Harry Potter. La colección completa (286 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

BOOK: Harry Potter. La colección completa
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La periodista secó su mugriento impermeable sin dejar de mirar atónita a Hermione. Entonces dijo lisa y llanamente:


El Profeta
no lo publicará. Por si no lo habías notado, nadie se traga ese cuento chino. Todo el mundo cree que Harry delira. Pero si me dejas escribir la historia desde esa perspectiva…

—¡Estamos hartos de historias sobre cómo Harry perdió la cabeza! —exclamó Hermione con enfado—. ¡De ésas ya tenemos demasiadas, gracias! ¡Quiero que le den una oportunidad de decir la verdad!

—No hay demanda para una historia así —repuso Rita con frialdad.

—Lo que quieres decir es que
El Profeta
no la publicará porque Fudge no lo permitirá —aclaró Hermione con fastidio.

Rita le lanzó una larga y dura mirada. Luego se inclinó hacia ella y afirmó con seriedad:

—De acuerdo, Fudge presiona a
El Profeta,
pero a fin de cuentas viene a ser lo mismo. No publicarán una historia que dé una imagen favorable de Harry. A nadie le interesa leerla. No está acorde con el humor del público. La gente ya está bastante preocupada con esta última fuga de Azkaban y no quiere pensar que Quien-vosotros-sabéis ha regresado.

—Entonces
El Profeta
sólo sirve para contar a la gente lo que quiere oír, ¿no? —dijo Hermione en tono cáustico.

Rita volvió a enderezarse en la silla, con las cejas arqueadas, y se terminó de un trago la copa de whisky de fuego.

—A
El Profeta
sólo le interesa vender, so boba —le espetó.

—Mi padre opina que es un periódico malísimo —terció Luna, interviniendo inesperadamente en la conversación. Miraba a Rita con sus enormes y protuberantes ojos de chiflada mientras chupaba la cebollita de cóctel—. Él publica historias importantes que cree que el público debe conocer. No le importa ganar dinero.

Rita miró a Luna con desdén.

—Supongo que tu padre dirige algún ridículo boletín informativo de pueblo, ¿no? Debe de publicar artículos como «Veinticinco maneras de mezclarse con los
muggles
» y las fechas de los próximos mercadillos.

—No —dijo Luna, y volvió a mojar la cebollita en su bebida, una tacita de alhelí—, es el director de
El Quisquilloso.

Rita soltó tal resoplido que los clientes de una mesa cercana se volvieron, alarmados.

—Conque «historias importantes que cree que el público debe conocer», ¿eh? —dijo mordaz—. Podría abonar mi jardín con el contenido de ese periodicucho.

—Pues mira, ahora tienes una oportunidad para mejorar un poco su nivel —sugirió Hermione en tono agradable—. Luna dice que su padre no tiene inconveniente en aceptar la historia de Harry. La publicará él.

Rita se quedó mirando a ambas un momento, y luego soltó una fuerte carcajada.


¿El Quisquilloso?
—dijo riendo socarronamente—. ¿Creéis que la gente se tomará a Harry en serio si su historia se publica en
El Quisquilloso?

—Algunos no lo harán —admitió Hermione—. Pero la versión de
El Profeta
sobre la fuga de Azkaban tenía unas lagunas descomunales. Creo que mucha gente debe de estar preguntándose si hay otra explicación mejor de lo ocurrido, y si aparece una versión alternativa, aunque la publique un… —miró de soslayo a Luna—, un…, bueno, una revista fuera de lo corriente, creo que les interesará leerla.

Rita permaneció un rato callada, pero miraba perspicazmente a Hermione con la cabeza un poco ladeada.

—Está bien, supongamos durante un momento que lo hago —dijo de pronto— ¿Cuánto me pagaríais?

—Creo que mi padre no paga a la gente que escribe para su revista —comentó Luna con aire abstraído—. Escriben porque lo consideran un honor y, como es lógico, para ver su nombre publicado.

Rita Skeeter volvió a poner cara de tener la boca llena de jugo fétido, y de nuevo se dirigió a Hermione:

—¿Pretendes que haga esto gratis?

—Pues sí —contestó Hermione con calma, y bebió un sorbo de su bebida—. Si no, como muy bien sabes, informaré a las autoridades de que eres una animaga no registrada. Evidentemente,
El Profeta
te pagaría mucho dinero por una crónica sobre la vida en Azkaban escrita desde el interior.

Daba la impresión de que a Rita le habría encantado meterle a Hermione por la nariz la sombrillita de papel que decoraba su copa.

—Supongo que no tengo alternativa, ¿no? —repuso Rita con voz ligeramente temblorosa. Abrió una vez más su bolso de cocodrilo, sacó un trozo de pergamino y levantó su pluma a vuelapluma.

—Mi padre se va a poner muy contento —comentó Luna alegremente mientras a Rita le temblaba un músculo de la mandíbula.

—¿Listo, Harry? —le preguntó Hermione volviéndose hacia él—. ¿Preparado para contar la verdad a todo el mundo?

—Supongo que sí —dijo él mientras Rita sostenía en equilibrio la pluma a vuelapluma sobre el trozo de pergamino que los separaba.

—Ya puedes disparar, Rita —sentenció Hermione con serenidad, y pescó una guinda del fondo de su copa.

26
Visto y no visto

Luna dijo que no sabía cuándo aparecería la entrevista de Rita con Harry en
El Quisquilloso,
pues su padre estaba esperando un largo e interesantísimo artículo basado en el testimonio de personas que recientemente habían visto
snorkacks
de cuernos arrugados.

—Como os podéis imaginar —explicó—, esa historia es muy importante, así que la de Harry quizá tenga que esperar al siguiente número.

Para Harry no fue una experiencia fácil hablar de la noche en que regresó Voldemort. Rita lo había presionado para sacarle hasta el último detalle, y él le había contado todo lo que recordaba, consciente de que aquélla era una oportunidad única para explicar la verdad. No sabía cómo reaccionaría la gente al leer la crónica. Imaginaba que serviría para que muchos se reafirmaran en la opinión de que estaba completamente loco, en parte porque su historia aparecería junto a una sarta de tonterías sobre los
snorkacks
de cuernos arrugados. Pero la fuga de Bellatrix Lestrange y de los otros
mortífagos
había despertado en Harry un deseo irrefrenable de hacer algo, funcionara o no…

—Estoy impaciente por saber lo que opina la profesora Umbridge de tus revelaciones a la prensa —le dijo Dean, atemorizado, el lunes por la noche durante la cena. Seamus, sentado al lado de Dean, engullía enormes cantidades de empanadas de pollo con jamón, pero Harry se dio cuenta de que no se perdía detalle.

—Has hecho lo que tenías que hacer, Harry —terció Neville, que estaba sentado enfrente. Estaba muy pálido, pero añadió en voz baja—: Debió de ser… muy duro para ti hablar de todo eso, ¿verdad?

—Sí —musitó el chico—, pero la gente tiene que saber de qué es capaz Voldemort, ¿no?

—Claro; bueno, él y sus
mortífagos
—coincidió Neville asintiendo con la cabeza—. La gente debería saber…

Neville dejó la frase inacabada y siguió comiendo patatas asadas. Seamus, por su parte, levantó la cabeza, pero cuando su mirada se encontró con la de Harry, bajó rápidamente la vista hacia su plato. Al cabo de un rato, Dean, Seamus y Neville se marcharon a la sala común; Harry y Hermione se quedaron en la mesa esperando a Ron, que todavía no había cenado por culpa del entrenamiento de
quidditch
.

Cho Chang entró en el comedor con su amiga Marietta. Harry notó una desagradable sacudida en el estómago, pero ella no miró hacia la mesa de Gryffindor y se sentó de espaldas a él.

—Ah, se me olvidó preguntártelo —comentó Hermione con una sonrisa en los labios tras echar un vistazo a la mesa de Ravenclaw—, ¿cómo te fue la cita con Cho? ¿Por qué volviste tan pronto?

—Pues fue…, fue… —respondió Harry al mismo tiempo que acercaba una bandeja de pastel de ruibarbo y se servía por segunda vez— un fracaso total, ya que me lo preguntas.

Y le contó lo que había pasado en el salón de té de Madame Pudipié.

—…y entonces —concluyó varios minutos más tarde, cuando desaparecieron las últimas migas de pastel— se levanta y dice: «Hasta la vista, Harry» ¡y se larga corriendo! —Dejó la cuchara sobre la mesa y miró a Hermione—. ¿Tú entiendes algo?

Hermione lanzó una mirada a la nuca de Cho y suspiró.

—¡Ay, Harry! —exclamó con tristeza—. Lo siento, pero tienes muy poco tacto.

—¿Poco tacto? ¿Yo? —dijo Harry, indignado—. Pero si estábamos la mar de bien, y de repente me cuenta que Roger Davies le había pedido salir y que ella solía ir a aquel ridículo salón de té a besuquearse con Cedric. ¿Cómo crees que me sentó a mí eso?

—Verás —dijo Hermione adoptando un aire de paciencia infinita, como si estuviera explicándole a un niño pequeño e hipersensible que uno más uno son dos—, no debiste soltarle en plena cita que habías quedado conmigo.

—Pero…, pero —balbuceó Harry—, pero tú me pediste que nos reuniéramos allí a las doce y me dijiste que podía llevarla. ¿Cómo querías que lo hiciera sin decírselo?

—Tendrías que habérselo explicado de otro modo —aclaró Hermione sin abandonar aquel exasperante aire de superioridad—. Tendrías que haberle asegurado que te daba mucha rabia, pero que yo te había hecho prometer que irías a Las Tres Escobas, y que en realidad no tenías ningunas ganas de ir allí porque preferías mil veces pasar todo el día con ella, pero desgraciadamente creías que no podías darme plantón; y tendrías que haberle pedido por favor que te acompañara, porque así podrías librarte antes de mí. Y no habría estado de más mencionar lo fea que me encuentras —añadió Hermione en el último momento.

—Pero si yo no te encuentro fea —dijo Harry, desconcertado.

Su amiga se rió.

—Eres peor que Ron, Harry. Bueno, peor no. —Suspiró, y en ese momento Ron entró en el comedor; iba lleno de salpicaduras de barro y estaba malhumorado—. Mira, a Cho le disgustó que hubieras quedado conmigo e intentó ponerte celoso. Lo hizo para averiguar hasta qué punto te gusta.

—¿Estás segura? —inquirió Harry al mismo tiempo que Ron se dejaba caer en el banco de enfrente y se acercaba todas las bandejas que tenía a su alcance—. ¿Y no habría sido más sencillo que me hubiera preguntado si ella me gusta más que tú?

—Las chicas no suelen hacer preguntas de ese tipo —le respondió Hermione.

—¡Pues deberían hacerlas! —exclamó Harry con vehemencia—. ¡Así yo habría podido decirle que me gusta, y ella no habría tenido que volver a ponerse a llorar por la muerte de Cedric!

—Yo no digo que lo que hizo fuera lo más sensato —puntualizó Hermione. Ginny acababa de llegar a la mesa de Gryffindor; también iba cubierta de barro y parecía tan contrariada como su hermano—. Sólo intento hacerte comprender lo que Cho sentía en aquel momento.

—Deberías escribir un libro —le dijo Ron a Hermione mientras cortaba las patatas que se había puesto en el plato—. Tendrías que explicar todas las locuras que hacen las chicas para que los chicos pudiéramos entenderlas.

—Sí —dijo Harry con fervor, y miró hacia la mesa de Ravenclaw. Cho acababa de levantarse y, sin mirar hacia donde estaba él, salió del Gran Comedor. Harry, muy deprimido, miró a Ron y a Ginny—. Bueno, ¿qué tal ha ido el entrenamiento de
quidditch
?

—Fue una pesadilla —contestó Ron hoscamente.

—Vamos, vamos —dijo Hermione mirando a Ginny—, seguro que no ha sido tan…

—Ya lo creo —afirmó Ginny—. Ha sido desastroso. Al final, Angelina estaba al borde de las lágrimas.

Después de cenar, Ron y Ginny fueron a darse un baño y Harry y Hermione regresaron a la concurrida sala común de Gryffindor y a su montón de deberes de rigor. Harry llevaba media hora peleando con un nuevo mapa celeste para la clase de Astronomía cuando aparecieron Fred y George.

—¿No están aquí ni Ron ni Ginny? —preguntó Fred, y miró alrededor mientras arrastraba una butaca; Harry negó con la cabeza, y entonces Fred dijo—: Mejor. Hemos estado viendo el entrenamiento. Los van a machacar. Sin nosotros son un completo desastre.

—Hombre, Ginny no lo hace mal del todo —intervino George, y se sentó junto a su gemelo—. La verdad es que no me explico que lo haga tan bien, porque nunca le hemos dejado jugar con nosotros.

—Tu hermana entra a hurtadillas en el cobertizo de las escobas del jardín desde que tiene seis años y vuela con vuestras escobas, por turnos, cuando no podéis verla —dijo Hermione desde detrás de un inseguro montón de libros sobre la asignatura de Runas Antiguas.

—¡Ah! —exclamó George, ligeramente impresionado—. Bueno, eso lo explica todo.

—¿Ha parado Ron alguna bola? —preguntó Hermione asomando por encima de la cubierta de
Jeroglíficos y logogramas mágicos.

—Verás, el caso es que las para cuando cree que nadie lo mira —explicó Fred poniendo los ojos en blanco—, de modo que lo único que tenemos que hacer el sábado es pedir a los espectadores que se den la vuelta y hablen unos con otros cada vez que la
quaffle
llegue al extremo del campo donde está Ron. —Fred se levantó e, inquieto, fue hacia la ventana y desde allí contempló los oscuros jardines—. ¿Sabéis una cosa? El
quidditch
era lo único por lo que valía la pena quedarse en este colegio.

Hermione lo miró con severidad.

—¡Pronto tendrás exámenes!

—Ya te lo he dicho, los
ÉXTASIS
no nos preocupan —repuso Fred—. Los Surtidos Saltaclases ya están listos, hemos encontrado la manera de eliminar esos granos: basta con aplicarles un par de gotas de solución de
murtlap
. Lee fue quien nos lo recomendó.

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