Hijos de la mente (25 page)

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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Hijos de la mente
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‹No puede encontrar un camino hacia nosotras —dijo la Reina Colmena—. Estaba medio hecha de lo que nosotras somos, pero hace tiempo que nos dio la espalda para mirar solamente a Ender, para pertenecerle. Ella fue nuestro puente hacia él. Ahora él es su único puente a la vida.›

‹¿Qué clase de puente es ése? También él se está muriendo.›

‹La parte vieja de él se muere —dijo la Reina Colmena—. Pero recuerda: es el hombre que más ha amado y mejor ha comprendido a los pequeninos. ¿No es posible que del cuerpo moribundo de su juventud creciera un árbol que le llevara a la Tercera Vida, como te llevó a ti?›

‹No comprendo tu plan —dijo Humano. Pero a pesar de su falta de comprensión otro mensaje fluyó hacia ella bajo el consciente—: Mi amada reina —decía. Y ella oyó—: Mi dulce y única.›

‹No tengo un plan —dijo ella—. Sólo tengo una esperanza.›

‹Cuéntamela, entonces›, dijo Humano.

‹Es sólo el sueño de una esperanza —respondió ella—. Sólo el rumor de la suposición del sueño de una esperanza.›

‹Cuéntamelo.›

‹Ella fue nuestro puente hacia Ender. ¿No puede Ender ser ahora su puente hacia nosotras, a través de ti? Se ha pasado la vida, menos los últimos años, mirando en el corazón de Ender, oyendo sus pensamientos más íntimos y dejando que su aiúa dé significado a su propia existencia. Si él la llama, ella le oirá aunque no pueda oírnos a nosotros. Eso la atraerá hacia él.›

‹Hacia el cuerpo que él habita más ahora —dijo Humano—, que es el cuerpo de la joven Valentine. Lucharán la una contra la otra allí, sin quererlo. Las dos no pueden gobernar el mismo reino.›

‹Por eso el rumor de esperanza es tan débil —dijo la Reina Colmena—. Pero Ender también te ha amado a ti… a ti, el padreárbol llamado Humano; y a vosotros, todos los pequeninos y padres-árbol, esposas y hermanas y madres-árbol; a todos, incluso a los árboles de madera de los pequeninos que nunca fueron padres pero una vez fueron hijos; os amó y os ama a todos. ¿No puede ella seguir ese enlace filótico y alcanzar nuestra red a través de vosotros? ¿Y no puede seguirlo y encontrar el camino hasta nosotras? Podemos contenerla, podemos contener todo lo que no quepa en la joven Valentine.›

‹Entonces Ender tiene que seguir vivo para llamarla.›

‹Por eso la esperanza es sólo la sombra de un recuerdo del paso de una nube diminuta ante el sol; porque debemos llamarla y traerla, y luego él debe escapar de ella y dejarla sola en la joven Valentine.›

‹Entonces morirá por ella.›

‹Morirá como Ender. Debe morir como Valentina. ¿Pero no puede encontrar su camino hasta Peter, y vivir allí?›

‹Ésa es la parte de sí mismo que odia —dijo Humano—. Él mismo me lo dijo.›

‹Ésa es la parte de sí mismo que teme —respondió la Reina Colmena—. ¿Pero no es posible que la tema porque es su parte más fuerte, la más poderosa de todas sus facetas?›

‹¿Cómo puedes decir que la parte más fuerte de un buen hombre como Ender es su parte destructiva, ambiciosa, cruel, implacable?›

‹Ésas son sus palabras para definir la parte de sí mismo a la que dio forma como joven Peter. ¿Pero no nos dice en su libro,
El Hegemón
, que lo que hay en él implacable es lo que le dio precisamente fuerza para construir? ¿Lo que le hizo fuerte contra todos los ataques? ¿Lo que le dio una entidad a pesar de su soledad? Ni Peter ni él fueron crueles sólo por el gusto de la crueldad. Fueron crueles para hacer su trabajo, y era un trabajo que había que hacer: un trabajo para salvar al mundo; el de Ender destruir a un terrible enemigo, pues pensaba que eso éramos, y el de Peter derribar los muros de las naciones y unir a la raza humana en una sola nación. Pero hay que volver a realizar esos trabajos. Hemos encontrado las fronteras de un terrible enemigo: la raza alienígena que Miro llama los descoladores. Y los límites entre humano y pequenino, pequenino y reina colmena, reina colmena y humano, y entre todos nosotros y Jane, sea lo que fuere que Jane resulte ser… ¿no necesitamos la fuerza de Ender-como-Peter para convertirnos en uno solo?›

‹Me convences… amada hermana madre esposa, pero es Ender quien no creerá en esa bondad de sí mismo. Podría sacar a Jane del cielo y meterla en el cuerpo de la Joven Valentine, pero nunca dejará ese cuerpo, nunca decidirá renunciar a su bondad e ir al cuerpo que representa todo lo que teme de sí.›

‹Si tienes razón, entonces morirá›, dijo la Reina Colmena.

La pena y la angustia por su amigo se acumuló en Humano y se desparramó por la red que le unía a todos los padres-árbol y todas las reinas colmena, pero a ellos les supo dulce, pues nacía del amor por la vida del hombre.

‹Pero se está muriendo de todas formas, como Ender, y si le explicamos todo esto, ¿no decidirá morir, si al hacerlo puede mantener a Jane con vida? ¿A Jane, que tiene la clave del vuelo estelar? ¿A Jane, la única que puede abrir la puerta que nos separa del Exterior y hacernos salir y entrar con su fuerza de voluntad y su clara mente?›

‹Sí, él elegiría morir para que ella viviera.›

‹Sin embargo, sería mejor si pudiera introducirla en Valentine y luego decidir vivir. Eso sería mejor.›

Mientras lo decía la desesperación dejaba un rastro tras sus palabras y todos cuantos formaban la red que había ayudado a tejer saborearon su amargo veneno, pues nacía del temor por la muerte del hombre y todos se apesadumbraron.

Jane encontró las fuerzas para un último viaje; contuvo la lanzadera con las seis formas de vida en su interior, contuvo la imagen perfecta de las formas físicas lo suficiente para lanzarlas al Exterior y pescarlas en el Interior, en la órbita del lejano mundo donde la descolada había sido creada. Pero cuando la tarea terminó, perdió el control de sí misma porque no se encontraba ya, no encontraba al yo que había conocido. Le estaban arrancando los recuerdos; los enlaces con mundos que le habían sido tan familiares cómo los miembros lo son para los seres humanos, las reinas colmena y los padres-árbol desaparecieron ahora. Intentaba usarlos y no sucedía nada; estaba aturdida, se encogía, no hacia su antiguo núcleo, sino hacia pequeños rincones de sí misma, fragmentos dispersos demasiado pequeños para contenerla.

Estoy muriendo, estoy muriendo, dijo una y otra vez, odiando las palabras mientras las pronunciaba, odiando el pánico que sentía.

Habló por el ordenador ante el que se sentaba la joven Valentine, y usó sólo palabras, porque no recordaba cómo componer el rostro que había sido su máscara durante tantos siglos.

—Ahora tengo miedo.

Pero tras haberlo dicho, no pudo recordar si era a la joven Valentine a quien se suponía que tenía que decírselo. Esa parte de ella también había desaparecido; un momento antes estaba allí, pero ahora se encontraba fuera de su alcance.

¿Y por qué le hablaba a esta sustituta de Ender? ¿Por qué lloraba en voz baja al oído de Miro, al oído de Peter, diciendo «Háblame, háblame, tengo miedo»? No eran estas formas humanas las que quería. Quería la persona que la había arrancado de su oreja; el que la había rechazado y elegido a una mujer humana triste y cansada porque, pensaba, la necesidad de Novinha era mayor. ¿Pero cómo puede necesitarme más que yo ahora? Si mueres, ella seguirá viva. Pero yo me muero porque tú has apartado tu mirada de mí.

Wang-mu oyó la voz que murmuraba a su lado en la playa. ¿Me he quedado dormida?, se preguntó. Alzó la mejilla de la arena, se apoyó en los brazos. La marea estaba baja, el agua lejana. A su lado, Peter se encontraba sentado con las piernas cruzadas, meciéndose adelante y atrás, diciendo en voz baja mientras las lágrimas corrían por sus mejillas:

—Jane, te oigo. Te estoy hablando. Estoy aquí.

Y en ese momento, al oírle entonar esas palabras para Jane, Wang-mu comprendió dos cosas. Primero, supo que Jane debía de estar muriéndose, pues, ¿no eran las palabras de Peter de consuelo? Y, ¿cuándo necesitaría Jane consuelo, a no ser en su hora final? Lo segundo que comprendió, sin embargo, fue aún más terrible. Pues supo, al ver las lágrimas de Peter por primera vez (tal ver, por primera vez, que era capaz de llorar), que quería poder tocar su corazón como Jane lo tocaba; no, quería ser la única cuya muerte le apenara tanto.

¿Cuándo sucedió?, se preguntó. ¿Cuándo empecé a querer que me amara? ¿Ha ocurrido ahora mismo? ¿Es un deseo infantil de quererle sólo porque otra mujer (otra criatura) le posee o he llegado a querer su amor en estos días que hemos pasado juntos? Sus burlas, su condescendencia, su dolor secreto, su temor oculto, ¿lo han acercado de algún modo a mí? ¿Fue su propio desdén lo que me hizo querer no sólo su aprobación, sino su afecto? ¿O fue su dolor lo que me hizo querer que se volviera hacia mí en busca de consuelo?

¿Por qué ansío tanto su amor? ¿Por qué estoy tan celosa de Jane, de esa extraña moribunda a quien apenas conozco y de la que apenas sé nada? ¿Es posible que después de tantos años de enorgullecerme de mi soledad descubra que he ansiado siempre un patético romance adolescente? Y en este anhelo de afecto, ¿no habré elegido el candidato peor para el puesto? Él ama a otra con quien nunca podré compararme, sobre todo después de muerta; él sabe que soy ignorante y no se preocupa para nada de las buenas cualidades que podría tener; y él mismo es sólo una fracción de un ser humano, y no la parte más hermosa de la persona completa que así está dividida.

¿He perdido la cabeza?

¿O he encontrado por fin mi corazón?

De repente se sintió repleta de emociones desacostumbradas. Toda la vida había mantenido sus sentimientos a tanta distancia de sí misma que ahora apenas sabía cómo contenerlos. Lo amo, pensó Wang-mu, y su corazón casi reventó con la intensidad de la pasión. Él nunca me amará, y el corazón se le partió como nunca se le había partido con el millar de decepciones de su vida.

Mi amor por él no es nada comparado con su necesidad de ella, su conocimiento de ella. Pues sus lazos son más profundos que estas pocas semanas transcurridas desde que fue llamado a la existencia en ese primer viaje al Exterior. En todos los solitarios años de vagabundeo de Ender, Jane fue su amiga más constante, y eso es el amor que ahora brota en forma de lágrimas de los ojos de Peter. No soy nada para él: una recién llegada secundaria en su vida; sólo conozco una parte de él y mi amor no es nada para él.

También ella lloró.

Pero se apartó de Peter cuando un grito se alzó entre los samoanos que esperaban en la playa. Miró las olas con ojos anegados de lágrimas y se puso en pie para asegurarse de lo que veía. Era la barca de Malu. Volvía hacia ellos. Regresaba.

¿Había visto algo? ¿Había oído el grito de Jane que Peter oía también ahora?

Grace estaba a su lado, la cogió de la mano.

—¿Por qué vuelve? —le preguntó a Wang-mu.

—Tú eres quien lo comprende —dijo Wang-mu.

—No le comprendo en absoluto. Entiendo sus palabras, conozco el significado que tienen. Pero cuando habla, siento que las palabras se esfuerzan inútilmente por contener las cosas que quiere decir. No son lo bastante grandes, esas palabras suyas, aunque habla en nuestro idioma más grande, aunque construye las palabras en grandes cestas de significado, en barcos de pensamiento. Yo sólo veo la forma externa de las palabras e imagino qué significan. No lo comprendo.

—¿Y por qué piensas que yo sí?

—Porque vuelve para hablar contigo.

—Vuelve para hablar con Peter. El es quien está conectado con la deidad, como la llama Malu.

—No te gusta esa deidad suya, ¿verdad? —dijo Grace. Wang-mu sacudió la cabeza.

—No tengo nada contra ella. Sin embargo ella le posee y por eso no queda nada para mí.

—Una rival —dijo Grace.

Wang-mu suspiró.

—Crecí sin esperar nada y obteniendo aún menos. Pero siempre tuve ambiciones para mí inalcanzables. A veces extendía la mano de todas formas, y cogía más de lo que merecía, más de lo que podía manejar. A veces extiendo la mano y nunca alcanzo lo que quiero.

—¿Le quieres?

—Acabo de darme cuenta de que quiero que me ame como yo le amo. Siempre estaba enfadado, siempre me apuñalaba con sus palabras, pero trabajó junto a mí y cuando me alabó creí en sus alabanzas.

—Yo diría que tu vida hasta ahora no ha sido perfectamente sencilla.

—No es cierto —dijo Wang-mu—. Hasta ahora, no he tenido nada que no necesitara, y no necesité nada que no tuviera.

—Has necesitado todo lo que no tenías —respondió Grace—, y no puedo creer que estés tan débil que no quieras alcanzarlo incluso ahora.

—Lo perdí antes de descubrir que lo quería. Míralo.

Peter se mecía adelante y atrás, susurrando, subvocalizando su letanía en una interminable conversación con su amiga moribunda.

—Le miro y veo que está ahí mismo —dijo Grace—, en carne y hueso, y tú también, aquí, en carne y hueso; no entiendo que una chica lista como tú diga que se ha ido cuando tus ojos sin duda te dicen lo contrario.

Wang-mu contempló a la enorme mujer que se cernía sobre ella como una cordillera montañosa; miró sus ojos luminosos e hizo una mueca.

—No te he pedido consejo.

—Yo tampoco te lo he pedido a ti. Pero viniste aquí para intentar hacerme cambiar de opinión respecto a la Flota Lusitania, ¿no? Querías conseguir que Malu me hiciera decirle algo a Aimaina para que él a su vez dijera algo a los necesarios de Viento Divino y éstos a la facción del Congreso que ansía su respeto. Entonces la coalición que envió la flota se rompería y ordenarían dejar intacta a Lusitania. ¿No era ése el plan?

Wang-mu asintió.

—Bien, te engañabas. No puedes saber desde fuera qué hace que una persona decida las cosas que decide. Aimaina me escribió, pero no tengo poder sobre él. Le enseñé el camino del Ua Lava, sí, pero siguió, al Ua Lava, no a mí. Lo siguió porque le pareció verdadero. Si de repente empezara a explicarle que el Ua Lava también significa no enviar flotas para aniquilar planetas, él me escucharía amablemente y me ignoraría, porque eso no tendría nada que ver con el Ua Lava en el que cree. Lo consideraría, acertadamente, como un intento de una vieja amiga y maestra de doblegarlo a su voluntad. Sería el final de la confianza entre nosotros, y no cambiaría de opinión.

—Así que hemos fracasado —dijo Wang-mu.

—No sé si habéis fracasado o no —respondió Grace—. Lusitania no ha sido destruida aún. ¿Y cómo sabes que ése fue realmente vuestro propósito al venir aquí?

—Peter lo dijo. Y Jane.

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