Read Harry Potter. La colección completa Online
Authors: J.K. Rowling
Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga
George bostezó y miró desconsoladamente el nublado cielo nocturno.
—Me parece que no quiero ni ver ese partido. Si Zacharias Smith nos gana tendré que matarme.
—Querrás decir que tendrás que matarlo a él —lo corrigió Fred con firmeza.
—Eso es lo malo que tiene el
quidditch
—comentó Hermione, distraída, sin apartar la vista de su traducción de runas—, que crea muchas tensiones y enemistades entre las casas. —Levantó la cabeza para buscar su ejemplar del
Silabario del hechicero
y se dio cuenta de que Fred, George y Harry la miraban de hito en hito con una mezcla de asco e incredulidad en el rostro—. ¡Es cierto! —se defendió—. En realidad no es más que un juego, ¿no?
—Hermione —dijo Harry moviendo la cabeza con un gesto negativo—, eres un as con los sentimientos y esas cosas, pero de
quidditch
no tienes ni idea.
—Es posible —admitió ella con vaguedad, y siguió con su traducción—, pero al menos mi felicidad no depende de la habilidad de Ron como guardián.
Y pese a que Harry hubiera preferido saltar desde la torre de Astronomía antes que darle la razón a Hermione, habría dado un montón de galeones a cambio de que a él tampoco le interesara el
quidditch
después de ver el partido del sábado siguiente.
Lo mejor que podía decirse de aquel partido era que fue corto; los espectadores de Gryffindor sólo tuvieron que soportar veintidós minutos de martirio. No resultaba fácil decidir qué había sido lo peor, pero Harry creía que la palma se la disputaban la decimocuarta parada fallida de Ron, el momento en que Sloper no logró darle a la
bludger
y en cambio golpeó a Angelina en la boca con el bate, y el espectáculo que montó Kirke, que se puso a chillar y cayó de espaldas de su escoba, cuando Zacharias Smith salió zumbando hacia él con la
quaffle
. El milagro fue que Gryffindor sólo perdió por diez puntos: Ginny consiguió atrapar la
snitch
cuando la bola estaba debajo de las narices de Summerby, el buscador de Hufflepuff, de modo que el resultado final fue de doscientos cuarenta a doscientos treinta.
—¡Buena jugada! —le dijo Harry a Ginny un poco más tarde en la sala común, donde reinaba una atmósfera parecida a la de un funeral especialmente triste.
—He tenido suerte —replicó ella encogiéndose de hombros—. No era una
snitch
muy rápida, y Summerby está resfriado: ha estornudado y ha cerrado los ojos justo en el peor momento. Pero cuando tú vuelvas al equipo…
—Me han suspendido de por vida, Ginny.
—Te han suspendido mientras la profesora Umbridge siga en el colegio —lo corrigió ella—. No es lo mismo. En fin, cuando tú vuelvas, creo que me presentaré a las pruebas de cazador. Angelina y Alicia se marchan el año que viene, y de todos modos prefiero marcar goles a buscar. —Harry miró a Ron, que estaba encorvado en una esquina observándose las rodillas y llevaba una botella de cerveza de mantequilla colgando de una mano—. Angelina sigue sin dejarle renunciar —le explicó Ginny como si le hubiera leído el pensamiento a su amigo—. Dice que está segura de que lo lleva en la sangre.
A Harry le caía bien Angelina por la fe que demostraba tener en Ron, pero al mismo tiempo pensaba que en el fondo le haría un favor si lo dejara abandonar el equipo. Ron había salido del terreno de juego en medio de otro atronador coro de «A Weasley vamos a coronar» entonado con verdadero entusiasmo por los de Slytherin, que ya eran los favoritos para ganar la Copa de
quidditch
. Los gemelos se le acercaron.
—Ni siquiera he tenido valor para tomarle el pelo —comentó Fred mirando a su hermano Ron—. Y eso que… cuando se le escapó la decimocuarta… —Hizo unos aspavientos con los brazos, como si nadara al estilo perro—. Bueno, me lo guardo para las fiestas, ¿eh?
Poco después, Ron subió arrastrándose hasta el dormitorio. Harry, por respeto al estado de ánimo de su amigo, tardó un rato en subir a acostarse, para que pudiera hacerse el dormido si le apetecía. Y en efecto, cuando Harry entró en la habitación, Ron roncaba de un modo demasiado exagerado para ser del todo verosímil.
Harry se metió en la cama y se puso a pensar en el partido. Observarlo desde las gradas había resultado muy frustrante. La actuación de Ginny le había impresionado mucho, pero estaba seguro de que de haber jugado él habría logrado atrapar antes la
snitch
… Hubo un momento en que la pequeña bola alada revoloteó cerca del tobillo de Kirke; si Ginny no hubiera vacilado, habría podido conseguir que Gryffindor ganara, aunque hubiera sido por los pelos.
La profesora Umbridge había contemplado el partido sentada unas cuantas filas por debajo de Harry y Hermione. En un par de ocasiones, la profesora había girado la cabeza para mirarlo, y a él le había parecido que la enorme boca de sapo de la profesora se había dilatado en una sonrisa de regodeo. Aquel recuerdo hizo que Harry, tumbado a oscuras en su cama, se pusiera rojo de ira. Sin embargo, pasados unos minutos recordó que tenía que vaciar su mente de toda emoción antes de dormir, como Snape seguía ordenándole siempre al final de la clase de Oclumancia.
Lo intentó durante un momento, pero la imagen de Snape se superponía a la de la profesora Umbridge, y eso no hacía más que intensificar su profundo resentimiento. De ese modo, en lugar de vaciar su mente, se dio cuenta de que estaba concentrado en pensar lo mucho que odiaba a aquellos dos personajes. Los ronquidos de Ron fueron apagándose poco a poco, y los sustituyó el sonido de su lenta y acompasada respiración. Harry tardó mucho más que su amigo en conciliar el sueño; estaba físicamente cansado, pero le llevó un buen rato desconectar el cerebro.
Soñó que Neville y la profesora Sprout bailaban un vals en la Sala de los Menesteres mientras la profesora McGonagall tocaba la gaita. Él los observaba tranquilamente, hasta que decidía ir a buscar a los otros miembros del
ED
.
Pero cuando salía de la sala no se encontraba frente al tapiz de Barnabás el Chiflado, sino frente a una antorcha que ardía en un soporte, en una pared de piedra. Giraba con lentitud la cabeza hacia la izquierda, y allí, al final del pasillo sin ventanas, había una puerta negra y lisa.
Se dirigía hacia ella con una emoción cada vez mayor. Tenía la extraña sensación de que esa vez, por fin, iba a tener suerte y descubriría la forma de abrirla… Estaba a pocos palmos de ella y veía, con gran entusiasmo, que había una reluciente rendija de débil luz azulada que discurría por la parte de la derecha. La puerta estaba entreabierta. Estiraba un brazo para empujarla y…
Ron soltó un fuerte, bronco y genuino ronquido, y Harry despertó bruscamente con la mano derecha en alto y extendida en la oscuridad para abrir una puerta que estaba a cientos de kilómetros de distancia. Luego la dejó caer con una mezcla de decepción y culpabilidad. Era consciente de que no debía haber visto aquella puerta, pero al mismo tiempo lo consumía hasta tal punto la curiosidad por saber qué había detrás de ella que se enfadó con Ron. ¿No podía haber esperado un minuto más para soltar aquel ronquido?
El lunes por la mañana entraron en el Gran Comedor para desayunar en el preciso instante en que llegaban las lechuzas con el correo. Hermione no era la única que esperaba con avidez su ejemplar de
El Profeta:
casi todos los estudiantes estaban ansiosos por saber más noticias sobre los
mortífagos
fugitivos, quienes todavía no habían sido detenidos, pese a que muchas personas aseguraban haberlos visto. Entregó un
knut
a la lechuza que le dio el periódico, y lo desplegó apresuradamente mientras Harry se servía zumo de naranja; como sólo había recibido un mensaje en todo el curso, cuando la primera lechuza aterrizó con un golpe seco delante de él, creyó que se había equivocado.
—¿A quién buscas? —le preguntó apartando lánguidamente su zumo de naranja de debajo del pico de la lechuza, y se inclinó hacia delante para leer el nombre y la dirección del destinatario.
Harry Potter
Gran Comedor
Colegio Hogwarts
Harry frunció el entrecejo y se dispuso a coger la carta, pero, antes de que pudiera hacerlo, tres, cuatro y hasta cinco lechuzas más llegaron volando y se posaron al lado de la primera disputándose un sitio, al mismo tiempo que pisaban la mantequilla y tiraban el salero en sus intentos de entregarle, antes que las demás, la carta que llevaban.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Ron, asombrado, mientras los demás ocupantes de la mesa de Gryffindor se inclinaban para mirar y siete lechuzas más aterrizaban entre las anteriores, chillando, ululando y agitando las alas.
—¡Harry! —exclamó Hermione, que a continuación hundió las manos en la masa de plumas y levantó una lechuza que llevaba un paquete largo y cilíndrico—. Creo que sé lo que esto significa. ¡Abre ésta primero!
Harry retiró el envoltorio de papel de color marrón y encontró un ejemplar fuertemente enrollado del número de marzo de
El Quisquilloso.
Lo desenrolló y vio su cara, que sonreía tímidamente en la portada. Sobre la imagen de Harry había unas grandes letras rojas que rezaban:
HARRY POTTER HABLA POR FIN:
«TODA LA VERDAD SOBRE EL-QUE-NO-DEBE-SER-NOMBRADO Y LA NOCHE QUE LO VI REGRESAR»
¿Te gusta? —le preguntó Luna, que se había acercado a la mesa de Gryffindor y se apretujaba en el banco entre Fred y Ron—. Salió ayer. Le pedí a mi padre que te enviara un ejemplar gratuito. Supongo que todo esto —añadió señalando las lechuzas, que seguían buscando un lugar frente a Harry— son cartas de los lectores.
—Lo que me imaginaba —dijo Hermione con entusiasmo—. Harry, ¿te importa si…?
—Tú misma —repuso él con expresión de desconcierto.
Ron y Hermione empezaron a abrir sobres.
—Ésta es de un tipo que cree que estás como una cabra —dijo Ron mientras leía la carta que había cogido—. Ah, bueno…
—Esta mujer te recomienda que hagas un tratamiento de hechizos de choque en San Mungo —comentó Hermione, decepcionada, y arrugó su carta.
—Pues ésta no está mal —afirmó Harry despacio, leyendo por encima una larga carta de una bruja de Paisley—. ¡Eh, dice que me cree!
—Éste está indeciso —terció Fred, que se había apuntado con entusiasmo a abrir cartas—. Dice que no cree que estés loco, pero que no le hace ninguna gracia pensar que Quien-vosotros-sabéis ha regresado y por eso ahora no sabe qué pensar. ¡Vaya, qué manera de malgastar el pergamino!
—¡A éste también lo has convencido, Harry! —exclamó Hermione, emocionada—. «Después de leer tu versión de la historia, he llegado a la conclusión de que
El Profeta
te ha tratado injustamente… Aunque no me guste pensar que El-que-no-debe-ser-nombrado ha regresado, no tengo más remedio que aceptar que dices la verdad…» ¡Es fantástico!
—Otro que cree que has perdido la cabeza —comentó Ron, y tiró una carta arrugada por encima del hombro—, pero ésta dice que la has convencido y que ahora piensa que eres un verdadero héroe; ¡hasta ha incluido una fotografía suya! ¡Toma!
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó una voz infantil y falsamente dulzona.
Harry, que tenía las manos llenas de sobres, levantó la cabeza. La profesora Umbridge estaba de pie, detrás de Fred y de Luna, y examinaba con sus saltones ojos de sapo el revoltijo de lechuzas y cartas que había encima de la mesa, enfrente de Harry. Y él se dio cuenta de que muchos estudiantes los observaban con avidez.
—¿A qué se debe que recibas tantas cartas, Potter? —le preguntó la profesora Umbridge lentamente.
—¿También es delito recibir correo? —inquirió Fred en voz alta.
—Ten cuidado, Weasley, o tendré que castigarte —respondió la bruja—. ¿Y bien, señor Potter?
Harry vaciló, pero no sabía cómo iba a mantener en secreto lo que había hecho; seguramente, sólo era cuestión de tiempo que un ejemplar de
El Quisquilloso
llegara a manos de la profesora Umbridge.
—La gente me escribe cartas porque me han hecho una entrevista —contestó Harry—. Sobre lo que pasó en junio.
Cuando pronunció esta frase, dirigió la vista hacia la mesa de los profesores sin saber por qué. Harry tuvo la extraña sensación de que un instante antes Dumbledore lo había estado observando, pero cuando miró al director lo vio enfrascado en una conversación con el profesor Flitwick.
—¿Una entrevista? —repitió la profesora Umbridge con una voz más aguda y alta que nunca—. ¿Qué quieres decir con eso?
—Quiero decir que una periodista me hizo preguntas y que yo las contesté. Mire…
Y le lanzó un ejemplar de
El Quisquilloso.
La profesora Umbridge lo cogió al vuelo y se quedó contemplando la portada. Inmediatamente, su blancuzco rostro se cubrió de desagradables manchas violetas.
—¿Cuándo has hecho esto? —le preguntó con voz ligeramente temblorosa.
—En la última excursión a Hogsmeade —contestó Harry.
La profesora lo miró rabiosa mientras la revista temblaba entre sus regordetes dedos.
—Se te han acabado los fines de semana en Hogsmeade, Potter —susurró—. ¿Cómo te atreves…, cómo has podido…? —Inspiró hondo—. He intentado mil veces enseñarte a no decir mentiras. Por lo visto, todavía no has captado el mensaje. Cincuenta puntos menos para Gryffindor y otra semana de castigos.
Se marchó muy indignada, con el ejemplar de
El Quisquilloso
contra el pecho, y los estudiantes la siguieron con la mirada.
A media mañana aparecieron colgados enormes letreros por todo el colegio, no sólo en los tablones de anuncios, sino también en los pasillos y en las aulas.
POR ORDEN DE LA SUMA INQUISIDORA DE HOGWARTS
Cualquier estudiante al que se sorprenda en posesión de la revista
El Quisquilloso
será expulsado del colegio.
Esta norma se ajusta al Decreto de Enseñanza n.°27.
Firmado:
Dolores Jane Umbridge
Suma Inquisidora
Por algún extraño motivo, a Hermione se le iluminaba la cara cada vez que veía uno de esos letreros.
—¿Se puede saber por qué estás tan contenta? —le preguntó Harry.
—¡Ay, Harry! ¿No lo entiendes? —exclamó Hermione—. ¡Si algo puede haber hecho la profesora Umbridge para tener la certeza absoluta de que hasta el último estudiante de este colegio lee tu entrevista, es prohibirla!
Y por lo visto Hermione tenía razón. Hacia el final del día, aunque Harry no había visto ni un trocito de
El Quisquilloso
en todo el colegio, los alumnos hablaban entre sí de la entrevista. Harry oyó que cuchicheaban mientras esperaban en fila para entrar en las aulas, y que la comentaban a la hora de comer y durante las clases; además, Hermione le informó de que las chicas también hablaban de la noticia en los lavabos cuando ella entró allí un momento antes de la clase de Runas Antiguas.