Hermana luz, hermana sombra (22 page)

BOOK: Hermana luz, hermana sombra
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—Las profecías nos hablan sesgadamente, niña. Debemos leerlas con los ojos entrecerrados.

—Léelas tú —dijo Jenna—. Yo no lo haré.

Carum, quien había estado escuchando con una expresión distante en los ojos, se volvió repentinamente hacia la sacerdotisa.

—Madre Alta —dijo lentamente—, la profecía también dice que la criatura blanca iniciará un mundo nuevo. Allí está el sentido de todo, ¿verdad? Pero para hacerlo, primero uno debe... uno debe... —vaciló.

—¡Dilo, muchacho!

—Primero uno debe destruir el viejo, y no imagino a Jenna haciendo eso.

—Ah, Longbow, ¡sesgadamente! Debes ver el mundo sesgadamente... —murmuró y se durmió con una extraña sonrisa en el rostro, tan rápida y silenciosamente como un bebé durmiendo una siesta.

Todos se miraron y, como ante una señal, se pusieron de pie, abrieron la puerta con cuidado y salieron al pasillo oscuro.

Armina se hallaba al otro lado de la puerta.

—Bueno, ¿qué es lo que ha dicho? ¿Aún está dormida?

—Nos... nos interrogó sobre nuestras vidas. Quiénes éramos. Y... sí, está dormida. Pero dijo que debíamos... que debíamos hallar refugio para mí.

Jenna y Pynt no dijeron nada, conspirando con él en su silencio.

Armina pareció confundida por un momento. Infló de aire las mejillas haciendo resaltar la cicatriz. Entonces sonrió.

—Refugio. Por supuesto. Pero primero debemos comer. El viaje será largo. Os llevaré de vuelta a mi habitación y os serviré comida. Nadie más debe conocer nuestros planes. Saldremos cuando oscurezca, y de ese modo Sarmina podrá acompañarme. Es la última noche antes de la luna llena.

Los tres la siguieron escaleras abajo. Su sombra se proyectaba sobre las paredes y nadie pronunció palabra en todo el trayecto. Sintiéndose como conspiradores, entraron en la alcoba de Armina, se sentaron sobre la cama y la miraron con culpa. Ella les sonrió desde la puerta.

—Volveré pronto. Con comida. —Entonces cerró la puerta y de inmediato se oyó un sonido metálico.

Jenna corrió hacia ella tratando de abrirla, pero al fin se volvió hacia sus compañeros con expresión afligida.

—La ha atrancado. Ha atrancado la puerta. No se abrirá. —Entonces se volvió nuevamente hacia la puerta y la golpeó gritando—: Armina, ¿qué haces? Déjanos salir.

La voz de Armina llegó hasta ellos a través de la gruesa puerta de roble.

—No me habéis dicho la verdad, hermanas. Madre Alta nunca os enviaría a otra parte en busca de asilo. No sin decírmelo. Hablaré con ella cuando despierte. Hasta entonces, guardad silencio. Esto es un refugio. Nadie os hará daño aquí.

Jenna se volvió de espaldas a la puerta y miró a sus amigos.

—¿Y qué haremos ahora?

Al final no hicieron nada. La puerta era infranqueable y la única ventana, a pesar de ser lo suficientemente ancha para Pynt, era demasiado estrecha para que pasasen Carum o Jenna. Además, estaba muy alta para ellos, a pesar de que ataron todas las sábanas y polainas de Armina que lograron hallar. Lo que parecía ser el primer piso era en realidad el cuarto, ya que la parte trasera de la Congregación estaba construida sobre un despeñadero que caía abruptamente sobre un río de corriente rápida.

Ninguna de las dos muchachas sabía nadar.

Ya hacía bastante que había oscurecido y la luna les sonreía a través de la ventana cuando Armina regresó. Ella y su hermana sombra abrieron la puerta y la aseguraron con sus espadas, deslizando la bandeja de comida con los pies antes de hablar.

—La Madre aún duerme —dijo Armina—. La veréis a primera hora de la mañana. Vuestra visita la ha fatigado. Por lo tanto, comed bien y descansad.

Sarmina les sonrió.

—La cama es lo suficientemente ancha para dos... o tres, si lo deseáis.

Armina observó la ventana, donde todavía estaban atadas las ropas de cama y las polainas. Echó a reír.

—Veo que habéis utilizado bien vuestro tiempo. Cuando era pequeña, solía descolgarme por la ventana para pender sobre el río. Era lo que todas hacíamos antes de que nos permitieran jugar a las varillas. Pero en aquellos días nuestro cuarto estaba en un piso más bajo y la caída no era tan mortal. Aunque...

Sarmina continuó con el relato.

—Aunque hubo una niña tonta llamada Mara, que tenía las manos húmedas y el corazón débil.

—Se soltó y cayó. No dejó de gritar hasta que el agua le cubrió la boca. —Armina se pasó una mano por el cabello.

—No sabía nadar —agregó Sarmina. Ambas terminaron juntas.

—Y su cuerpo nunca fue encontrado.

—¿Otra de vuestras historias de fantasmas? —preguntó Carum.

—Llámala una historia de advertencia —respondió Armina—. Además, están las guardias.

—¿Por qué, Armina? —preguntó Pynt—. ¿Por qué simplemente no nos dejáis seguir nuestro camino?

—Esta noche, los caballeros del rey han estado dos veces ante nuestros portones preguntando por Longbow. Le llamaron por su nombre y lo describieron por varias marcas de nacimiento.

Carum se ruborizó.

—Las dos veces los despachamos sin decir nada —continuó Armina—. No tienen nada en particular con nosotras. Están formulando las mismas preguntas en todas las aldeas. Pero Longbow nos clamó merci, así que debemos protegerlo.

—¡Nos clamó a nosotras! —dijo Jenna.

—Y de ese modo nos comprometió a todas —dijo Sarmina—. ¿No fue eso lo que nos dijo Madre Alta?

—Pero tú... tú no estabas esta tarde cuando habló con nosotros —comenzó Carum mirando primero a una y luego a la otra—. O al menos me pareció que eras tú. —Señaló a Armina, quien sonrió.

Sarmina reiteró esa sonrisa y le respondió.

—¿Aún no has comprendido, estudioso, que lo que sabe mi hermana luz lo sé yo?

Armina bajó su espada una fracción de centímetro.

—Aguardamos que despierte la Madre. Ella nos dirá lo que debemos hacer. Mi madre, Callilla, dice que existe un pasaje secreto para salir de aquí. Que atraviesa la habitación de la sacerdotisa y bordea el río. Pero sólo Madre Alta conoce el camino.

—Entonces, por nuestro bien, o por el bien de Alta, o por el bien de la Congregación —exclamó Carum—, despertadla.

Ambas hermanas sacudieron la cabeza.

—No podemos —dijo Sarmina—. La Madre se encuentra exhausta. Si la despertamos antes de tiempo, estará aturdida y no conseguiremos nada de ella. Y muy pronto amanecerá. —Apuntó su espada hacia la ventana, donde la luna ya había desaparecido—. Así que, dormid. Y dormid bien.

Mañana habrá mucho que hacer.

Con esas palabras las hermanas salieron, cerraron la puerta y volvieron a colocar la pesada tranca.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Pynt.

—¿Qué podemos hacer? —dijo Carum.

—¡Podemos comer! —dijo Jenna—. Y preocuparnos más tarde.

Los tres se sentaron alrededor de la bandeja y, después de los primeros bocados, se relajaron lo suficiente para comer lentamente saboreando el humeante pastel de paloma, los huevos en salmuera y el vino rosado.

Cuando no quedaban más que unos pocos huesos y los alhelíes que decoraban la bandeja, se detuvieron.

Pynt eructó con disimulo y se tendió sobre la cama. Jenna se acomodó a su lado. Carum observó con anhelo el lado que quedaba vacío, pero luego se tendió en el suelo bajo la ventana y se cubrió con una parte de la manta anudada. Escuchaba el sonido sereno y firme de la respiración de las muchachas. El suelo estaba duro bajo su cuerpo. Le pareció sentir un clavo algo salido entre los tablones. Justo cuando se había resignado a una noche de insomnio, fue quedando atrapado en las imágenes de un sueño. Éste estaba referido a Jenna, que se hallaba atada a una silla. Su larga cabellera blanca flotaba alrededor de su rostro como movido por un viento marino. Ella lo llamaba, pero su voz era la de una criatura... aguda, desesperada, incomprensible y débil.

No fueron despertados por el resplandor de la mañana a través de la ventana sino por la voz de Armina.

—Madre Alta está despierta y pregunta por vosotros. Es una buena señal. Lo recuerda todo. Venid.

Los tres se levantaron rápidamente y tanto Pynt como Jenna se peinaron con el peine de Armina. Ella les había llevado agua en un cántaro y una jofaina. El líquido perfumado sirvió para refrescar sus rostros. De espaldas a ellas, Carum aguardó hasta que hubieron terminado y luego les ordenó que salieran.

—Los hombres parecen tardar una eternidad para lavarse —observó Pynt mientras aguardaban.

—¿Tendrán más para lavar? —murmuró Jenna. Armina rió.

—Por lo que veo, habéis pasado una noche tranquila.

—Hemos dormido —dijo Jenna.

Con el rostro limpio y el cabello peinado, Carum salió al pasillo.

—Cuánto daría por un verdadero baño —dijo.

—Eso puede arreglarse —respondió Armina—. ¿A la luz del día o por la noche?

—Siempre y cuando haya bastante agua caliente, no me importa la hora.

—¿No te importa? —Armina rió con ganas—. Oh, eres muy inocente respecto a las costumbres de Alta, muchacho.

Pynt y Jenna rieron y Carum se ruborizó intensamente.

—Pero no tenemos tiempo para baños ni... para otras cosas. La Madre quiere vernos ahora. —Armina los condujo rápidamente hacia la escalera trasera.

La puerta de Madre Alta estaba abierta y la anciana les aguardaba.

—Entrad, entrad, rápido. Debemos hablar sobre el futuro de Jenna.

—¿Pero y qué hay de mi futuro, Madre? —preguntó Pynt sentándose a sus pies—. ¿Y el de Carum?

Madre Alta extendió la mano hacia ella y Pynt se echó hacia atrás.

—Niña, si Jenna es quien yo digo que es, entonces su futuro es el nuestro. Ella es un río torrentoso y nosotros somos llevados por la corriente. Pero tú, querida niña, debes aprender a pensar antes de hablar. Utiliza tu cabeza antes que tu corazón, de otro modo no tendrás ningún futuro en absoluto.

Pynt frunció los labios y se encogió de hombros.

—Pynt —comenzó Jenna—, no te sientas herida. Esto no es más que lo que A-ma siempre te ha dicho.

—Y tú, Anna —dijo Madre Alta moviéndose un poco en su sillón—. Debes aprender a escuchar las reflexiones de tu propio corazón, a prolongarte en tu propia sombra. Lo mejor siempre es que la cabeza y el corazón funcionen al unísono.

—Madre, por última vez, no soy la Anna. He pensado en ello durante toda la noche, rezándole a Alta para que me brindase su consejo. Y...

—¿Y? —La anciana se inclinó hacia adelante en su sillón.

—Y no he hallado ninguna grandeza en mí misma. Sólo los recuerdos de una niñez ordinaria.

—¿Y qué piensas que debía haber tenido la Anna? —preguntó Madre Alta—. ¿Truenos y relámpagos ante su nacimiento? ¿Un animal de los bosques que la amamantase?

—Algo —suplicó Jenna—. Algo fuera de lo común.

—Y si esto tan extraordinario te ocurriera, Jo-an-enna, ¿tú lo reconocerías? ¿O le encontrarías alguna explicación que concordase con tu vida ordinaria? No te preocupes. Mucho después de que tú y yo hayamos muerto, habrá poetas y narradores que se encargarán de obsequiarte semejante nacimiento.

Jenna bajó la vista para no mirar esos ojos de mármol. Trató de concentrarse en las palabras de la sacerdotisa, pero sentía un terrible dolor en el estómago, casi como de hambre. Y un furioso zumbido en los oídos. Entonces comprendió que el zumbido provenía de la ventana y se volvió hacia allí.

Madre Alta también se había detenido para escuchar.

Al notar su atención, Pynt fue hasta la ventana y se alzó de puntillas para mirar afuera.

—¿De qué se trata, niña?

—Un grupo de hombres y caballos, Madre, frente al portón. Están gritando, aunque no alcanzo a comprender sus palabras. Las guardianas de encima del portón les responden. Un hombre se encuentra sobre un caballo gris y...

Carum saltó y corrió hasta la ventana.

—¡Oh, por Dios! ¡Caballeros del rey! Y ése es el Toro en persona.

—El Toro tiene una lanza y la está agitando frente a las guardianas —dijo Pynt.

—Hay algo en la punta de la lanza —agregó Carum.

—¡Lo veo! ¡Lo veo! —dijo Pynt con excitación—. ¡Oh, por los ojos de Alta! —Se volvió lentamente con una expresión extraña en el rostro. Entonces buscó sus morrales donde los habían dejado la noche anterior y vació el suyo en el suelo. Hurgando entre sus escasas posesiones, emitió un grito horrorizado.

—¿Qué ocurre, Marga? —preguntó Madre Alta.

Jenna corrió hacia la ventana. Lo suficientemente alta para ver sin esforzarse, observó la escena de abajo.

—Lo veo. Veo al Toro. ¿Qué es eso? ¡Oh, Pynt, no! —Se volvió—. Es mi muñeca. La que te di al despedirnos.

La voz de Pynt era una agonía.

—No puedo encontrarla, Jenna. Debe haberse caído de mi morral.

—¿Cuándo, Pynt, cuándo?

—No logro recordarlo. La tenía... la tenía cuando iba tras de ti. Dormí con ella en mis brazos.

Jenna no dijo nada, recordando vívidamente cómo había pasado la noche en el árbol abrazada a la muñeca de Pynt.

—Y nunca volví a sacarla, sólo la coloqué encima de todo. Entonces nos encontramos con Carum y... —Pynt se detuvo con el horror escrito en el rostro. Llevándose las manos a la cabeza, se estremeció.

Aunque los ojos de Madre Alta no podían leer el rostro de Pynt, la anciana comprendió su repentino silencio.

—Has recordado, niña.

Pynt alzó la vista.

—En la lucha contra el Sabueso, tropecé con mi morral y lo volqué. Recogí todas mis cosas después de que lo hubimos enterrado. Al menos eso pensé. Debo haber dejado la muñeca en la niebla.

—¡Oh, vaya tonta! —dijo Carum con disgusto.

—Silencio, Longbow —dijo Sarmina—. Estaba luchando por tu causa.

Jenna continuó el relato con voz suave.

—No podíamos soportar la idea de dormir tan cerca de la tumba, así que avanzamos un poco y no regresamos para mirar por la mañana. —Vaciló.

—Sí, eso es lo que debe haber ocurrido —dijo Madre Alta asintiendo con la cabeza—. Estos hombres siguieron el rastro de Carum y llegaron hasta la tumba encontrando una muñeca. ¿Quién si no una joven de las Congregaciones tendría una muñeca en medio del bosque? ¡Sin duda no pertenecía al muchacho que estaban buscando! Nill es la Congregación más cercana, así que por supuesto vinieron aquí.

—Madre, lo siento... —comenzó Pynt.

—No existe ninguna culpa, hija —dijo Madre Alta—. Ninguna culpa. Simplemente juegas tu papel en la profecía. Lo que será, ha sido escrito mucho antes de que tú nacieras.

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