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Authors: Brian W. Aldiss

Heliconia - Verano (40 page)

BOOK: Heliconia - Verano
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—Estas fraguas inservibles serán demolidas, y en su lugar se construirán otras mejores. Deben de tener fraguas así en Sibornal, en la tierra de los uskutis. Necesitamos fraguas como las sibornalesas. Y así haremos armas como las suyas.

Llamó a una docena de sus soldados y les ordenó destruir las fraguas. Los phagors tomaron barras y empezaron a cumplir la orden sin dilación. Cuando quebraron el muro de la que estaba en actividad, el metal fundido se derramó, corriendo por el suelo. Un joven aprendiz cayó gritando bajo el torrente. El metal incendió maderos y virutas. Los artesanos huyeron espantados.

Todas las fraguas fueron destruidas. Los phagors esperaban nuevas órdenes.

—Las construiréis de nuevo, según las instrucciones que os enviaré. No quiero más arcabuces inútiles. —Después de estas palabras salió del lugar. Los herreros volvieron en sí y arrojaron cubos de agua sobre los ardientes restos. SlanjivalIptrekira fue arrestado y enviado a prisión.

Al día siguiente, el armero real y maestro de las fraguas fue juzgado ante la scritina y acusado de traición. Ni siquiera los demás maestros de las corporaciones pudieron salvar a SlanjivalIptrekira. Había ordenado a sus hombres que atacaran la persona del rey. Fue públicamente ejecutado, y su cabeza quedó expuesta a la multitud.

Sin embargo, los enemigos de JandolAnganol en la scritina, y no sólo ellos, ni sólo en la scritina, estaban furiosos porque había penetrado en un recinto sagrado quebrando una antigua tradición. Era otro acto demencial que jamás habría ocurrido si la reina MyrdemInggala hubiese estado cerca para contener la locura del rey.

De todos modos, JandolAnganol envió un mensajero a Sayren Stund, monarca de Oldorando y su futuro suegro. Sabía que la destrucción de la ciudad de Oldorando a manos de los phagors había determinado que las corporaciones de artesanos se reorganizaran renovando su equipo. Por lo tanto, sus forjas debían de ser más adelantadas que las de Borlien.

A último momento, recordó enviar a su vecino un regalo para Simoda Tal. El rey Sayren Stund envió a JandolAnganol un negro jorobado llamado Fard Fantil. Las credenciales de Fard Fantil afirmaban que era un experto en fundición de hierro y que conocía los nuevos métodos. JandolAnganol lo puso a trabajar de inmediato.

También de inmediato, una delegación de la Corporación de Herreros, con las caras cenicientas, se presentó al rey y se quejó del carácter hosco y despiadado de Fard Fantil.

—Me gustan los hombres hoscos —rugió JandolAnganol.

Fard Fantil hizo trasladar las instalaciones de la corporación a una colina cercana, en las afueras de Matrassyl. Allí había madera para hacer carbón en abundancia, y la provisión de agua era constante. El agua se necesitaba para mover las prensas. Fard Fantil explicó en tono altanero que sólo así se podía triturar con eficacia el mineral. Los artesanos se rascaron la cabeza, gruñendo. Fard Fantil los maldijo. Enfurecidos por haber tenido que abandonar su residencia en la ciudad, los hombres hicieron todo lo posible para sabotear las nuevas instalaciones y hacer caer en desgracia al extranjero. Y el rey no recibió nuevos arcabuces.

Cuando Dienu Pasharatid desapareció inesperadamente de la corte siguiendo los pasos de su marido, dejó algún personal en Matrassyl. JandolAnganol los tenía prisioneros. Hizo que llevaran a su presencia a un joven uskuti y le ofreció la libertad a cambio de que diseñara un crisol de hierro eficaz.

Los modales de ese frío joven eran tan perfectos que hacía una reverencia cada vez que se dirigía al rey.

—Como sabe su majestad, los mejores herreros son de Sibornal, donde estas artes están muy adelantadas. Utilizamos lignito en lugar de carbón, y forjamos el mejor acero.

—Quiero que hagas el mejor crisol para usarlo aquí; te recompensaré.

—Su majestad no desconoce que la rueda, esa gran invención esencial, proviene de Sibornal, y que no era conocida en Campannlat hasta hace pocos siglos. Muchas de las nuevas cosechas provienen del norte. E incluso las fraguas destrozadas proceden de un diseño usado en Sibornal durante el Gran Año anterior.

—Desearíamos algo más moderno. JandolAnganol refrenaba su temperamento.

—Pero cuando la rueda llegó a Borlien, no se usó como era debido, ni en el transporte, ni en la alfarería, la irrigación o la molienda de granos. En Borlien no hay molinos de viento, como en Sibornal. Nos parece, majestad, que las naciones de Campannlat no han tenido prisa en adoptar las artes de la civilización.

Era perceptible, en el cuello del rey, el ascenso de un rubor rosado, mientras alboreaba el sol de su ira.

—No quiero molinos de viento. Quiero hornallas capaces de producir acero para mis arcabuces.

—Seguramente, su majestad se refiere a arcabuces imitados de los sibornaleses.

—Sea lo que sea aquello a que me refiero, lo que digo es que quiero que construyas una buena hornalla. ¿Comprendes, o sólo hablas Sibish?

—Perdón, majestad; yo creía que comprendías la situación. Debo explicar que no soy un artesano sino un funcionario de embajada, hábil con las cifras pero no con los ladrillos. Soy tan incapaz de construir un horno como su majestad.

Y el rey no obtuvo buenos arcabuces.

En esa época, la mitad de la población de Matrassyl estaba enferma de fiebres. Muchos niños y ancianos murieron. El rey, asediado por todas las demás plagas, era inmune. Pasaba una cantidad de tiempo cada vez mayor con sus tropas phagor. Conociendo la necesidad de repetirles todo, les decía día tras día que irían con él a Oldorando en ocasión de su boda, para hacer una gran exhibición en aquella capital extranjera.

En el palacio había lugares destinados a que JandolAnganol y la guardia phagor se encontraran en términos de igualdad. Ningún ser humano entraba en los cuarteles de los phagors. El rey se sometía a esta norma, tal como hiciese VarpalAnganol antes que él. Era impensable que se aventurara más allá de cierto punto, como había hecho al invadir el recinto tradicional de la Corporación de Herreros.

El comandante phagor era una gillot llamada GhhtMlark Chzarn, a quien JandolAnganol llamaba Chzarn. Hablaba en Hurdhu.

El rey, consciente de la aversión que sentían los seres de dos filos por Oldorando, explicó una vez más por qué deseaba la presencia de la Primera Guardia Phagor en su boda.

Chzarn respondió:

—Se ha mantenido conversación con nuestros antepasados en brida. Muchas palabras se han formado en nuestros harneys. Se ha decidido que haremos movimiento con tus fuerzas reales a Hrl-Drra Nhdo en la tierra de Hrrm-Bhhrd Ydohk. Ese movimiento haremos cuando sea ordenado.

—Bien. Pero conviene que lo hagamos juntos. Me alegra que quienes se encuentran en brida estén de acuerdo. ¿Tienes algo más que decir?

Ghht-Mlark Chzarn permanecía impasible, con sus ojos profundos y rosados puestos en los de JandolAnganol, quien podía percibir su olor y el ruido apenas audible de su respiración. Su largo trato con los phagors le anunciaba que la conversación se había acabado. Los miembros de la guardia estaban detrás de él, uno junto al otro, tan impasibles como Chzarn. De tanto en tanto se oía el ruido de una ventosidad.

Aunque JandolAnganol era un hombre impaciente, algo en la deliberación de los phagors —en esa intensa sensación de que sus palabras no venían de ellos mismos sino desde una gran distancia, desde algún depósito ancestral de conocimiento al que él jamás tendría acceso lo tranquilizaba. Se mantenía ante la comandante casi tan inmóvil como ella.

—Más palabras. —Ghht-Mlark Chzarn había pronunciado una fórmula familiar para el rey. Antes de iniciar un nuevo tema, era necesario establecer comunicación con quienes estaban en brida. Así se mantenía el pensamiento aneótico.

Se habían reunido, como pedía la tradición, en un salón militar llamado Clarigate; los humanos entraban por una puerta y los phagors por otra. Estos últimos habían pintado las paredes del recinto con arremolinados verdes y grises. El cielo raso era tan bajo que sus vigas mostraban huellas de los cuernos de dos filos, hechas tal vez con el fin de demostrar que la Guardia Phagor aún los conservaba.

Sólo un dios protegía al rey: Akhanaba, el Supremo y Todopoderoso; pero muchos demonios lo atormentaban. Los phagors no se contaban entre esos demonios; estaba habituado a su discurso grave y regular, y no los consideraba —como sus contemporáneos— de mentes retorcidas ni lentas.

En esos días de íntimo dolor, hallaba aún otro motivo de admiración en su guardia. No sentían preocupaciones sexuales. El rey consideraba que el torrente de lubricidad que ocupaba las mentes de los hombres y mujeres de la corte —y su propia mente, a pesar de aplicaciones de dios y azotes— no afectaba los harneys de los phagors.

Su sexualidad era periódica. Las gillots entraban en celo cada cuarenta y ocho días, y los stalluns cumplían el acto sexual cada tres semanas. Procedían al coito sin ceremonia, y no siempre en privado. A causa de esta falta de pudor en un acto que para los humanos era más secreto que la oración, la raza de dos filos era un símbolo de lujuria, y sus pies de cabra y sus cuernos erectos, emblemas de la concupiscencia. Eran comunes los rumores de stalluns que violaban mujeres, y a veces hombres, lo cual provocaba en ocasiones drumbles donde morían muchos phagors.

Cuando la comandante phagor recibió su pensamiento, fue lacónica:

—En nuestro avance a Hrl-Drra Nhdo, en la tierra de Hrrm-Bhhrd Ydohk, se establece que tu hueste de dos filos debe tener gran presencia. De ese modo, tu poder brillará ante las gentes de Hrl-Drra Nhdo. Ha llegado la recomendación de que esa hueste debe mostrar posesión de… —Una larga pausa, mientras el concepto se abría paso a través del lenguaje.— De nuevas armas.

Con considerable dolor, JandolAnganol dijo:

—Necesitamos la nueva artillería de mano de Sibornal. Hasta ahora, no podemos producirla en Borlien.

La humedad formaba gotas sobre los muros de Clarigate. El calor era insoportable. Chzarn hizo un gesto que el rey conocía bien; significaba "aguarda".

Él repitió la afirmación, y ella su gesto.

Después de consultar con los vivos y con quienes estaban en brida, la comandante phagor declaró que las armas necesarias se conseguirían. Aunque el rey era consciente de lo que costaba a los phagors poder verbalizar el aneótico, se sintió obligado a preguntar cómo se obtendrían las armas.

—Muchas palabras toman forma en nuestros harneys —dijo ella después de otra pausa.

Había una respuesta. Chzarn pasó al Eotemporal para expresar con claridad los tiempos verbales. Se daría una respuesta; ya estaba a punto de darse, pero aún era preciso esperar otro momento, otro décimo. Su poder se acrecentaría en Hrr-Drra Nhdo.

Cuernos en alto.

Tuvo que contentarse con eso.

Para despedirse, JandolAnganol se inclinó hacia adelante, el cuello estirado, las manos pegadas al cuerpo. También la gillot se inclinó hacia adelante; su cabeza sobresalía sobre sus mamas y el gran tonel de su cuerpo. La cabeza con cuernos encontró la cabeza sin cuernos; las frentes se tocaron, los harneys estaban juntos. Luego ambos se apartaron con rapidez.

El rey salió del Clarigate por la puerta destinada a los humanos.

Sentía la excitación en su eddre. Su Guardia Phagor proveería las armas. ¡Cuánta fidelidad! ¡Qué devoción, tanto más profunda que la de los seres humanos! No imaginó otras posibles interpretaciones de las palabras de Chzarn.

Fugazmente evocó los días felices en que su carne penetraba en el dulce queme de Cune; pero esos tiempos de tranquilidad y deleite sensual habían pasado. Ahora debía preocuparse de esas criaturas que le ayudarían a liberar a Borlien de sus enemigos.

Chzarn y la tropa phagor salió del Clarigate con un espíritu muy distinto al del rey. Apenas podía decirse que su ánimo se hubiese alterado. El flujo sanguíneo se aceleraba o se hacía más lento en respuesta a la respiración; sólo eso era cierto.

Ghht-Mlark Chzarn informó de las palabras pronunciadas en el Clarigate al kzahhn de Matrassyl, GhhtYronz Tharl en persona. El kzahhn reinaba debajo de la montaña, ignorado incluso por el rey. En este tiempo tan malvado para ellos, cuando Freyr descendía las octavas de aire con su terrible calor, los seres de dos filos solían desesperarse. El icor corría perezosamente por sus venas. Aquellos que habitaban las tierras bajas llegaban a someterse por completo a los seres humanos. Pero un signo les había sido otorgado, y la esperanza anidaba en sus eddres.

Un extraordinario Hijo de Freyr, cuyo nombre era Bhrl-Hzzl Rowpin, había sido conducido ante el kzahhn Ghht-Yronz Tharl. Bhrl-Hzzl Rowpin venía de otro mundo y sabía casi tanto como los phagors acerca de la Catástrofe. Bajo la montaña, Bhrl-Hzzl Rowpin había pronunciado antiguas verdades que los otros Hijos de Freyr rechazaban. Ni el canciller ni el rey habían escuchado sus palabras; pero el componente de Ghht-Yronz Tharl había oído y en sus harneys se había formado una determinación.

Porque las palabras del extraño Hijo de Freyr reforzaban voces de la brida que a veces parecían debilitarse.

Los Hijos de Freyr estaban mal hechos. También el rey, como informaba el fiel espía Yuli. Y ahora, ese rey débil les ofrecía una oportunidad de golpear a su enemigo tradicional. Aparentando obedecerle, podían causar daño y dolor a Hrr-Drra Nhdo, la antigua Hrrm-Bhrrd Ydohk. Era un odioso lugar maldecido hacía mucho por uno de los grandes: el kzahhn de la Cruzada, Hrrl-Brahl Yprt, ahora sólo una imagen queratinosa. Nuevamente fluiría allí el líquido rojo.

Se necesitaba valor. Coraje. Cuernos en alto.

Para la artillería de mano solicitada, sólo debían seguir las octavas de aire favorables. En ocasiones los phagors se aliaban con los Nondads y los ayudaban contra los Hijos de Freyr llamados Uskutis. Los Uskutis —sólo decirlo era vergonzoso— devoraban los cuerpos muertos de los Nondads, privándolos del consuelo de las Ochenta Oscuridades… Los Nondads, con sus ligeros dedos, robarían la artillería de mano a la raza Uskut. Y esa artillería de mano sembraría la angustia entre los Hijos de Freyr.

Y así fue. Antes de que pasara otro décimo, el rey JandolAnganol estaba provisto de arcabuces sibornaleses; no le habían entregado esas armas sus aliados de Pannoval o de Oldorando, ni las habían forjado sus propios armeros; eran un don de sus enemigos, quienes las habían obtenido por caminos sinuosos.

De este modo, poco a poco, se extendió por Heliconia una nueva forma de matar mejor.

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