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Authors: Brian W. Aldiss

Heliconia - Verano (54 page)

BOOK: Heliconia - Verano
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Cuando la abrió con violencia, los phagors de la Primera Guardia se cuadraron en actitud respetuosa; inmóviles sus largas quijadas y sus cuernos. Valía la pena ver eso, se dijo, tratando de disipar su ánimo sombrío.

Salió a caminar antes de que llegara el calor. Vio el mar y sintió la brisa, pero no les prestó atención. Antes del alba, mientras dormía profundamente por los efectos del alcohol, Esomberr había comparecido ante él, acompañado por su nuevo canciller, Bardol CaraBansity. Ambos le habían informado que la princesa Madi con quien pensaba casarse había muerto, víctima de un asesino.

No quedaba nada.

¿Por qué se había obligado a divorciarse de su verdadera esposa? ¿Qué se había apoderado de su mente? Había separaciones a las que ni los más firmes podían sobrevivir.

Deseaba hablar con ella.

Sólo por delicadeza no envió un mensajero a las habitaciones de la ex reina. Sabía que allí debía encontrarse, con la princesa Tatro, esperando a que él se marchara con sus soldados. Probablemente había oído la noticia que los hombres habían traído a la noche. Probablemente sentía temor de ser asesinada. Probablemente lo odiaba.

Se volvió con brusquedad como para sorprenderse a sí mismo. Su nuevo canciller se acercaba con andar pesado y decidido. JandolAnganol miró a CaraBansity y luego le dio la espalda. CaraBansity se vio obligado a adelantarse, rodeando al rey y a Yuli, antes de hacer una torpe reverencia.

El rey fijó sus ojos en él. Hubo un silencio. CaraBansity apartó su oscura mirada.

—Me encuentras de mal talante.

—Tampoco yo he dormido, señor. Lamento mucho el nuevo infortunio que ha caído sobre ti.

—Mi mal talante no sólo se vuelve contra el Todopoderoso, sino también contra ti, que tienes menos poder.

—¿Qué he hecho para disgustarte, señor?

El Águila unió sus cejas, lo cual volvía su mirada aún más altanera.

—Sé que tú también confabulas en secreto contra mí. Tienes fama de hombre ingenioso. No creas que no percibí tu gesto de satisfacción cuando me anunciaste la muerte de…, tú sabes.

—¿La princesa Madi? Si a tal punto desconfiar de mí, señor, no debes conservarme como canciller.

JandolAnganol le volvió nuevamente la espalda; la gasa amarilla de su túnica estaba manchada de rojo como una vieja bandera.

CaraBansity avanzaba arrastrando los pies. Miraba abstraído el palacio, y su resquebrajada pintura blanca.

Comprendía lo que era ser un hombre común y lo que era ser un rey.

Gozaba de su vida. Conocía a muchas personas, y era útil para la comunidad. Amaba a su esposa. Prosperaba. Sin embargo el rey lo había contratado contra su voluntad, como si fuera un esclavo.

Había aceptado ese papel y, como era un hombre de carácter, estaba decidido a cumplirlo tan bien como pudiera. Ahora el soberano tenía el descaro de decirle que estaba confabulando contra él. No había límite para la impertinencia real; y sin embargo no veía la forma de no acompañar a JandolAnganol hasta Oldorando.

Su simpatía por el rey se desmoronó.

—Quería decirte algo, majestad —comenzó con voz resuelta; pero al ver la espalda ensangrentada se alarmó de su propia temeridad—. Por supuesto, es un asunto sin importancia; pero justo antes de partir de Ottassol tomaste ese interesante reloj de tres caras. ¿Aún lo tienes?

Sin volverse, el rey respondió:

—Está aquí, en mi túnica.

CaraBansity respiró hondo y luego dijo, con mucha menos energía que la prevista:

—¿Querrías devolvérmelo, por favor?

—No es éste el momento de venir a pedirme favores, ahora que Borlien y el SacroImperio están amenazados. —Era el mismo Águila al hablar.

Ambos miraron a Yuli entre los arbustos, junto al palacio. La criatura orinaba al extraño modo de su especie. Lentamente comenzó a caminar en dirección al mar. “No soy mejor que un esclavo”, se dijo CaraBansity.

Lo siguió.

Con el runt brincando a sus espaldas, el rey apresuró el paso, hablando sin cesar, de modo que el corpulento deuteroscopista tuvo que hacer un esfuerzo para alcanzarlo. El tema del reloj no volvió a mencionarse.

—Akhanaba me ha favorecido y ha puesto en el camino de mi vida muchos frutos. Esos frutos tenían un sabor adicional cuando veía que había otros prometidos, para mañana, para pasado mañana y para el día siguiente. Había más de todo lo que deseaba.

“Es verdad que he sufrido rechazos y derrotas; pero dentro de una atmósfera general de promisión. No dejé que me perturbaran por demasiado tiempo. Mi derrota del Cosgatt… Aprendí de ella, fui más allá y finalmente conseguí allí una gran victoria.”

Pasaron junto a una hilera de gwing-gwings. El rey arrancó uno y lo mordió hasta el hueso; mientras hablaba, el zumo corría por su barbilla. Señaló la fruta mordida.

—Hoy veo mi vida a una nueva luz. Tal vez aquello que estaba prometido ya me haya sido otorgado… Después de todo, aún no tengo veinticinco años. —Hablaba con dificultad.—Puede que éste sea mi verano, y que en el futuro, cuando sacuda un árbol, ya no caigan más frutas… ¿Puedo seguir confiando en la abundancia? ¿No nos advierte nuestra religión que debemos esperar tiempos de escasez? Bah… Akhanaba es como un sibornalés, siempre obsesionado por el invierno que vendrá.

Caminaban a lo largo de los riscos bajos que separaban la tierra de la playa, por el lugar donde la reina solía entrar en el mar.

—Dime —dijo JandolAnganol al descuido—, si como ateo que eres, no puedes aplicar una construcción religiosa a mi caso, ¿cómo ves mis dificultades?

CaraBansity guardaba silencio, con su roja cara de vaca inclinada hacia el suelo, como queriendo protegerla de la mirada abrasiva del rey.

—¿Y bien? Habla, di lo que quieras. ¡Estoy sin ánimo! He sido azotado por mi vicario de rostro lechoso…

Cuando CaraBansity se detuvo, el rey prosiguió la marcha.

—Señor, hace poco, para agradar a un amigo, acepté en mi casa a cierta joven. Mi esposa y yo recibimos a muchas personas, algunas vivas, otras muertas, animales para su disección y phagors, y bien para su disección o bien como servidores. Nadie ha causado nunca tantos problemas como esa muchacha.

“Yo quiero a mi esposa, y seguiré queriéndola. Pero sentí deseos por esa muchacha. Aun despreciándola no podía dejar de desearla.”

—¿Y fue tuya?

CaraBansity lanzó una carcajada, y por primera vez, en presencia del rey, su rostro se iluminó.

—La he tenido, señor, tanto como has tenido tú ese gwing-gwing, la deliciosa fruta de la medialuz. Corrió el zumo, señor… Pero no era amor sino khmir, y apenas éste se extinguió… Aunque ciertamente eso fue un proceso, señor, un proceso de verano… Cuando cesó tuve asco de mí mismo y no quise volver a verla. Le di una casa, lejos, y le dije que no volviera a verme. Más tarde supe que había abrazado la profesión de su madre, causando, al menos, la muerte de un hombre.

—¿Y qué me importa a mí todo eso?—preguntó el rey con altanería.

—Creo, majestad, que el principio motor de tu vida es más bien el deseo que el amor. Tú me dijiste, en términos religiosos, que Akhanaba te había favorecido poniendo a tu paso muchos frutos. En mis propios términos, has hecho lo que quisiste, has tomado lo que deseaste, y así esperas continuar. Te sirves de los phagors como instrumentos de tu poder, sin ver que ellos jamás se someten de verdad. Nada se opone a ti, excepto la reina de reinas. Ella puede hacerlo, porque sólo ella en todo el mundo posee tu amor y tu respeto. Por eso la odias: porque la amas.

“Ella se interpone entre tu khmir y tú. Sólo ella puede contener tu… dualidad. En ti, en mí, y quizás en todos los hombres, los dos principios están divididos; pero en ti la separación es mayor, porque mayor es tu posición.”

“Si prefieres creer en Akhanaba, cree entonces que con sus castigos te advierte que tu vida puede tomar un mal rumbo. Enderézala mientras tienes la oportunidad.”

Se detuvieron, ignorando el sombrío trueno del mar, y se miraron, tensos, cara a cara. JandolAnganol escuchaba sin un movimiento, mientras Yuli, cerca, rodaba sobre la hierba.

—¿Cómo sugieres que enderece mi vida? —Un hombre menos seguro que CaraBansity se habría espantado del tono de voz del rey.

—Este es mi consejo, majestad. No vayas a Oldorando. Simoda Tal ha muerto. Ya no hay motivo por el que debas visitar esa ciudad tan poco amistosa. Te lo advierto como deuteroscopista. —CaraBansity estudiaba, por debajo de sus tupidas cejas, el efecto de sus palabras sobre JandolAnganol.— Tu sitio está en tu reino, hoy más que nunca, desde que tus enemigos no han olvidado la Masacre de los Myrdólatras. Retorna a Matrassyl. Tu legítima reina está aquí. Pídele perdón. Rompe ante sus ojos el decreto de Esomberr. Recupera lo que más amas. En ella está tu salud. Rechaza los engaños de Pannoval.

El Águila miró el mar.

—Vive una vida más cuerda, majestad. Recobra a tu hijo. Despréndete de Pannoval y de la guardia phagor y vive con tu reina. Rechaza a Akhanaba, que te ha conducido a…

Pero había ido demasiado lejos.

Una ira sin igual se apoderó del rey; era la furia personificada. Se arrojó sobre CaraBansity, quien, ante esta cólera más allá de toda razón, vaciló, cayendo al suelo, antes de que el rey lo atacara. Arrodillado sobre el cuerpo del canciller, JandolAnganol sacó su espada. CaraBansity exclamó:

—¡Deténte, majestad! Anoche salvé a tu reina de una infame violación.

El rey se contuvo y luego se incorporó con la punta de su espada apuntando hacia el cuerpo que yacía a sus pies.

—¿Quién osaría tocar a la reina estando yo aquí? Responde.

—Majestad… —La voz temblaba ligeramente; sin embargo lo que dijo se oyó con claridad.— Estabas ebrio. Y Esomberr fue a la habitación de la reina para violarla.

El rey respiró hondo. Envainó la espada. Permaneció inmóvil.

—¡Hombre común! ¿Cómo podrías comprender la Vida de un rey? No Volveré por el camino que ya he andado. Tú tienes tu Vida, que yo puedo tomar; pero yo tengo un destino, y lo seguiré hasta donde quiera el Todopoderoso. Vuelve a donde perteneces. No puedes aconsejarme. ¡No vuelvas a ponerte en mi camino!

Pero seguía junto al cuerpo del anatomista. Cuando Yuli llegó, resoplando, el rey se apartó bruscamente y retornó al palacio de madera.

Al oír su voz, la guardia se puso en pie de un salto. Debían salir de Gravabagalinien en menos de una hora. Marcharían hacia Oldorando, como estaba planeado. Su voz y su helada furia conmovieron el palacio como si fuera un nido de ricky-backs cuando se levanta un tronco. En el interior se oía a los vicarios de Esomberr, llamándose unos a otros en voz alta.

La conmoción llegó hasta las habitaciones de la reina. Se detuvo a escuchar en mitad de su sala de marfil. Sus guardias esperaban ante la puerta. Mai TolramKetinet estaba con dos criadas en la antecámara, aferrando a Tatro. Gruesas cortinas cubrían las ventanas.

MyrdemInggala vestía una larga túnica vaporosa. Su rostro estaba tan pálido como la sombra del ala de un pájaro sobre la nieve. Respiraba el aire tibio una y otra vez, atenta al ruido de hombres y hoxneys, de órdenes y maldiciones. En una oportunidad se acercó a la cortina; luego, como si lamentara su propia debilidad, retiró la mano que había alzado y regresó a la postura anterior. El calor ponía en su frente gotas de transpiración que brillaban como perlas. Por un instante le pareció oír la voz del rey; luego, nada más.

En cuanto a CaraBansity, una vez que JandolAnganol se hubo marchado, echó a andar hacia la bahía, donde no podía ser visto, y allí aguardó hasta que recobró el color.

Un rato más tarde, se puso a cantar. No había recuperado su reloj, pero sí la libertad.

En su aflicción, el rey fue a un pequeño cuarto en una de las destartaladas torres y cerró la puerta con llave. El polvo que se elevaba daba una apariencia fantasmal a las franjas de oro que penetraban por un enrejado. El lugar olía a plumas, a hongos, a paja seca. En las desnudas tablas del suelo había excrementos de paloma, pero el rey, ignorando todo ello, se acostó, y con un esfuerzo de su voluntad, se hundió en el pauk.

Su alma, liberada de su cuerpo, se tranquilizó. Como una hoja seca, cayó en la aterciopelada oscuridad. La oscuridad perduraba cuando todo lo demás se había ido.

Era la paradoja del limbo donde el alma iba ahora a la deriva: se extendía sin límites, era un dominio infinito, y al mismo tiempo tan familiar para él como puede serlo para un niño la oscuridad debajo de sus sábanas.

El alma no tenía ojos mortales. Con una visión diferente contemplaba, más abajo, a través de la obsidiana, una multitud de débiles luces; aunque permanecían inmóviles, parecían moverse a causa del descenso del alma. En un tiempo, cada una de ellas había sido un espíritu viviente. Todas caían ahora hacia el principio maternal que existía aun cuando el mundo pereciese, la Observadora Original, un principio mayor, o al menos distinto, de los dioses como Akhanaba.

El alma se dirigió hacia una luz que la atraía en particular: el gossie de su padre.

La chispa que alguna vez fuera VarpalAnganol, rey de Borlien, sólo parecía, con sus costillas y su pelvis apenas esbozadas, el difuso dibujo de la luz del sol sobre una vieja pared. De esa cabeza que había llevado una corona sólo quedaba la sugerencia de una piedra, y unos trozos de ámbar evocaban las cuencas de sus ojos. Y más allá, visibles a través de esa imagen, los fessups se movían como huellas de polvo.

—Padre, tu indigno hijo se presenta ante ti para pedir perdón por el crimen que contigo he cometido. —Así habló el alma de JandolAnganol, suspendida donde no había aire.

—Querido hijo, eres bienvenido, y lo serás siempre que encuentres tiempo para visitar a tu padre, ahora entre las filas de los muertos. Ningún reproche puedo hacerte. Siempre has sido mi hijo querido.

—No me molestarán tus reproches, padre, sino que los agradeceré por duros que sean, porque sé cuán grande ha sido mi pecado contra ti.

Era imposible medir los silencios entre sus palabras, porque ninguno de los dos exhalaba aliento.

—Calla, hijo mío, nadie tiene por qué hablar aquí de pecado. Has sido mi hijo, y con eso basta. No es necesario decir más. No te lamentes.

Cuando parecía que era el momento de hablar, la leve sombra de la llama de una vela surgió de donde había estado la boca. Se podía ver ascender el humo entre las costillas, por la garganta.

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