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Authors: Brian W. Aldiss

Heliconia - Invierno (28 page)

BOOK: Heliconia - Invierno
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—Hay algo mis que me urge… y harías bien en imitarme. A pesar de que el Oligarca está muy ocupado en la guerra con Bribahr, hay un navío suyo atracado aquí, en el puerto. Tal vez le sigan otros. No me extrañaría que nos buscasen a nosotros. Cuanto antes marche a Kharnabhar, mejor. ¿Por qué no me acompañas? Junto a mi padre estarías seguro y hasta podrías trabajar.

—Hace demasiado frío en Kharnabhar. ¿No es eso lo que suele decirse? ¿A qué distancia hacia el norte está de aquí?

—La ruta a Kharnabhar cubre más de veintidós grados de latitud.

Fashnalgid rió:

—Ve tú. Yo me quedaré aquí. No me costará encontrar un barco que zarpe hacia Campannlat o Hespagorat. Cualquier cosa menos tu congelado refugio, gracias.

—Haz lo que desees. Nuestros deseos no siempre coinciden, ¿verdad? Dos hombres han de coincidir si no quieren dejarse la piel en el camino de Kharnabhar.

Fashnalgid extrajo un brazo de entre las pieles que lo cubrían y extendió la mano a Shokerandit:

—Bueno, tú eres un hombre afín al sistema y yo estoy en su contra, pero da igual, olvidémoslo.

—Supongo que te complace pensar que soy afín al sistema; sin embargo, desde mi metamorfosis creo haberme distanciado de él.

—¿Ahá? Y aún así no ves el momento de regresar a Kharnabhar con papá —rió Fashnalgid—. Los verdaderos conformistas no saben que se conforman. Te aprecio, Luterin, a pesar de que pienses que arruiné tu vida al capturarte. Pero fue todo lo contrario: te salvé de caer en las garras del Oligarca, así que deberías estarme agradecido. Al menos lo bastante como para poner a tu Toress en mi lecho por la mañana. ¿Lo harás?

El rostro de Shokerandit se cubrió de rubor:

—Cuando yo esté fuera, ella te procurará agua y comida. Por lo demás, es mía. En cuanto a lo que tú quieres, habla con el hermano de Odim: tiene muchas esclavas que ofrecerte sin problemas.

Se miraron fijamente. Luego, Shokerandit dio media vuelta, dispuesto a abandonar la habitación.

—¿Puedo acompañarte? —preguntó Toress Lahl.

—Tengo mucho que hacer. Puedes quedarte aquí.

En cuanto Shokerandit se hubo marchado, Fashnalgid se sentó en la cama. La mujer se vestía apresuradamente. Miró de reojo al capitán, y éste le sonrió mientras se alisaba el bigote.

—No te apresures, mujer. Ven aquí conmigo. La dulce Besi ha muerto y yo necesito consuelo.

Al no recibir respuesta, saltó desnudo como estaba de entre las mantas.

Toress Lahl corrió hacia la puerta pero él la cogió de las muñecas y la atrajo hacia sí.

—Te he dicho que no tuvieras prisa, ¿no es verdad? ¿O es que no me has oído? —dijo hundiendo la mano en los largos cabellos castaños de la joven—. Las mujeres suelen apreciar mucho los cuidados del capitán Fashnalgid.

—Yo pertenezco a Luterin Shokerandit. Lo acaba de decir.

Él le torció el brazo y volvió a sonreírle:

—Tú eres una esclava, o sea, no eres de nadie. Además, odias sus entrañas: he notado cómo lo miras. Yo nunca he forzado a una mujer, Toress, de eso puedes estar segura, y me encontrarás bastante más experto que él, por lo que he podido oír.

—Deja que me vaya, por favor. O se lo diré y vendrá a matarte. —Vamos, eres demasiado bonita para amenazarme. Abre tu corazón. Te he salvado de la muerte, ¿no es así? Tú y él ibais derechos a una emboscada. Tu Luterin es un consumado inocente.

El capitán metió una mano entre las piernas de Toress Lahl. Ésta, liberando su mano derecha del abrazo del hombre, le cruzó la cara de un bofetón.

Fashnalgid, encolerizado, la alzó del suelo y la arrojó sobre su cama, lanzándosele encima.

—Ahora escúchame bien antes de obligarme a renunciar a las palabras, Toress Lahl. Tú y yo estamos en el mismo bando. Shokerandit está muy bien pero ha elegido la seguridad y la posición de su casa…, cosas que ambos ya hemos perdido. Y lo que es más, pretende arrastrarte a lo largo de incontables y congeladas millas en dirección al norte. ¿Qué hay allí arriba además de nieve, santidad y esa inmensa Rueda?

— Él vive allí.

—Kharnabhar está hecho a medida de los poderosos. El resto se muere de frío. Ya has visto qué clase de hombre soy; soy un proscrito, pero sé valerme por mí mismo. Antes de dejarte conducir durante largas millas a una fortaleza helada de la que jamás escaparás, adquiere experiencia» mujer, y comparte tu suerte conmigo. Navegaremos hacia Campannlat, en busca de mejores climas. Quizás aun lleguemos a tu querido Borldoran.

Ella había palidecido. El rostro del capitán, muy cerca del suyo, era una mancha difusa, un par de cejas, los ojos punzantes y el gran bigote inerte. Temió que fuese a pegarle, a matarla incluso, y que a ese Shokerandit le diera igual. Su voluntad ya empezaba a ceder bajo el peso del cautiverio.

—Le pertenezco, capitán. ¿Para qué discutirlo? Pero puedes poseerme si tanto lo deseas. ¿Por qué no? Él lo ha hecho.

—Eso está mejor —dijo Fashnalgid—. No te haré daño. Quítate la ropa.

A Luterin Shokerandit el puerto de Rivenjk le era familiar. Siempre fue la gran ciudad mencionada en Kharnabhar con añoranza y a la que se solía visitar —en contadas ocasiones— con excitación. Ahora que ya había visto más mundo, tenía que reconocer que era bastante pequeña.

Al menos se sentía complacido de haber tocado tierra. Podía jurar que el suelo todavía no había dejado de mecerse bajo sus pies. Bajó al puerto y entró en una de las posadas. Allí bebió su medida de yadahl mientras escuchaba la charla de los marinos.

—No traen más que molestias, esos soldados —le decía un hombre a otro, ambos sentados a una mesa a pocos metros de Luterin—. Sabrás, supongo, que la otra noche acuchillaron a uno por el Paseo de Perspicacia, y no me asombra en absoluto.

—Al parecer zarpan mañana —dijo su compañero—. Esta noche los llamarán a bordo, ya verás, y adiós, muy buenas. —Y continuó, en voz más baja:—Se marchan a luchar a las órdenes del Oligarca contra la buena gente de Bribahr. Me pregunto qué mal nos habrán hecho a nosotros los de Bribahr.

—Aunque hayan entrado en Brayth, Rattagon es inexpugnable. El Oligarca pierde su tiempo.

—Se alza en medio de un lago, según me han dicho.

— Ésa es Rattagon.

—Pues me alegro de no ser soldado, ¿sabes?

—Con lo tonto que eres, sólo podías ser marino.

Los dos hombres estallaron en carcajadas y Luterin posó la vista en el cartel que alguien había pegado junto a la puerta. Anunciaba que a partir de aquel momento Quienquiera que Entrase en Estado de Pauk cometía una Ofensa. Entrar en Pauk, ya fuera solo o acompañado, equivalía a Facilitar que la Plaga, conocida como Muerte Gorda, se Extendiera. La Contravención de esta ley estaba Penada con Cien Sibs y su Reincidencia con Prisión Perpetua. Por Orden del Oligarca.

A pesar de que Shokerandit no practicaba el pauk, la nueva oleada de disposiciones estatales con respecto a esa práctica no era de su agrado.

Shokerandit miró en el fondo del vaso que estaba vaciando y se dijo que quizás odiaba al Oligarca. Cuando el Arcipreste Militante Asperamanka lo envió con un mensaje para el Oligarca se había sentido honrado. Luego Fashnalgid le había salido al encuentro poco antes de la frontera sibornalesa; y no le había sido fácil creer lo que aquel hombre afirmaba: que lo iban a asesinar fríamente, y con él al resto del ejército que volvía triunfante. Pero aún más difícil le resultaba imaginar que, efectivamente, el resto de las fuerzas de Asperamanka habían sido liquidadas por orden del Oligarca.

Sin duda tenía sentido tornar medidas preventivas contra la plaga que se extendía desde el sur. Pero la supresión del pauk era una señal de que lo que se estaba extendiendo era el autoritarismo. Luterin se limpió la boca con la mano.

Las circunstancias habían querido que fuese un fugitivo en lugar de un héroe. Ahora no se atrevía a pensar en lo que le esperaba si lo arrestaban por desertor.

—¿Qué quiso decir Harbin con que soy un hombre del sistema? —murmuró para sí—. Soy un rebelde, un proscrito. Igual que él.

Pensar en llegar a Kharnabhar y permanecer bajo la protección paterna lo tranquilizaba, Al menos las fuerzas del Oligarca no lo alcanzarían en su lejana patria. En cuanto a Insil, ya pensaría después.

Esta reflexión trajo otra consigo. Estaba en deuda con Fashnalgid. Debía convencerlo para que lo acompañase en la dura marcha hacia el norte. Además, Fashnalgid podía serle útil en Kharnabhar: era un testigo más de la masacre de miles de jóvenes shivemnkis a manos de sus propios aliados.

Se dijo: si he sido valiente en el combate, también debo serlo para luchar, de ser necesario, contra la Oligarquía. Habrá otros en casa que sentirán lo mismo que yo en cuanto sepan la verdad. Pagó su bebida y abandonó la posada.

A lo largo de la ribera corría una majestuosa avenida de rajabarales. Con el descenso de las temperaturas, los árboles se preparaban para el largo invierno. En lugar de dar a luz nuevos brotes, torcían hacia sí sus ramas, atrayéndolas hacia el ápice de sus gruesos troncos. Shokerandit había visto en los libros de ciencias naturales diversas ilustraciones de ramas y hojas convertidas en sólidas vainas de resina que protegían al árbol yermo pero perenne hasta que, con la llegada de la Gran Primavera, éste soltase nuevamente sus semillas.

Entre los rajabarales desfilaban soldados desembarcados de un navío que ostentaba los pabellones de Sibornal y de la Oligarquía. Shokerandit temió por un instante que alguien pudiese reconocerlo; sin embargo, su metamorfosis lo enmascaraba. Pero se alejó de la costa y fue hacia el mercado, en busca de los agentes que organizaban las visitas a Khamabhar.

El frío viento de las montañas lo obligó a subirse el cuello de la chaqueta y encoger la cabeza. Junto a la puerta del agente se agolpaban los peregrinos deseosos de visitar la Gran Rueda; a juzgar por su escasa ropa de abrigo, muchos de ellos eran pobres.

Le costó cierto tiempo llegar a un acuerdo de su agrado. Podía viajar hasta Kharnabhar con los peregrinos. O bien, hacerlo por su cuenta, alquilando un trineo, animales de tiro, un conductor y un aprendiz para todo. La primera opción era la más segura, lenta y barata. Pero Shokerandit se decidió por la segunda, que parecía más adecuada para el hijo de un Guardián de la Rueda.

Todo lo que necesitaba era dinero o una carta de crédito.

En la ciudad había amigos de su padre, gente de influencia en los asuntos locales. Tras dudar entre unos y otros, se inclinó finalmente por un hombre sencillo llamado Hernisarath, propietario de una granja y un hostal para peregrinos en las afueras del puerto.

Hernisarath dio la bienvenida a Shokerandit, le proporcionó de inmediato una carta de crédito e insistió en que comiese con ellos, con su mujer y él, aquel mediodía.

Cuando llegó la hora de partir, abrazó a Shokerandit en el umbral de la puerta.

—Eres un joven bueno e inocente, Luterin, y me alegro de haber podido ayudarte. A medida que se acerca el Invierno Weyr se hace más difícil el trabajo en la granja. Pero ello no quita que volvamos a vernos.

Su mujer dijo:

—Es tan agradable conocer a un joven bien educado… Nuestros respetos a tu padre.

Shokerandit se alejó resplandeciente, satisfecho de haber causado buena impresión; seguramente, Harbin a estas horas ya estaría borracho. Pero, ¿por qué le había dicho Hernisarath que era «inocente»?

Entonces empezaron a caer copos de nieve, en remolinos, como azúcar fina disolviéndose en un vaso de agua agitada. La nieve formó un colchón que amortiguaba el sonido de sus pasos sobre el empedrado. Las calles se vaciaron. Largas sombras grises crearon zonas de penumbra, oscuras las de Freyr, más claras las de Batalix, hasta que la nube abarcó toda la bahía y sumió a Rivenjk en tinieblas.

Shokerandit se detuvo de pronto detrás de un grueso rajabaral.

Otro hombre venía siguiéndolo, protegiéndose la garganta con el cuello de su abrigo. El hombre siguió de largo, miró hacia atrás y, arrastrando los pies, se apresuró a doblar por una calle lateral. Con sorpresa, Shokerandit observó que esa calle se llamaba Paseo de Perspicacia.

Durante el trayecto, y de manera demasiado perspicaz para ser él, Luterin se había abstenido de explicarles a los restantes pasajeros que la cabeza del Héroe que guardaba la entrada al puerto de Rivenjk albergaba una estación de transmisión heliográfica. No era por tanto improbable que las noticias acerca de los desertores que navegaban a bordo del Nueva Estación hubieran llegado bastante antes de que el bergantín atracase…

Regresó a casa de Odo dando todas las vueltas disuasorias que pudo. Para entonces, lo peor de la nevisca había pasado.

—Qué suerte que hayas llegado a tiempo —dijo Odo en cuanto Shokerandit atravesó el umbral—. Mi hermano y yo y el resto de mi familia estábamos a punto de ir a la iglesia a agradecer la llegada sana y salva del Nueva Estación. Nos acompañarás, por supuesto.

—Eh…, sí, por supuesto. ¿Una ceremonia privada?

—Absolutamente privada. Sólo el sacerdote y la familia.

Shokerandit miró a Odim, y éste hizo un gesto afirmativo con la cabeza:

—Pronto emprenderás un nuevo y largo viaje, Luterin. Apenas hemos tenido tiempo de conocernos y ya nos tenemos que separar. La ceremonia me parece acertada aunque uno no crea especialmente en las plegarias.

—Veré si Fashnalgid viene también.

Subió aprisa la espiral de escalones de madera hasta el cuarto donde Odo los había hospedado. Allí estaba Toress Lahl, en su cama, bajo las cubiertas de piel.

—Deberías estar trabajando en lugar de remolonear en la cama —dijo Shokerandit—. ¿No guardabas luto por tu esposo? ¿Dónde está el capitán?

—No lo sé.

—Encuéntralo, por favor. Estará bebiendo por ahí.

Y corrió escaleras abajo. Apenas se fue, Fashnalgid salió riendo de debajo de su cama. Toress Lahl ni siquiera sonrió.

—Quiero comida, no plegarias —dijo asomándose con cautela a la ventana—. Y tampoco me vendría mal esa bebida de la que hablaba tu amigo…

El clan Odim se había congregado en el patio, donde algunos esclavos seguían manipulando torpemente largas varillas, entrando y saliendo por la trampilla de control del pozo de biogás a pesar de la pesada cortina de aguanieve que caía sobre ellos. Resonaban por doquier los ecos de animadas conversaciones.

Shokerandit se reunió con los Odim. Algunas de las señoras que habían viajado a bordo del Nueva Estación se le acercaron y lo abrazaron más a la manera Kuj-Juvecina que a la del resto de Sibornal. Pero Shokerandit había dejado de comparar la liberalidad de aquellas maneras con la formal contención de las suyas.

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