Historia de los reyes de Britania (29 page)

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Authors: Geoffrey de Monmouth

Tags: #Historico

BOOK: Historia de los reyes de Britania
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Navegaban rumbo a Armórica cuando se levantó de improviso una violenta tempestad que dispersó las naves de sus compañeros, de manera que en poco tiempo ninguna de ellas permanecía a la vista de las demás. Tal terror invadió al piloto de la nave del rey que abandonó el timón y dejó ir al navío adonde la fortuna quisiera conducirlo; estuvieron toda la noche en peligro de muerte, mientras la nave era juguete de las olas. Al amanecer del día siguiente, desembarcaron en cierta isla llamada Guernsey, donde tomaron tierra con grandes esfuerzos. Tanto dolor e ira embargaron a Cadvalón por la pérdida de sus compañeros que durante tres días y sus noches rehusó probar alimento alguno, yaciendo doliente en su lecho. Alboreaba el cuarto día cuando le entraron unas ganas irresistibles de comer carne de venado y, llamando a Brian, le indicó lo que deseaba. Brian tomó su arco y su aljaba y comenzó a vagar por la isla con el fin de cobrar alguna pieza de la que obtener comida para el rey. La recorrió de cabo a rabo sin encontrar lo que buscaba, y se sentía enormemente angustiado al no poder satisfacer el deseo de su señor, pues temía que la enfermedad de Cadvalón degenerase en muerte si no conseguía saciar su apetito. De modo que se le ocurrió la peregrina solución de cortarse un pedazo de su propio muslo y, asándolo previamente, se lo llevó al monarca como si se tratase de carne de venado. Así lo creyó Cadvalón, quien, comiendo la carne, recobró su vigor, manifestando que nunca había probado bocado tan exquisito como aquél. Una vez satisfecho, se tornó más alegre y animado, y tres días después se hallaba completamente repuesto.

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Soplaron luego vientos favorables y, disponiendo el aparejo de la nave, izaron velas y se hicieron a la mar, desembarcando cerca de la ciudad de Kidaleta
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. Llegados a la corte del rey Salomón, fueron gentilmente recibidos y tratados conforme a su linaje. Cuando el rey supo los motivos de su llegada, les ofreció su ayuda, diciéndoles:

—«Deploramos, ilustres jóvenes, que la patria de nuestros mayores se encuentre en manos de un pueblo bárbaro y que vosotros hayáis sido expulsados de ella de una manera tan ignominiosa. Sin embargo, viendo que otros son capaces de defender sus propios reinos, no deja de admirarme que una raza como la vuestra haya perdido una isla tan fértil y no haya podido resistir al pueblo de los Anglos, a quienes los nuestros consideran gente de muy poco valor. Cuando el pueblo de esta Britania mía vivía en compañía del vuestro en vuestra Britania, señoreaba sobre todos los reinos provinciales, y no hubo raza, a excepción de los Romanos,
capaz
de someterlo. En cuanto a los Romanos, es cierto que tuvieron sometida Britania durante algún tiempo, pero después, una vez despedidos o muertos sus gobernadores, fueron expulsados vergonzosamente de la isla. Cuando los Britanos llegaron a esta región con sus caudillos Maximiano y Conan, los que permanecieron en la isla nunca gozaron ya del privilegio de conservar la corona del reino ininterrumpidamente. Aunque muchos de sus príncipes conservaron la antigua dignidad de sus antepasados, los sucedían en el trono débiles herederos, y ésos son quienes han perdido la isla de una vez para siempre cuando sus enemigos la invadieron. Por todo ello deploro la debilidad de vuestra raza, pues procedemos de la misma estirpe y Britanos somos llamados, como las gentes de tu reino, pero Britanos que han defendido varonilmente este país, el mismo que ves en torno tuyo, de los ataques de los pueblos vecinos».

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Cuando hubo dado fin a éstas y otras razones, Cadvalón, algo avergonzado por lo que acababa de oír, le respondió de esta manera:

—«Muchas gracias te doy, ¡oh rey y descendiente de un linaje de reyes!
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, por la ayuda que me has prometido para recuperar mi reino. No obstante, eso que has dicho de que te parece asombroso que mi pueblo no haya conservado la dignidad de sus mayores, luego que los Britanos vinieran a estas tierras, no se me antoja en absoluto motivo de asombro. Los personajes más nobles de todo el reino acompañaron a los caudillos que has mencionado, mientras que los plebeyos se quedaron en la isla para apoderarse de los bienes y honores de los que habían partido. Cuando se vieron súbitamente aupados a la nobleza, se vanagloriaron más allá de lo que su propia dignidad aconsejaba y, envanecidos por la abundancia de sus riquezas, comenzaron a entregarse a tantos excesos sexuales como no se habían oído hasta entonces entre los demás pueblos. Como atestigua el historiador Gildas
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, no sólo cayeron en el vicio de la lujuria, sino también en todos aquellos que suelen cebarse en la humana naturaleza, principalmente en el que echa por tierra la esencia del bien, en el odio a la verdad y a sus valedores, en el amor a la mentira y a los que la fabrican, en el apoyo al mal en lugar del bien, en la veneración de la iniquidad y rechazo de la bondad, en la aceptación de Satanás como ángel de luz. Los reyes no eran ungidos por la gracia de Dios, sino porque eran más crueles que los demás, y poco después eran asesinados por los mismos que los habían ungido no porque hubieran sido hallados en falta, sino porque sus asesinos habían elegido en su lugar a otros aún más sanguinarios. Si alguno de ellos se comportaba con moderación o parecía estar, siquiera un poco, más cerca de la verdad, el odio y la violencia de la nación entera caían sobre él, como si condujera a la ruina a Britania. Todo pesaba igual en la balanza: las cosas que agradaban a Dios y las que le desagradaban; y eso contando con que no pesaran más estas últimas. Obraban siempre de manera contraria a la salud pública, como si el verdadero Médico de todos los hombres se negase a proporcionarles remedio alguno. Y no sólo actuaban así los seglares, sino también la propia grey del Señor y sus pastores, indistintamente. No es, pues, extraordinario que semejantes degenerados, repudiados por Dios a causa de sus muchos crímenes, hayan perdido el país que habían deshonrado en la forma descrita. Dios decidió vengarse de ellos al permitir que un pueblo extranjero invadiese Britania, expulsando a sus habitantes de las tierras de sus mayores. Sin embargo, si Dios quisiera, noble empresa sería devolver a los Britanos su antigua dignidad, para que, si hemos sido débiles gobernantes, al menos no nos puedan reprochar que no hayamos luchado en nuestro tiempo por recuperar lo que es nuestro. Tú y yo tenemos un antepasado común, y esta circunstancia me anima aún más a solicitar tu ayuda. Malgón, aquel glorioso rey de Britania, el cuarto que reinó después de Arturo, engendró dos hijos, llamados Eniano y Run. Eniano engendró a Beli, Beli a Jagón, y Jagón a Cadvano, mi padre. A la muerte de su hermano, Run fue expulsado de la isla por la invasión de los Sajones y llegó a esta provincia. Una vez aquí, casó a su hija con el duque Hoel, hijo de Hoel el Grande, aquel que conquistara tantos reinos con Arturo. De la unión entre Hoel y la hija de Run nació Alan, y de Alan otro Hoel, tu padre, quien, mientras vivió, fue el terror de toda la Galia».

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En el ínterin, mientras Cadvalón pasaba el invierno en la corte de Salomón, planearon conjuntamente que Brian pasara a Britania y encontrara la fórmula de dar muerte al mago del rey Edwin, para que no avisase a su amo de la llegada de Cadvalón, como había hecho hasta entonces. Desembarcando en Puerto de Hamón, Brian se disfrazó de mendigo y se fabricó un bastón de hierro acabado en punta con el que pensaba matar al mago, si se le ponía a su alcance. Después se dirigió a Eboraco, pues Edwin residía entonces allí.

Tan pronto como entró en la ciudad, se mezcló con los mendigos que pedían limosna ante la puerta del rey. Mientras se paseaba arriba y abajo, salió de palacio su propia hermana, con un lebrillo en las manos en el que transportaba agua para el servicio de la reina. Edwin la había raptado de la ciudad de Wigornia, cuando devastaba las provincias britanas tras la fuga de Cadvalón. Al pasar al lado de Brian, éste la reconoció inmediatamente y, con los ojos llenos de lágrimas, la llamó en voz baja. A su llamada, la doncella giró la cabeza y, en un principio, no lo conoció, pero cuando estuvo más cerca vio que se trataba de su hermano y estuvo a punto de desmayarse, de miedo a que se diera el infortunio de que alguien lo reconociera y fuese capturado por el enemigo. De manera que, dejando los besos y las palabras tiernas para mejor ocasión, le explicó a su hermano brevemente, como si estuviera hablando de otra cosa, la distribución interna de la corte, y le señaló con el dedo al mago que andaba buscando, quien por pura coincidencia deambulaba entre los mendigos, repartiéndoles limosna. Una vez tuvo conocimiento del adivino, Brian ordenó a su hermana que, esa misma noche, abandonara furtivamente sus habitaciones y se reuniese con él fuera de la ciudad, cerca de un viejo templo, donde él esperaría su llegada escondido en la cripta del edificio. Después se unió al tropel de mendigos que hacían cola ante Pelito y, en cuanto tuvo ocasión de golpear, blandió el bastón al que antes me he referido e hirió al mago en el pecho, matándolo en el acto. Soltó al punto su arma y, escabullándose entre la multitud, logró llegar con la ayuda de Dios, sin despertar sospechas, al escondite convenido. En cambio su hermana, al acercarse la noche, intentó salir de palacio por todos los medios posibles, pero no lo consiguió, pues Edwin, aterrado ante la muerte de Pelito, había dispuesto centinelas por todas partes que escudriñaban los lugares ocultos y no dejaban salir a nadie.

Cuando Brian se apercibió de ello, dejó Eboraco y marchó a Exonia, donde convocó a los Britanos y les notificó lo que había llevado a cabo. Luego envió mensajeros a Cadvalón y fortificó la ciudad, anunciando a todos los barones Britanos que resistiesen en sus castillos y ciudades y esperasen alegres el regreso de Cadvalón, pues en breve, y con la ayuda de Salomón, vendría a organizar su defensa. Una vez divulgadas estas noticias por toda la isla, Peanda, rey de Mercia
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, se dirigió a Exonia con un enorme ejército de Sajones y puso sitio a Brian.

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Entretanto, Cadvalón desembarcó con diez mil guerreros que Salomón le había proporcionado y se encaminó velozmente a la ciudad sitiada. Cuando llegó a las cercanías de Exonia, dividió a sus soldados en cuatro batallones y no se demoró en atacar al enemigo. Entablado el combate, Peanda fue en seguida capturado y su ejército destruido. Como vio que no tenía otra salida, se rindió a Cadvalón, le dio rehenes y prometió combatir a su lado contra los Sajones. Derrotado Peanda, Cadvalón convocó a sus barones, tanto tiempo dispersos, y marchó contra Edwin a Nortumbria, devastando el país a su paso. Cuando Edwin lo supo, reunió consigo a todos los reyezuelos de los Anglos y, saliendo al encuentro de los Britanos, les presentó batalla en los llanos de Hatfield. La lucha terminó rápidamente con la muerte de Edwin y de casi toda la gente que tenía a su mando, entre ellos su hijo Ofrid y Goboldo, rey de las Oreadas, que había venido en su ayuda.

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Una vez obtenida la victoria, Cadvalón cabalgó por todas las provincias de los Anglos causando estragos a los Sajones. Se hallaba tan decidido a barrer de Britania a los Anglos que no perdonaba la vida a mujeres ni a menores de edad, infligiendo inauditos tormentos a todo el que se cruzaba en su camino. Después trabó batalla con Osric, el sucesor de Edwin, y lo mató, así como a sus dos sobrinos, que hubieran reina do tras él, y a Eadan, rey de los Escotos, que había acudido en su auxilio.

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Al morir éstos, el trono de Nortumbria pasó a Oswaldo. Cadvalón lo atacó a su vez y lo obligó a huir hasta la muralla que construyera antaño el emperador Severo entre Britania y Escocia. Después envió a Peanda, rey de Mercia, con la mayor parte de su ejército, a ese lugar, con órdenes de no dar cuartel al enemigo. Pero Oswaldo, una noche en que estaba sitiado por Peanda en un lugar llamado Heavenfield, es decir, Campo del Cielo, levantó allí una cruz del Señor y ordenó a sus tropas que gritaran lo más alto posible las siguientes palabras:

—«Arrodillémonos todos y supliquemos en común a Dios omnipotente, único y verdadero, para que nos proteja del orgulloso ejército del rey britano y de su detestable jefe Peanda. Él sabe que hemos emprendido esta guerra justa por la salvación de nuestro pueblo».

Así lo hicieron todos, y al amanecer cargaron contra el enemigo y se apuntaron la victoria como recompensa a su fe. Cuando le llegaron a Cadvalón nuevas de la derrota, se encolerizó sobremanera y, reuniendo a su ejército, persiguió al santo rey Oswaldo. La batalla tuvo lugar en un paraje llamado Burne; allí Peanda atacó a Oswaldo y lo mató.

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Muerto Oswaldo con muchos miles de sus hombres, lo sucedió en el reino de Nortumbria su hermano Oswi, quien compró con numerosos regalos de oro y plata la paz de Cadvalón, que era ya el dueño de toda Britania, y se sometió a su poder. Acto seguido, se sublevaron contra él su hijo Alfrido y Ordwaldo, el hijo de su hermano, pero no pudieron vencerlo y huyeron a la corte de Peanda, rey de Mercia, a suplicarle que reuniese un ejército y cruzase el Humber con ellos para arrebatarle el trono al rey Oswi. Peanda, temeroso de quebrantar la paz que el rey Cadvalón había impuesto en todo el reino de Britania, no quiso participar en la campaña sin licencia de su soberano, pero pensó en el medio de persuadirlo para que marchase en persona contra el rey Oswi o, al menos, le permitiese a él ayudar a Alfrido y Ordwaldo.

Un día de Pentecostés, el rey Cadvalón celebraba tan solemne festividad en Londres, llevando sobre sus sienes la diadema de Britania. Se hallaban presentes todos los barones britanos, así como los reyes de los Anglos a excepción de Oswi. Entonces, Peanda se acercó al rey y le preguntó por qué tan sólo Oswi había faltado a la cita, de entre todos los príncipes sajones. Cadvalón le respondió que porque se encontraba enfermo, y Peanda le dijo que Oswi había pedido ayuda a los Sajones de Germania para vengar en Cadvalón y en él la muerte de su hermano Oswaldo, y añadió que era el rey de Nortumbria quien había quebrantado la paz del reino, pues él y sólo él había iniciado la guerra entre ellos al atacar a su hijo Alfrido y a Ordwaldo, el hijo de su hermano, y al expulsarlos de su propia patria. Por todo ello, Peanda pedía licencia para matar a Oswi o para despojarlo de su reino.

El rey, no sabiendo a qué atenerse, convocó a sus consejeros y les ordenó que opinasen acerca del asunto. Se emitieron muchos pareceres, entre ellos éste de Margadud, rey de Demecia:

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