Authors: Kami García,Margaret Stohl
Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico
Caminé por el oscuro pasillo hasta la habitación de la tía Prue. Las luces de emergencia se encendieron y vi una figura con el camisón del hospital de pie al final del pasillo, sosteniendo un gotero. Luego las luces se apagaron, y no pude ver nada. Cuando volvieron a encenderse la figura había desaparecido.
El problema es que hubiera jurado que era mi tía.
—¿Tía Prue?
Las luces volvieron a apagarse. Me sentí realmente solo, pero no era una soledad apacible. Creí percibir algo moviéndose en la oscuridad, y entonces las luces de seguridad volvieron.
—Qué… —Di un salto, asustado.
La tía Prue estaba de pie delante de mí, su cara a pocos centímetros de la mía. Pude ver cada arruga, cada surco de cada lágrima y cada carretera, como un mapa de los Túneles Caster. Me llamó con un dedo, como si quisiera que la siguiera. Y luego se llevó el dedo a los labios.
—Chist.
Las luces se apagaron y ella desapareció.
Corrí, avanzando a tientas por la oscuridad, hasta que encontré la habitación de mi tía. Empujé la puerta, pero no se abrió. —¡Leah, soy yo!
La puerta se abrió de golpe y vi a Leah llevándose un dedo a los labios. Era prácticamente el mismo gesto que la tía Prue me había hecho en el pasillo. Me sentí confuso.
—Chist. —Leah cerró la puerta detrás de mí—. Es la hora.
Amma y la madre de Macon, Arelia, estaban sentadas junto a la cama. Debía de haber venido al pueblo para ver a la tía Prue. Sus ojos estaban cerrados, y sostenían las manos por encima del cuerpo de la tía Prue. A los pies de la cama apenas pude distinguir una vibrante presencia, el revoloteo de miles de pequeñas trenzas y cuentas.
—¿Tía Twyla? ¿Eres tú? —Vi el destello de una sonrisa.
Amma me chistó.
Sentí la nudosa mano de la tía Prue presionando la mía, dándole unas palmaditas tranquilizadoras.
Chist.
Olí a algo quemándose y advertí que un puñado de hierbas humeaba en un pequeño cuenco de cerámica pintada en el antepecho de la ventana. La cama de la tía Prue estaba cubierta con su colcha, la que tenía las pequeñas bolitas cosidas por todos lados, en
vez
de las sábanas del hospital. Sus almohadas floreadas colocadas bajo su cabeza.
Harlon James IV
enroscado a sus pies. Había algo diferente en la tía Prue. No había ningún tubo ni monitor, ni siquiera un trozo de esparadrapo pegado a su cuerpo. Estaba vestida con sus zapatillas de ganchillo y su mejor bata floreada rosa, la que tenía los botones de madreperla. Como si fuera a salir a uno de sus paseos, para inspeccionar cada jardín delantero de la calle y quejarse sobre quién necesitaba dar una nueva mano de pintura a su casa.
Tenía razón. Ella era la número diecisiete.
Me abrí paso entre Amma y Arelia y cogí la mano de la tía Prue. Amma abrió un ojo y me lanzó una mirada.
—Guárdate las manos para ti, Ethan Wate. No necesitas ir a donde ella va a ir.
Me mantuve firme.
—Es mi tía, Amma, y quiero despedirme.
Arelia negó con la cabeza, sin abrir los ojos.
—Ahora no hay tiempo para eso. —Su voz sonó como si entrara en la habitación desde muy lejos.
—La tía Prue ha venido a buscarme. Creo que tiene algo que decirme.
Amma abrió los ojos y alzó una ceja.
—Hay un mundo de los vivos y un mundo de los que han vivido. Ella ha tenido una buena vida, y está preparada. Y ahora mismo ya tengo suficientes problemas manteniendo a la gente que me importa entre los vivos. Así que si no te importa… —Sorbió, como si estuviera tratando de llevar la comida a la mesa y yo entorpeciera su camino.
Le lancé una mirada que nunca le había puesto a Amma. Una que decía:
me importa.
Suspiró y tomó mi mano entre una de las suyas, y la de mi tía con la otra. Cerré los ojos y esperé.
—¿Tía Prue?
Nada sucedió.
Tía Prue.
Abrí un ojo.
—¿Qué falla? —susurré.
—No puedo decir que lo sé. Todo ese alboroto y todos esos Demonios armando jaleo probablemente la hayan asustado.
—Todos esos cuerpos —susurró Arelia.
—Demasiada gente moviéndose esta noche por el Más Allá —asintió Amma.
—Pero aún no ha acabado. Tiene que haber un decimoctavo. Eso es lo que dice la canción.
Amma me miró con expresión desolada.
—Tal vez la canción se equivoque. Incluso las cartas y los Antepasados se equivocan de vez en cuando. Tal vez no todo ruede colina abajo tan rápido como crees.
—Son las canciones de mamá, y ella dijo dieciocho. Nunca se equivoca, y lo sabes.
Lo sé, Ethan Wate.
No tenía que decirlo. Podía verlo en sus ojos, en la forma en que su mandíbula se tensaba y en las arrugas de su cara.
Levanté la mano de nuevo.
—Por favor.
Amma echó una mirada por encima de su hombro.
—Leah, Arelia, Twyla, venid a echarnos una mano aquí.
Juntamos nuestras manos creando un círculo Mortal y Caster. Yo, el Wayward perdido. Leah, la Súcubo de Luz. Amma, la Vidente que estaba perdida en la oscuridad. Arelia, la Diviner que sabía más de lo que deseaba saber. Y Twyla, que una vez había llamado a los espíritus de la muerte, una Sheer del Más Allá. La luz para mostrar a la tía Prue el camino de vuelta a casa.
Ahora todas eran parte de mi familia.
Aquí estábamos, cogidos de la mano en una habitación del hospital, diciendo adiós a alguien que, en muchos aspectos, se había ido mucho tiempo atrás.
Amma hizo un gesto hacia Twyla.
—¿Te importa hacer los honores?
En pocos segundos, la habitación se sumió en las sombras en lugar de la luz. Sentí el viento soplar, a pesar de estar dentro.
O eso creí.
La oscuridad se acrecentó, hasta que estuvimos de pie en una enorme habitación, frente a la puerta de una cámara acorazada. La reconocí inmediatamente: la puerta trasera del Exilio, el club de los Túneles. Esta vez la habitación estaba vacía. Me encontré solo.
Apoyé las manos en la puerta, tocando el volante plateado que la abría. Tiré tan fuerte como pude, pero no logré hacer que la rueda girara.
—Vas a tener que poner un poco más de músculo en ella, Ethan.
Me volví y la tía Prue estaba detrás de mí, con sus zapatillas de ganchillo y su bata, apoyada pesadamente en su gotero, que ni siquiera estaba conectado a su cuerpo.
—¡Tía Prue! —La abracé, sintiendo sus huesos bajo su fina piel—. No te vayas.
—No armes tanto jaleo. Eres peor que Amma. Ha estado aquí casi cada noche esta semana, tratando de que me quedara. Y poniendo todo el tiempo debajo de mi almohada algo que huele como un viejo pañal de
Harlon James.
—Arrugó la nariz—. Estoy harta de este lugar. Ni siquiera tienen las historias que me gustan en esta televisión.
—¿No puedes quedarte? Hay tantas partes de los Túneles que quedan por cartografiar. Y no sé qué van hacer la tía Mercy y la tía Grace sin ti.
—De eso es de lo que quería hablar contigo. Es importante, así que presta atención, ¿me oyes?
—Te estoy escuchando. —Sabía que había algo que quería decirme, algo que ninguno de los otros podía saber.
Tía Prue se apoyó en su gotero y susurró.
—Tienes que detenerlos.
—¿Detener a quién? —Se me erizó el pelo de la nuca.
Otro susurro.
—Sé exactamente lo que están tratando de hacer, que es invitar a la mitad del pueblo a mi fiesta.
Su «fiesta». Ya lo había mencionado antes.
—¿Quieres decir a tu funeral?
Asintió.
—Llevo planeándolo desde que tenía cincuenta y dos años y quiero que sea exactamente como he pensado. Buena porcelana china y manteles, un buen cuenco de ponche y tener a Sissy Honeycutt cantando
Asombrosa Grace.
He dejado una lista de detalles dentro de mi cómoda, si es que ha llegado hasta Wate's Landing.
No podía creer que ésta fuera la razón por la que me había traído aquí. Pero una vez más, era muy de tía Prue.
—Sí, señora.
—Todo es por la lista de invitados, Ethan.
—Ya lo entiendo. Quieres que me asegure de que todas las personas adecuadas estén allí.
Me miró como si fuera idiota.
—No. Quiero estar segura de que las inadecuadas no estén allí. Quiero estar segura de que
algunas personas
se queden fuera. No quiero que sea como una barbacoa cualquiera un día de fiesta.
Lo decía en serio, advertí un brillo en sus ojos que me hizo pensar si no estaría a punto de arrancarse con una de sus infaustas y desafinadas versiones operísticas de
Recostado en los Brazos Eternos.
—Quiero que cierres la puerta antes de que Eunice Honeycutt ponga un pie en el edificio. No me importa si Sissy está cantando o
esa mujer
trae al Dios Todopoderoso del brazo. No probará ni un solo sorbo de mi ponche.
La rodeé dándole un abrazo tan fuerte que levanté sus pequeñas zapatillas de ganchillo del suelo.
—Voy a echarte de menos, tía Prue.
—Pues claro que lo harás. Pero es la hora, y tengo cosas que hacer y maridos que ver. Por no mencionar a unos cuantos
Harlon James.
Ahora, ¿te importa sujetar la puerta a una anciana? Hoy no me siento yo misma.
—¿Esa puerta? —Toqué la puerta acorazada frente a nosotros.
—La misma. —Se soltó del gotero e hizo un gesto de asentimiento hacia mí.
—¿A dónde da?
Se encogió de hombros.
—No puedo decírtelo. Sólo sé que es donde debo ir.
—¿Y qué pasa si no soy yo el que debo abrirla o algo así?
—Ethan, ¿me estás diciendo que tienes miedo de abrir una estúpida puerta? Gira de una vez la maldita rueda.
Cerré mis manos sobre el volante y tiré con todas mis fuerzas. No se movió.
—¿Vas a hacer que una anciana haga el trabajo pesado? —La tía Prue me apartó a un lado con una temblorosa mano y estiró el brazo para tocar la puerta.
Se abrió bajo su mano, escupiendo luz y viento y rociando de agua la habitación. Pude ver un retazo de agua azul detrás. Le ofrecí mi brazo, y lo cogió. Mientras la ayudaba a traspasar el umbral, nos quedamos durante un segundo en lados opuestos de la puerta. Miró por encima de su hombro, hacia el azul detrás de ella.
—Parece que ése de ahí es mi camino. ¿Quieres acompañarme un trecho como prometiste que harías?
Me quedé helado.
—¿Te prometí que te acompañaría ahí fuera?
—Por supuesto —asintió—. Tú eres quien me habló de la Última Puerta. ¿Cómo si no iba a conocerla?
—No sé nada de la Última Puerta, tía Prue. Nunca he traspasado esta puerta.
—Pues claro que sí. La has traspasado en este mismo instante.
Miré hacia fuera y ahí estaba: mi otro yo. Nebuloso y gris, oscilando como una sombra.
Era mi yo de la lente de la vieja cámara de vídeo.
El yo de mi sueño.
Mi Alma Fracturada.
Empezó a caminar hacia la puerta acorazada. La tía Prue hizo un gesto con la mano en su dirección.
—¿Vas a acompañarme hasta el faro?
En el momento en que lo dijo pude ver el sendero de ordenados guijarros que ascendía por la pendiente cubierta de hierba hasta un faro de piedra blanca. Una estructura cuadrada y vieja, un simple cubo de piedra puesto encima de otro, y luego una torre blanca que se extendía hacia lo alto hasta el impoluto cielo azul. El agua más allá era aún más azul. La hierba mecida por el viento era verde y vivida, y me hizo añorar algo que nunca había visto.
Pero supongo que sí lo había visto, porque allí estaba bajando por el sendero de guijarros.
Una sensación de malestar me revolvió el estómago, y de repente alguien retorció mi brazo hacia atrás, como cuando Link practicaba lucha libre conmigo.
Una voz —la voz más potente del universo, de la persona más fuerte que conocía— atronó en mi oído.
—Continúa tú sola, Prudence. No necesitas la ayuda de Ethan. Ahora tienes a Twyla, y estarás bien una vez que llegues al faro.
Amma asintió con una sonrisa,
y
de repente Twyla estaba de pie junto a la tía Prue. No una Twyla hecha de luz, sino la auténtica, con el mismo aspecto que tenía la noche que murió.
Tía Prue me miró a los ojos y me lanzó un beso, cogiendo el brazo de Twyla y volviéndose hacia el faro.
Traté de vislumbrar si la otra mitad de mi alma aún seguía allí, pero la puerta acorazada se cerró tan bruscamente que resonó a mis espaldas.
Leah giró la rueda con ambas manos lo más fuerte que pudo. Intenté ayudarla, pero me apartó. Arelia también estaba allí, mascullando algo que no pude entender.
Amma aún me tenía agarrado tan fuerte que podía haber ganado una competición estatal si hubiéramos estado en un campeonato de lucha.
Arelia abrió los ojos.
—Ahora. Tiene que ser ahora.
Todo se volvió negro.
Abrí los ojos y vi que estábamos alrededor del cuerpo sin vida de la tía Prue. Se había ido, pero eso ya lo sabíamos. Antes de que pudiera hacer o decir nada, Amma me sacó de la habitación llevándome hasta la mitad del pasillo.
—Tú. —Apenas podía hablar, su huesudo dedo me apuntaba. Cinco minutos después, estábamos en mi coche, y sólo me soltó el brazo para que pudiera conducir hasta casa. Nos costó muchísimo trabajo encontrar una forma de regresar. La mitad de las calles del pueblo estaban cerradas a causa del terremoto que no era terremoto.
Miré el volante y pensé en la rueda de la puerta acorazada.
—¿Qué era eso de la Última Puerta?
Amma se volvió y me propinó una bofetada. Nunca me había puesto la mano encima, no en toda su vida o en la mía.
—¡Nunca vuelvas a asustarme así!
E
l papel color crema era grueso y estaba doblado ocho veces, con un lazo de satén púrpura atado alrededor. Lo encontré en el último cajón de su cómoda, justo donde la tía Prue indicó que estaría. Se lo leí a las Hermanas, que discutieron sobre él con Thelma hasta que Amma apareció.
—Si Prudence Jane quería la porcelana buena, utilizaremos la porcelana buena. No tiene sentido discutir con los muertos. —Amma se cruzó de brazos. Sólo hacía dos días que la tía Prue se había marchado y no parecía correcto decir tan pronto que estaba muerta.
—Y ahora me dirás que no quería patatas de funeral. —La tía Mercy agitó otro pañuelo.
Lo comprobé en el papel.