Authors: Kami García,Margaret Stohl
Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico
—Imagino que ése no es uno de los gritos aprobados.
Lena escondió la cabeza entre sus manos.
—Me temo que entre Ridley y Savannah nos van a echar a todos del colegio al final de la temporada. —Ambos sabíamos lo que sucedía cuando te topabas con gente como la señora Snow. Por no hablar de Savannah Snow.
—Bueno, al menos hay que reconocerle una cosa a Ridley. Estamos en octubre y aún continúa en el Jackson. Ha conseguido estar más de tres días.
—Recuérdame que le haga una tarta cuando llegue a casa. —Lena estaba furiosa—. La última vez que fuimos juntas al colegio me pasé la mitad del tiempo haciendo sus deberes porque, de lo contrario, habría conseguido que todos los chicos del colegio los hicieran por ella. Ésa es la única forma en la que funciona.
Lena apoyó su cabeza en mi pecho. Nuestros dedos se entrelazaron y sentí una descarga. A pesar de que mi piel empezaría a arder en pocos segundos, merecía la pena. Quería recordar esa sensación; no la descarga, sino el roce anterior a ésta. La forma en que sentía su mano en la mía.
Nunca pensé que hubiera un tiempo en que necesitara recordar. En que ella estaría en todas partes menos en mis brazos. Hasta la primavera pasada, cuando me dejó, y los recuerdos —algunos demasiado dolorosos para pensar en ellos, otros demasiado dolorosos para olvidarlos— se convirtieron en lo único que me quedó. Ésas fueron las cosas a las que me aferraba.
Sentado junto a ella en los escalones de delante de casa.
Hablando kelting con ella mientras estaba tumbado en mi cama y ella en la suya.
La forma en que retorcía los amuletos de su collar cuando estaba perdida en sus pensamientos, tal y como estaba haciendo ahora, mientras contemplaba el partido.
Ese algo tan normal entre nosotros que era, a la vez, tan increíble y extraordinario. Y no porque fuera una Caster, sino porque era Lena y la quería.
Así que la observé mientras ella observaba a Ridley y a Savannah. Hasta que la tensión en el lateral de la pista aumentó, y se acabó el silencio. No hacía falta escuchar lo que se estaban diciendo para saber lo que pasaba.
—«Está bien, es un error de novata». —Lena me narraba lo que se estaba desarrollando allí abajo, cuando Savannah se plantó frente a Ridley. Ridley bufaba como un gato callejero—. ¿Ves lo que te decía? No puedes acercarte así a Rid y pretender salir sin ningún arañazo en la cara.
Lena estaba tensa. Sabía que estaba dudando si bajar allí antes de que las cosas se pusieran más feas.
Emory se le adelantó, llevándose a Ridley a un lado. Savannah intentó parecer enfadada, pero estaba claramente aliviada.
Y también Lena.
—Eso casi ha hecho que me caiga bien Emory.
—No puedes solucionar todos los problemas de Ridley por ella.
—No puedo solucionar ninguno. Me he pasado toda la vida sin poder solucionarlos. —La rocé con mi hombro.
—Eso es porque son los problemas de Ridley.
Se relajó y se acomodó en el banquillo.
—¿Desde cuándo eres tan zen?
—No soy zen. —¿Lo era? En el fondo de mi mente lo único en lo que podía pensar era en mi madre y en esa sabiduría de ultratumba que era única en ella. Tal vez estaba arrastrándose a la superficie de mi mente—. Mi madre vino a verme. —Lamenté haberlo dicho en cuanto las palabras salieron de mi boca.
Lena se irguió tan rápido que mi brazo salió volando.
—¿Cuándo? ¿Por qué no me lo has contado? ¿Qué te dijo?
—Hace un par de noches. No me apetecía hablar de ello. —Especialmente después de haber visto a la madre de Lena sumirse más profundamente en la Oscuridad en una visión esa misma noche. Pero había algo más. Sentía como si me estuviera despegando, hablando con mi tía inconsciente en mi sueño, olvidando cosas cuando estaba despierto, y esa pesada e imposible carga del destino acechando desde el fondo de mi mente. No quería admitir lo mal que se estaba poniendo todo. Ni a Lena ni a mí mismo.
Lena se volvió hacia la cancha de baloncesto. Había herido sus sentimientos.
—Bueno, hoy estas pletórico de información.
Quería decírtelo, L. Pero había demasiado que asimilar.
Me lo podías haber dicho así.
Intentaba aclarar algunas cosas. Creo que he estado enfadado con ella, todo este tiempo, como si la culpara por haber muerto.
¿No es una locura?
Ethan, recuerda cómo actué yo cuando creía que Macon estaba muerto. Me volví loca.
No era tu culpa.
No estoy diciendo que lo fuera.
¿Por qué todo gira sobre la culpa contigo? No fue culpa de tu madre que muriera, pero una parte de ti todavía la culpa. Es normal.
Nos quedamos sentados en el banquillo el uno al lado del otro sin hablar. Observando a las animadoras vitorear y a los jugadores jugar debajo de nosotros.
Ethan,
¿por qué crees que nos encontramos en los sueños?
No lo sé.
No es la forma en que la gente se conoce normalmente.
Supongo que no. A veces me pregunto si
éste no es uno de esos sueños psicóticos cuando estás en coma. Tal vez ahora mismo esté postrado en la Residencia del Condado.
Estuve a punto de reírme, pero recordé algo.
La Residencia del Condado.
La Decimoctava Luna. Le pregunté a mi madre sobre ello.
¿Por John Breed?
Asentí.
Todo lo que dijo es que el diablo tiene muchas caras, y que no era yo quien debía juzgarlas.
Ah. El problema de juzgar.
¿Lo ves? Ella piensa igual que yo. Sabía que le gustaría a tu madre.
Pero tenía otra absurda pregunta.
L,
¿alguna vez has oído hablar de la Rueda de la Fortuna?
No.
¿Qué es?
De acuerdo con mi madre, no es una cosa. Es una persona.
—¿Qué? —Había pillado a Lena desprevenida, y cortó el kelting.
—Lo extraño es que no dejo de escuchar esa expresión: la Rueda de la Fortuna. La tía Prue la mencionó también cuando me quedé dormido en su habitación. Debe de tener alguna relación con la Decimoctava Luna, o mi madre no la hubiera sacado a relucir.
Lena se levantó y extendió una mano.
—Vamos.
Me levanté tras ella.
—¿Qué estás haciendo?
—Dejar que Ridley solucione sus propios problemas. Vámonos.
—¿A dónde?
—A resolver los tuyos.
A
l parecer Lena creía que la respuesta a mis problemas estaba en la Biblioteca del Condado de Gatlin, porque cinco minutos más tarde estábamos allí. Una cadena rodeaba el edificio, que ahora tenía más aspecto de obra que de biblioteca. La parte del tejado que faltaba había sido cubierta por enormes lonas de plástico azul. La entrada estaba flanqueada por la moqueta que había sido arrancada del suelo de cemento, destrozada tanto por el agua como por el fuego. Pasamos por encima de los tablones calcinados y entramos.
El lado opuesto de la biblioteca había sido sellado con un plástico grueso. Era la zona que había ardido. Prefería no saber el aspecto que tenía. El lado en el que estábamos ya era bastante deprimente. Las estanterías habían desaparecido, reemplazadas por cajas de libros que parecía como si hubieran sido ordenadas por pilas.
Lo destruido. Lo parcialmente destruido. Lo salvable.
Sólo el fichero continuaba allí, intacto. Nunca nos libraríamos de ese trasto.
—Tía Marian. ¿Estás ahí? —Deambulé entre las cajas, esperando ver a Marian paseando en calcetines con un libro abierto.
En su lugar vi a mi padre, sentado sobre una caja detrás del fichero, hablando entusiasmado con una mujer.
No podía creerlo.
Lena se puso delante de mí para que no vieran mi cara de asco.
—¡Señora English! ¿Qué está haciendo aquí? ¡Y señor Wate! No sabía que conocía a nuestra profesora. —Consiguió incluso sonreír, como si habérselos encontrado fuera una agradable coincidencia.
Yo no podía dejar de mirarles.
¿Qué demonios está haciendo aquí con ella?
Si mi padre estaba azorado no lo demostró. Parecía excitado, feliz incluso, lo que era aún peor.
—¿Sabías que Lilian conoce la historia de este condado tan a fondo como tu madre?
¿Lilian? ¿Mi madre?
La señora English levantó la vista de los libros desperdigados por el suelo y nuestros ojos se encontraron. Durante un segundo, sus pupilas me parecieron rasgadas como las de un gato. Incluso el ojo de cristal que no era real.
L,
¿has visto eso?
¿Ver qué?
Pero ahora ya no había nada que ver. Sólo a nuestra profesora de inglés parpadeando con su ojo de cristal mientras observaba a mi padre con el bueno. Su cabello era una masa canosa que conjuntaba con el grueso jersey gris que llevaba por encima de su vestido sin forma. Era la profesora más dura del Jackson, si ignorabas el defecto que la mayoría de la gente decidía explotar —el Lado del Ojo Malo—. Nunca la imaginé existiendo más allá de los muros de la clase. Pero ahí estaba, existiendo delante de mi padre. Me sentí enfermo.
Mi padre seguía hablando.
—Me está ayudando en mi investigación para
La Decimoctava Luna.
Mi libro, ¿recuerdas? —Se volvió hacia la señora English sonriendo—. Ya no escuchan una palabra de lo que les dices. La mitad de mis alumnos se dedican a oír sus iPods o hablar por sus móviles. No me extrañaría que estuvieran sordos.
La señora English le miró de forma extraña y sonrió. Me di cuenta de que nunca la había visto reír. Su risa no era especialmente molesta. Lo molesto era que la señora English se riera de las bromas de mi padre. Molesto y grotesco.
—Eso no es del todo verdad, Mitchell.
¿Mitchell?
Es su nombre, Ethan. No te mosquees.
—Según Lilian, la Decimoctava Luna podría ser enfocada como un poderoso motivo histórico. Las fases de la luna podrían conjugarse con…
—Encantada de verla, señora. —No podía soportar oír las teorías de mi padre sobre la Decimoctava Luna, ni escuchar cómo las compartía con mi profesora de inglés. Pasé por delante de ellos hacia el archivo—. Te espero para cenar en casa, papá. Amma va a preparar asado. —No tenía ni idea de lo que Amma iba a cocinar, pero el asado era su plato favorito. Quería verlo en casa para cenar.
Y quería que existiera lejos de mi profesora de inglés.
Ella debió de comprender lo que mi padre no entendió, que no quería verla más que como mi profesora, porque en cuanto intenté marcharme, Lilian English desapareció y en su lugar apareció la señora English.
—Ethan, no te olvides que necesito un borrador de tu ensayo de
El crisol.
Lo quiero en mi mesa mañana al terminar la clase, por favor. Y el tuyo también, señorita Duchannes.
—Sí, señora.
—¿Debo confiar en que tenga ya una teoría?
Asentí, pero había olvidado totalmente escribir el ensayo, y más aún el borrador. El inglés no estaba entre mis prioridades últimamente.
—¿Y bien? —La señora English me miraba expectante.
¿Puedes ayudarme con esto, L?
A mí no me mires. Ni siquiera me acordaba de ello.
Gracias.
Me ocultaré en el caos de la sección de referencias hasta que se marchen.
Traidora.
—¿Ethan? —Estaba esperando una respuesta.
La miré, y mi padre me miró a mí. Todo el mundo me miraba. Me sentí como un pez atrapado en una pecera.
¿Cuál era la perspectiva de vida de una carpa? Ésa era una de las preguntas del concurso que estaban viendo las Hermanas un par de noches atrás. Traté de recordarlo.
—Peces de colores. —No sé por qué lo dije. Pero últimamente soltaba las cosas sin pensarlas siquiera.
—¿Cómo dice? —La señora English parecía confusa. Mi padre se rascó la cabeza, tratando de no parecer avergonzado.
—Quiero decir, ¿cómo debe ser para un pez vivir en una pecera junto a otros de su especie? Debe ser complicado.
La señora English no parecía impresionada.
—Ilumíneme, señor Wate.
—Justicia y libre albedrío. Creo que voy a escribir sobre la justicia. Ya sabe, sobre quién tiene el poder de decidir lo que es bueno y lo que es malo. El pecado y todo eso. Quiero decir, ¿proviene de algún poder superior o viene de la gente con la que convives? ¿O de tu ciudad?
Era el lenguaje de mi sueño, o el de mi madre.
—¿Y? ¿Quién tiene ese poder, señor Wate? ¿Quién es el juez supremo?
—Supongo que no lo sé. Aún no he llegado a esa parte, señora. Pero no estoy seguro de que los peces de colores como nosotros tengan derecho a juzgar a sus semejantes. Mire si no a donde les llevó a esas chicas en
El crisol.
—¿Acaso alguien
ajeno
a la comunidad lo habría hecho mejor?
Una gélida sensación trepó por mi interior, como si en realidad hubiera una contestación correcta o equivocada a la pregunta. En la clase de inglés no había respuestas buenas o malas siempre que pudieras encontrar pruebas que sustentaran tu opinión. Pero ahora sentía que no estábamos hablando de una tarea de inglés.
—Supongo que contestaré a eso en el trabajo. —Aparté la vista sintiéndome como un idiota. En clase ésa habría sido una buena respuesta, pero ahí de pie frente a ella, era algo muy diferente.
—¿Interrumpo algo? —Era Marian que acudía en mi rescate—. Lo siento, Mitchell, pero hoy tengo que cerrar la biblioteca un poco antes. O lo que queda de ella. Me temo que tengo… un asunto oficial de la biblioteca que atender.
Miró a la señora English con una sonrisa.
—Por favor, vuelva cuando quiera. Con un poco de suerte estaremos de nuevo en pie y abiertos para el verano. Nos encanta que los educadores utilicen nuestros recursos.
La señora English empezó a recoger sus papeles.
—Por supuesto.
Marian los llevó fuera antes de que mi padre pudiera preguntar por qué yo no me marchaba con ellos. Dio la vuelta al cartel de cerrado y pasó el cerrojo, como si quedara algo que robar.
—Gracias por salvarme, tía Marian.
Lena sacó la cabeza de detrás de una pila de cajas.
—¿Se han ido? —Llevaba consigo un libro, envuelto en una de sus bufandas. Pude ver el título, sólo parcialmente cubierto por la brillante tela gris.
Grandes esperanzas.