Read Harry Potter. La colección completa Online
Authors: J.K. Rowling
Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga
Se quedó allí sentado un buen rato, observando la chimenea, y al final tomó una decisión. Mojó otra vez la pluma en el tintero y empezó a escribir resueltamente.
Querido
Hocicos
:
Espero que estés bien. Los primeros días aquí han sido terribles, y por eso me alegro de que haya llegado el fin de semana.
Tenemos una profesora nueva de Defensa Contra las Artes Oscuras, la profesora Umbridge. Es tan encantadora como tu madre. Te escribo porque eso que te conté en verano volvió a pasarme anoche mientras estaba cumpliendo un castigo con Umbridge.
Todos echamos de menos a nuestro gran amigo, pero esperamos que vuelva pronto.
Contéstame rápido, por favor.
Un abrazo,
Harry
El chico releyó varias veces la carta intentando ponerse en el pellejo de una persona desconocida. Le pareció que, leyendo aquella carta, nadie podría saber de qué estaba hablando ni a quién se dirigía. Esperaba que Sirius captara la indirecta sobre Hagrid y les dijera cuándo iba a volver. Harry no quería preguntárselo directamente por si eso atraía demasiado la atención sobre lo que estaba haciendo Hagrid mientras no se hallaba en Hogwarts.
Teniendo en cuenta que era una carta muy breve, Harry había tardado mucho en escribirla, pues la luz del sol ya había invadido la habitación mientras la redactaba. En ese momento, Harry escuchaba ruidos en la distancia que indicaban que sus compañeros se habían puesto en movimiento en los dormitorios del piso de arriba. Selló el pergamino con sumo cuidado, salió por el agujero del retrato y se dirigió a la lechucería.
—Yo no tomaría ese camino —lo previno Nick Casi Decapitado, que apareció después de atravesar una pared del pasillo por el que iba Harry, desconcertándolo momentáneamente—. Peeves ha preparado una graciosa broma para el primero que pase por delante del busto de Paracelso que hay un poco más allá.
—¿Y en qué consiste la broma? ¿En que Paracelso se le caiga en la cabeza al que pase por delante?
—Pues da la casualidad de que sí —contestó Nick Casi Decapitado con voz aburrida—. La sutileza nunca ha sido el fuerte de Peeves. Voy a ver si encuentro al Barón Sanguinario… Quizá él pueda hacer algo para impedirlo… Hasta la vista, Harry…
—Adiós —dijo él, y en lugar de torcer hacia la derecha, giró hacia la izquierda y tomó un camino más largo pero más seguro para llegar a la lechucería.
Fue animándose a medida que pasaba junto a las ventanas, una tras otra, por las que se veía un reluciente cielo azul; más tarde tenía entrenamiento: ¡por fin iba a volver al campo de
quidditch
!
Entonces algo le rozó los tobillos. Miró hacia abajo y vio a la esquelética gata del conserje, la
Señora Norris
, que pasaba escabullándose por su lado. La gata clavó brevemente en él sus ojos amarillos como lámparas antes de desaparecer detrás de una estatua de Wilfred
el Nostálgico.
—No estoy haciendo nada malo —le gritó Harry. Resultaba evidente que la gata tenía intención de informar a su amo, pero él no entendía por qué: estaba en su perfecto derecho de ir a la lechucería un sábado por la mañana.
El sol ya había salido completamente, así que cuando Harry entró en la lechucería, la luz que se colaba por las ventanas sin cristales lo deslumbró; unos gruesos rayos de sol plateados se entrecruzaban en la estancia circular, en cuyas vigas había posadas cientos de lechuzas, un poco inquietas con las primeras luces de la mañana; era evidente que algunas acababan de llegar de cazar. El suelo cubierto de paja crujió levemente cuando Harry pisó unos huesecillos de animales pequeños, y a continuación el muchacho estiró el cuello para ver a
Hedwig
.
—¡Ah, estás ahí! —exclamó al verla cerca de la parte más alta del techo abovedado—. Ven aquí, tengo una carta para ti. —
Hedwig
emitió un débil ululato, extendió sus grandes alas blancas y descendió hasta posarse en el hombro de Harry—. Mira, ya sé que fuera pone
Hocicos
—le dijo Harry dándole la carta para que la agarrara con el pico, y sin saber muy bien por qué, bajó la voz para añadir—: Pero es para Sirius, ¿de acuerdo? —
Hedwig
parpadeó una sola vez con sus ojos de color ámbar y Harry lo interpretó como una señal de que lo había entendido—. Que tengas un feliz vuelo —le deseó, y la llevó a una de las ventanas.
Hedwig
, tras presionarle brevemente el brazo, salió volando hacia el deslumbrante cielo. Harry siguió su trayectoria con la mirada hasta que la lechuza se convirtió en una motita negra y desapareció del todo; entonces dirigió la vista hacia la cabaña de Hagrid, que se veía muy bien desde aquella ventana, y comprobó que seguía deshabitada: no salía humo por la chimenea y las cortinas estaban corridas.
Una ligera brisa agitaba las copas de los árboles del Bosque Prohibido. Harry las contempló mientras se deleitaba con el fresco aire que le azotaba la cara, se puso a pensar en el entrenamiento de
quidditch
que tenía más tarde… y entonces lo distinguió. Un enorme caballo alado con aspecto de reptil igual que los que había observado tirando de los carruajes de Hogwarts, desplegó unas curtidas y negras alas que parecían de pterodáctilo y se irguió entre los árboles como un gigantesco y grotesco pájaro. Voló describiendo un amplio círculo, luego volvió a descender en picado y desapareció entre los árboles. Todo había sido tan rápido que Harry no podía creer lo que había visto, pero el corazón le latía con violencia.
La puerta de la lechucería se abrió detrás de él. Harry dio un respingo, se volvió con rapidez y vio a Cho Chang con una carta y un paquete en las manos.
—¡Hola! —dijo él automáticamente.
—¡Ah, hola! —respondió ella con voz entrecortada—. No pensé que habría alguien aquí tan temprano… Hace cinco minutos me he acordado de que hoy es el cumpleaños de mi madre.
Le mostró el paquete a Harry.
—Ya —repuso él. Tenía la impresión de que el cerebro se le había atascado. Le habría gustado decir algo gracioso e interesante, pero el recuerdo de aquel terrible caballo alado estaba demasiado fresco y su mente aún no había reaccionado—. ¡Qué día tan perfecto! —dijo señalando las ventanas. Estaba tan abochornado que se le encogieron las tripas. El tiempo… Hablaba del tiempo…
—Sí —coincidió Cho mirando a su alrededor en busca de una lechuza adecuada—. Excelentes condiciones para el
quidditch
. Yo no he salido en toda la semana. ¿Y tú?
—Tampoco.
Cho eligió una de las lechuzas del colegio. Hizo que bajara y se le posara en el brazo, y el pájaro, obediente, extendió una pata para que Cho pudiera atarle el paquete.
—Oye, ¿ya tiene Gryffindor nuevo guardián? —preguntó.
—Sí —contestó Harry—. Es mi amigo Ron Weasley, ¿lo conoces?
—¿El enemigo de los Tornados? —preguntó Cho con frialdad—. ¿Es bueno?
—Sí. Creo que sí. Pero no le vi hacer la prueba porque estaba castigado.
Cho levantó la cabeza cuando todavía no había acabado de atar el paquete a la pata de la lechuza.
—Esa Umbridge es asquerosa —dijo en voz baja—. Castigarte sólo porque dijiste la verdad sobre… sobre… sobre cómo murió Cedric. Se enteró todo el mundo, en el colegio no se hablaba de otra cosa. Fuiste muy valiente plantándole cara.
Harry se hinchó tanto que creyó que acabaría flotando unos centímetros por encima del suelo cubierto de excrementos de lechuza. ¿Qué importancia tenía un ridículo caballo volador si Cho consideraba que había sido muy valiente? Estuvo a punto de mostrarle, como sin querer, el corte que tenía en la mano mientras la ayudaba a atar el paquete a la pata de la lechuza… Pero en cuanto se le ocurrió aquella emocionante idea, volvió a abrirse la puerta de la lechucería.
Filch, el conserje, entró en la sala resollando. Tenía manchas de color morado en las hundidas mejillas surcadas de venas, le temblaba la parte inferior de los carrillos y llevaba el escaso y canoso cabello despeinado: todo indicaba que había ido corriendo hasta allí. La
Señora Norris
entró pegada a sus talones, mirando a las lechuzas y maullando con avidez. En las vigas, las aves, nerviosas, agitaron las alas, y una gran lechuza de color marrón hizo un ruido amenazador con el pico.
—¡Ja! —exclamó Filch, y dio un torpe paso hacia Harry. Las flácidas mejillas le temblaban de ira—. ¡Me han dado el soplo de que piensas hacer un pedido descomunal de bombas fétidas!
Harry se cruzó de brazos y observó al conserje.
—¿Quién le ha dicho que iba a hacer ese pedido?
Cho miró primero a Harry y luego a Filch con el entrecejo fruncido; la lechuza que tenía en el brazo, cansada de esperar sobre una sola pata, soltó un grito de queja, pero la chica la ignoró.
—Tengo mis fuentes —respondió Filch, muy satisfecho de sí mismo—. Dame ahora mismo eso que pensabas enviar.
Harry, contentísimo de no haberse entretenido enviando la carta, replicó:
—No puedo, ya no lo tengo.
—¿Cómo que ya no lo tienes? —se extrañó Filch con el rostro contraído de rabia.
—Que ya no lo tengo —repitió Harry con calma.
Filch abrió la boca, feroz, movió los labios durante unos segundos, y luego paseó la mirada por la túnica de Harry.
—¿Cómo sé que no te lo has guardado en un bolsillo?
—Porque…
—Yo he visto cómo enviaba la carta —intervino Cho con tono antipático.
Filch se volvió hacia ella.
—¿Tú has visto cómo…?
—Sí, lo he visto —confirmó ella rotundamente.
Hubo una breve pausa durante la cual Filch fulminó a Cho con la mirada y Cho lo fulminó a él; entonces el conserje se dio la vuelta y caminó hacia la puerta arrastrando los pies. Luego se paró con la mano en el pomo y giró la cabeza para observar por última vez a Harry.
—Como note el más leve tufillo a bomba fétida… —dijo, y bajó la escalera pisando fuerte. La
Señora Norris
contempló con ganas a las lechuzas y después lo siguió.
Harry y Cho se miraron.
—Gracias —dijo él.
—De nada —repuso Cho, ligeramente ruborizada, y terminó de atar el paquete a la otra pata de la lechuza—. No estabas encargando bombas fétidas, ¿verdad?
—No —contestó Harry.
—No sé por qué Filch cree que estabas haciéndolo —comentó mientras llevaba la lechuza a la ventana.
Harry se encogió de hombros. Él tampoco lo entendía, pero curiosamente eso no le importaba mucho en aquel momento.
Luego salieron juntos de la lechucería. Al llegar a la entrada de un pasillo que conducía al ala oeste del castillo, Cho dijo:
—Me voy por aquí. Bueno, ya…, ya nos veremos, Harry.
—Sí, nos vemos.
Cho le sonrió y se marchó. Él siguió caminando invadido por una serena euforia. Había conseguido mantener una conversación con ella sin meter la pata ni una sola vez… «Fuiste muy valiente plantándole cara»… Cho lo había llamado valiente… No lo odiaba por estar vivo…
Ella había preferido a Cedric, desde luego; Harry lo sabía. Pero si él le hubiera pedido antes que Cedric que lo acompañara al baile, quizá todo habría sido diferente… Cuando Harry se lo pidió, le pareció que Cho lamentaba con sinceridad tener que decirle que no podía ir con él…
—Buenos días —saludó Harry alegremente a Ron y Hermione cuando se reunió con ellos en la mesa de Gryffindor, en el Gran Comedor.
—¿Por qué estás tan contento? —preguntó Ron mirando a Harry con sorpresa.
—Esto… Porque luego hay entrenamiento de
quidditch
—respondió él con una sonrisa, y se acercó una gran bandeja de huevos con beicon.
—¡Ah, sí! —exclamó Ron, que dejó la tostada que estaba comiéndose y bebió un largo trago de zumo de calabaza. Entonces añadió—: Oye, ¿no querrías ir un poco antes conmigo? Para… practicar antes de que empiece el entrenamiento… Así podría familiarizarme con el terreno de juego…
—Sí, claro —respondió Harry.
—Mirad, no creo que debáis hacerlo —intervino Hermione, muy seria—. Los dos os habéis retrasado mucho con los deberes…
Pero Hermione no terminó la frase, pues estaba llegando el correo de la mañana y, como era habitual,
El Profeta
volaba hacia ella en el pico de una lechuza que aterrizó peligrosamente cerca del azucarero y extendió una pata. Hermione le puso un
knut
en la bolsita de piel, cogió el periódico y leyó con rapidez la primera plana, con gesto de desaprobación, mientras la lechuza se marchaba volando.
—¿Hay algo interesante? —preguntó Ron. Harry sonrió, pues sabía que Ron se alegraba de que Hermione hubiera tenido que dejar el tema de los deberes.
—No —respondió ella con un suspiro—, sólo cuentan chorradas sobre la bajista de Las Brujas de Macbeth, que se casa. —Hermione abrió el periódico y desapareció tras él. Harry se dedicó a su segundo plato de huevos con beicon y Ron, que parecía un poco preocupado, miraba hacia las altas ventanas—. Un momento —dijo ella de pronto—. ¡Oh, no! ¡Sirius!
—¿Qué pasa? —preguntó Harry arrancándole el periódico de las manos tan bruscamente que lo rompió por la mitad, de modo que Hermione y él se quedaron cada uno con una parte.
—«Según una información obtenida por el Ministerio de Magia de fuentes fidedignas, Sirius Black, el famoso asesino… bla, bla, bla… ¡está escondido en Londres!» —leyó Hermione en su mitad del periódico con un susurro angustiado.
—Lucius Malfoy, me apuesto algo —afirmó Harry conteniendo la furia de su voz—. Seguro que reconoció a Sirius en el andén…
—¿Qué? —saltó Ron, alarmado—. No me dijiste que…
—¡Chissst! —exclamaron los otros dos.
—«… El Ministerio advierte a la comunidad de magos que Black es muy peligroso… mató a treinta personas… se fugó de Azkaban…» Las majaderías de siempre —concluyó Hermione dejando su mitad del periódico y mirando con temor a Harry y Ron—. Bueno, ya no podrá volver a salir de la casa, eso es todo —susurró—. Dumbledore ya le advirtió que no lo hiciera.
Afligido, Harry miró el trozo de
El Profeta
con que se había quedado. La mayor parte de la página la ocupaba un anuncio de «Madame Malkin, túnicas para todas las ocasiones», donde al parecer había rebajas.
—¡Eh! —exclamó de pronto, alisando la hoja para que Hermione y Ron pudieran verla—. ¡Mirad esto!
—Yo ya tengo todas las túnicas que necesito —dijo Ron.
—No —replicó Harry—, mirad… este breve artículo de aquí…