Heliconia - Verano (47 page)

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Authors: Brian W. Aldiss

BOOK: Heliconia - Verano
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—No es necesario que te rías, ni es necesario pelear, en momentos de dolor. Volvamos juntos al palacio. Puedes montar en Lapwing, si quieres.

Roba cayó de rodillas y se cubrió la cara con las manos. Emitía un ruido que no era llanto.

—Tal vez tenga hambre —sugirió el guardián.

—Vete, hombre, o te cortaré la cabeza. El guardián retrocedió.

—He seguido alimentándolos fielmente todos los días, majestad. Traigo toda la comida del palacio, y ya no soy joven.

JandolAnganol se volvió hacia su hijo arrodillado. —¿Sabes que ahora tu abuelo se ha reunido con los gossies?

—Estaba cansado. He visto cómo bostezaba su tumba.

—Hago todo lo que puedo, señor, pero realmente necesitaría un esclavo que me ayudara…

—Murió mientras dormía… Una muerte tranquila, a pesar de sus pecados.

—Dije que él estaba cansado. Tú autoenloquecido, madre atormentada, abuelo fermentado… Has dado tres golpes. ¿Cuál será el próximo?

El rey cruzó los brazos y puso las manos en sus axilas.

—¡Tres golpes! Hijo mío, son una sola herida para mí. ¿Por qué me agobias con tus disparates? Quédate y consuélame. Ya que ni siquiera puedes casarte con una Madi, quédate.

Roba puso las manos en el suelo y empezó a incorporarse lentamente. El guardia aprovechó la oportunidad para decir:

—Ya no copulan más, señor. Sólo entre ellos, dentro de cada celda, para pasar el tiempo.

—¿Quedarme contigo, padre? ¿Cómo estaba el abuelo, en las entrañas del palacio? No, volveré a…

Mientras hablaba, el guardián se adelantó con expresión suplicante y se interpuso entre JandolAnganol y su hijo. El rey le dio un golpe que lo envió trastabillando contra un arbusto. Los cautivos gritaron y martillaron los barrotes.

El rey sonrió, o por lo menos mostró los dientes, mientras intentaba acercarse a su hijo. Roba retrocedió.

—Nunca comprenderás lo que me hizo tu abuelo. Nunca comprenderás su poder sobre mí, entonces, ahora, quizá siempre…, porque yo no tengo poder sobre ti. Sólo podía alcanzar el éxito si lo apartaba de mi lado.

—Las prisiones fluyen como témpanos por tu sangre. Yo seré un Madi, o una rana. Me niego a ser humano si tú te atribuyes ese título.

—Roba, no seas cruel. Ten cordura… Yo debo… casarme con una chica Madi. Por eso he venido a observar a los de su especie. Quédate conmigo.

—Posee a tu esclava Madi. Cuenta tu progenie. Mide, toma notas, sufre, encierra a los fértiles, y no olvides nunca que hay uno suelto en Heliconia, dispuesto a enviarte a una prisión eterna…

Mientras hablaba, retrocedía, con los dedos apoyados en el suelo. Luego se volvió, lanzándose contra los arbustos. Un instante después, el rey vio la figura que se deslizaba sobre la parte superior de la cantera. Luego desapareció.

JandolAnganol se apoyó contra el tronco de un árbol, cerrando los ojos.

Los gemidos del guardián reclamaron su atención. Fue hacia el hombre caído y le ayudó a ponerse de pie.

—Lo siento, señor, pero tal vez un esclavo joven, ahora que yo estoy viejo…

Frotándose la frente con ademán de fatiga, el rey dijo:

—Aún puedes contestar algunas preguntas, slanje. Dime, por favor, cómo les agrada copular a las mujeres Madi. ¿De espaldas, como los animales, o de frente, como los seres humanos? Rushven me lo hubiera dicho.

El guardián se sacudió las manos y rió.

—Oh, señor, de las dos maneras, según he podido observar muchas veces, puesto que estoy aquí todo el tiempo, sin nadie que me ayude. Pero sobre todo de espaldas, como los Otros. Algunos sostienen que se unen para toda la vida, y algunos, que son promiscuos… Pero la vida es diferente estando en cautiverio.

—¿Los Madis se besan en la boca, como los humanos?

—No he visto eso, señor. Nunca. Sólo los seres humanos.

—¿Se lamen los genitales antes de copular?

—Eso es muy corriente en todas las celdas, señor. Yo diría que es lo que más hacen, sobre todo lamer y chupar.

—Gracias. Ahora puedes poner en libertad a los cautivos. Ya han cumplido su misión. Suéltalos.

Salió lentamente de la cantera, con una mano en la espada y otra en la frente.

Suaves barras de sombra proyectadas por los rajabarales se movían ante él mientras retornaba al palacio. Freyr estaba cerca del ocaso. El cielo era amarillo. El sol estaba rodeado por aureolas concéntricas de bruma amarronada, producidas por las partículas de ceniza volcánica. Parecía una perla en una ostra podrida. El rey dijo a Lapwing:

—No puedo confiar en él. Es huraño como era yo. Lo quiero, pero lo mejor que podría hacer es matarlo. Si tuviera bastante cordura para trabajar con su madre, y formar en la scritina una alianza contra mí, me destruiría…

Y también la amo a ella, aunque también lo mejor que podría hacer es matarla…

El hoxney no respondió. Se movía hacia el ocaso, sin otro deseo que regresar a casa.

El rey advirtió la vileza de sus propios pensamientos.

Alzó la vista al cielo refulgente y vio el mal que su religión le enseñaba a ver.

—Debo purificarme —dijo—. Ayúdame, oh Todopoderoso y Supremo.

Espoleó el flanco de Lapwing. Iría a ver a la Primera Guardia Phagor. Ellos no planteaban problemas morales. Con ellos se sentía en paz.

Las aureolas oscuras triunfaron sobre las claras. Mientras Freyr desaparecía, la ostra se tornaba grisácea de afuera hacia adentro a medida que se imponía la luz de Batalix. Con su belleza perdida, se convirtió en una simple congregación de nubes entre otras nubes amontonadas, mientras Batalix, a su turno, descendía hacia el oeste. Akhanaba hubiese podido decir, y de manera nada enigmática, que todo ese complejo conjunto de cosas estaba a punto de concluir.

JandolAnganol regresó a su palacio silencioso, y encontró allí a un enviado del Santo Imperio de Pannoval. Alam Esomberr, lleno de sonrisas, anticipaba su alegría.

Por fin había llegado el acta de divorcio. Sólo debía mostrársela a la reina de reinas, y él estaría en libertad de casarse con su princesa Madi.

XVI - EL HOMBRE QUE MINÓ UN GLACIAR

En el hemisferio sur el verano del año pequeño había cedido su lugar al otoño. Los monzones se congregaban a lo largo de las costas de Hespagorat.

Mientras en la dulce costa norte del Mar de las Águilas la reina MyrdemInggala nadaba con sus delfines en las aguas azules, en la sombría costa norte del mismo mar; que allí se unía a las aguas del Mar de la Cimitarra, el ganador de la lotería del Avernus, Billy Xiao Pin, agonizaba.

Las doce islas de Lordry, algunas de las cuales eran empleadas como estaciones de pesca de ballenas, protegían del mar abierto al puerto de Lordryardry. En esas islas, y también en las costas bajas de Hespagorat, existían numerosas colonias de iguanas marinas. Barbudas, verrugosas, acorazadas, esas bestias inofensivas alcanzaban los seis metros de longitud; a veces se las veía nadar en el mar. Billy las había observado mientras el Dama de Lordryardry del Capitán del Hielo lo llevaba a Dimariam.

En la costa, las iguanas marinas cubrían rocas y marismas. Algo en sus movimientos perezosos y sus bruscos deslizamientos sugería que conspiraban con el clima húmedo que en ese momento del año pequeño caía sobre la costa de Dimariam, donde el aire frío que se desplazaba hacia el norte desde el casquete polar encontraba el aire cálido que cubría el océano, formando bancos de niebla que lo envolvían todo en una húmeda bruma.

Lordryardry era un pequeño puerto de once mil habitantes. Debía casi por completo su existencia a la empresa de la familia Muntras. Uno de sus rasgos más notables era que se encontraba a una latitud de 36.5° sur, un grado y medio fuera de la ancha zona tropical. El círculo polar se encontraba a sólo dieciocho grados y medio al sur. Más allá de ese círculo, en el reino de los hielos eternos, no se veía jamás a Freyr durante los largos siglos del verano. En el Gran Invierno, Freyr reaparecía iluminando durante muchas generaciones el mundo vacío del polo.

Billy supo esto mientras era conducido en el tradicional trineo desde el barco hasta la residencia del Capitán del Hielo. Krillio Muntras contaba estas cosas con orgullo, aunque a medida que se acercaba a su casa fue cayendo en un profundo silencio.

Instaló a Billy en una habitación blanca, cuyas ventanas estaban enmarcadas por cortinas del mismo color. Mientras yacía presa de la enfermedad, Billy podía ver a través de los árboles y sobre los techados del pueblo, una niebla lechosa entre la cual, a veces, aparecía un mástil.

Billy era consciente de que pronto se embarcaría en otro viaje misterioso. Pero antes de que esto sucediera, recibía los cuidados de la discreta mujer de Muntras, Eivi, y de su formidable hija casada, Immya. Immya, según le dijeron, tenía gran reputación en la comunidad como médica.

Después de un día de descanso, los cuidados de ambas mujeres surtieron efecto o bien la enfermedad de Billy remitió por sí sola. Como quiera que fuese, la rigidez que lo aquejaba desapareció en parte. Immya lo envolvió en mantas y lo acomodó en el trineo. Cuatro gigantescos perros astados —asokins— tiraban del trineo. La familia llevó a Billy hacia el interior, a ver el famoso glaciar de Lordryardry.

El glaciar había abierto un lecho entre dos colinas, sobre un lago que derramaba sus aguas en el mar.

Billy observó que las maneras de Krillio Muntras cambiaban sutilmente en presencia de su hija. Ambos se demostraban afecto; pero el respeto que él mostraba por Immya era superior al de ella por él. Billy no lo deducía por las palabras que cambiaban, sino por un hecho: Muntras erguía su columna vertebral y hundía su amplio estómago, como si sintiera que debía estar alerta cuando la aguda mirada de Immya caía sobre él.

Muntras empezó a describir las tareas que se realizaban en el glaciar. Cuando Immya se refrió discretamente a la cantidad de hombres que allí trabajaban, Muntras le pidió sin rencor que ella misma se ocupara de la explicación, lo cual hizo. Div estaba detrás de su padre y de su hermana con el ceño fruncido; aunque, como hijo varón que era, debía heredar la compañía de hielo, nada tenía que agregar a la narración, y pronto se apartó.

Immya no sólo era la médica más importante de Lordryardry, sino que estaba casada con el abogado más notorio de la ciudad, fundada por el clan de Muntras. Su marido, mencionado siempre como Abogado en presencia de Billy, como si ése fuera su nombre de pila, era el vocero del pueblo ante la capital, Oüshat. Oüshat se encontraba al oeste, en la frontera entre Dimariam e Iskahandi. Oüshat miraba con envidia al próspero y joven puerto de Lordryardry, y permanentemente ideaba formas, que Abogado burlaba siempre, para arrancarle parte de su riqueza con impuestos.

Abogado burlaba también las leyes locales, improvisadas para beneficiar a la familia Muntras, y no a sus empleados. Por lo tanto, Krillio tenía ideas contradictorias acerca de su yerno.

Era evidente que la esposa de Krillio pensaba de otro modo. No permitía quejas de su hija ni de Abogado. Aunque sumisa, solía impacientarse con Div, cuya conducta empeorada por el rechazo de su madre— se tornaba insoportable en el hogar.

—Deberías reconsiderar las cosas —dijo en una oportunidad a Muntras, mientras ambos permanecían junto a la cama de Billy, después de un nuevo ejemplo de las torpezas de Div—. Si pones la compañía en manos de Immya y Abogado, todo prosperará. Div lo llevará a la ruina en menos de tres años. La muchacha tiene un exacto dominio de las cosas.

Sin duda, Immya Muntras tenía dominio sobre todo el Hespagorat. Jamás había salido de los límites del continente que la viera nacer, a pesar de numerosas oportunidades, como si prefiriera que la puerta de su casa estuviese custodiada por los millares de perros escamosos que patrullaban las costas de Dimariam. Pero en el interior de su amplio seno había planos, mediciones e historias del continente sur.

La casa de Immya Muntras era fuerte y sencilla, cuadrada como la de su padre, y capaz de hacer frente a los glaciares. Y frente a uno de éstos describía ahora con orgullo el negocio familiar.

Estaban lo bastante en el interior para verse libres de la bruma costera. La gran muralla de hielo a que Muntras debía su riqueza brillaba al sol. En sus puntos más distantes, Batalix creaba en sus huecos profundas cavernas de zafiro. Incluso el reflejo del glaciar en el lago centelleaba como una joya.

El aire era fresco y vivaz. Las aves rozaban la superficie del lago. Donde las límpidas aguas se reunían con la costa cubierta de flores azules, se veían infinidad de insectos atareados.

Una mariposa con la cabeza como el pulgar de un hombre se posó sobre el reloj de tres caras que Billy llevaba en la muñeca. Billy la miró con incertidumbre, tratando de interpretar el significado de esa criatura.

Algo rugía en lo alto; ignoraba qué era. Apenas podía mirar hacia arriba. El virus estaba instalado en su hipotálamo. Se multiplicaría allí inconteniblemente; ningún remedio podía curarlo. Pronto estaría inmóvil, paralizado, como los ancestrales phagors en brida.

No lo lamentaba. Sólo lamentaba que la mariposa dejara su mano y se alejase. Para vivir una vida real, era necesario el sacrificio, y eso su Consejero lo hubiera podido comprender. Había vislumbrado a la reina de reinas. Se había acostado con la hermosa Abathy. Incluso ahora, incapacitado, podía ver zonas distantes del glaciar donde la luz conjuraba azules asombrosos, haciendo del hielo más un color que una materia. Había probado la excelencia de la naturaleza. Por supuesto, eso tenía un precio.

Immya explicaba ahora la ruidosa tarea que se estaba llevando a cabo. Los hombres trabajaban sobre andamios, cortando bloques de hielo con picos y sierras. Eran los mineros del glaciar de Lordryardry. Los bloques caían a un gran embudo abierto de donde pasaban a una larga tolva de madera con suficiente declive para que no dejaran de moverse.

Enormes lápidas de hielo descendían lentamente por la tolva, la cual crujía cuando pasaban sobre sus pilares de madera, y continuaban su camino de tres kilómetros hasta los muelles de Lordryardry.

Allí eran reducidas a bloques más pequeños que se cargaban en los cascos aislados con paja de las naves de la Compañía.

De ese modo, las nieves caídas en las regiones polares al sur de los 55°, comprimidas y forzadas a moverse perezosamente hacia la estrecha franja templada, servían para el útil propósito de refrescar a quienes vivían en lejanos trópicos. Allí terminaba la tarea de la naturaleza y empezaba la del capitán Krillio Muntras.

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