Read Heliconia - Verano Online

Authors: Brian W. Aldiss

Heliconia - Verano (41 page)

BOOK: Heliconia - Verano
9.24Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Más tarde, tras muchas disputas, el jorobado Fard Fantil mejoró su fábrica de armas en las afueras de Matrassyl. Los nuevos arcabuces sirvieron de modelo. Después de muchas maldiciones de su personal, el jorobado produjo arcabuces nativos que no explotaban y disparaban con cierta precisión.

Para entonces, los fabricantes sibornaleses habían mejorado sus modelos y perfeccionado un sistema para encender la pólvora por medio de una rueda de pedernal, más eficiente que las viejas mechas, muy poco dignas de confianza.

Seguro con su nuevo armamento, el rey ciñó su coraza, ensilló a Lapwing y marchó a la guerra. Una vez más condujo un ejército no humano contra sus enemigos, las tribus Driat capitaneadas por Darvlish la Calavera que aterrorizaban el Cosgatt.

Las dos fuerzas se encontraron a pocas millas del lugar en que JandolAnganol sufriera su herida. Esta vez, el Águila de Borlien tenía más experiencia. Después de un día de combate, alcanzó la victoria. La Primera Guardia Phagor lo siguió ciegamente. Los Driats fueron masacrados, dispersados, arrojados a las hondonadas. Los sobrevivientes huyeron a las colinas de color leonado de donde habían salido.

Los buitres tuvieron motivos para alabar, por última vez, el nombre de Darvlish.

El rey regresó triunfante a su capital, con la cabeza de Darvlish en lo alto de una pica.

La cabeza se estuvo pudriendo en la puerta del palacio de Matrassyl hasta que Darvlish de verdad no fue otra cosa que una calavera.

Billy Xiao Pin no era, de ningún modo, el único varón que soñaba con la reina MyrdemInggala entre los habitantes de Avernus. Rara vez se admitían esos sentimientos personales, ni siquiera ante los amigos. Sólo indirectamente se ponían de manifiesto, por ejemplo, en la forma en que todos censuraban la conducta del rey JandolAnganol en los últimos tiempos.

La visión de la cabeza del guerrero de Thribriat en la puerta de Matrassyl fue suficiente para provocar el aullido de protesta de esa facción.

Uno de los voceros dijo:

—Ese monstruo ha probado la sangre con la muerte de los Myrdólatras. Ahora acumula las armas por las que ha vendido a la reina de reinas. ¿Dónde se detendrá? Es evidente que deberíamos intervenir ahora, antes de que hunda todo Campannlat en la guerra.

En el mismo momento en que JandolAnganol gozaba, en cierta medida, de la popularidad a que aspiraba en Borlien, generaba inusitado oprobio en el Avernus.

Esas quejas se habían oído antes, dirigidas a otros tiranos. Era mejor acusar al conductor que a los conducidos; pocas veces se advertía lo ilógico de esa posición. Las condiciones variables, la reducción de alimentos y materiales, aseguraban que la historia de Heliconia fuera una serie constante de apuestas por el poder y de dictadores que obtenían amplio apoyo.

La sugestión de que el Avernus iniciara acciones para poner fin a una u otra particular opresión no era tampoco nueva. Y la intervención no era una amenaza totalmente ociosa.

Cuando la nave colonizadora de la Tierra entró en el sistema Freyr-Batalix en el año 3600, estableció una base en Aganip, el planeta interior más próximo a Heliconia. Quinientos doce colonos quedaron en Aganip. Habían sido incubados en la nave estelar durante los últimos años de su viaje. La información codificada en el DNA de los óvulos humanos fertilizados fue conservada en ordenadores durante el viaje y transferida a 512 vientres artificiales. Los bebés resultantes —los primeros seres humanos que transitaron por la nave durante el vuelo de un milenio y medio— fueron criados por madres sustitutas y formaron seis familias.

Esos jóvenes seres humanos tenían de quince a veintiún años de edad cuando descendieron en Aganip. Ya estaba en marcha la construcción del Avernus, por medio de la automatización y de materiales locales.

Debido a que más de una vez estuvo al borde del desastre, el ambicioso programa de construcción llevó ocho años. Durante ese azaroso período, la base fue Aganip. Cuando la tarea concluyó, los jóvenes colonos se trasladaron a su nuevo hogar.

Entonces, la nave espacial abandonó el sistema. Los habitantes de Avernus estaban solos; más solos que ningún ser humano anterior.

Ahora, 3.269 años terrestres más tarde, la vieja base era una ermita ocasionalmente visitada por los más iluminados. Se había hecho parte de la mitología averniana.

En Aganip había minerales. No era imposible trasladarse otra vez allí y construir una cantidad de naves con las cuales invadir Heliconia. No era imposible. Pero sí improbable, ya que no había técnicos entrenados para llevar a cabo un proyecto como aquél.

Las cabezas calientes que murmuraban estas cosas eran contrarias a toda ética no intervencionista de la Estación Observadora Terrestre.

Esas cabezas calientes eran masculinas. Se oponían también a la mitad femenina de la población, que admiraba al conturbado rey. Las mujeres vieron cómo JandolAnganol derrotaba a Darvlish. Fue una gran victoria. JandolAnganol era un héroe que sufría por su pueblo, por miopes que fueran sus tentativas. Era una figura trágica.

La intervención con que soñaba esa mitad femenina era descender a Borlien y estar junto a JandolAnganol de día y de noche.

¿Y cuando estos acontecimientos llegaran, por fin, a la Tierra? Habría un acuerdo unánime acerca de la parte de la anatomía de Darvlish que JandolAnganol creyó conveniente exhibir. No los pies, que habían llevado al hombre de una a otra escaramuza. No sus genitales, que habían engendrado tantos bastardos capaces de crear futuros problemas. Ni sus manos, que habían reducido al silencio a tantos oponentes. Pero sí su cabeza, que había coordinado lodos aquellos desatinos.

XIV - DONDE VIVEN LOS FLAMBREGS

Sombras blancas cubrían la ciudad de Askitosh. Yacían enmarañadas entre los edificios grises. Cuando un hombre caminaba por esas pálidas calles, recogía su palidez. Era la famosa “niebla de seda” de Uskut, una cortina tenue pero enceguecedora de aire frío y seco que descendía de las mesetas situadas detrás de la ciudad.

En lo alto, Freyr ardía en el vacío como una ascua gigantesca. Era la medialuz de Sibornal. Batalix volvería a aparecer en una o dos horas. Por ahora, sólo se veía el astro mayor. Batalix desaparecería antes de la puesta de Freyr, sin alcanzar el cenit en ese momento, a comienzos ya de la primavera.

Envuelto en un impermeable, SartoriIrvrash contemplaba la ciudad fantasmal en el instante en que se desvanecía de la vista. Primero se sumergió en la niebla de seda, luego se convirtió en una mera estructura ósea, y finalmente dejó de existir por completo. Pero el Amistad Dorada no estaba solo en aquella niebla. Desde la proa, el bien abrigado observador podía distinguir el chinchorro en el que los remeros phagor pugnaban, a fuerza de brazos, por sacar la nave de guerra del puerto. También se veían vislumbres de otros barcos espectrales, cuyas velas colgaban lacias o flameaban como pieles muertas mientras la flota uskuti partía a la conquista.

Salieron al canal cuando una borrosa luminosidad en el horizonte del este señalaba el alba de Batalix. Se elevó la brisa. Las velas listadas comenzaron a moverse y estirarse. Todos los marineros sintieron alivio; era un augurio apropiado para un largo viaje.

Los augurios sibornaleses no significaban gran cosa para SartoriIrvrash. Encogió sus angostos hombros debajo de su keedrant acolchado y descendió. En la escalerilla se encontró con Io Pasharatid, el ex embajador en Borlien.

—Tendremos éxito —dijo, moviendo la cabeza con un gesto de sabiduría—. Nos hemos hecho a la vela en el momento preciso, y los augurios son los mejores.

—Excelente —dijo SartoriIrvrash, bostezando. Los Monjes Guerreros de Askitosh habían reunido a todos los deuteroscopistas, uranometristas, hieromantes, meteorólogos, metempiristas y sacerdotes de que pudieron echar mano para determinar el décimo, semana, día, hora y minuto en que el Amistad Dorada debía zarpar para tener los mejores auspicios. Se habían tomado en consideración los signos natales de la tripulación y las vetas de la madera de que el casco estaba hecho. Pero el signo más convincente se encontraba en el cielo, donde el cometa de YarapRombry, que volaba muy alto en el cielo nocturno del norte, debía entrar en la constelación zodiacal de la Nave Dorada exactamente a las seis horas, once minutos y noventa segundos, esa misma mañana. Y ése era el momento en que habían empezado a remar.

Era demasiado temprano para SartoriIrvrash. No veía con alegría ese largo y azaroso viaje. No le gustaba el rol que le habían asignado. Su estómago estaba inquieto. Y para coronar su disgusto, allí estaba Io Pasharatid, moviéndose por el barco, sospechosamente amistoso, como si no le hubiera ocurrido nada malo. ¿Cómo se conducía uno con semejante hombre?

Aparentemente, Dienu Pasharatid era capaz de arreglar cualquier cosa. Quizá con la astuta inclusión del ex canciller de JandolAnganol en sus planes, y aprovechando las intenciones de la Comisión de Guerra, había logrado salvar de la cárcel a su marido. Se le había permitido integrar las tropas del Amistad Dorada como capitán de artillería de mano, quizá con la idea de que un largo viaje por mar en un trasto de novecientas toneladas era tan malo como una sentencia a prisión, aunque fuera en la Gran Rueda de Kharnabhar.

A pesar de haber escapado por un pelo a la justicia, Pasharatid se mostraba más arrogante que nunca. Dijo en tono jactancioso a SartoriIrvrash que, cuando llegaran a Ottassol, sería el comandante de la tropa, y que con toda seguridad quedaría a la cabeza de la guarnición en Ottassol.

SartoriIrvrash se echó en su litera y encendió un veronikano. Enseguida sufrió un mareo, algo que no le sucediera en todo el viaje hasta Askitosh. Ahora el mareo compensaba el tiempo perdido.

Durante tres días, el ex canciller declinó todas sus comidas. Despertó el cuarto día, sintiéndose recuperado, y subió a cubierta.

La visibilidad era buena. Freyr los miraba por encima de las aguas, muy bajo, al nornordeste, en la dirección aproximada de donde venía el Amistad Dorada. La sombra de la nave bailaba entre las olas del mar. El aire bañado de luz tenía una deliciosa fragancia. SartoriIrvrash estiró los brazos y aspiró profundamente.

No había tierra a la vista. Batalix se había puesto. De las naves que los habían escoltado como una guardia de honor, sólo quedaba una, dos leguas a sotavento. Un grupo de arenqueras parecía perderse en el horizonte azul.

Tanto le complacía sentirse otra vez bien, tan ruidosa era la canción de las velas y la jarcia, que apenas oyó que le dirigían un saludo. Cuando le fue repetido, se volvió y encontró los rostros de Dienu y de Io Pasharatid.

—Has estado enfermo —dijo Dienu—. Lo lamento. Por desgracia los borlieneses no son buenos navegantes, ¿no es verdad?

Io agregó:

—Pero ahora se siente bien. No hay nada mejor para la salud que un largo viaje por mar. Debemos navegar cerca de trece mil millas, de modo que con vientos favorables deberíamos llegar en dos décimos y tres semanas. Quiero decir a Ottassol.

En los días siguientes, se dedicó a llevar a SartoriIrvrash de paseo por el barco, explicando el funcionamiento de los más mínimos detalles. SartoriIrvrash tomaba notas de las pocas cosas que le interesaban, deseando en el fondo de su corazón borlienés que su propio país tuviera igual experiencia en asuntos náuticos. Los Uskuti y otras naciones de Sibornal tenían corporaciones bastante parecidas a las de las naciones civilizadas de Campannlat; pero las marítimas y militares excedían a todas las demás en número y eficacia, y tenían / tendrían (porque ese tiempo de verbo era el condicional subjuntivo eterno) la seguridad de sobrevivir al Invierno Fantasma. El invierno, explicó Pasharatid, era especialmente severo en el norte. A lo largo de los siglos fríos, Freyr se mantenía siempre por debajo del horizonte. El invierno estaba en sus corazones.

—Lo creo —declaró SartoriIrvrash con solemnidad. En el Invierno Fantasma, aún más que en el Gran Verano, los pueblos del norte glacial dependían del mar para poder sobrevivir.

Por lo tanto, Sibornal tenía pocas embarcaciones privadas. Casi todas las naves pertenecían a la Corporación de Monjes Marinos, cuyas insignias agregaban cierta belleza a la funcionalidad de sus velas.

En la vela mayor se veía la divisa de Sibornal, los dos anillos concéntricos unidos por dos líneas onduladas.

El Amistad Dorada tenía tres palos, mayor, menor y mesana. Con viento favorable se izaba también un artemón sobre el bauprés, para avanzar con mayor rapidez. Io Pasharatid explicó cuántos pies cuadrados exactos de vela se podían izar en cualquier situación.

SartoriIrvrash no se oponía del todo a que lo aburrieran con torrentes de hechos. Había dedicado gran parte de su vida a establecer qué era especulación y qué un hecho; y tener abundancia de esto último no carecía de atractivo. Sin embargo, especulaba acerca de los motivos que podía tener Pasharatid para demostrar amistad a tal extremo; eso no era precisamente una característica sibornalesa. Y tampoco se había puesto de manifiesto en Sibornal.

—Corres el riesgo de aburrir a SartoriIrvrash con tus hechos, querido —dijo Dienu al sexto día del Viaje.

Se alejó; ellos estaban en el punto más alto de la popa, detrás de una jaula de arangs hembras. No había un pie de cubierta libre de algo —sogas, provisiones, ganado en pie, cañones—, y las dos compañías de soldados que iban en la nave debían pasar la mayor parte del día, bueno o lluvioso, en cubierta, obstaculizando los movimientos de los marineros.

—Debes de extrañar Matrassyl —dijo Pasharatid.

—Extraño la paz de mis estudios.

—Y también otras cosas, supongo. Al contrario que muchos de mis compatriotas uskutis, yo vivía muy satisfecho en Matrassyl. Es un lugar exótico. Demasiado caliente, por supuesto, pero no me importaba. Allí logré entrar en contacto con personas muy agradables.

SartoriIrvrash miró los arangs que se esforzaban por girar en su jaula. Proveían de leche a los oficiales. Sabía que Pasharatid estaba por ir al grano.

—La reina MyrdemInggala es una mujer magnífica. Es una vergüenza que el rey la haya desterrado, ¿no te parece?

Era eso, entonces. Esperó antes de responder.

—El rey pensó que su obligación era servir a su país…

—Debes de odiarlo por la forma en que se comportó contigo.

Ante el silencio de SartoriIrvrash, Pasharatid agregó, casi gritando en su oreja:

BOOK: Heliconia - Verano
9.24Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Ascension by Grace, Sable
A Little Bit of Us by A. E. Murphy
The Age of Chivalry by Hywel Williams
Something Different by T. Baggins
The Black Silent by David Dun
Rest & Trust by Susan Fanetti
The Lost and Found of Years by Claude Lalumiere
Ossian's Ride by Fred Hoyle
Dancing in the Moonlight by Bradshaw, Rita
Long Hard Ride by James, Lorelei