Hija de Humo y Hueso (22 page)

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Authors: Laini Taylor

Tags: #Fantasía

BOOK: Hija de Humo y Hueso
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—¿Por qué me estás siguiendo? —bramó Karou en idioma quimérico.

—No lo sé —respondió él.

Karou soltó una carcajada. Aquello sonaba realmente divertido. Se sentía ligera como el viento, ágil como el peligro. Karou atacaba con verdadera furia y él apenas se defendía, tan solo esquivaba las cuchilladas y se encogía ante la fuerza de su
hamsa
descubierta.

—Pelea —dijo Karou entre dientes al descargar un nuevo golpe, que él simplemente recibió.

No se defendió. En vez de luchar, en la siguiente arremetida de Karou, alzó el vuelo, elevándose de los adoquines fuera de su alcance.

—Solo quiero hablar contigo —dijo desde lo alto.

Karou alzó la vista y miró hacia donde se encontraba suspendido el ángel. La ráfaga de aire de sus aleteos le revolvió el pelo alrededor de la cara en una salvaje maraña de mechones azules.

Ella sonrió con fiereza y se acuclilló.

—Hablemos entonces —respondió, y saltó para reunirse con él.

28

ACTITUD DE PLEGARIA

En su escondite, la vampiresa Svetla se olvidó por un instante de respirar.

En la intersección con Karlova, un pequeño grupo de turistas dobló la esquina para bajar por el callejón y se quedó petrificado. A más de uno se le cayó el chicle de la boca desencajada. Kaz, ataviado con un sombrero de copa y una estaca de madera colocada con desenfado bajo el brazo, descubrió que su ex novia estaba
suspendida en el aire.

La verdad es que no se sorprendió en exceso. Algo en Karou activaba una inusual credulidad, y cosas que en otras personas resultarían difíciles de creer no parecían tan descabelladas en ella. ¿Que Karou estaba volando? Bueno, ¿por qué no?

Lo que Kaz sintió no fue sorpresa, sino celos. Karou estaba volando, no cabía duda, pero
acompañada
. Se encontraba junto a un tipo que, Kaz tuvo que admitir —aunque para él reconocer la belleza en otros hombres era de homosexuales—, era guapo hasta parecer absurdo. Guapo
hasta la exageración.

Muy poco sofisticado
, pensó cruzando los brazos.

Lo que ambos hacían no podía describirse exactamente como volar. Permanecían a la altura de los tejados, pero apenas se movían —girando como gatos y mirándose el uno al otro con extraordinaria intensidad—. El aire parecía vibrar entre ellos, y Kaz notó una especie de puñetazo en el estómago.

Entonces Karou atacó al tipo, y él se sintió mucho mejor.

Más tarde afirmaría que la pelea aérea formaba parte del recorrido, y se embolsaría sustanciosas propinas. Presentaría a Karou como su novia, enfureciendo a Svetla, que se marcharía ofendida a su casa para mirarse las cejas —todavía gordas como orugas— en el espejo. Pero, de momento, todos contemplaban embobados a aquellos dos hermosos seres que se enfrentaban en el aire con los tejados de Praga como escenario.

Bueno, no cabía duda de que Karou luchaba. Su contrincante solo esquivaba las embestidas, con enorme elegancia y una extraña… ¿caballerosidad?…, y parecía rehuirla y estremecerse como si hubiera recibido un golpe incluso cuando ella no lo había tocado.

Durante unos minutos la escena se desarrolló del mismo modo, mientras se arremolinaba más gente en la calle, pero entonces ella se abalanzó sobre él y aquel tipo le agarró las manos. Ella soltó el cuchillo —cayó desde gran altura y se clavó entre dos adoquines— y él la sujetó. Era extraño: aferraba sus manos con las palmas juntas, en actitud de plegaria. Ella se revolvió, pero él era claramente más fuerte y la retuvo con facilidad, presionando con sus manos las de ella, como obligándola a rezar.

Él habló y su voz fluyó hasta el público, extraña e increíblemente tonal, áspera y algo…
animal
. Aquellas palabras la calmaron poco a poco. Aun así, él mantuvo las manos de la chica sujetas con las suyas durante largo rato. Sobre la plaza del casco viejo, las campanas de la iglesia de Týn marcaron las nueve, y cuando el eco de la novena campanada inundó el silencio, él la liberó y retrocedió un poco en el aire, tenso y vigilante, como quien saca a un animal salvaje de una jaula y no sabe si lo atacará.

Karou no lo atacó. Se alejó. Ambos hablaban, gesticulaban. Karou se movía en el aire de forma lánguida, con las piernas recogidas, agitando los brazos al ritmo de una corriente, como si quisiera mantenerse a flote. Parecía todo tan fluido —tan posible— que varios turistas intentaron cautelosamente aletear con los brazos, preguntándose si no habrían accedido a una zona del planeta donde…, bueno, donde la gente pudiera volar.

Y entonces, justo cuando estaban habituándose a la sorprendente imagen de la chica del pelo azul y el hombre del pelo negro flotando sobre sus cabezas, como una deliciosa muestra de arte en directo, la chica realizó un movimiento repentino. El hombre se encogió en el aire y empezó a caer, a trompicones, tratando de mantenerse erguido.

Perdió la batalla y se quedó sin fuerzas. Dejó caer la cabeza hacia atrás, suelta sobre el cuello, y, con un crepitar de chispas semejante a la cola de un cometa, se precipitó hacia el suelo.

29

COMO UN RAYO DE LUZ DIRIGIDO AL SOL

Cuando el ángel pensó que podría escapar con solo elevarse tres metros por encima del suelo, Karou se regocijó con malicia por poder sorprenderlo. Aunque él no mostró el más mínimo asombro. Se elevó por el aire hasta colocarse frente a él, y el ángel la observó. Simplemente la
observó
. Su mirada transmitía calor a sus mejillas, a sus labios. Era como una
caricia
. Tenía unos ojos hipnóticos y unas cejas negras y aterciopeladas. Era cobre y sombra, miel y amenaza, pómulos afilados como cuchillos y en la frente un mechón del pelo afilado como una daga. Todo eso y el crepitar mudo de un fuego invisible. Delante de él, Karou sintió el murmullo de la sangre y de la magia, y algo más.

En su estómago: un revoloteo de seres alados que despertaban fervientemente a la vida.

El rubor coloreó sus mejillas. Cómo se atrevían las mariposas a molestarla en aquel momento. ¿Qué era, una chica atolondrada que se derretía ante un hombre guapo?

—La belleza —se había mofado Brimstone en cierta ocasión—. Los humanos pierden la cabeza por ella. Quedan tan indefensos como polillas que se arrojan al fuego.

Karou no sería una polilla. Mientras se movían en círculos el uno frente al otro, se recordó a sí misma que aunque el serafín no quisiera enfrentarse a ella en ese momento, ya había derramado su sangre antes. Había dejado cicatrices en su cuerpo. Mucho peor, había incendiado los portales y la había dejado
sola.

Transformó aquella rabia en una armadura y lo atacó de nuevo, abalanzándose sobre él en el aire, y durante unos minutos se convenció de que estaba a su altura, de que podría… ¿qué? ¿Matarlo? Ni siquiera intentaba alcanzarlo con el cuchillo. No quería matarlo.

¿Qué pretendía
ella
? ¿Qué quería
él
?

Y entonces el ángel aferró las manos de Karou y, con un suave movimiento, la desarmó, arrebatándole cualquier sensación de estar «ganando». Las apretó, con las palmas enfrentadas para que no pudiera atacarlo de nuevo con sus
hamsas
—de cerca, Karou vio una mancha blanca en su cuello, donde lo había tocado—, con tanta fuerza que ella era incapaz de liberarse. Sus manos eran cálidas, y ocultaban por completo las de ella. Su magia había quedado atrapada entre sus palmas, un tatuaje caliente frente al otro, y su cuchillo había caído a la calle. Estaba atrapada. Experimentó un instante de desesperación, al recordar cómo se había cernido sobre ella en Marruecos, la inexpresividad de su rostro.

Sin embargo, en ese momento, su rostro no estaba muerto. Todo lo contrario.

Podría haber sido alguien completamente distinto, ya que su mirada aparecía ahora llena de sentimiento. ¿Qué sentimiento? Dolor. Refulgía con un brillo febril. Su rostro reflejaba la tensión de una constante agonía, y respiraba con dificultad. Pero eso no era todo. Resplandecía con intensidad, inclinado hacia ella en el aire, observándola sin parar, con una expresión de
búsqueda
desesperada.

Su tacto, su calor, su mirada la invadieron por completo y, en un instante, no eran mariposas lo que sentía. Eso se quedaba pequeño, revoloteos de una niña aturdida.

Esa nueva energía que surgió entre ellos era…
cósmica
. Redistribuyó el aire que los separaba y penetró
en su interior
—calidez y tranquilidad,
atracción
—. Durante ese instante, con sus manos cubiertas por las de él, Karou se sintió tan insignificante como un rayo de luz dirigido al sol en la enorme y extraña urdimbre del espacio. Luchó contra esa sensación, intentando alejarla de ella.

—No voy a hacerte daño —le dijo el ángel con voz susurrante y ronca—. Perdona lo que te hice. Por favor, créeme, Karou. No he venido hasta aquí para herirte.

Karou se sorprendió al escuchar su nombre y dejó de forcejear. ¿Cómo sabía su nombre?

—¿Por qué has venido?

—No lo sé —contestó de nuevo con expresión indefensa, y esta vez Karou no encontró la respuesta tan divertida—. Solo… solo para hablar —añadió él—. Para tratar de comprender esta… esta…

Titubeó buscando la palabra adecuada y calló, sin encontrar qué decir; sin embargo, Karou creía saber a qué se refería, ya que ella estaba tratando también de comprenderlo.

—No podría soportar otro ataque de tu magia —confesó, y ella notó de nuevo su tensión.

Realmente le había hecho daño. Como era su
obligación
, se aseguró a sí misma. Era su enemigo. El calor en sus manos se lo confirmaba. Sus cicatrices se lo confirmaban, y su vida truncada. Aun así su cuerpo no la escuchaba. Estaba concentrado en el tacto de su piel, en aquellas manos que envolvían las suyas.

—Pero no voy a retenerte —continuó el ángel—. Si quieres, atácame, es justo lo que merezco.

La soltó. Su calor abandonó a Karou y la noche se interpuso entre ambos, más fría que antes.

Con las
hamsas
atrapadas en sus puños, Karou retrocedió, sin darse apenas cuenta de que seguía flotando.

Pero ¿qué
era
aquello?

Remotamente, se dio cuenta de que estaba volando ante los ojos de una multitud, a la que se iban añadiendo hordas de personas boquiabiertas, como si la ruta turística de Karlova se hubiera desviado por el pequeño callejón. Percibió su asombro y sus dedos, que apuntaban hacia ellos dos, vio los
flashes
de las cámaras, escuchó sus gritos, pero la escena aparecía totalmente difuminada, como proyectada en una pantalla, menos real que el momento que estaba viviendo.

Estaba experimentando algo inefable. Mientras el serafín le había sujetado las manos, y cuando se las liberó, sintió como si su interior se
llenara
, pero no fue consciente de ello hasta que él retrocedió y regresó el vacío. De nuevo palpitaba en su interior, frío y doloroso, y tuvo que retener a una parte desesperada de su ser que ansiaba tomar de nuevo aquellas manos. Recelosa de la extraordinaria compulsión que latía dentro de ella, se obligó a resistir. Era como luchar contra una marea, y la invadía el mismo miedo: a ser arrastrada a aguas profundas, sin posibilidad de salvación.

Karou sintió pánico.

El ángel insinuó un ademán de acercamiento y Karou interpuso las manos entre ellos, las dos al mismo tiempo, muy cerca. El ángel abrió mucho los ojos y se tambaleó en el aire, desbaratando su perfecta elegancia. Karou contuvo el aliento. Él trató de sujetarse al dintel de la ventana de un cuarto piso, pero no lo logró.

Se le pusieron los ojos en blanco y cayó unos metros, lanzando chispas. ¿Estaría perdiendo la consciencia?

—¿Te encuentras bien? —le preguntó Karou con un nudo en la garganta.

No estaba bien, y se precipitó al suelo.

* * *

Akiva notó vagamente que ya no se encontraba en el aire. Debajo de él, había piedra. Entre fogonazos, distinguió rostros que lo observaban.

Recuperó la consciencia con imágenes estroboscópicas. Voces en idiomas que no entendía, y en un extremo: una mancha azul. Karou estaba allí. Un estruendo estalló en sus oídos y se obligó a levantarse, y el estruendo era… un aplauso.

Karou, dándole la espalda, se inclinó en una teatral reverencia. Con una floritura, desclavó el cuchillo del lugar donde había quedado encajado entre los adoquines y lo enfundó en su bota. Miró por encima del hombro, aparentemente aliviada de verlo consciente, retrocedió unos pasos y… tomó su mano. Con cuidado, rozándolo únicamente con la punta de los dedos para que sus tatuajes no le quemaran. Lo ayudó a levantarse y le susurró al oído:

—Saluda.

—¿Qué?

—Que hagas una reverencia, ¿de acuerdo? Si piensan que ha sido un espectáculo, será más fácil salir de aquí. Y que intenten descubrir cómo lo hemos hecho.

Realizó una especie de saludo y los aplausos atronaron.

—¿Puedes andar? —le preguntó Karou.

Él asintió con la cabeza.

No les resultó fácil abandonar el lugar. La gente se interponía en su camino, ansiosa de hablar con ellos. Karou contestaba con frases breves; él no entendía lo que decían, no comprendía su idioma. Los espectadores estaban sobrecogidos y encantados —excepto uno, un joven con sombrero de copa que fulminaba con la mirada a Akiva y trataba de agarrar a Karou por el codo—. Akiva notó ira contenida en el aire que rodeaba a aquel humano, y sintió deseos de lanzarlo contra la pared, pero Karou no necesitó su intervención. Se desembarazó del muchacho y sacó a Akiva de entre la multitud. Los dedos de Karou, pequeños y fríos, seguían unidos a los de él; Akiva se sintió desolado cuando al doblar la esquina hacia una plaza con puestos de mercado vacíos, ella los retiró.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Karou alejándose de él.

Akiva se apoyó contra una pared, bajo un toldo.

—No te voy a negar que lo mereciera —respondió—, pero me siento como si un ejército hubiera marchado sobre mí.

Ella caminaba arriba y abajo, invadida por la ansiedad.

—Razgut dijo que me estabas buscando. ¿Por qué?

—¿Razgut? —preguntó Akiva sorprendido—. Pensé que estaría…

—¿Muerto? Él sobrevivió, pero Izîl no.

Akiva clavó la mirada en el suelo.

—No pensé que saltaría.

—Pues lo hizo. Pero eso no contesta mi pregunta. ¿Por qué me buscabas?

De nuevo se sintió desvalido. Buscó a tientas una explicación.

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