ojos azules de los ojos fríos y grises de Malfoy.
—Sin embargo —dijo Dumbledore, hablando muy claro y despacio, para que todos entendieran cada una de sus palabras—, sólo abandonaré de verdad el colegio cuando no me quede nadie fiel. Y Hogwarts siempre ayudará al que lo pida.
Durante un instante, Harry estuvo convencido de que Dumbledore les había guiñado un ojo, mirando hacia el rincón donde Ron y él estaban ocultos.
—Admirables sentimientos —dijo Malfoy, haciendo una inclinación—. Todos echaremos de menos su personalísima forma de dirigir el centro, Albus, y sólo espero que su sucesor consiga evitar los... asesinatos.
Se dirigió con paso decidido a la puerta de la cabaña, la abrió, saludó a Dumbledore con una inclinación y le indicó que saliera. Fudge esperaba, sin dejar de manosear su sombrero, a que Hagrid pasara delante, pero Hagrid no se movió, sino que respiró hondo y dijo pausadamente:
—Si alguien quisiera desentrañar este embrollo, lo único que tendría que hacer es seguir a las arañas. Ellas lo conducirían. Eso es todo lo que tengo que decir. —Fudge lo miró extrañado—. De acuerdo, ya voy —añadió, poniéndose el abrigo de piel de topo. Cuando estaba a punto de seguir a Fudge por la puerta, se detuvo y dijo en voz alta—: Y alguien tendrá que darle de comer a
Fang
mientras estoy fuera.
La puerta se cerró de un golpe y Ron se quitó la capa invisible.
—En menudo embrollo estamos metidos —dijo con voz ronca—. Sin Dumbledore. Podrían cerrar el colegio esta misma noche. Sin él, habrá un ataque cada día.
Fang
se puso a aullar, arañando la puerta.
El verano estaba a punto de llegar a los campos que rodeaban el castillo. El cielo y el lago se volvieron del mismo azul claro y en los invernaderos brotaron flores como repollos. Pero sin poder ver a Hagrid desde las ventanas del castillo, cruzando el campo a grandes zancadas con
Fang
detrás, a Harry aquel paisaje no le gustaba; y lo mismo podía decirse del interior del castillo, donde las cosas iban de mal en peor.
Harry y Ron habían intentado visitar a Hermione, pero incluso las visitas a la enfermería estaban prohibidas.
—No podemos correr más riesgos —les dijo severamente la señora Pomfrey a través de la puerta entreabierta—. No, lo siento, hay demasiado peligro de que pueda volver el agresor para acabar con esta gente.
Ahora que Dumbledore no estaba, el miedo se había extendido más aún, y el sol que calentaba los muros del castillo parecía detenerse en las ventanas con parteluz. Apenas se veía en el colegio un rostro que no expresara tensión y preocupación, y si sonaba alguna risa en los corredores, parecía estridente y antinatural, y enseguida era reprimida.
Harry se repetía constantemente las últimas palabras de Dumbledore: «Sólo abandonaré de verdad el colegio cuando no me quede nadie fiel. Y Hogwarts siempre ayudará al que lo pida.» Pero ¿con qué finalidad había dicho aquellas palabras? ¿A quién iban a pedir ayuda, cuando todo el mundo estaba tan confundido y asustado como ellos?
La indicación de Hagrid sobre las arañas era bastante más fácil de comprender. El problema era que no parecía haber quedado en el castillo ni una sola araña a la que seguir. Harry las buscaba adondequiera que iba, y Ron lo ayudaba a regañadientes. Además se añadía la dificultad de que no les dejaban ir solos a ningún lado, sino que tenían que desplazarse siempre en grupo con los alumnos de Gryffindor. La mayoría de los estudiantes parecían agradecer que los profesores los acompañaran siempre de clase en clase, pero a Harry le resultaba muy fastidioso.
Había una persona, sin embargo, que parecía disfrutar plenamente de aquella atmósfera de terror y recelo. Draco Malfoy se pavoneaba por el colegio como si acabaran de darle el Premio Anual. Harry no comprendió por qué Malfoy se sentía tan a gusto hasta que, unos quince días después de que se hubieran ido Dumbledore y Hagrid, estando sentado detrás de él en clase de Pociones, le oyó regodearse de la situación ante Crabbe y Goyle:
—Siempre pensé que mi padre sería el que echara a Dumbledore —dijo, sin preocuparse de hablar en voz baja—. Ya os dije que él opina que Dumbledore ha sido el peor director que ha tenido nunca el colegio. Quizá ahora tengamos un director decente, alguien que no quiera que se cierre la Cámara de los Secretos. McGonagall no durará mucho, sólo está de forma provisional...
Snape pasó al lado de Harry sin hacer ningún comentario sobre el asiento y el caldero solitarios de Hermione.
—Señor —dijo Malfoy en voz alta—, señor, ¿por qué no solicita usted el puesto de director?
—Venga, venga, Malfoy —dijo Snape, aunque no pudo evitar sonreír con sus finos labios—. El profesor Dumbledore sólo ha sido suspendido de sus funciones por el consejo escolar. Me atrevería a decir que volverá a estar con nosotros muy pronto.
—Ya —dijo Malfoy, con una sonrisa de complicidad—. Espero que mi padre le vote a usted, señor, si solicita el puesto. Le diré que usted es el mejor profesor del colegio, señor.
Snape paseaba sonriente por la mazmorra, afortunadamente sin ver a Seamus Finnigan, que hacía como que vomitaba sobre el caldero.
—Me sorprende que los
sangre sucia
no hayan hecho ya todos el equipaje —prosiguió Malfoy—. Apuesto cinco galeones a que el próximo muere. Qué pena que no sea Granger...
La campana sonó en aquel momento, y fue una suerte, porque al oír las últimas palabras, Ron había saltado del asiento para abalanzarse sobre Malfoy, aunque con el barullo de recoger libros y bolsas, su intento pasó inadvertido.
—Dejadme —protestó Ron cuando lo sujetaron entre Harry y Dean—. No me preocupa, no necesito mi varita mágica, lo voy a matar con las manos...
—Daos prisa, he de llevaros a Herbología —les gritó Snape, y salieron en doble hilera, con Harry, Ron y Dean en la cola, el segundo intentando todavía liberarse. Sólo lo soltaron cuando Snape se quedó en la puerta del castillo y ellos continuaron por la huerta hacia los invernaderos.
La clase de Herbología resultó triste, porque había dos alumnos menos: Justin y Hermione.
La profesora Sprout los puso a todos a podar las higueras de Abisinia, que daban higos secos. Harry fue a tirar un brazado de tallos secos al montón del abono y se encontró de frente con Ernie Mcmillan. Ernie respiró hondo y dijo, muy formalmente:
—Sólo quiero que sepas, Harry, que lamento haber sospechado de ti. Sé que nunca atacarías a Hermione Granger y te quiero pedir disculpas por todo lo que dije. Ahora estamos en el mismo barco y..., bueno...
Avanzó una mano regordeta y Harry la estrechó.
Ernie y su amiga Hannah se pusieron a trabajar en la misma higuera que Ron y Harry.
—Ese tal Draco Malfoy —dijo Ernie, mientras cortaba las ramas secas— parece que se ha puesto muy contento con todo esto, ¿verdad? ¿Sabéis?, creo que él podría ser el heredero de Slytherin.
—Esto demuestra que eres inteligente, Ernie —dijo Ron, que no parecía haber perdonado a Ernie tan fácilmente como Harry.
—¿Crees que es Malfoy, Harry? —preguntó Ernie.
—No —respondió Harry con tal firmeza que Ernie y Hannah se lo quedaron mirando.
Un instante después, Harry vio algo y lo señaló dándole a Ron en la mano con sus tijeras de podar.
—¡Ah! ¿Qué estás...?
Harry señaló al suelo, a un metro de distancia. Varias arañas grandes correteaban por la tierra.
—¡Anda! —dijo Ron, intentando, sin éxito, hacer como que se alegraba—. Pero no podemos seguirlas ahora...
Ernie y Hannah escuchaban llenos de curiosidad.
Harry contempló a las arañas que se alejaban.
—Parece que se dirigen al bosque prohibido...
Y a Ron aquello aún le hizo menos gracia.
Al acabar la clase, el profesor Snape acompañó a los alumnos al aula de Defensa Contra las Artes Oscuras. Harry y Ron se rezagaron un poco para hablar sin que los oyeran.
—Tenemos que recurrir otra vez a la capa para hacernos invisibles —dijo Harry a Ron—. Podemos llevar con nosotros a
Fang
. Hagrid lo lleva con él al bosque, así que podría sernos de ayuda.
—De acuerdo —dijo Ron, que movía su varita mágica nerviosamente entre los dedos—. Pero... ¿no hay..., no hay hombres lobo en el bosque? —añadió, mientras ocupaban sus puestos habituales al final del aula de Lockhart.
Prefiriendo no responder a aquella pregunta, Harry dijo:
—También hay allí cosas buenas. Los centauros son buenos, y los unicornios también.
Ron no había estado nunca en el bosque prohibido. Harry había penetrado en él en una ocasión, y deseaba no tener que volver a hacerlo.
Lockhart entró en el aula dando un salto, y la clase se lo quedó mirando. Todos los demás profesores del colegio parecían más serios de lo habitual, pero Lockhart estaba tan alegre como siempre.
—¡Venga ya! —exclamó, sonriéndoles a todos—, ¿por qué ponéis esas caras tan largas?
Los alumnos intercambiaron miradas de exasperación, pero no contestó nadie.
—¿Es que no comprendéis —les decía Lockhart, hablándoles muy despacio, como si fueran tontos— que el peligro ya ha pasado? Se han llevado al culpable.
—¿A quién dice? —preguntó Dean Thomas en voz alta.
—Mi querido muchacho, el ministro de Magia no se habría llevado a Hagrid si no hubiera estado completamente seguro de que era el culpable —dijo Lockhart, en el tono que emplearía cualquiera para explicar que uno y uno son dos.
—Ya lo creo que se lo llevaría —dijo Ron, alzando la voz más que Dean.
—Me atrevería a suponer que sé más sobre el arresto de Hagrid que usted, señor Weasley —dijo Lockhart empleando un tono de satisfacción.
Ron comenzó a decir que él no era de la misma opinión, pero se paró en mitad de la frase cuando Harry le arreó una patada por debajo del pupitre.
—Nosotros no estábamos allí, ¿recuerdas? —le susurró Harry.
Pero la desagradable alegría de Lockhart, las sospechas que siempre había tenido de que Hagrid no era bueno, su confianza en que todo el asunto ya había tocado a su fin, irritaron tanto a Harry, que sintió deseos de tirarle
Una vuelta con los espíritus malignos
a su cara de idiota. Pero en lugar de eso, se conformó con garabatearle a Ron una nota: «Lo haremos esta noche.»
Ron leyó el mensaje, tragó saliva con esfuerzo y miró a su lado, al asiento habitualmente ocupado por Hermione. Entonces parecieron disiparse sus dudas, y asintió con la cabeza.
Aquellos días, la sala común de Gryffindor estaba siempre abarrotada, porque a partir de las seis, los de Gryffindor no tenían otro lugar adonde ir. También tenían mucho de que hablar, así que la sala no se vaciaba hasta pasada la medianoche.
Después de cenar, Harry sacó del baúl su capa para hacerse invisible y pasó la noche sentado encima de ella, esperando que la sala se despejara. Fred y George los retaron a jugar al
snap explosivo
y Ginny se sentó a contemplarlos, muy retraída y ocupando el asiento habitual de Hermione. Harry y Ron perdieron a propósito, intentando acabar pronto, pero incluso así, era bien pasada la medianoche cuando Fred, George y Ginny se marcharon por fin a la cama.
Harry y Ron esperaron a oír cerrarse las puertas de los dos dormitorios antes de coger la capa, echársela encima y salir por el agujero del retrato.
Este recorrido por el castillo también fue difícil, porque tenían que ir esquivando a los profesores. Al fin llegaron al vestíbulo, descorrieron el pasador de la puerta principal y se colaron por ella, intentando evitar que hiciera ruido, y salieron a los campos iluminados por la luz de la luna.
—Naturalmente —dijo Ron de pronto, mientras cruzaban a grandes zancadas el negro césped—, cuando lleguemos al bosque podría ser que no tuviéramos nada que seguir. A lo mejor las arañas no iban en aquella dirección. Parecía que sí, pero...
Su voz se fue apagando, pero conservaba un aire de esperanza.