Read Hijos del clan rojo Online

Authors: Elia Barceló

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Fantástico

Hijos del clan rojo (44 page)

BOOK: Hijos del clan rojo
6.17Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Sin embargo… quizá lo que había intentado Sombra era hacerle un regalo de cumpleaños, pensando que a los humanos eso les parecía importante para sentirse bien. No. Prefería no pensarlo; sonaba demasiado perverso. O quizá no perverso sino simplemente no humano, como era él.

Siguió caminando entre la multitud que llenaba las calles en dirección de la Plaza Mayor. Entró en una tienda y eligió un par de prendas, casi al azar. Le daba asco llevar la misma ropa con la que, en un solo día, había sido testigo de dos asesinatos. Y en uno de los casos no sólo testigo. Recordaba con una intensidad que le daba escalofríos su reacción al darse cuenta de que alguien disparaba contra ella: había usado su fuerza mental para repeler la agresión y, sin saber todavía cómo había sido capaz, había incrustado al tirador en el banco del Retiro para inmovilizarlo. Lo que habría hecho después, si Sombra no hubiese acudido, era algo que no quería imaginar.

Se probó unos pantalones claros, un par de camisetas y un suéter azul y, al verse reflejada en el espejo, tuvo la sensación de que ya no era ella. Un cambio sutil se había instalado en sus facciones, una seriedad que antes no estaba, una aura sombría, de peligro latente, que hacía que las otras chicas se apartaran ligeramente y le cedieran la cabina. ¿Tenía cara de asesina?

Cerró la cortina del probador y se miró a los ojos en el espejo. Recordaba a su madre cuando, antes de cualquier aparición pública, tanto profesional como privada, se contemplaba así, directamente a los ojos, como si fuera otra persona, y decía
«Showtime»
. Entonces, nunca supo cómo, se volvía más guapa, más brillante, más segura, como si hubieran pasado su imagen por un programa de photoshop.

Ahora era ella quien necesitaba afirmarse, cambiar, dejar de ser aquella persona de mirada vidriosa, aquella mujer que daba miedo y que tenía miedo, para volver a ser una chica joven, alegre y despreocupada, al menos exteriormente.

Se miró a los ojos, lo borró todo de su mente y, recordando a su madre, dijo
«Showtime»
, exactamente como ella lo decía frente al espejo del dormitorio. Cerró los ojos un instante y, al abrirlos, volvía a ser ella, pero mejorada, abrillantada, como si le hubieran echado por encima una película transparente de puro glamour. Sonrió.

Salió de la cabina, eligió un vestido de florecitas, unas medias y unos zapatos de medio tacón, cómodos pero femeninos. Una vendedora se le acercó preguntando si necesitaba ayuda y Lena, con total desparpajo, le dijo que su maleta se había perdido en el aeropuerto y necesitaba unas cuantas cosas para pasar unos días en Madrid. Una hora después salía de la tienda con un equipo básico que incluía desde ropa interior y pijama hasta una chaqueta nueva, varios pantalones, dos pares de zapatos, el vestido, una falda, camisetas y jerséis. Al fin y al cabo era su cumpleaños. Diecinueve.

Las bolsas pesaban, pero le apetecía caminar y estaba empezando a tener una hambre de lobo, cosa nada extraña porque no había comido nada desde los churros con chocolate de la mañana.

Tanteó en su mente buscando a Sombra, pero seguía desaparecido, de modo que decidió ir a cenar y luego meterse en la cama hasta que él decidiera que volvían al entrenamiento. Cerca del hotel, en una de las plazas, había visto un restaurante bonito, con grandes ventanas. Iría a tomar algo allí.

Las calles estaba todavía más llenas que antes, pero ahora el gentío le parecía acogedor, como si le acolchara un poco la realidad en la que llevaba tanto tiempo metida que apenas recordaba cómo era llevar una vida normal, de clases y amigos, de novio y exámenes. ¿Cuánto tiempo había pasado ya desde que salió huyendo de Innsbruck, desde aquel último café con Lenny al lado de la universidad? ¿Qué estaría haciendo Lenny? ¿Se acordaría aún de ella? ¿Tendría novia?

Antes habría sacado el móvil y habría mirado el calendario. Ahora ya no tenía aunque, pensándolo bien, nada le impedía comprarse uno de tarjeta; eso no representaba ningún peligro, ya que nadie tenía ese número y no podían localizarla. Pero, puestos a comprar un móvil, casi resultaba más práctico comprar un
netbook
pequeño que le permitiera entrar en Internet y descargarse Skype. Las tiendas estaban a punto de cerrar; lo pensaría más tarde y quizá al día siguiente saliera de compras, esta vez electrónicas.

Encontró el restaurante, se permitió una cena abundante con ensalada, carne, verduras y postre y, a pesar de que seguía sola, con sus bolsas por toda compañía, se sentía bastante mejor que antes, casi feliz, con la pequeña punta de nostalgia que siempre llevaba dentro, como un bultito en un zapato que no se puede quitar y al que uno se va acostumbrando con el tiempo.

Al cruzar una calle levantó la vista y el cartel de Internet Café la atrajo irremisiblemente. Hacía tanto tiempo que no miraba su correo que seguramente estaría lleno de
spam
y a lo mejor ya ni siquiera funcionaba, pero cabía la posibilidad de encontrarse con un
mail
de Dani, de los que le habría mandado al principio de su desaparición, y de pronto era lo que más le apetecía en el mundo: leer sus palabras, aunque fueran de dos meses atrás, aunque ya ni siquiera fuera verdad lo que le decía.

Sacudió la cabeza, negándose a sí misma la posibilidad. No quería volver a caer en la depresión de antes. No hacía tanto que habían hablado por teléfono y él le había dejado claro que seguía queriéndola.

Se sentó al ordenador del fondo en un cibercafé bastante cutre y casi vacío, y empezó la sesión con el estómago encogido, segura de que de un momento a otro aparecería Sombra y la sacaría a rastras de allí.

Tenía más de veinte mensajes de Lenny, cinco de Dani, dos de Andy, varios de amigas y amigos del instituto, unos cuantos del
dojo
o de compañeros de aikido, uno del director con un «Que te mejores» en el Asunto, muchísimos de ofertas raras, de invitaciones y anuncios de obras de teatro, conciertos y demás, uno de su padre, que acababa de llegar, y dos de Clara, uno de un par de días atrás con una sola palabra en la barra de Asunto: «Ayúdame».

Exhaló con fuerza por la boca el aire que había estado reteniendo sin darse cuenta y estiró los brazos por encima de la cabeza. Por un momento estuvo tentada de apagar aquel trasto y seguir con su vida sin más. Estaba agotada, le habían pasado demasiadas cosas en un solo día y lo que más le habría gustado era recibir simplemente un SMS, un único SMS cariñoso que la hubiera acompañado a la cama antes de apagar la luz y cerrar los ojos, pero aquello era una avalancha que no podría despachar en menos de dos horas, y no tenía ningunas ganas de hacerlo. Si aquellos mensajes habían estado esperándola durante casi tres meses, igual podían esperar una noche más. Pero al menos tenía que ver el de su padre. Y los de Clara. No le había escrito en todo aquel tiempo y ahora, de golpe, un mensaje pidiendo ayuda. Imposible no leerlo.

Abrió primero el de su padre:

«¿Todo bien, hija? Por aquí todo bien. Salgo de viaje. Intentaré estar en contacto. Te quiero mucho. Ve por la sombra».

Las últimas palabras la hicieron sonreír. Era una frase que sus padres le habían dicho desde siempre cuando querían decir que llevara cuidado, que fuera amable consigo misma, que no hiciera tonterías. Siempre se lo habían dicho cuando salía de viaje con el colegio o cuando, más tarde, se había ido a hacer algún curso al extranjero: «Ve por la sombra». ¿Habrían sabido ellos, ya entonces, que algún día se encontraría de verdad con esa Sombra? Poco a poco empezaba a darse cuenta de que, tratándose de sus padres, todo era posible.

Abrió el último de Dani, de dos semanas atrás, cuando ella aún estaba en Marruecos:

«Como creo que no tienes acceso a tu correo, no me extenderé, pero quiero contarte un par de cosas, por si acaso. He conocido a tu padre, hemos hablado mucho, ahora sé algunas cosas que antes no sabía y, aunque hay mucho que no entiendo, quiero que sepas que estoy contigo y te ayudaré en lo que sea. Max y yo nos hemos caído muy bien. Estoy acabando la mili y, en cuanto tenga los papeles, saldré a buscarte. Te necesito, Lena, y espero que tú me necesites también».

Puso los codos en la mesa y apoyó la cabeza entre las manos, mientras los ojos se le llenaban de lágrimas que en seguida se quitó con los dedos para poder seguir leyendo:

«Te echo muchísimo de menos. Te quiero. Llámame cuando puedas y dime dónde estás. Necesito verte. Por favor».

Lo llamaría en cuanto llegara al hotel, le diría que estaba en Madrid y le diría que ella también lo necesitaba, que fuera a verla. Le daba igual lo que pensara Sombra.

Abrió el último mensaje de Lenny porque en la barra de Asunto decía «Clara» y eso la intrigó lo suficiente, aunque, por lo demás, ya no quería saber nada de él.

«Querida Lena:

»Llevo semanas escribiéndote sin haber tenido ninguna noticia tuya, por lo que me figuro que hago bien en suponer que no tienes ningún interés ni sientes nada por mí, a pesar de lo que me diste a entender en el Uni Café la última vez que nos vimos. En fin. Hay que saber perder.

»Ahora te escribo por algo que me parece muy urgente. No sé si lees tus mensajes ni si borras los míos sin abrir, pero tengo que intentarlo.

»Clara, sorprendentemente, se ha puesto en contacto conmigo porque, al parecer, tampoco consigue localizarte. No explica mucho en su mensaje pero dice que necesita ayuda, que la tienen prácticamente secuestrada en una casa en Italia, en la costa de Amalfi, y que está muerta de miedo. Pide por favor que alguien vaya a visitarla porque siente que se está volviendo loca. No dice lo que espera de esa visita.

La verdad es que no sé qué hacer. Su mensaje me ha impresionado mucho, pero al fin y al cabo es ella quien eligió casarse con ese tipo que ahora es su marido y muy pronto será el padre de su hijo. Probablemente sólo sea que se siente muy sola y tiene miedo del parto, pero la verdad es que me ha dado muy mala espina. Estoy pensando coger un Interrail ahora por Pascua y bajar a Nápoles, a ver si consigo verla y convencerme con mis propios ojos de que no le pasa nada grave, pero a la vez pienso que lo más probable es que llegue allí y no me dejen ni cruzar la verja. Su móvil ya no funciona y, aparte del
e-mail
, no tengo otra forma de comunicarme con ella. Quizá tú sí. Al fin y al cabo eres (o eras) su mejor amiga. ¿No te ha escrito también a ti? Dime, por favor, qué piensas hacer y lo que crees que debería hacer yo. ¿Voy? ¿No voy? He ahí el dilema.

»Por favor, Lena, aunque no quieras saber nada de mí, aunque el soldadito ese que te gusta me haya ganado la partida, al menos contéstame como amiga y dime qué crees que podemos hacer para ayudar.

»L
ENNY

»P.S.: Ah! Hazme un favor y borra todas mis cartas anteriores sin abrirlas (suponiendo que no las hayas abierto y/o borrado ya). No vale la pena y, considerando lo poco que te importo, me daría vergüenza que las leyeras, ahora que está claro que no sientes nada por mí.»

Abrió directamente el primer mensaje de Clara sin darse tiempo a pensar en lo que le reprochaba Lenny en su carta. Ya lo pensaría después, si aún tenía ánimos.

«Te necesito, Lena. No tengo a quién más pedir ayuda. Mi madre no me entendería y sólo estás tú. Estoy en Villa Lichtenberg, cerca de un pueblecito que se llama Minori y está en la costa de Amalfi. Estoy muy sola. Tengo mucho miedo. No puedo contarte más por escrito. Por favor, Lena, no me dejes tirada. Perdóname por todo lo que te he hecho y ven cuanto antes.

»Tu amiga,

»C
LARA
»

Lena se quedó mirando la pantalla con los ojos desenfocados, tratando de entender qué le pasaba a Clara, qué le habían hecho para que sonara así, qué les había pasado a las dos en los últimos meses para que sus vidas hubieran descarrilado de esa manera.

Tendría que ir. No podía ignorar esa llamada de la que durante años y años había sido su mejor amiga. Tenía que ir a Italia y ver qué estaba pasando, cómo podía ayudar. Había tenido toda la razón al desconfiar de Dominic y, ahora que sabía algo más de los clanes y de
karah
, podía imaginarse con claridad que los planes que tenían para Clara no incluían dejarla elegir su futuro. Tenía que ir, aunque sólo fuera para tranquilizar a su amiga, para hablar con Dominic y decirle que ella también pertenecía, aunque sólo fuera parcialmente, a uno de los clanes; quizá así la consideraría casi una igual y no la trataría con esa arrogancia y ese ligero desprecio que siempre había mostrado con ella.

Abrió el otro
e-mail
de Clara, el que había escrito un par de días antes. Era todavía más extraño, tanto que se le puso la carne de gallina.

«No sé si me estoy volviendo loca, Lena, todo puede ser. No sé cómo decirte esto, así que creo que lo mejor es no pensarlo demasiado y escribirlo como es. Creo que me estoy volviendo vampira. No te rías, no es ninguna broma. No sé lo que me han hecho, pero desde que empezó esta locura me he ido convirtiendo en un monstruo. Necesito sangre, y no es una forma de hablar, es la pura verdad. Me doy asco a mí misma, estoy aterrorizada, no sé qué hacer. Contéstame, por favor. No tengo con quién hablar.

»Por favor. Por favor. Por favor. Por favor.»

Se frotó los brazos con las manos, angustiada. ¿Qué rayos quería decir Clara? ¿Se estaría volviendo realmente loca? ¿De verdad creía que la habían vampirizado literalmente?

Tenía que ir a Italia. Era fundamental ir a verla, volver a traerla a la realidad, sacarla de allí si era posible.

Pero Sombra nunca lo permitiría. Tenía tanto que aprender que no creía que Sombra estuviera dispuesto a concederle una pausa para que pudiera visitar a su amiga y tranquilizarla, aunque quizá podría convencerlo de continuar el entrenamiento en Italia. Él nunca le había explicado por qué se habían trasladado primero a Rabat y luego a Madrid; cabía dentro de lo posible que si ella le pedía que fueran a Italia, aceptara directamente. Sombra siempre la sorprendía.

Cerró la sesión y salió del cibercafé dándole vueltas a tantas y tantas cosas que tenía la sensación de que la cabeza acabaría por explotarle. Tenía que llamar a Dani para decirle que ya no estaba en Marruecos y que, si quería verla, lo mejor era que fuera él a Madrid. Eso era lo primero. Luego Clara.

BOOK: Hijos del clan rojo
6.17Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Anti-Prom by Abby McDonald
A Sending of Dragons by Jane Yolen
Accidental Slave by Claire Thompson
Pumpkin Pie by Jean Ure
Watch Me Go by Mark Wisniewski
El Umbral del Poder by Margaret Weis & Tracy Hickman
Fortress Of Fire (Book 4) by D.K. Holmberg
Hurricane Stepbrother by Brother, Stephanie