Hermana luz, hermana sombra (18 page)

BOOK: Hermana luz, hermana sombra
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Encontraron un manantial de aguas claras y se inclinaron para beber, uno por vez, con sorbos largos y ávidos. Entonces las muchachas lavaron sus redomas de cuero con sumo cuidado antes de volver a llenarlas con agua.

—Debemos permanecer fuera del camino pero lo suficientemente cerca de él para no perdernos —dijo Jenna.

—¿Por qué no dejar que Carum camine por el bosque, manteniéndolo a la vista? Nadie nos busca a nosotras —objetó Pynt.

—Porque nos hemos hecho cargo de su custodia —respondió Jenna—. Él nos clamó merci, y aunque eso es algo que tú y yo aún no hemos prometido, será uno de los siete votos que tomaremos en poco menos de un año.

Pynt asintió con la cabeza pero murmuró:

—¿No podríamos cuidarlo igual desde el camino?

Jenna sacudió la cabeza.

—Está bien —dijo Pynt, finalmente—. A los bosques entonces. —Se volvió abruptamente y entró la primera en el bosque sin quebrar una sola ramita.

Carum la siguió y Jenna, después de observar el camino en ambas direcciones, fue la última.

Caminaron lo más silenciosamente posible. Todos sus comentarios se realizaban mediante la clase de señales manuales utilizadas por las guardianas de la Congregación, lo cual dejaba a Carum fuera de la conversación. Lo que las silenciaba era el camino a menos de cincuenta metros de distancia, pero a Carum no parecía importarle demasiado. Él caminaba casi sin preocuparse por lo que lo rodeaba, absorto en sus propios pensamientos.

En fila india, con Pynt delante y Jenna en la retaguardia, avanzaron al ritmo que les permitía la densidad de la maleza. En dos ocasiones Carum dejó que una rama saltase al rostro de Jenna pero, al volverse para presentarle sus disculpas, ella sólo agitó una mano restándole importancia. Una vez Pynt pisó en una pequeña depresión y se torció el tobillo, aunque no seriamente. Pero los accidentes, por más pequeños que fuesen, servían como advertencia. En silencio, observaban el suelo al igual que las ramas, y cada tanto se volvían hacia la derecha para observar el camino.

Las zarzas se enredaban en las ropas y cabellos, deslizándose sin problemas de las gruesas pieles que llevaban Jenna y Pynt. Sin embargo, Carum usaba una prenda tejida y de vez en cuando debían detenerse para ayudarle a soltarse de las espinas.

Finalmente fue el silencio lo que les salvó. Eso y el hecho de que una vez más se habían detenido para desenganchar a Carum de una mata de frambuesas. El sonido de los cascos galopando fue como un trueno bajo sus pies. De forma instintiva se agacharon muy juntos mientras los jinetes pasaban rumbo al norte dejando una gran polvareda.

En cuanto se hubieron alejado, Pynt susurró:

—¿Has podido verlos?

Jenna asintió con la cabeza.

—Eran al menos una docena —dijo con voz apenas audible—. Tal vez dos.

—Eran veintiuno —dijo Carum. Las dos muchachas lo miraron.

—¿Cómo puedes estar tan seguro?

—Los conté. Además, una compañía a caballo siempre tiene veintiún jinetes, con el capitán a la cabeza.

—Y supongo —dijo Pynt con voz cargada de sarcasmo— que también habrás alcanzado a ver quién estaba a cargo.

Carum asintió con la cabeza.

—El Toro.

—No puedo creerlo —dijo Pynt alzando la voz. Jenna le colocó una mano en el brazo y entonces susurró—: Pasaron demasiado rápido y nosotros estábamos de rodillas.

—Tú estabas de rodillas —señaló Carum—. Yo no pude hacerlo porque me retuvieron las espinas.

—Tiene razón —admitió Jenna.

—Además —continuó Carum—, sólo los Hermanos cabalgan esos grandes tordos. Y el Toro es tan grande que se destaca sobre los demás. Y su yelmo lo identifica.

—Su yelmo —susurró Jenna.

En su rostro se dibujó el recuerdo de otro yelmo y de su sonido al caer sobre la espalda del hombre muerto. Guardó silencio un momento más de lo necesario y susurró con furia:

—Debemos internarnos aún más en el bosque. Si nosotros podemos verlos a ellos, entonces...

No tuvo que terminar el pensamiento. Tanto Carum como Pynt asintieron con la cabeza, unidos al fin ante el peligro. Pynt arrancó la camisa de Carum de las espinas sin preocuparse por la tela, y los condujo hacia la espesura donde aún montaban guardia los grandes y viejos robles. Carum les había prometido que el viaje hasta la Congregación sólo les llevaría un día, y habían esperado llegar allí al caer la noche. Pero el bosque, aunque fuese el borde de éste, aminoró considerablemente su marcha. En dos ocasiones esa misma tarde una compañía de jinetes pasó por el camino, una vez desde el norte y la otra desde el sur. La primera vez pasaron en silencio pero la segunda lo hicieron gritando, aunque sus palabras se perdieron en el polvo y el clamor de los cascos. Cada vez, los tres jóvenes se internaron más profundamente entre los árboles.

—Intentaremos descansar ahora —dijo Jenna—. Y sólo avanzaremos durante la noche. Aunque nos lleve uno o dos días más. Carum debe llegar a salvo.

Pynt asintió con la cabeza y murmuró:

—Nosotras también estaremos más seguras.

Hallaron un árbol hueco y lo suficientemente grande para que los tres, acomodando un poco brazos y piernas, pudieran dormir tan cómodos como gatitos en un cubil. Pynt le recordó a Jenna una historia contada en la Congregación Selden, respecto a una hermana que había vivido durante un año en un árbol hueco, y Jenna sonrió al escucharla. Carum se durmió en la mitad, roncando ligeramente.

LA HISTORIA:

Estamos más seguros de la composición de las legiones Garunianas que de ninguna otra cosa del período, ya que el Libro de las Batallas es bastante claro al respecto. El Libro de las Batallas (al que de aquí en adelante nos referiremos como LB) es el único volumen que se ha descubierto en el antiguo manuscrito. Fue traducido por Doyle, incluso antes de su monumental trabajo sobre la lingüística Alta. Sin embargo, conviene recordar, tal como ella misma nos recuerda en sus “Notas Introductorias”, que están lejos de haberse concluido los estudios sobre el LB. Hay muchas palabras que están aún sin traducir, y los giros idiomáticos suelen ser confusos. Pero el LB nos acerca mucho más a ese oscuro período de la historia de las islas, que cualquier otro objeto descubierto.

El LB está dedicado a dos dioses: Lord Cres de la oscuridad, y Lady Alta de la luz. Ésta es la primera referencia literaria de Alta, colocándola en el panteón Garuniano de dioses, donde, tal como el profesor Temple nos señala en su libro, “reinaba como una diosa menor del nacimiento y la canción”.

El LB comienza sus descripciones de las legiones con la siguiente invocación. (La traducción, por supuesto, pertenece a Doyle.)

Ven, amante de la luz,

Ven, mi fuerte brazo derecho,

Sígueme por los senderos oscuros.

Sé mi espada, mi escudo, mi sombra.

Sé mi compañero de Manta.

Una oración curiosa, y la parte más curiosa de todas es la frase “Compañero de Manta”, la cual Doyle traduce directamente aunque, según ella, no tenga idea de su uso idiomático. Sin embargo, sugiere que la frase tiene más relación con los impulsos homosexuales de los soldados que con verdaderas batallas, guerras o la composición de las legiones.

El LB describe tres tipos de fuerzas. Paramount era una casta guerrera, una escolta hereditaria de caballeros que “comían delante del rey”. (Según Doyle, no queda claro si esto significa que los caballeros comían ante el rey, o si parte de sus tareas era servir como catadores de comida, de tal modo que comían antes que el rey.) Según el LB, los hijos de estos caballeros podían decidir pertenecer a la escolta, pero el mayor debía convertirse en un miembro o perder su vida. (Se utiliza la frase “ofrecer el cuello descubierto a la espada del rey”.) Ha existido un gran debate respecto a los orígenes y la antigüedad de esta curiosa casta. En su tratado “Las razones del poder: Rango y privilegios de los nobles en los Valles” (Naturaleza e historia, vol. 58), Baum propone la simple ecuación: nobles-caballeros del rey. Como siempre buscando una respuesta más intrincada, Cowan expone la provocativa idea de que los caballeros del rey representan el poder de las armas en manos de los conquistadores, quienes redujeron a la esclavitud a toda una población. (Véase su pie de página Nº 17 en el artículo “Orbis Pictus”, Art. 99.) Los caballeros del rey eran una guardia montada, los únicos soldados a quienes se les permitía tener caballos, y cabalgaban en tropas de veinte integrantes formados en parejas (¿tal vez el Compañero de Manta?), con un solo hombre al mando. Éstos eran conocidos con nombres de animales tales como el Sabueso, el Toro, el Zorro, el Oso. (El LB cita veintisiete de estos nombres.) Los líderes de esta selecta guardia montada eran conocidos, en conjunto, como los Hermanos y, en forma coloquial, se decía que los integrantes de la guardia eran las Hermanas. (Según señala el doctor Temple, esto puede haber generado el error de creer que había mujeres en las legiones.)

La segunda clase de fuerza armada eran las tropas provinciales que servían a un gobernador designado por el rey. Estas tropas eran llamadas los caballeros de la reina, quizás en honor del sistema matriarcal recientemente derrocado, aunque su lealtad no estaba dirigida a la reina sino a los gobernadores provinciales. Se podría decir que éste era un sistema peligroso, ya que fomentaba la insurrección. Según el LB, y corroborado por la tradición popular, varias veces en la historia de las islas, los gobernadores (o Lords) se rebelaron en contra del rey, y la base de su poder era la lealtad de los caballeros de la reina. (Véase “La controversia Kallas”, Diario de las Islas, Historia IV, 17.)

La tercera clase de fuerza armada eran los Mercs, o mercenarios, una tropa pequeña pero significativa. Temerosos de armar al pueblo conquistado de las islas, los Garunianos prohibieron la conscripción masiva, y en lugar de ello decidieron contratar gente del continente. Estos soldados de fortuna solían ganar grandes cantidades de dinero luchando para el rey. Luego se establecían y formaban familias cuyos patronímicos los identificaban como hijos e hijas de mercenarios. El LB cita varios nombres típicos de estos soldados: D’Uan, H’Ulan, M’Urow. La letra inicial identificaba la compañía en la cual había servido el mercenario.

EL RELATO:

Jenna fue la primera en despertar de un sueño ligero. En uno o dos días más la luna estaría llena y ahora era como un faro en el despejado cielo nocturno. El árbol hueco se encontraba al borde de un claro y éste se hallaba bien iluminado. Algo pequeño y oscuro pasó junto al árbol y, al ver el movimiento de Jenna, se alejó rápidamente.

El primer pensamiento de Jenna fue su estómago. Desde hacía días no comían más que un puñado de nueces y hongos. Pero sería imposible encender un fuego para comer algo caliente. Pasarían otro largo período de hambre hasta llegar a la Congregación.

Jenna tocó el hombro de Pynt con suavidad y esto fue suficiente para despertarla.

—Shhh, ven conmigo —susurró.

Pynt tuvo cuidado de no despertar a Carum, quitando sus piernas de abajo de él, y siguió a Jenna hasta el claro.

—¿Nos vamos? —preguntó.

—¿Tú qué crees? —dijo Jenna.

—Que sólo inspeccionaremos un poco. —Pynt rió con suavidad.

—Mientras él duerme un poco más, veamos si podemos encontrar algo que comer.

—¿Me creerías si te digo que tengo el bolsillo lleno de nueces? —preguntó Pynt.

—No —dijo Jenna.

—Sólo quería verificarlo —Pynt rió con ganas.

—El hambre te está atontando —observó Jenna.

—Y a ti te vuelve amarga —dijo Pynt—. Me parece motivo más que suficiente para buscar comida.

Separándose en silencio, Pynt se internó en el bosque mientras Jenna registraba el borde del claro.

Pynt halló cinco plantas de hortalizas y las arrancó. Los bulbos eran pequeños, redondeados y de sabor picante, pero estaban deliciosos. Mordisqueó uno mientras continuaba buscando. Al fin halló un cardo en la forma acostumbrada... chocando contra él. Pero recordó el verso de Catrona:

Cabeza suave y espina aguda,

De sus raíces comerás segura.

Lo cual significaba que las raíces frescas y tiernas eran buenas para comer. Evitando las espinas, cortó la base y mascó pensativamente una raíz. Se parecía bastante al apio.

Mientras tanto, Jenna había hallado unos nidos de pájaros. Con excepción de uno, todos los demás estaban vacíos. Había tres huevos en ese nido y ella se los llevó con la esperanza de que los pichones aún no hubieran comenzado a desarrollarse. Un puñado de nueces completó el festín.

Volvieron a encontrarse junto al árbol y despertaron a Carum, quien protestó hasta que le mencionaron la comida. Afortunadamente los huevos estaban líquidos. Después de mostrarle a Carum cómo se horadaba la cáscara con la punta de un cuchillo, Jenna y Pynt se dedicaron a sorber los suyos con avidez. Carum vaciló un momento, pero luego las imitó.

—Nunca pensé que algo semejante tuviera tan buen sabor —dijo segundos después—. Pero nunca había disfrutado tanto una comida.

Jenna sonrió y Pynt dijo:

—En la Congregación se dice que el hambre es el mejor condimento. Creo que nunca lo había comprendido tan bien.

Carum echó a reír.

—Yo también lo comprendo. —Mordisqueó la raíz de cardo durante unos momentos y luego dijo, casi para sí mismo—: A la luz de la luna vosotras dos parecéis hermana luz y hermana sombra, una blanca y la otra negra.

Jenna batió las palmas.

—Lo somos —dijo—. ¿Sabías que en la Congregación a Pynt la llaman “sombra” porque...?

Pynt se levantó abruptamente y dejó caer sus nueces sobre el césped.

—Es hora de partir. Antes de que reveles todas nuestras cosas privadas y secretas, Jo-an-enna. —Arrojó una cáscara con ira y regresó al árbol para recoger su morral y su espada.

—Está cansada y hambrienta y... —comenzó Jenna.

—Está celosa —dijo Carum.

—¿Celosa de qué?

—De ti. De mí. De nosotros.

—¿Nosotros? —Jenna pareció confundida por un momento, y entonces dijo muy lentamente—: No existe ningún nosotros. —Se puso de pie.

Carum le tendió la mano pero ella lo ignoró, y por lo tanto se levantó por sus propios medios.

—Jenna, yo pensé... yo sentí...

—Sólo hay una mujer de Alta y un hombre que le clamó merci. Eso es todo. —Volvió la cabeza rápidamente buscando a Pynt, quien aguardaba en silencio junto al árbol.

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