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Authors: Brian W. Aldiss

Heliconia - Verano (6 page)

BOOK: Heliconia - Verano
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Cerró la mano sobre el brazalete.

CaraBansity estallo en una dolorida protesta. El semblante del rey cambió. La rabia ardía en sus ojos y en cada línea de su rostro. Se inclinó hacia adelante como una ave de presa.

—Vosotros, ateos, nunca entenderéis que Borlien vive y muere por su religión. ¿No nos amenazan acaso, por cada flanco, los bárbaros, los infieles? El imperio no puede existir sin fe. Este brazalete amenaza al imperio, amenaza a la misma fe. Sus números esquivos provienen de un sistema que nos destruiría. —Y con voz más calmada agregó: —Tal es mi convicción, y debemos vivir y morir por nuestras convicciones.

El deuteroscopista se mordió los nudillos y no dijo nada.

JandolAnganol, contemplándolo, añadió:

—Si decides ser mi canciller, vuelve aquí mañana y continuaremos hablando. Hasta entonces me quedaré con esta bagatela sacrílega. ¿Cuál crees que será tu respuesta? ¿Aceptaras ser mi principal consejero?

Al ver al rey guardar el brazalete entre sus vestiduras, CaraBansity se sintió abrumado.

—Te lo agradezco, majestad. Respecto a tu pregunta, debo consultar a mi propio consejero, mi esposa… Hizo una gran reverencia mientras el rey pasaba a su lado para retirarse de la habitación. En un cercano corrector del palacio, el enviado del C'Sarr se preparaba para visitar al rey.

El retrato de la reina MyrdemInggala aparecía pintado en una lámina ovalada de marfil, proveniente del colmillo de una bestia marina. Mostraba su cara perfecta con una frente impecable y el cabello levantado por encima. Los ojos azul profundo de la reina estaban enmarcados por espesas pestañas, y un fino mentón suavizaba un rostro que de otro modo habría resultado más bien autoritario. Alam Esomberr reconocía esas facciones por otros retratos que viera en Pannoval, porque la hermosura de la reina era celebre.

Mientras contemplaba esa imagen, el enviado oficial del Santo C'Sarr permitió que su mente se demorara en pensamientos lascivos. Pensó que en breve tiempo estaría ante la persona que había inspirado aquellas obras de arte.

Dos agentes de Pannoval, espías del C'Sarr, comparecieron ante Esomberr, quien, sin dejar de observar el retrato, escuchó su informe sobre las habladurías que corrían en Ottassol. Ambos analizaron el peligro en que estaría la reina de reinas, cuando quedara resuelto el divorcio con JandolAnganol. Él desearía que ella desapareciese del todo. Del todo.

Por otra parte, el pueblo en general prefería la reina al rey. ¿Acaso este no había enviado a su propio padre a prisión, y al país entero a la bancarrota? La muchedumbre podría rebelarse, matar al rey, poner en el trono a MyrdemInggala. Y estaría justificado.

Esomberr los miro con dulzura.

—Gusanos —dijo—. Necios. Hrattocks. ¿Acaso no llevan todos los reyes sus países a la bancarrota? ¿No encerrarla cualquiera a su padre para alcanzar el poder? ¿No están siempre en peligro las reinas? ¿No sueñan siempre las multitudes con rebelarse y destronar a alguien? Estáis hablando solo de los roles tradicionales en el teatro, grande pero estereotipado, de la vida. No me habéis dicho nada de importancia. Un agente de Oldorando seria azotado si diera un informe así.

Los hombres inclinaron sus cabezas.

—También debemos informar que los agentes de Oldorando trabajan aquí activamente.

—Esperemos que no pasen todo el tiempo con las mujeres del puerto, como vosotros dos. La próxima vez que os llame, confío en recibir noticias, no chismes.

Los agentes inclinaron aún más sus cabezas y salieron de la habitación, sonriendo como si les hubiesen pagado en exceso.

Alam Esomberr suspiró, ensayo un aspecto severo y volvió a mirar la miniatura de la reina.

—Sin duda será estúpida, o tendrá algún otro defecto, para compensar tanta belleza —dijo en voz alta. Guardó la pieza de marfil en un bolsillo seguro.

El enviado del C'Sarr Kilandar IX era un noble de una familia Apropiadora, profundamente religiosa, con relaciones en la misma Ciudad Santa de las profundidades. Su austero padre, miembro de la Gran Magistratura, se había ocupado de que el ascenso de su hijo, quien lo despreciaba, llegase muy temprano. Esomberr consideraba ese viaje, destinado a dar testimonio del divorcio de su amigo, como unas vacaciones. En las vacaciones uno tenía derecho a cierta diversión, y esperaba que la reina MyrdemInggala se la proporcionase.

Estaba listo para su encuentro con JandolAnganol. Llamó a un criado. Este lo condujo ante la presencia del monarca, y los dos hombres se abrazaron.

Esomberr advirtió que el rey parecía más nervioso que en otras ocasiones. Disimuladamente, evaluó ese perfil hirsuto y afilado mientras el rey lo conducía a los salones donde la fiesta aún continuaba. Yuli, el runt, iba detrás de él. Esomberr le dirigió una mirada de aversión, pero nada dijo.

—De modo, Jan, que ambos hemos logrado llegar a salvo hasta Ottassol. Los invasores de lo reino no han podido cortarnos el paso.

Eran amigos, según lo que se entendía por amistad en esos círculos. El rey recordaba el aire cínico de Esomberr y su hábito de inclinar un poco la cabeza, como si estuviese interrogando al mundo.

—Hasta ahora no hemos sufrido depredaciones por parte de Unndreid el Martillo. Ya te habrás enterado de mi encuentro con Darvlish la Calavera —dijo el rey.

—No dudo que esos bandidos sean tremendos. Uno se pregunta si, de haberles puesto nombres menos horribles, no serian más amables.

—Tus habitaciones son cómodas.

—A decir verdad, Jan, tu palacio subterráneo me parece abominable. Dime, ¿Qué ocurre cuando el río Takissa crece?

—Los campesinos hacen diques con sus cuerpos. Si te conviene, saldremos mañana para Gravabagalinien. Ya ha habido bastantes demoras, y se acercan los monzones. Cuanto antes terminemos con el divorcio, mejor.

—Me encanta la perspectiva de un viaje por mar, siempre que sea breve y la costa este al alcance de la voz.

Les sirvieron vino con hielo picado.

—Algo te preocupa, primo mío.

—Muchas cosas me preocupan, Alam. Ninguna en especial. En estos días, hasta mi fe me preocupa. —Vacilo y miro hacia atrás.— Cuando me siento inseguro, Borlien lo está también. Tu amo, el C'Sarr, nuestro Santo Emperador, seguramente lo comprendería. Hemos de vivir Por nuestra fe. Por mi fe, renuncio a MyrdemInggala.

—Primo, en privado podemos admitir que la fe tiene una cierta falta de sustancia, ¿verdad? Mientras que lo hermosa reina…

El rey acariciaba en su bolsillo el brazalete que le había quitado a CaraBansity. Aquello tenía sustancia. Era la obra de un enemigo insidioso que, según le dictaba su intuición, podía sumir al estado en un caos. Apretó con fuerza el metal.

Esomberr hizo un gesto que, contrariamente a los del rey, era lánguido y sin espontaneidad.

—El mundo va a la ruina, primo, o se hundirá en Freyr. Sin embargo, debo decir que la religión jamás me ha hecho perder el sueño. Más bien me lo produce. Todas las naciones tienen sus problemas. A ti lo preocupan Randonan y el temido Martillo. Oldorando sufre ahora una crisis con Akace. En Pannoval, nos atacan de nuevo los sibornaleses. Vienen desde el sur, a través de Chalce, incapaces de tolerar su espantoso país natal un minuto más. Un firme eje Pannoval-Oldorando-Borlien mejorará la estabilidad de todo Campannlat. Las demás naciones no son más que bárbaras.

—La víspera de mi divorcio de MyrdemInggala deberías alegrarme en vez de deprimirme, Alam. El enviado vació su copa.

—Una mujer igual a otra. Estoy seguro de que serás dichoso con la pequeña Simoda Tal.

Vio el dolor en el rostro del rey. JandolAnganol dijo, mirando hacia los bailarines:

—Es mi hijo quien debería casarse con Simoda Tal, pero no he logrado que tenga buen sentido. MyrdemInggala comprende que doy este paso por el interés de Borlien.

—¡Por la Roca! ¿Eso crees? —Esomberr busco en su chaqueta de seda y sacó una carta.— Harías bien en leer esto; acaba de llegar a mis manos.

Al ver la letra clara de MyrdemInggala, JandolAnganol tomo la hoja temblando, y leyó:

Al Santo Emperador, C'Sarr Kilandar IX, jefe del Santo Imperio Pannovalano, en la ciudad de Pannoval, capital del país del mismo nombre.

Santo Señor, cuya fe profesa con devoción la abajo firmante:

Atiende esta suplica de una de tus hijas más infortunadas.

Yo, la reina MyrdemInggala, he sido castigada par un crimen que no he cometido. Mi marido, el rey, me ha acusado injustamente de conspirar contra Sibornal, y estoy en grave peligro.

Santo Señor: mi amo, el rey JandolAnganol, me ha tratado con gran injusticia, apartándome de su lado y desterrándome a esta costa abandonada. Aquí debo permanecer hasta que disponga de mí a su voluntad, victima de su khmir.

He sido para el una fiel esposa durante trece años, y le he dado un hijo y una hija. La hija es aún pequeña, y está conmigo. Mi hijo se rebeló ante la separación, e ignore donde se encuentra.

Como mi señor el rey ha usurpado el trono de su padre, el mal ha caído sobre nuestro reino. Se ha rodeado de enemigos. Para romper el círculo, planea un matrimonio dinástico con Simoda Tal, hija del rey Sayren Stund, de Oldorando. Según entiendo, esta unión goza de tu conformidad. Me inclino ante tu decisión. Pero a JandolAnganol no le bastará con alejarme par medio de una manipulación de la ley; finalmente querrá alejarme también del mundo terrenal.

Por esta razón, ruego a mi Santo Emperador que envíe lo antes posible una carta prohibiendo al rey que inflija daños a mí o a mis hijos, bajo pena de excomunión. El rey posee, al menos, fe religiosa; una advertencia de ese tipo causaría efecto en él.

Tu desesperada hija en religión

ConegUndunory MyrdemInggala

Esta carta llegará a ti por intermedio de tu enviado en Ottassol, y ruego que la entregue piadosamente en tu mano con la mayor premura.

—Pues bien, entonces tendremos que ocuparnos de esto —dijo el rey, con expresión dolorida, aferrando el papel.

—Yo tendré que ocuparme de esto —rectificó Esomberr, recuperando la carta.

Al día siguiente, la comitiva se hizo a la vela hacia el oeste, a lo largo de la costa de Borlien. Acompañaba al rey su nuevo canciller, Bardol CaraBansity.

El rey había desarrollado para ese entonces, el hábito nervioso de mirar una y otra vez por encima del hombro, como si se creyera observado par Akhanaba, el gran dios del Santo Imperio de Pannoval.

Había quienes lo observaban —o quienes habían de observarlo—, pero estaban más alejados en el tiempo y en el espacio de lo que JandolAnganol podía imaginar. Se los contaría par millones. En ese momento, el planeta Heliconia estaba habitado par noventa y seis millones de seres humanos, y un tercio de esa cifra de phagors. Los lejanos observadores eran todavía más numerosos.

En un tiempo, los habitantes del planeta Tierra habían contemplado con considerable despego los asuntos de Heliconia. Las transmisiones desde Heliconia, enviadas a la Tierra par la Estación Observadora Terrestre, habían sido inicialmente poco más que una fuente de entretenimiento. A lo largo de los siglos, mientras la Gran Primavera de Heliconia dejaba paso al verano, las cosas habían sufrido un cambio. La contemplación se convirtió en compromiso. Los observadores fueron modificados por lo observado; a pesar de que Presente y Pasado nunca podían coincidir en los dos planetas, comenzó a forjarse un vínculo de empatía.

Existían ahora medios para hacer que ese vínculo fuera aun más positivo.

La creciente madurez, la creciente comprensión de lo que significaba ser una entidad orgánica, eran deudas que los pueblos de la Tierra habían contraído con Heliconia. No miraban ahora al rey embarcando en Ottassol o a Tatro ante las alas de la playa coma hechos aislados, sino coma hebras de la ineludible tela de la cosmología, la cultura y la historia. Los observadores jamás habían dudado que el rey poseyera libre albedrío; pero como quiera que JandolAnganol ejerciera su voluntad —una voluntad feroz—, los infinitos nexos del continuum se cerrarían de todos modos sobre él, sin dejar más señales que la quilla de su barco en el Mar de las Águilas.

Aunque los terrestres consideraban su divorcio con compasión, no lo veían tanto como un acto individual, sino como un cruel ejemplo de la división en la naturaleza humana, entre las lecturas equivocadamente románticas del amor y el deber. Podían hacer esto porque, en parte, la largo crucifixión de la Tierra había terminado. La rebelión causada por el divorcio entre JandolAnganol y MyrdemInggala ocurrió en el año 381, según el calendario local de Borlien y Oldorando. Como lo había indicado el misterioso cronometro, transcurría en la Tierra el año 6877 después de Cristo; pero ello sugería una falsa sincronía, y los acontecimientos del divorcio se harían reales para las gentes de la Tierra pasados mil años más. Dominando tales fechas locales, había otra, cósmica, cuyo significado era mayor. El tiempo astronómico fluía coma una inundación en el sistema heliconiano. El planeta, junto con sus hermanos, se acercaba al periastron, el punto de su orbita más próximo al brillante astro llamado Freyr.

Heliconia tardaba 2.592 años terrestres en completar un Gran Año recorriendo una orbita alrededor de Freyr, y durante ese tiempo el planeta pasaba par extremos de calor y de frió. La primavera había terminado. El verano, el terrible verano del Gran Año, acababa de llegar.

La duración del verano sería de dos siglos y un tercio terrestres. Para quienes vivían en Heliconia en ese momento, el invierno y su desolación eran una leyenda, aunque vívida. Y así seguiría siendo durante cierto tiempo, en la mente de los hombres, antes de convertirse otra vez en hechos.

Sobre Heliconia brillaba su sol, Batalix, cuyo gigantesco compañero binario, Freyr, brillaba en ese momento con una intensidad un treinta par ciento superior a la de aquel, aunque estaba 236 veces más lejos.

Pese a su participación en su propia historia, los observadores terrestres vigilaban de cerca los eventos de Heliconia. Advirtieron que los hilos de la telaraña —en particular los religiosos— habían sido tejidos hacia mucho tiempo y ahora atrapaban al rey de Borlien.

III - UN DIVORCIO PREMATURO

A pesar de sus extensas costas, Borlien no era una nación de marinos. La consecuencia era que los borlieneses no eran tampoco grandes armadores de barcos, como los sibornaleses, o incluso algunos pueblos de Hespagorat. El que llevaba al rey hasta Gravabagalinien y el divorcio, era un pequeño bergantín de proa redondeada. Navegaba sin perder de vista la costa, y de bordo, calculando por medio de unas clavijas insertadas en la borda el escaso recorrido de cada jornada.

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