Read Hijos del clan rojo Online

Authors: Elia Barceló

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Fantástico

Hijos del clan rojo (37 page)

BOOK: Hijos del clan rojo
7.34Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Se lo diré, descuida.

La camarera retiró los platos y les llevó la carta del postre, que los dos dejaron sobre la mesa, sin mirarla siquiera.

—Tengo otra pregunta, Max. ¿Qué es un nexo? Ya sé que antes me ha dicho que no sabe bien de qué se trata pero… —Mostrando las palmas de las manos hacia arriba, le ofreció una sonrisa traviesa.

El padre de Lena tomó un trago de su vaso para ganar tiempo, se subió las gafas y cerró los ojos un segundo antes de contestar.

—Si te contesto lo poco que sé, vas a pensar definitivamente que me he vuelto loco.

—¿Más? —preguntó Dani, sonriendo. Max le devolvió la sonrisa.

—No te voy a decir que yo creo en ello, ¿de acuerdo? No sé si creo o no, y la verdad es que no me importa demasiado. Si mi mujer viviera, me preocuparía; pero así… —Sacudió la cabeza y una intensa expresión de tristeza apareció en su rostro—. En fin. Según muchas de sus leyendas hay otra realidad accesible desde ésta, o incluso varios planos de realidad, las teorías difieren; hay quien prefiere hablar de mundos o de universos paralelos a éste a los que se podría pasar si uno supiera cómo hacerlo.
Karah
piensa, o algunos de ellos lo creen, al menos, que si existe un nexo y ese nexo ocupa un lugar preciso en el planeta, que, a todo esto nadie sabe cuál es, las puertas se abrirán y el acceso será posible.

—¿En las dos direcciones?

—¿Cómo dices? —Max estaba realmente perplejo al ver que Daniel preguntaba como si aceptara todo lo que le estaba contando.

—¿Si el paso entre realidades o mundos o lo que sea, se da en las dos direcciones? ¿Si los que estamos aquí podemos pasar al otro lado y los del otro lado pueden venir aquí también en cuanto se abra la puerta?

—Ni idea. Nunca se me había ocurrido. Bianca estaba convencida de que en cuanto tuviéramos un nexo podríamos probar si de verdad existen esas otras realidades. Ella creía que sí y su gran ilusión era cruzar las puertas.

—¿Por espíritu científico?

—Por pura y loca curiosidad. Mi mujer siempre estuvo dispuesta a jugarse la vida para conseguir la respuesta a una pregunta. —Tragó saliva y giró la cabeza como buscando a la camarera para que Dani no se diera cuenta de que se le habían llenado los ojos de lágrimas.

—¿Y cómo se sabe que alguien es un nexo? —siguió preguntando Daniel, como si no hubiera notado nada, para facilitarle el momento.

—No está demasiado claro. Las leyendas no se ponen de acuerdo, pero parece que debe tener sangre mixta.

—Pues no me parece tan difícil de conseguir.

—Porque no conoces a
karah
. Son terriblemente endogámicos, orgullosos, clánidas; no se mezclan jamás, aunque el resultado sea la extinción. Parece que a través de los tiempos se han dado muy pocos casos de hijos de dos clanes, porque durante mucho tiempo el castigo fue la muerte o el ostracismo total.

—¿Y con humanos?

—Sí. En general, el clan rojo lo acepta, aunque el humano nunca llega a integrarse en el clan.

—¿Bianca no era del clan blanco?

Max se pasó la mano por la frente, progresivamente incómodo. No tenía pensado dar esa cantidad de datos en la primera reunión, pero hacía tanto tiempo que no hablaba de los temas que más le importaban que sentía un enorme alivio al explicar lo que él había tardado tanto en comprender.

—Bianca era una rebelde y había abandonado a su clan. Ella ya era una hija mixta. Se separó de los suyos para no poner en peligro a su madre, vivió mucho tiempo como
haito
, de modo que llegó a identificarse con nosotros. Luego nos conocimos, tuvimos a Lena y decidimos educarla como humana hasta que llegara a la edad de conocer a
karah
y decidir por sí misma.

—Pero entonces, tanto Bianca como Lena podrían ser un nexo.

—No, imposible. El nexo nace en momentos muy concretos en los que se dan circunstancias excepcionales que sólo conocen los
mahawks
de los clanes. Un
mahawk
es una especie de jefe, portavoz, guía espiritual, chamán a veces, algo parecido. Con los siglos se ha ido perdiendo la función. Bueno… con los siglos se han ido perdiendo los clanes. Por eso ahora están tan excitados, porque puede ser que haya llegado el momento en que todo es posible. Lógicamente unos están deseando que eso suceda y están dispuestos a todo para conseguir que se dé el pasaje, mientras que otros no quieren saber nada del asunto y también harán lo posible por impedirlo.

—Cuando dices que están dispuestos a todo —interrumpió Daniel, tuteándolo de pronto—, ¿te refieres a que matarían a los suyos para conseguirlo o para impedirlo?

—Sí.
Karah
nunca ha tenido escrúpulos a la hora de matar, aunque normalmente no se matan entre sí.

—Entonces, Lena corre un peligro terrible.

—Corre peligro, sí —contestó Max lentamente y bajando cada vez más la voz—, pero si está con Sombra, y si Sombra es como cuentan los mitos, entonces no hay nada que temer. Él la protegerá.

Daniel quedó en silencio, dando vueltas entre las manos al vaso vacío.

—¿Comprendes ahora lo que te he advertido al principio, Daniel? Si profundizas más en el asunto y
karah
te descubre, te matarán.

—¿Por qué siempre dices
«karah»
como si fuera una sola persona?

—Así es como ellos se refieren a sí mismos.
Karah
son ellos, todos ellos.
Haito
somos nosotros.

—¿Cuántos son ellos?

—Unas dos docenas, supongo. Quizá treinta o cuarenta; nadie lo sabe con seguridad. No hay listas.

—Hubo una pausa en la que Max volvió a pedir que les llenaran los vasos y se levantó para ir al baño.

—Daniel. —Max preguntó al volver lo que había estado pensando mientras había estado en el lavabo—: ¿De verdad te crees todo lo que te estoy contando? Yo tardé meses en aceptar que podría ser verdad.

—¿Y qué ganaste con ello?

—Nada, claro, pero es que era tan increíble…

—Mira, si me lo hubiera contado Lena tumbados en un prado en primavera, habría pensado que me tomaba el pelo o que tenía mucha imaginación, pero dadas las circunstancias y considerando que quien me lo cuenta es su padre y que ella ha desaparecido, creo que lo más sensato es aceptarlo, aunque sólo sea como hipótesis de trabajo.

Volvieron a chocar las cervezas. Max miraba a Daniel con admiración.

—Lena es realmente
karah
. Tú eres la prueba.

—¿Qué?


Karah
siempre elige lo mejor —dijo Max, sonriendo y alzando su vaso en un brindis mudo.

Daniel se echó a reír, incómodo y ligeramente avergonzado, hasta que se le ocurrió la respuesta perfecta.

—Entonces los dos somos de lo mejor que ha producido
haito
, Max. Bianca, que también era
karah
, te eligió a ti.

Se miraron por encima del borde del vaso y, por un momento, Daniel creyó ver una sombra cruzando el rostro de Max. Luego sonrió y la sombra quedó olvidada.

Rabat (Marruecos)

Faltaban dos días para su cumpleaños cuando Sombra, sin dar explicaciones, como siempre, decidió otorgarle el deseo que ella llevaba expresando desde que habían llegado al país. Nada más levantarse, le dijo que pasarían el día frente al mar.

Salieron del hotel en coche y recorrieron en silencio, un silencio que a Lena cada vez le resultaba más cómodo, los pocos kilómetros que los separaban de la costa. Era prácticamente la primera vez que veía la ciudad, salvo las cuatro calles que había atravesado el día de Nochebuena para llegar a la Chellah, y todo le parecía maravilloso: las casas blancas, algunas de ellas restos de la época colonial con su encanto de tiempos pasados; las palmeras recortadas contra el cielo azul; las banderas del país que se veían por todas partes, intensamente rojas, con el pentagrama verde en el centro; las murallas de color de arena; la gente vestida con chilabas de colores; los cafés llenos de hombres que, sentados con una taza delante, se limitaban a ver pasar a los demás… Le fascinaban también muchas cosas en las que antes no habría reparado: la cantidad de gente que había por las calles; el tráfico casi suicida; las bandadas de niños pequeños, como pajarillos, que iban camino del colegio, riéndose y dándose empujones; la vida cotidiana y pulsante de una ciudad, algo que ya casi había olvidado.

Unos minutos más tarde, el mar surgió a su derecha, imponente. Lena siempre había amado el mar, pero esta vez sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas. Era más de lo que recordaba de sus vacaciones en el Mediterráneo. Era enorme, poderoso, inmenso, de un azul tan puro que dolía; y sus olas rompían entre espumas blancas contra los acantilados de la costa, felices de destrozarse en su encuentro con la tierra, y retraerse y deshacerse en gotas irisadas al sol y volverse a juntar en una cresta arrogante para romperse de nuevo contra las rocas entre gritos de gaviotas y olor a sal.

Se abrazó a sí misma y, si hubiera estado con sus padres, con amigos o con Dani, habría lanzado un grito de júbilo a pleno pulmón, pero con Sombra, conociendo su falta de reacción, le parecía ridículo hacerlo.

—Hay muchas formas de expresar alegría —dijo él, sin apartar la vista de la carretera—. Sombra recuerda otras reacciones humanas.

—Sí, claro, también puedes limitarte a sonreír, o hacer algún gesto codificado como los actores del teatro Kabuki —contestó Lena, cáustica, como siempre. A veces su maestro tenía la gracia de plancharle por completo las emociones, sobre todo las positivas.

—Puedes gritar si te hace feliz.

—No, deja, es igual.

—Quieres seguir siendo humana, ¿no es cierto?

Ella se quedó mirándolo, perpleja.

—Dijiste en la Chellah que tienes miedo de perder tu humanidad al aprender lo que Sombra debe enseñarte.

—Sí, tienes razón.

—Entonces quizá debas continuar reaccionando de manera humana frente a tus emociones humanas en lugar de intentar suprimirlas. Es sólo una sugerencia. Sombra no sabe mucho de
haito
. Por alguna razón que Sombra no conoce, tú deseas ser humana y debes recordar que para ser o seguir siendo algo, lo que elijas, tienes que hacerlo una y otra vez. Sólo la repetición crea automatismo.

Lena guardó silencio y volvió a perder la vista en la lejanía azul, en las olas de crestas de encaje que ahora se habían vuelto mansas y suaves al romper contra las arenas de las playas; los acantilados habían quedado atrás, más al norte.

Sombra tenía razón, pero ahora que había pasado el momento ya no tenía ganas de ponerse a dar gritos de alegría. Quizá más tarde, cuando consiguiera volver a ser pura sensación, sin el filtro de lo intelectual.

Él no dijo nada más y ella siguió en silencio, mientras hacían camino hacia el sur, con el mar, cada vez más manso, a su derecha, y a la izquierda aparecían bosques de tamarindos y acacias.

Sombra aparcó frente a una playa desierta. A ambos lados vieron casitas y pequeños chalets cerrados que en verano estarían llenos de familias de vacaciones; delante de ellos, el mar que rugía en voz baja como un felino satisfecho.

Lena bajó del coche, se puso la chaqueta para que el viento frío no le atravesara la ropa más bien ligera que llevaba, e hizo una inspiración profunda. Olía bien: a sal, a algas, a yodo, a libertad. Le habría gustado ser una cometa, subir y subir hacia el cielo, jugar con el viento, ser feliz sin pensar, sin planear, sin decidir.

Hazlo
, oyó en su mente.

¿
Qué
?

Sé lo que quieres ser. Puedes hacerlo. Recuerda lo que has aprendido
.

Lena volvió a inspirar, notando esta vez cómo el aire llenaba sus pulmones de aire marino y la volvía ligera, como un globo que alguien estuviera hinchando.

¿
Puedo
?

Puedes. Inténtalo
.

Hizo varias inspiraciones profundas, echó la cabeza atrás y, de repente, sintió como un tirón, como si algo en su interior se hubiera soltado, como si una amarra oxidada se hubiera desprendido y todo pudiera ponerse de nuevo en marcha.

Tenía la mirada clavada en el cielo inmenso, de un azul perfecto, sin una sola nube y, cuando la desprendió de él, se dio cuenta de que abajo, muy abajo, dos figuras humanas diminutas, estaban de pie en la playa, mirando hacia lo alto. Una de las figuras era como un esbozo hecho a carboncillo, Sombra. La otra era más pequeña, femenina, con una melena que se agitaba al viento.

Y ella ¿quién era ella? ¿Dónde estaba?

Tú eres la cometa, Lena, ¿recuerdas? Lo que querías ser
.

Por un momento sintió pánico ante la idea de que el viento se la llevara a alta mar, pero en el mismo instante supo que Sombra tenía la cuerda de la cometa firmemente sujeta en sus manos negras y probablemente inexistentes.

Vuela, Lena, vuela. Sombra vela por ti
.

Fue un instante de felicidad abrumadora, sentirse volando por encima del océano, unas veces muy abajo, rozando la cresta blanca de las olas, otras veces alto, muy alto, compartiendo giros y cabriolas con las gaviotas que, soliviantadas, daban vueltas a su alrededor, sentirse libre e ingrávida sabiendo, al mismo tiempo, que Sombra estaba ahí y cuidaba de ella.

El sol había llegado ya a su cenit cuando Lena, si saber bien cómo, se posó en la arena, volvió a contemplar el mar desde una altura humana, regresó a su cuerpo y sonrió a su maestro.

—Gracias, Sombra. Hacía tiempo que no me sentía tan bien.

—Sombra se siente colmado al verte satisfecha.

Ella volvió a sonreírle. Le habría gustado poder darle un abrazo, pero tenía la seguridad de que Sombra no lo entendería, de que la sensación de su rechazo sería frustrante para ella, de modo que se aguantó las ganas de demostrarle físicamente su agradecimiento y, a cambio, soltó un par de gritos que hicieron salir volando a las gaviotas.

—¿Quieres comer algo antes de empezar?

Otra vez el trabajo. Aquel hombre… bueno, pensó, de hecho no era un hombre en absoluto, no pensaba más que en trabajar. Pero al menos había aprendido que ella necesitaba comer de vez en cuando.

—¿Hay algún restaurante por aquí cerca?

—Varios. Especialidad pescado y marisco.

—Perfecto. Me comería un buey.

—No ofrecen buey. Pescado y marisco.

Lena se echó a reír. Si Sombra hubiera sido humano se habría mosqueado, pensando que se estaba riendo de él, pero, como no lo era, se limitó a mirarla con la misma expresión que habría tenido una piedra.

BOOK: Hijos del clan rojo
7.34Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Love, Me by Tiffany White
Ogniem i mieczem by Sienkiewicz, Henryk
Soldier Dogs by Maria Goodavage
Rock Star Wedding by Roslyn Hardy Holcomb
Her Last Chance by Anderson, Toni
Radiohead's Kid A by Lin, Marvin
The Seventh Day by Joy Dettman
Burn District 1 by Jenkins, Suzanne