Authors: Kami García,Margaret Stohl
Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico
—¡Ethan! —gritó Lena—. ¡Dejadle en paz!
Pero la garra no hizo más que apretarse. Podía sentir cómo empezaba a aplastar mi tráquea. Mi cuerpo se sacudía y temblaba, y recordé a John cuando estaba en los Túneles con Lena. Las extrañas sacudidas y contorsiones que parecía incapaz de controlar.
¿Era eso lo que se sentía al estar en las garras de Abraham Ravenwood?
Lena empezó a correr hacia mí, pero Sarafine agitó los dedos y un círculo perfecto de fuego apareció alrededor de Lena. La imagen me recordó a su padre, de pie en mitad de las llamas mientras Sarafine contemplaba cómo se quemaba hasta morir.
Lena extendió su propia palma hacia delante y Sarafine salió despedida hacia atrás. Chocó contra el suelo, resbalando por la tierra más veloz de lo humanamente posible.
Se levantó, sacudiéndose la suciedad del vestido con sus manos ensangrentadas.
—Alguien ha
estado
practicando —sonrió Sarafine—. Yo también.
Giró su mano en círculo delante de ella y un segundo anillo de fuego rodeó al primero.
¡Lena! ¡Sal de ahí!
No podía pronunciar las palabras. No tenía suficiente aire.
Sarafine avanzó.
—No habrá un Nuevo Orden. El universo ya ha traído la Oscuridad al mundo Mortal. Pero las cosas van a empeorar. —Un rayo surcó el cielo azul, alcanzando la vieja arcada de piedra, que quedó reducida a escombros.
Los ojos dorados de Sarafine brillaban, al igual que el dorado y el verde de Lena. Las llamas del círculo exterior alrededor de Lena se expandieron, tocando el perímetro del primero.
—¡Sarafine! —gritó Abraham—. Ya basta de juegos. Mátala o lo haré yo.
Sarafine se acercó hacia Lena, su vestido ondeando alrededor de sus tobillos. Los Cuatro Jinetes no tenían nada que envidiarla. Era Furia y Venganza, Ira y Malicia, en una hermosa y retorcida forma humana.
—Me has avergonzado por última vez.
El cielo comenzó a oscurecerse sobre nosotros, formando una densa nube negra.
Traté de soltarme de esa garra sobrenatural, pero cada vez que me movía, Abraham cerraba su mano un poco más y el torno alrededor de mi cuello se estrechaba. Me costaba mantener los ojos abiertos. Seguí parpadeando, tratando de no desmayarme.
Lena dirigió sus manos hacia el fuego y el círculo se apartó de ella. Las llamas no murieron, pero, bajo su mando, se expandieron hacia fuera.
La nube negra siguió a Sarafine arremolinándose por encima de ella. Yo parpadeé más fuerte, tratando de concentrarme. Me di cuenta de que no era una nube de tormenta lo que seguía a Sarafine.
Era un enjambre de Vex.
Sarafine llamó por encima del siseante fuego.
—El primer día fue la Materia Oscura. El segundo, el Abismo del que, el tercer día, surgió el Fuego Oscuro. El cuarto día, a partir de las cenizas y las llamas, nació todo el Poder. —Se detuvo justo al borde del abrasador círculo—. El quinto, la Lilum, la Reina Demonio fue esculpida de las brasas. Y el sexto día llegó el Orden, para equilibrar una energía que no conocía límites.
El cabello de Sarafine empezó a chamuscarse por el calor.
—En el séptimo, fue el Libro.
El
Libro de las Lunas
apareció en el suelo frente a ella, las páginas pasándose solas, hasta que se detuvieron abruptamente. Quedó abierto a los pies de Sarafine, inmune a las llamas.
Sarafine empezó a recitar de memoria.
DE LAS VOCES EN LA OSCURIDAD, VENGO.
DE LAS HERIDAS DE LOS CAÍDOS, NAZCO.
DE LA DESESPERACIÓN QUE ENGENDRO, CRISTALIZO.
DEL CORAZÓN DEL LIBRO, ESCUCHO LA LLAMADA.
CUANDO BUSCO VENGANZA, ES RESPONDIDA.
En el momento en que pronunció la última palabra el fuego se abrió, creando un pasillo hasta el centro de las llamas.
Vi a Sarafine elevar las manos frente a ella y cerrar los ojos. Agitó los dedos abiertos de ambas manos, y el fuego chispeó en sus yemas. Pero su rostro se retorció en confusión. Algo no iba bien.
Sus poderes no estaban funcionando.
Las llamas no abandonaban sus dedos, y las chispas cayeron incendiando su vestido.
Luché con el último gramo de energía que me quedaba. Iba a perder la conciencia. Escuché una voz en un remoto rincón de mi cerebro. No era Lena ni la Lilum, ni siquiera la propia Sarafine. La voz me susurraba algo una y otra vez, tan suavemente que no podía oírlo.
La garra mortal alrededor de mi cuerpo se aflojó, pero cuando miré hacia Abraham, la posición de su mano no había cambiado. Jadeé, inhalando tan rápido que el aire me ahogaba. Las palabras en mi cabeza cada vez más atronadoras.
Dos palabras.
ESTOY ESPERANDO.
Vi su cara —mi cara— durante una décima de segundo. Era mi otra mitad, mi Alma Fracturada. Estaba tratando de ayudarme.
La mano invisible se apartó de mi cuello y el aire entró en mis pulmones. La expresión de Abraham fue una mezcla de asombro, confusión y furia.
Me tambaleé mientras corría hacia Lena, aún tratando de recuperar el aliento. Cuando alcancé el borde del círculo ardiente, Sarafine estaba atrapada dentro de otro, agarrándose el borde de su quemado vestido.
Me detuve a pocos pasos. El calor era tan intenso que no podía aproximarme más. Lena estaba de pie frente a Sarafine, al otro lado del ardiente anillo. El pelo chamuscado por el calor, su cara tiznada por el humo.
El enjambre de Vex se alejaba de ella hacia Abraham. Él estaba mirando, pero no ayudaba a Sarafine.
—¡Lena! ¡Ayúdame! —rogó Sarafine, cayendo de rodillas. Ahora se parecía a Izabel la noche en que fue Llamada, postrada a los pies de su madre—. Nunca quise hacerte daño. Nunca quise nada de esto.
El rostro tiznado de Lena estaba lleno de rabia.
—No. Me querías muerta.
Los ojos de Sarafine lagrimeaban por el humo, haciendo que pareciera como si llorara.
—Mi vida nunca ha consistido en lo que yo quería. Mis elecciones se hicieron por mí. Traté con todas mis fuerzas de luchar contra la Oscuridad, pero no era lo suficientemente fuerte. —Tosió, tratando de apartar el humo. Con su cara manchada y los ojos hinchados y enrojecidos, apenas podía distinguirse el color dorado—. Tú siempre has sido la más fuerte, incluso de bebé. Por eso sobreviviste.
Reconocí la confusión en los ojos de Lena. Sarafine era una víctima de la maldición que Lena había temido toda su vida —la maldición que había perdonado a Lena—. ¿Era eso lo que podía haber sido su madre?
—¿Qué quieres decir con que por eso sobreviví?
Sarafine tosió, el humo negro arremolinándose en torno a ella.
—Hubo una tormenta terrible y la lluvia apagó el fuego. Te salvaste a ti misma. —Parecía aliviada, como si no hubiese dado por muerta a Lena.
Lena miró a su madre.
—Y hoy pensabas terminar lo que empezaste.
Un rescoldo cayó en el vestido de Sarafine, que nuevamente se prendió fuego. Ella sacudió la calcinada tela con su mano desnuda hasta que se apagó. Alzó sus ojos para encontrarse con los de Lena.
—Por favor. —Su voz era tan ronca que apenas podía oírla. Extendió una mano hacia Lena—. No pensaba hacerte daño. Sólo quería hacerle creer a él que lo haría.
Estaba hablando de Abraham, el que había guiado a la madre de Lena hacia la Oscuridad, el que estaba ahí plantado viendo cómo se quemaba.
Lena sacudía la cabeza, las lágrimas rodaban por su cara.
—¿Cómo puedo confiar en ti? —Pero incluso mientras lo decía las llamas comenzaron a morir en el espacio que las separaba.
Lena empezó a estirar su mano.
Las puntas de sus dedos estaban a pocos centímetros.
Pude ver las quemaduras en el brazo de Sarafine cuando alargaba su mano para coger la de Lena.
—Siempre te he querido, Lena. Tú eres mi niña.
Lena cerró los ojos. Era difícil mirar a Sarafine con su pelo quemado y su piel llena de ampollas. Y aún debía de ser más difícil si era tu madre.
—Me gustaría creerte…
—Lena, mírame. —Sarafine parecía estar rompiéndose—. Te querré hasta el día después de para siempre.
Recordé las palabras de la visión. La última cosa que Sarafine le había dicho al padre de Lena antes de dejarle morir.
«Te querré hasta el día después de para siempre».
Lena también lo recordó.
Vi que su cara se retorcía en agonía mientras retiraba su mano.
—No me quieres. No eres capaz de amar.
El fuego surgió de nuevo donde había cesado sólo un minuto antes, atrapando a Sarafine. Estaba siendo consumida por las llamas que una vez había controlado, sus poderes tan impredecibles como los de cualquier Caster.
—¡No! —gritó Sarafine.
—Lo siento, Izabel —susurró Lena.
Sarafine se lanzó hacia delante, haciendo que la manga de su vestido se prendiera.
—¡Pequeña zorra! ¡Ojalá hubieras ardido hasta morir como tu miserable padre! Te encontraré en la próxima vida…
Pero los gritos alcanzaron su máxima intensidad cuando las llamas rodearon el cuerpo de Sarafine en pocos segundos. Fue peor que los espeluznantes gritos de los Vex. Era el sonido del dolor y la muerte y el sufrimiento.
Su cuerpo cayó y las llamas se desplazaron sobre él como una manada de langostas, dejando solamente el furioso fuego. En ese momento Lena cayó de rodillas, mirando al lugar donde la mano de su madre estaba tendida un minuto antes.
¡Lena!
Acorté la distancia entre nosotros, alejándola del fuego. Estaba tosiendo, tratando de recuperar el aliento.
Abraham se acercó, la negra nube de demoniacos espíritus sobre él. Estreché a Lena contra mí mientras contemplábamos cómo Greenbrier ardía por segunda vez.
Él estaba delante de nosotros, la punta de su bastón tocando prácticamente la derretida punta de mis playeras.
—Bien, ya sabéis lo que se dice. Si quieres que algo salga bien, hazlo tú mismo.
—No la ha ayudado. —No sé por qué lo dije. No me importaba nada que Sarafine estuviera muerta. ¿Pero por qué no le importaba a él?
Abraham se rio.
—Me habéis ahorrado el problema de tener que matarla yo mismo. Ya no valía su peso en sal.
Me pregunté si Sarafine se habría dado cuenta de lo prescindible que era. Del escaso valor que tenía a los ojos del maestro al que servía.
—Pero era uno de vosotros.
—Los Caster Oscuros no tienen nada que ver conmigo y con mi clase, muchacho. Son como ratas. Hay muchas más en el sitio donde encontré a Sarafine. —Miró a Lena, su rostro oscureciéndose para hacer juego con sus ojos vacíos—. Una vez que tu pequeña novia esté muerta, librarme de ellos será mi siguiente ocupación.
No le escuches, L.
Pero Lena no estaba escuchando a Abraham. No escuchaba a nadie. Lo supe porque podía oír su balbuceo, su mente repitiendo las mismas palabras una y otra vez.
He dejado que mi madre muera.
He dejado que mi madre muera.
He dejado que mi madre muera.
Empujé a Lena detrás de mí, a pesar de que tenía más oportunidades de luchar contra Abraham que yo.
—Mi tía tenía razón. Es el Demonio.
—Ella es demasiado amable. Ya me gustaría poder serlo. —Sacó su reloj de bolsillo para comprobar la hora—. Sin embargo, conozco a unos cuantos Demonios. Y han estado esperando mucho tiempo para hacer una visita a este mundo. —Abraham guardó el reloj en su chaqueta—. Me parece, chicos, que se os ha acabado el tiempo.
A
braham alzó el
Libro de las Lunas,
y las páginas comenzaron a pasar otra vez, a tal velocidad, que pensé que iban a rasgarse. Cuando se detuvieron, pasó sus dedos por las páginas de modo reverencial. Ésta era su biblia. Enmarcado por el humo oscuro detrás de él, Abraham empezó a leer.
EN DÍAS OSCUROS, CUANDO LA SANGRE SE VIERTE,
UNA LEGIÓN DE DEMONIOS PARA VENGAR LA MUERTE
SI LA PUERTA MARCADA NO ENCUENTRAN,
LA TIERRA SE ABRIRÁ PARA OFRECER UNA EN EL SUELO.
SANGUINE EFFUSO, ATRIS DIEBUS,
ORIETUR DAEMONUM LEGIO UT INTERFECTOS ULSCISCATUR.
SI IANUA NOTATA INVENIRI NON POTUERIT,
TELLUS HISCAT UT DE TERRA IPSA IANUAM OFFERAT.
No quería quedarme allí para ver cómo la legión de Demonios que Abraham estaba convocando terminaba con nosotros. Ya tenía bastante con los Vex. Agarré a Lena de la mano y la levanté, huyendo del fuego y de su madre muerta, de Abraham y del
Libro de las Lunas
y de cualquiera que fuera el demonio que estaba convocando.
—¡Ethan! Vamos en la dirección equivocada.
Lena tenía razón. Deberíamos estar corriendo hacia Ravenwood en lugar de a través de los enmarañados campos de algodón que solían ser parte de Blackwell, la plantación que una vez existió al otro lado de Greenbrier. Pero no había otro sitio donde ir. Abraham estaba entre Ravenwood y nosotros, su sádica sonrisa revelando la verdad. Esto era un juego, y se estaba divirtiendo.
—No tenemos otra opción. Tenemos que…
Lena me cortó antes de que pudiera terminar.
—Algo está mal. Puedo sentirlo.
El cielo se oscureció por encima de nosotros y escuché un rumor sordo que no era ni un trueno ni los inconfundibles gritos de los Vex.
—¿Qué es? —Estaba arrastrando a Lena colina arriba hasta la carretera que solía llegar a la plantación Blackwell.
Antes de que ella pudiera contestar, la tierra empezó a temblar por debajo de nosotros. Parecía como si rodara bajo mis pies, y tuve que esforzarme para mantener el equilibrio. El estruendo se hacía cada vez más fuerte, y había otros sonidos: árboles rompiéndose y desplomándose, la estrangulada sinfonía de miles de cigarrones y un ligero crujido acercándose por detrás de nosotros.
O por debajo.
Lena lo vio primero.
—¡Oh, Dios mío!
La tierra se estaba resquebrajando en medio de la carretera de tierra, la grieta dirigiéndose directamente hacia nosotros. Cuando la abertura se extendió, el suelo se abrió y la tierra se escurrió por la fisura como arenas movedizas succionadas por un agujero.
Era un terremoto.
Parecía imposible, porque en el sur nunca se originaban terremotos. Ocurrían en lugares del oeste, como California. Pero había visto suficientes películas como para saber reconocerlo.
El sonido era tan aterrador como la visión de la tierra consumiéndose. La negra estela de los Vex retrocedió, dirigiéndose directamente hacia nosotros.