Harry Potter. La colección completa (240 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

BOOK: Harry Potter. La colección completa
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Aquel día tuvieron que soportar tres cuartos de hora de una inalterable perorata sobre las guerras de los gigantes. Harry oyó lo suficiente en los diez primeros minutos para comprender que, en manos de otro profesor, esa asignatura habría podido resultar un poco más interesante; sin embargo, desconectó el cerebro y pasó los treinta y cinco minutos restantes jugando con Ron al ahorcado, utilizando una esquina de su pergamino, mientras Hermione les lanzaba con disimulo miradas asesinas.

—¿Qué pasaría —les preguntó con frialdad cuando salieron del aula a la hora del descanso (Binns se perdió a través de la pizarra)— si este año me negara a prestaros mis apuntes?

—Que suspenderíamos el
TIMO
—contestó Ron—. Si quieres cargar con eso en tu conciencia, Hermione…

—Pues os lo merecéis —les espetó—. Ni siquiera intentáis escuchar al profesor, ¿verdad?

—Sí lo intentamos —dijo Ron—. Lo que pasa es que no tenemos tu cerebro, ni tu memoria, ni tu capacidad de concentración. Eres más inteligente que nosotros, pero no hace falta que nos lo recuerdes continuamente.

—No me vengas con cuentos —repuso Hermione, pero las palabras de Ron la habían aplacado un poco, o eso parecía cuando los precedió en dirección al mojado patio.

Caía una débil llovizna, y el contorno de los alumnos, que estaban de pie formando corros en el patio, se veía difuminado. Harry, Ron y Hermione eligieron un rincón apartado, bajo un balcón desde el que caían gruesas gotas; se levantaron el cuello de las túnicas para protegerse del frío aire de septiembre y empezaron a hacer conjeturas sobre lo que Snape les tendría preparado para la primera clase del curso. Ya se habían puesto de acuerdo en que probablemente sería algo muy difícil, para pillarlos desprevenidos tras dos meses de vacaciones, cuando alguien dobló la esquina y fue hacia ellos.

—¡Hola, Harry!

Era Cho Chang, y curiosamente volvía a estar sola. Eso era muy raro, pues Cho casi siempre iba rodeada de un grupo de chicas que no paraban de reír como tontas; Harry recordaba lo mal que lo había pasado cuando intentaba hablar un momento a solas con ella para invitarla al baile de Navidad.

—¡Hola! —dijo Harry, y notó que se ponía colorado. «Al menos esta vez no estás cubierto de jugo fétido», se dijo. Cho parecía estar pensando algo parecido.

—Veo que ya te has quitado aquella… cosa.

—Sí —afirmó Harry intentando sonreír, como si el recuerdo de su último encuentro fuera divertido en vez de vergonzoso—. Bueno…, y tú… ¿has pasado un buen verano?

Lamentó haber pronunciado esas palabras en cuanto salieron por su boca, pues Cedric había sido el novio de Cho, y recordar su muerte debía de haberla afectado durante las vacaciones tanto como a él. Con cierta tensión en el rostro, Cho dijo:

—Sí, no ha estado mal…

—¿Qué es eso? ¿Una insignia de los Tornados? —preguntó de pronto Ron señalando la túnica de Cho, donde llevaba una insignia de color azul cielo con la doble T dorada—. No serás admiradora suya, ¿verdad?

—Pues sí —contestó Cho.

—¿Lo has sido siempre, o sólo desde que empezaron a ganar la liga? —inquirió Ron con un tono de voz que Harry consideró innecesariamente acusador.

—Soy admiradora de los Tornados desde que tenía seis años —concretó la chica con serenidad—. Bueno, hasta luego, Harry.

Hermione esperó a que Cho se alejara por el patio antes de volverse contra Ron.

—¡Qué poco tacto tienes!

—¿Qué? Pero si sólo le he preguntado si…

—¿No te has dado cuenta de que quería hablar con Harry?

—¿Y qué? Podía hablar con él, yo no se lo impedía…

—¿Por qué demonios te has metido con ella por su equipo de
quidditch
?

—¿Meterme con ella? No me he metido con ella, sólo he…

—¿Qué importa que sea seguidora de los Tornados?

—Mira, Hermione, la mitad de la gente que ves con esas insignias se las compró la temporada pasada…

—Pero ¿a ti qué te importa?

—Significa que no son verdaderos admiradores, sino unos simples oportunistas…

—Ha sonado la campana —dijo Harry sin ánimo, porque Ron y Hermione discutían en voz tan alta que no la habían oído.

No dejaron de pelearse hasta que llegaron a la mazmorra de Snape, lo cual dio tiempo a Harry para pensar que, gracias a Neville y a Ron, podría considerarse afortunado si conseguía hablar dos minutos con Cho y no recordar esa breve conversación deseando que la tierra se lo tragase.

Mientras se unían a la fila que se había formado delante de la puerta del aula de Snape, Harry pensó que, sin embargo, Cho había ido por voluntad propia a hablar con él… Cho había sido la novia de Cedric, y habría sido comprensible que odiara a Harry por haber salido con vida del laberinto del Torneo de los tres magos, mientras que Cedric había muerto; pero a pesar de todo hablaba con él en un tono normal y amistoso, y no como si creyera que estaba loco, que era un mentiroso o que en cierto modo era responsable de la muerte de su novio… Sí, estaba claro que había ido a hablar con él porque había querido, y era la segunda vez que lo hacía en dos días… Ese pensamiento le subió la moral. Ni siquiera el amenazador chirrido que la puerta de la mazmorra de Snape hizo al abrirse consiguió que estallara la pequeña y optimista burbuja que había crecido en su pecho. Entró en el aula detrás de Ron y Hermione, los siguió hasta la mesa donde se sentaban siempre, al fondo, y fingió que no oía los sonidos de irritación que ambos emitían.

—Silencio —ordenó Snape con voz cortante al cerrar la puerta tras él.

En realidad no había ninguna necesidad de que impusiera orden, pues en cuanto los alumnos oyeron que la puerta se cerraba, se quedaron quietos y callados. Por lo general, la sola presencia de Snape bastaba para imponer silencio en el aula.

—Antes de empezar la clase de hoy —dijo el profesor desde su mesa, abarcando con la vista a todos los estudiantes y mirándolos fijamente—, creo conveniente recordaros que el próximo mes de junio realizaréis un importante examen en el que demostraréis cuánto habéis aprendido sobre la composición y el uso de las pociones mágicas. Pese a que algunos alumnos de esta clase son indudablemente imbéciles, espero que consigan un «Aceptable» en el
TIMO
si no quieren… contrariarme. —Esa vez su mirada se detuvo en Neville, que tragó saliva—. Después de este curso, muchos de vosotros dejaréis de estudiar conmigo, por supuesto —prosiguió Snape—. Yo sólo preparo a los mejores alumnos para el
ÉXTASIS
de Pociones, lo cual significa que tendré que despedirme de algunos de los presentes.

Entonces miró a Harry y torció el gesto. El muchacho le sostuvo la mirada y sintió un sombrío placer ante la perspectiva de librarse de Pociones al acabar quinto.

—Pero antes de que llegue el feliz momento de la despedida tenemos todo un año por delante —anunció Snape melodiosamente—. Por ese motivo, tanto si pensáis presentaros al
ÉXTASIS
como si no, os recomiendo que concentréis vuestros esfuerzos en mantener el alto nivel que espero de mis alumnos de
TIMO
.

»Hoy vamos a preparar una poción que suele salir en el examen de Título Indispensable de Magia Ordinaria: el Filtro de Paz, una poción para calmar la ansiedad y aliviar el nerviosismo. Pero os lo advierto: si no medís bien los ingredientes, podéis provocar un profundo y a veces irreversible sueño a la persona que la beba, de modo que tendréis que prestar mucha atención a lo que estáis haciendo. —Hermione, que estaba sentada a la izquierda de Harry, se enderezó un poco; la expresión de su rostro denotaba una concentración absoluta—. Los ingredientes y el método —continuó Snape, y agitó su varita— están en la pizarra. —En ese momento aparecieron escritos—. Encontraréis todo lo que necesitáis —volvió a agitar la varita— en el armario del material. —A continuación, la puerta del mueble se abrió sola—. Tenéis una hora y media. Ya podéis empezar.

Como habían imaginado Harry, Ron y Hermione, Snape no podía haber elegido una poción más difícil y complicada. Había que echar los ingredientes en el caldero en el orden y las cantidades precisas; había que remover la mezcla exactamente el número correcto de veces, primero en el sentido de las agujas del reloj y luego en el contrario; y había que bajar el fuego, sobre el que la pócima hervía lentamente, hasta que alcanzara los grados adecuados durante un número determinado de minutos antes de añadir el último ingrediente.

—Ahora un débil vapor plateado debería empezar a salir de vuestra poción —advirtió Snape cuando faltaban diez minutos para que concluyera el plazo.

Harry, que sudaba mucho, echó un vistazo alrededor de la mazmorra, desesperado. Su caldero emitía grandes cantidades de vapor gris oscuro; el de Ron, por su parte, escupía chispas verdes. Seamus intentaba avivar con la punta de la varita las llamas sobre las que estaba colocado su caldero, pues amenazaban con apagarse. La superficie de la poción de Hermione, en cambio, era una reluciente neblina de vapor plateado, y al pasar a su lado, Snape acercó su ganchuda nariz al interior sin hacer ningún comentario, lo cual significaba que no había encontrado nada que criticar.

Al llegar junto al caldero de Harry, sin embargo, Snape se detuvo y miró su contenido con una espantosa sonrisa burlona en los labios.

—¿Qué se supone que es esto, Potter?

Los estudiantes de Slytherin que estaban sentados en las primeras filas del aula levantaron la cabeza, expectantes; les encantaba oír cómo Snape se burlaba de Harry.

—El Filtro de Paz —contestó el chico, muy tenso.

—Dime, Potter —repuso Snape con calma—, ¿sabes leer?

Draco Malfoy no pudo contener la risa.

—Sí, sé leer —respondió Harry sujetando con fuerza su varita.

—Léeme la tercera línea de las instrucciones, Potter.

El muchacho miró la pizarra con los ojos entornados, pues no resultaba fácil descifrar las instrucciones a través de la niebla de vapor multicolor que en ese instante llenaba la mazmorra.

—«Añadir polvo de ópalo, remover tres veces en sentido contrario a las agujas del reloj, dejar hervir a fuego lento durante siete minutos y luego añadir dos gotas de jarabe de eléboro.»

Entonces se le cayó el alma a los pies. No había añadido el jarabe de eléboro y había pasado a la cuarta línea de las instrucciones tras dejar hervir la poción a fuego lento durante siete minutos.

—¿Has hecho todo lo que se especifica en la tercera línea, Potter?

—No —contestó él en voz baja.

—¿Perdón?

—No —repitió Harry elevando la voz—. Me he olvidado del eléboro.

—Ya lo sé, Potter, y eso significa que este brebaje no sirve para nada.
¡Evanesco!
—La pócima de Harry desapareció y él se quedó plantado como un idiota junto a un caldero vacío—. Los que hayáis conseguido leer las instrucciones, llenad una botella con una muestra de vuestra poción, etiquetadla claramente con vuestro nombre y dejadla en mi mesa para que yo la examine —indicó luego Snape—. Deberes: treinta centímetros de pergamino sobre las propiedades del ópalo y sus usos en la fabricación de pociones, para entregar el jueves.

Mientras los otros estudiantes llenaban sus botellas, Harry, muerto de rabia, recogió sus cosas. Su poción no era peor que la de Ron, que ahora desprendía un desagradable olor a huevos podridos; ni peor que la de Neville, que había adquirido la consistencia del cemento recién mezclado, y que el muchacho intentaba arrancar de su caldero; y, sin embargo, era él, Harry, quien recibiría un cero. Guardó la varita en su mochila y se dejó caer en el asiento mientras observaba a los demás, que desfilaban hacia la mesa de Snape con sus botellas llenas y tapadas con corchos. Cuando por fin sonó la campana, Harry fue el primero en salir de la mazmorra, y ya había empezado a comer cuando Ron y Hermione se reunieron con él en el Gran Comedor. El techo se había puesto de un gris todavía más oscuro a lo largo de la mañana. La lluvia golpeaba las altas ventanas.

—¡Qué injusto! —exclamó Hermione intentando consolar a Harry. Luego se sentó a su lado y empezó a servirse pudin de carne y patatas—. Tu poción era mucho mejor que la de Goyle; cuando la puso en la botella, el cristal estalló y le prendió fuego a la túnica.

—Ya, pero ¿desde cuándo Snape es justo conmigo? —dijo Harry sin apartar la vista de su plato.

Nadie contestó, pues los tres sabían perfectamente que la enemistad mutua que había entre Snape y Harry había sido absoluta desde el momento en que éste puso un pie en Hogwarts.

—Yo creía que este año se comportaría un poco mejor —comentó Hermione con pesar—. Ya sabéis… —miró alrededor, vigilante; había media docena de asientos vacíos a ambos lados, y nadie pasaba cerca de la mesa—, ahora que ha entrado en la Orden y eso.

—Las manchas de los hongos venenosos nunca cambian —sentenció Ron sabiamente—. En fin, yo siempre he pensado que Dumbledore está loco por confiar en Snape. ¿Qué pruebas tiene de que dejara de trabajar en realidad para Quien-vosotros-sabéis?

—Supongo que Dumbledore debe de tener pruebas de sobra, aunque no las comparta contigo, Ron —le espetó Hermione.

—¿Queréis parar de una vez? —dijo Harry con fastidio al ver que Ron abría la boca para replicar. Hermione y Ron se quedaron callados, con aire enfadado y ofendido—. ¿Tenéis que estar siempre igual? No paráis de chincharos el uno al otro, estáis volviéndome loco —añadió, y apartó su pudin de carne y patatas, se colgó la mochila del hombro y los dejó allí plantados.

Subió de dos en dos los escalones de la escalinata de mármol, cruzándose con los alumnos que bajaban corriendo a comer. Todavía sentía aquella rabia que había surgido inesperadamente en su interior, pero al ver las caras de asombro de sus amigos había experimentado una profunda satisfacción.

«Les está bien empleado —pensó—. Siempre están como el perro y el gato… No lo soporto.»

Entonces llegó al rellano donde estaba colgado el retrato del caballero sir Cadogan, quien desenvainó su espada y la blandió, exaltado, contra Harry, pero éste no le hizo caso.

—¡Ven aquí, perro sarnoso! ¡Ponte en guardia y pelea! —gritó sir Cadogan con una voz amortiguada por la visera, pero Harry siguió caminando, y cuando el caballero intentó seguirlo trasladándose al cuadro de al lado, su ocupante, un corpulento y fiero hombre lobo, lo rechazó.

Harry pasó el resto de la hora de la comida solo, sentado bajo la trampilla que había en lo alto de la torre norte. Por eso fue el primero en subir por la escalerilla de plata que conducía al aula de Sybill Trelawney cuando sonó la campana.

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