Read Harry Potter. La colección completa Online
Authors: J.K. Rowling
Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga
—¿Estás bien?
Ron miraba fijamente hacia delante, incapaz de hablar.
Se abrieron camino a través de la maleza, con
Fang
aullando sonoramente en el asiento de atrás. Harry vio cómo al rozar un árbol arrancaba de cuajo el retrovisor exterior. Después de diez minutos de ruido y tambaleo, el bosque se aclaró y Harry vio de nuevo algunos trozos de cielo.
El coche frenó tan bruscamente que casi salen por el parabrisas. Habían llegado al final del bosque.
Fang
se abalanzó contra la ventanilla en su impaciencia por salir, y cuando Harry le abrió la puerta, corrió por entre los árboles, con la cola entre las piernas, hasta la cabaña de Hagrid. Harry también salió y, al cabo de un rato, Ron lo siguió, recuperado ya el movimiento en sus miembros, pero aún con el cuello rígido y los ojos fijos. Harry dio al coche una palmada de agradecimiento, y éste volvió a internarse en el bosque y desapareció de la vista.
Harry entró en la cabaña de Hagrid a recoger la capa invisible.
Fang
se había acurrucado en su cesta, temblando debajo de la manta. Cuando Harry volvió a salir, vio a Ron vomitando en el bancal de las calabazas.
—Seguid a las arañas —dijo Ron sin fuerzas, limpiándose la boca con la manga—. Nunca perdonaré a Hagrid. Estamos vivos de milagro.
—Apuesto a que no pensaba que Aragog pudiera hacer daño a sus amigos —dijo Harry.
—¡Ése es exactamente el problema de Hagrid! —dijo Ron, aporreando la pared de la cabaña—. ¡Siempre se cree que los monstruos no son tan malos como parecen, y mira adónde lo ha llevado esa creencia: a una celda en Azkaban! —No podía dejar de temblar—. ¿Qué pretendía enviándonos allá? Me gustaría saber qué es lo que hemos averiguado.
—Que Hagrid no abrió nunca la Cámara de los Secretos —contestó Harry, echando la capa sobre Ron y empujándole por el brazo para hacerle andar—. Es inocente.
Ron dio un fuerte resoplido. Evidentemente, criar a Aragog en un armario no era su idea de la inocencia.
Al aproximarse al castillo, Harry enderezó la capa para asegurarse de que no se les veían los pies, luego empujó despacio la puerta principal, para que no chirriara, sólo hasta dejarla entreabierta. Cruzaron con cuidado el vestíbulo y subieron la escalera de mármol, conteniendo la respiración al encontrarse con los centinelas que vigilaban los corredores. Por fin llegaron a la sala común de Gryffindor, donde el fuego se había convertido en cenizas y unas pocas brasas. Al hallarse en lugar seguro, se desprendieron de la capa y ascendieron por la escalera circular hasta el dormitorio.
Ron cayó en la cama sin preocuparse de desvestirse. Harry, por el contrario, no tenía mucho sueño. Se sentó en el borde de la cama, pensando en todo lo que había dicho Aragog.
La criatura que merodeaba por algún lugar del castillo, pensó, se parecía a Voldemort, incluso en el hecho de que otros monstruos no quisieran mencionar su nombre. Pero Ron y él no se encontraban más cerca de averiguar qué era aquello ni cómo había petrificado a sus víctimas. Ni siquiera Hagrid había sabido nunca qué se escondía en la cámara de los Secretos.
Harry subió las piernas a la cama y se reclinó contra las almohadas, contemplando la luna que destellaba para él a través de la ventana de la torre.
No comprendía qué otra cosa podía hacer. Nada de lo que habían intentado hasta el momento les había llevado a ninguna parte. Ryddle había atrapado al que no era, el heredero de Slytherin había escapado y nadie sabía si sería o no la misma persona que había vuelto a abrir la cámara. No quedaba nadie a quien preguntar. Harry se tumbó, sin dejar de pensar en lo que había dicho Aragog.
Estaba adormeciéndose cuando se le ocurrió algo que podía ser su última esperanza, y se incorporó de repente.
—Ron —susurró en la oscuridad—, ¡Ron!
Ron despertó con un aullido como los de
Fang
, abrió unos ojos desorbitados y miró a Harry.
—Ron: la chica que murió. Aragog dijo que fue hallada en unos aseos —dijo Harry, sin hacer caso de los ronquidos de Neville que venían del rincón—. ¿Y si no hubiera abandonado nunca los aseos? ¿Y si todavía estuviera allí?
Bajo la luz de la luna, Ron se frotó los ojos y arrugó la frente. Y entonces comprendió.
—¿No pensarás... en Myrtle
la Llorona
?
—Con la cantidad de veces que hemos estado cerca de ella en los aseos —dijo Ron con amargura durante el desayuno del día siguiente—, y no se nos ocurrió preguntarle, y ahora ya ves...
La aventura de seguir a las arañas había sido muy dura. Pero ahora, burlar a los profesores para poder meterse en un lavabo de chicas, pero no uno cualquiera, sino el que estaba junto al lugar en que había ocurrido el primer ataque, les parecía prácticamente imposible.
En la primera clase que tuvieron, Transformaciones, sin embargo, sucedió algo que por primera vez en varias semanas les hizo olvidar la Cámara de los Secretos. A los diez minutos de empezada la clase, la profesora McGonagall les dijo que los exámenes comenzarían el 1 de junio, y sólo faltaba una semana.
—¿Exámenes? —aulló Seamus Finnigan—. ¿Vamos a tener exámenes a pesar de todo?
Sonó un fuerte golpe detrás de Harry. A Neville Longbottom se le había caído la varita mágica, haciendo desaparecer una de las patas del pupitre. La profesora McGonagall volvió a hacerla aparecer con un movimiento de su varita y se volvió hacia Seamus con el entrecejo fruncido.
—El único propósito de mantener el colegio en funcionamiento en estas circunstancias es el de daros una educación —dijo con severidad—. Los exámenes, por lo tanto, tendrán lugar como de costumbre, y confío en que estéis todos estudiando duro.
¡Estudiando duro! Nunca se le ocurrió a Harry que pudiera haber exámenes con el castillo en aquel estado. Se oyeron murmullos de disconformidad en toda el aula, lo que provocó que la profesora McGonagall frunciera el entrecejo aún más.
—Las instrucciones del profesor Dumbledore fueron que el colegio prosiguiera su marcha con toda la normalidad posible —dijo ella—. Y eso, no necesito explicarlo, incluye comprobar cuánto habéis aprendido este curso.
Harry contempló el par de conejos blancos que tenía que convertir en zapatillas. ¿Qué había aprendido durante aquel curso? No le venía a la cabeza ni una sola cosa que pudiera resultar útil en un examen.
En cuanto a Ron, parecía como si le acabaran de decir que tenía que irse a vivir al bosque prohibido.
—¿Te parece que puedo hacer los exámenes con esto? —preguntó a Harry, levantando su varita, que se había puesto a pitar.
Tres días antes del primer examen, durante el desayuno, la profesora McGonagall hizo otro anuncio a la clase.
—Tengo buenas noticias —dijo, y el Gran Comedor, en lugar de quedar en silencio, estalló en alborozo.
—¡Vuelve Dumbledore! —dijeron varios, entusiasmados.
—¡Han atrapado al heredero de Slytherin! —gritó una chica desde la mesa de Ravenclaw.
—¡Vuelven los partidos de
quidditch
! —rugió Wood emocionado.
Cuando se calmó el alboroto, dijo la profesora McGonagall:
—La profesora Sprout me ha informado de que las mandrágoras ya están listas para ser cortadas. Esta noche podremos revivir a las personas petrificadas. Creo que no hace falta recordaros que alguno de ellos quizá pueda decirnos quién, o qué, los atacó. Tengo la esperanza de que este horroroso curso acabe con la captura del culpable.
Hubo una explosión de alegría. Harry miró a la mesa de Slytherin y no le sorprendió ver que Draco Malfoy no participaba de ella. Ron, sin embargo, parecía más feliz que en ningún otro momento de los últimos días.
—¡Siendo así, no tendremos que preguntarle a Myrtle! —dijo a Harry—. ¡Hermione tendrá la respuesta cuando la despierten! Aunque se volverá loca cuando se entere de que sólo quedan tres días para el comienzo de los exámenes. No ha podido estudiar. Sería más amable por nuestra parte dejarla como está hasta que hubieran terminado.
En aquel mismo instante, Ginny Weasley se acercó y se sentó junto a Ron. Parecía tensa y nerviosa, y Harry vio que se retorcía las manos en el regazo.
—¿Qué pasa? —le preguntó Ron, sirviéndose más gachas de avena.
Ginny no dijo nada, pero miró la mesa de Gryffindor de un lado a otro con una expresión asustada que a Harry le recordaba a alguien, aunque no sabía a quién.
—Suéltalo ya —le dijo Ron, mirándola.
Harry comprendió entonces a quién le recordaba Ginny Se balanceaba ligeramente hacia atrás y hacia delante en la silla, exactamente igual que lo hacía Dobby cuando estaba a punto de revelar información prohibida.
—Tengo algo que deciros —masculló Ginny, evitando mirar directamente a Harry.
—¿Qué es? —preguntó Harry
Parecía como si Ginny no pudiera encontrar las palabras adecuadas.
—¿Qué? —apremió Ron.
Ginny abrió la boca, pero no salió de ella ningún sonido. Harry se inclinó hacia delante y habló en voz baja, para que sólo le pudieran oír Ron y Ginny.
—¿Tiene que ver con la Cámara de los Secretos? ¿Has visto algo o a alguien haciendo cosas sospechosas?
Ginny cogió aire, y en aquel preciso momento apareció Percy Weasley, pálido y fatigado.
—Si has acabado de comer, me sentaré en tu sitio, Ginny. Estoy muerto de hambre. Acabo de terminar la ronda.
Ginny saltó de la silla como si le hubiera dado la corriente, echó a Percy una mirada breve y aterrorizada, y salió corriendo. Percy se sentó y cogió una jarra del centro de la mesa.
—¡Percy! —dijo Ron enfadado—. ¡Estaba a punto de contarnos algo importante!
Percy se atragantó en medio de un sorbo de té.
—¿Qué era eso tan importante? —preguntó, tosiendo.
—Yo le acababa de preguntar si había visto algo raro, y ella se disponía a decir...
—¡Ah, eso! No tiene nada que ver con la Cámara de los Secretos —dijo Percy.
—¿Cómo lo sabes? —dijo Ron, arqueando las cejas.
—Bueno, si es imprescindible que te lo diga... Ginny, esto..., me encontró el otro día cuando yo estaba... Bueno, no importa, el caso es que... ella me vio hacer algo y yo, hum, le pedí que no se lo dijera a nadie. Yo creía que mantendría su palabra. No es nada, de verdad, pero preferiría...
Harry nunca había visto a Percy pasando semejante apuro.
—¿Qué hacías, Percy? —preguntó Ron, sonriendo—. Vamos, dínoslo, no nos reiremos.
Percy no devolvió la sonrisa.
—Pásame esos bollos, Harry me muero de hambre.
Harry sabía que todo el misterio podría resolverse al día siguiente sin la ayuda de Myrtle, pero, si se presentaba, no dejaría escapar la oportunidad de hablar con ella. Y afortunadamente se presentó, a media mañana, cuando Gilderoy Lockhart les conducía al aula de Historia de la Magia.
Lockhart, que tan a menudo les había asegurado que todo el peligro ya había pasado, sólo para que se demostrara enseguida que estaba equivocado, estaba ahora plenamente convencido de que no valía la pena acompañar a los alumnos por los pasillos. No llevaba el pelo tan acicalado como de costumbre, y parecía como si hubiera estado levantado casi toda la noche, haciendo guardia en el cuarto piso.
—Recordad mis palabras —dijo, doblando con ellos una esquina—: lo primero que dirán las bocas de esos pobres petrificados será: «Fue Hagrid.» Francamente, me asombra que la profesora McGonagall juzgue necesarias todas estas medidas de seguridad.
—Estoy de acuerdo, señor —dijo Harry, y a Ron se le cayeron los libros, de la sorpresa.
—Gracias, Harry —dijo Lockhart cortésmente, mientras esperaban que acabara de pasar una larga hilera de alumnos de Hufflepuff—. Nosotros los profesores tenemos cosas mucho más importantes que hacer que acompañar a los alumnos por los pasillos y quedarnos de guardia toda la noche...
—Es verdad —dijo Ron, comprensivo—. ¿Por qué no nos deja aquí, señor? Sólo nos queda este pasillo.
—¿Sabes, Weasley? Creo que tienes razón —respondió Lockhart—. La verdad es que debería ir a preparar mi próxima clase.
Y salió apresuradamente.
—A preparar su próxima clase —dijo Ron con sorna—. A ondularse el cabello, más bien.
Dejaron que el resto de la clase pasara delante y luego enfilaron por un pasillo lateral y corrieron hacia los aseos de Myrtle
la Llorona
. Pero cuando ya se felicitaban uno al otro por su brillante idea...
—¡Potter! ¡Weasley! ¿Qué estáis haciendo?
Era la profesora McGonagall, y tenía los labios más apretados que nunca.
—Estábamos... estábamos... —balbució Ron—. Íbamos a ver...
—A Hermione —dijo Harry. Tanto Ron como la profesora McGonagall lo miraron—. Hace mucho que no la vemos, profesora —continuó Harry, hablando deprisa y pisando a Ron en el pie—, y pretendíamos colarnos en la enfermería, ya sabe, y decirle que las mandrágoras ya están casi listas y, bueno, que no se preocupara.
La profesora McGonagall seguía mirándolo, y por un momento, Harry pensó que iba a estallar de furia, pero cuando habló lo hizo con una voz ronca, poco habitual en ella.
—Naturalmente —dijo, y Harry vio, sorprendido, que brillaba una lágrima en uno de sus ojos, redondos y vivos—. Naturalmente, comprendo que todo esto ha sido más duro para los amigos de los que están... Lo comprendo perfectamente. Sí, Potter, claro que podéis ver a la señorita Granger. Informaré al profesor Binns de dónde habéis ido. Decidle a la señora Pomfrey que os he dado permiso.