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Authors: J.K. Rowling
Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga
Esta vez Harry no tuvo que pensar: no le quedaba alternativa. Estiró el brazo y les tendió la profecía, que se había calentado con el calor de sus manos. Lucius Malfoy se adelantó para cogerla.
Pero entonces, de repente, en la parte más elevada de la sala se abrieron dos puertas y cinco personas entraron corriendo en la sala: Sirius, Lupin, Moody, Tonks y Kingsley.
Malfoy se volvió y levantó la varita, pero Tonks ya le había lanzado un hechizo aturdidor. Harry no esperó a ver si había dado en el blanco, sino que saltó de la tarima y se apartó con rapidez. Los
mortífagos
estaban completamente distraídos con la aparición de los miembros de la Orden, que los acribillaban a hechizos desde arriba mientras descendían por las gradas hacia el foso. Entre cuerpos que corrían y destellos luminosos, Harry vio que Neville se arrastraba por el suelo, así que esquivó otro haz de luz roja y se tiró a tierra para llegar hasta donde estaba su amigo.
—¿Estás bien? —le gritó mientras un hechizo pasaba rozándoles la cabeza.
—Sí —contestó Neville, e intentó incorporarse.
—¿Y Ron?
—Creo que está bien. Cuando lo he dejado seguía peleando con el cerebro.
En ese momento, un hechizo dio contra el suelo entre ellos dos, produjo una explosión y dejó un cráter justo donde Neville tenía la mano hasta unos segundos antes. Ambos se alejaron de allí arrastrándose; pero entonces un grueso brazo salió de la nada, agarró a Harry por el cuello y tiró de él hacia arriba. Harry apenas tocaba el suelo con las puntas de los pies.
—¡Dámela! —le gruñó una voz al oído—. ¡Dame la profecía!
El hombre le apretaba el cuello con tanta fuerza que Harry no podía respirar. Con los ojos llorosos, vio que Sirius se batía con un
mortífago
a unos tres metros de distancia; Kingsley peleaba contra dos a la vez; Tonks, que todavía no había llegado al pie de las gradas, le lanzaba hechizos a Bellatrix. Por lo visto, nadie se había dado cuenta de que Harry se estaba muriendo. Entonces dirigió la varita mágica hacia atrás, hacia el costado de su agresor, pero no le quedaba aliento para pronunciar un conjuro y el hombre buscaba con la mano que tenía libre la mano de Harry que sujetaba la profecía.
—
¡AAAAHHHH!
—oyó de pronto.
Neville también había surgido de la nada e, incapaz de pronunciar un hechizo, le había clavado con todas sus fuerzas la varita de Hermione al
mortífago
en una de las rendijas de la máscara. El hombre soltó a Harry de inmediato y profirió un aullido de dolor. Harry se dio la vuelta, lo miró y dijo, casi sin aliento:
—
¡DESMAIUS!
El
mortífago
se desplomó hacia atrás y la máscara le resbaló por la cara: era Macnair, el que había intentado matar a Buckbeak. Tenía un ojo hinchado e inyectado en sangre.
—¡Gracias! —le dijo Harry a Neville, y enseguida tiró de él hacia sí, pues Sirius y su
mortífago
pasaban a su lado dando bandazos y peleando tan encarnizadamente que sus varitas no eran más que una mancha borrosa.
Entonces Harry tocó con el pie algo redondo y duro y resbaló. Al principio creyó que se le había caído la profecía, pero entonces vio que el ojo mágico de Moody rodaba por el suelo.
Su propietario estaba tumbado sobre un costado sangrando por la cabeza, y su agresor arremetía en ese momento contra Harry y Neville: era Dolohov, a quien el júbilo crispaba el alargado y pálido rostro.
—
¡Tarantallegra!
—gritó apuntando con la varita a Neville, cuyas piernas empezaron de pronto a bailar una especie de frenético claque que le hizo perder el equilibrio y caer de nuevo al suelo—. Bueno, Potter…
Entonces realizó con la varita el mismo movimiento cortante que había utilizado con Hermione, pero Harry gritó:
—
¡Protego!
Notó que algo que parecía un cuchillo desafilado le golpeaba la cara; el impacto lo empujó hacia un lado y fue a caer sobre las convulsas piernas de Neville, aunque el encantamiento escudo había detenido en gran medida el hechizo.
Dolohov volvió a levantar la varita.
—
¡Accio profe…!
—exclamó, pero entonces Sirius surgió de improviso, empujando a Dolohov con el hombro y desplazándolo varios metros.
La esfera había vuelto a resbalar hasta las yemas de los dedos de Harry, pero él había conseguido sostenerla. En esos momentos, Sirius y Dolohov peleaban; sus varitas brillaban como espadas, y por sus extremos salían despedidas chispas.
Dolohov llevó la varita hacia atrás para repetir aquel movimiento cortante que había empleado contra Harry y Hermione, pero entonces Harry se levantó de un brinco y gritó:
—
¡Petrificus totalus!
Una vez más, las piernas y los brazos de Dolohov se juntaron y el
mortífago
cayó hacia atrás desplomándose en el suelo con un fuerte estruendo.
—¡Bien hecho! —gritó Sirius, y le hizo agachar la cabeza al ver que un par de hechizos aturdidores volaban hacia ellos—. Ahora quiero que salgas de…
Volvieron a agacharse, pues un haz de luz verde había pasado rozando a Sirius. Harry vio que Tonks se precipitaba desde la mitad de las gradas, y su cuerpo inerte golpeó los bancos de piedra mientras Bellatrix, triunfante, volvía al ataque.
—¡Harry, sujeta bien la profecía, coge a Neville y corre! —gritó Sirius, y fue al encuentro de Bellatrix. Harry no vio lo que pasó a continuación, pero ante su vista apareció Kingsley que, aunque se tambaleaba, estaba peleando con Rookwood, quien ya no llevaba la máscara y tenía el marcado rostro al descubierto. Otro haz de luz verde pasó rozándole la cabeza a Harry, que se lanzó hacia Neville…
—¿Puedes tenerte en pie? —le chilló al oído mientras las piernas de su amigo se sacudían y se retorcían incontroladamente—. Ponme un brazo alrededor de los hombros…
Neville obedeció, y Harry tiró de él. Las piernas de Longbottom seguían moviéndose en todas direcciones y no lo sostenían; entonces un hombre se abalanzó sobre ellos y ambos cayeron hacia atrás. Neville se quedó boca arriba agitando las piernas como un escarabajo que se ha dado la vuelta, y Harry, con el brazo izquierdo levantado intentando impedir que se rompiera la pequeña bola de cristal.
—¡La profecía! ¡Dame la profecía, Potter! —gruñó la voz de Lucius Malfoy en su oído, y Harry notó la punta de una varita clavándosele entre las costillas.
—¡No! ¡Suélteme! ¡Neville! ¡Cógela, Neville!
Harry echó a rodar la esfera y Neville giró sobre la espalda, la atrapó y se la sujetó con fuerza contra el pecho. Malfoy apuntó con la varita a Neville, pero Harry lo apuntó a él con la suya por encima del hombro y gritó:
—
¡Impedimenta!
Malfoy se separó inmediatamente de Harry y éste se levantó, se dio la vuelta y vio que Malfoy chocaba contra la tarima sobre la que Sirius y Bellatrix se batían en duelo. Malfoy volvió a apuntar con la varita a Harry y Neville, pero antes de que pudiera tomar aliento para atacar, Lupin, de un salto, se había colocado entre Lucius y los dos chicos.
—¡Harry, recoge a los otros y sal de aquí!
Harry agarró a Neville de la túnica por un hombro y lo subió al primer banco de piedra de las gradas; las piernas de su compañero se sacudían, daban patadas y no lo sostenían en pie; Harry tiró de nuevo de él con todas sus fuerzas y subieron otro escalón…
Entonces un hechizo golpeó el banco de piedra donde Harry tenía apoyados los pies; el banco se vino abajo y él cayó al escalón inferior. Neville también cayó al suelo, sin dejar de agitar las piernas, y se metió la profecía en el bolsillo.
—¡Vamos! —gritó Harry, desesperado, tirando de la túnica de Neville—. Intenta empujar con las piernas…
Dio otro fuerte tirón y la túnica de Neville se descosió por la costura izquierda. La pequeña esfera de cristal soplado se le salió del bolsillo y, antes de que alguno de los dos pudiera atraparla, Neville la golpeó sin querer con un pie. La profecía saltó por los aires unos tres metros y chocó contra el escalón inferior. Harry y Neville se quedaron mirando el lugar donde se había roto, horrorizados por lo que acababa de pasar, y vieron que una figura de un blanco nacarado con ojos inmensos se elevaba flotando. Ellos dos eran los únicos que la veían. Harry observó que la figura movía la boca, pero con la cantidad de golpes, gritos y aullidos que se producían a su alrededor, no pudo oír ni una sola palabra de lo que decía. Finalmente, la figura dejó de hablar y se disolvió en el aire.
—¡Lo siento, Harry! —gritó Neville, muy angustiado, y siguió agitando las piernas—. Lo siento, Harry, no quería…
—¡No importa! —gritó él—. Intenta mantenerte en pie, hemos de salir de…
—¡Dumbledore! —exclamó entonces Neville, sudoroso, mirando embelesado por encima del hombro de Harry.
—¿Qué?
—
¡DUMBLEDORE!
Harry se volvió y dirigió la vista hacia donde miraba su amigo. Justo encima de ellos, enmarcado por el umbral de la Estancia de los Cerebros, estaba Albus Dumbledore, con la varita en alto, pálido y encolerizado. Harry sintió una especie de descarga eléctrica que recorrió cada partícula de su cuerpo. ¡Estaban salvados!
Dumbledore bajó a toda prisa los escalones pasando junto a Neville y Harry, que ya no pensaban en salir de allí. Dumbledore había llegado al pie de las gradas cuando los
mortífagos
que estaban más cerca se percataron de su presencia y avisaron a gritos a los demás. Uno de ellos intentó huir trepando como un mono por los escalones del lado opuesto a donde se encontraban. Sin embargo, el hechizo de Dumbledore lo hizo retroceder con una facilidad asombrosa, como si lo hubiera pescado con una caña invisible.
Sólo había una pareja que seguía luchando; al parecer no se habían dado cuenta de que había llegado Dumbledore. Harry vio que Sirius esquivaba el haz de luz roja de Bellatrix y se reía de ella.
—¡Vamos, tú sabes hacerlo mejor! —le gritó Sirius, y su voz resonó por la enorme y tenebrosa habitación. El segundo haz le acertó de lleno en el pecho. Él no había dejado de reír del todo, pero abrió mucho los ojos, sorprendido.
Harry soltó a Neville, aunque sin darse cuenta de que lo hacía. Volvió a bajar por las gradas y sacó su varita mágica al tiempo que Dumbledore también se volvía hacia la tarima.
Dio la impresión de que Sirius tardaba una eternidad en caer: su cuerpo se curvó describiendo un majestuoso círculo, y en su caída hacia atrás atravesó el raído velo que colgaba del arco.
Harry vio la expresión de miedo y sorpresa del consumido rostro de su padrino, antes apuesto, mientras caía por el viejo arco y desaparecía detrás del velo, que se agitó un momento como si lo hubiera golpeado una fuerte ráfaga de viento y luego quedó como al principio.
Entonces Harry oyó el grito de triunfo de Bellatrix Lestrange, pero comprendió que no significaba nada: Sirius sólo había caído a través del arco y aparecería al otro lado en cuestión de segundos…
Sin embargo, Sirius no reapareció.
—
¡SIRIUS!
—gritó Harry—.
¡SIRIUS!
Harry había llegado al fondo del foso respirando entrecortadamente. Sirius debía estar tras el velo; Harry iría y lo ayudaría a levantarse…
Pero cuando llegó al suelo y corrió hacia la tarima, Lupin lo rodeó con los brazos y lo retuvo.
—No puedes hacer nada, Harry…
—¡Vamos a buscarlo, tenemos que ayudarlo, sólo ha caído al otro lado del arco!
—Es demasiado tarde, Harry.
—No, todavía podemos alcanzarlo… —Harry luchó con todas sus fuerzas, pero Lupin no lo soltaba.
—No puedes hacer nada, Harry, nada. Se ha ido.
—¡No se ha ido! —bramó Harry.
No lo creía; no quería creerlo. Harry seguía forcejeando con Lupin con toda la fuerza que le quedaba, pero Lupin no lo entendía: había gente escondida detrás de aquella especie de cortina. Harry la había oído susurrar la primera vez que había entrado en la habitación. Sirius estaba escondido, sencillamente, estaba oculto detrás del velo…
—
¡SIRIUS!
—gritó—.
¡SIRIUS!
—No puede volver, Harry —insistió Lupin; la voz se le quebraba mientras intentaba retener al chico—. No puede volver, porque está m…
—
¡NO ESTÁ MUERTO!
—rugió Harry—.
¡SIRIUS!
Alrededor de Harry reinaba una gran agitación y surgían destellos de nuevos hechizos; pero era un bullicio sin sentido. Aquel ruido no tenía ningún significado para él porque ya no le importaban las maldiciones desviadas que pasaban volando a su lado, no le importaba nada; lo único que le interesaba era que Lupin dejara de fingir que Sirius, que estaba al otro lado del viejo velo tan sólo a unos palmos de ellos, no saldría de allí en cualquier momento, echándose hacia atrás el pelo negro, deseoso de volver a entrar en combate.
Lupin alejó a Harry de la tarima, pero él, que no apartaba los ojos del arco, no entendía por qué Sirius lo hacía esperar tanto, y empezaba a enfadarse…
Sin embargo, mientras seguía intentando soltarse de Lupin, a Harry se le ocurrió pensar que hasta entonces su padrino nunca lo había hecho esperar. Su padrino siempre lo había arriesgado todo para verlo, para ayudarlo. La única explicación posible a que Sirius no saliese de detrás del arco cuando Harry lo llamaba a voz en grito, como si su vida dependiera de ello, era que no podía regresar, que era verdad que estaba…