Historia del Antiguo Egipto (70 page)

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Authors: Ian Shaw & Stan Hendrickx & Pierre Vermeersch & Beatrix Midant-Reynes & Kathryn Bard & Jaromir Malek & Stephen Seidlmayer & Gae Callender & Janine Bourriau & Betsy Brian & Jacobus Van Dijk & John Taylor & Alan Lloyd & David Peacock

Tags: #Historia

BOOK: Historia del Antiguo Egipto
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El cargo de «jefe del grupo de música» desapareció durante la XXII Dinastía y en su lugar se produjo un importante cambio en el cargo de «esposa del dios Amón» (o «divina adoratriz»). Su principal función religiosa era estimular las necesidades procreadoras del dios y, por lo tanto, asegurar la fertilidad de la tierra y la repetición cíclica de la creación. En el Tercer Período Intermedio el cargo solió ser ostentado por la hija de un rey o gran sacerdote instalada en Tebas. Al contrario que durante el Reino Nuevo, cuando el cargo lo podía ostentar la esposa del rey, de las «esposas del dios Amón» durante el Tercer Período Intermedio se esperaba que permanecieran célibes, una innovación asociada quizá a la creación del Estado teocrático. Como ya se ha comentado, esto tuvo una indudable dimensión política. El ascenso de la «esposa del dios» coincidió con el declive del poder del «gran sacerdote de Amón» y pudo tener lugar como medio de resolver el «problema» del secesionismo tebano; pues si bien la «esposa del dios» permitía a la distante familia real estar representada en la ciudad, su celibato significaba que no podía aparecer una subdinastía (las sucesoras en el cargo eran adoptadas). Por consiguiente, la importancia de la «esposa del dios» continuó aumentando y el sistema de la adopción siguió hasta el final de la XXVI Dinastía.

El incremento de la importancia de la «esposa del dios» durante el Tercer Período Intermedio es evidente: desde la XXIII Dinastía su categoría comenzó a aproximarse a la del rey y en la XXV Dinastía aparece más destacada que él en los monumentos. La iconografía va más allá de la tradicional representación de la «esposa del dios» como tañedora de sistros. En los relieves de las capillas de Osiris de Karnak y en las capillas de las propias «esposas del dios» en Medinet Habu aparecen en papeles antes reservados al rey: realizando ofrendas a los dioses (incluyendo la presentación de
maat
), siendo abrazadas por los dioses, haciendo libaciones para la imagen del dios, realizando ceremonias de fundación y recibiendo los atributos de la realeza de los dioses. Así, Amenirdis I recibe símbolos del jubileo de manos de Thoth, mientras que Amón ajusta el tocado de Shepenwepet I, que es amamantada por una diosa e incluso aparece con dos coronas dobles simultáneamente, una imagen única. Como nos muestra un relieve fragmentario de Karnak norte, la «esposa del dios» podía incluso celebrar la fiesta
Sed
, que hasta entonces sólo estaba atestiguada para el rey.

La «esposa del dios» era la dueña de la «heredad de la divina adoratriz». Esta empleaba a un personal numeroso, incluidas las «cantoras de las [cámaras] interiores de Amón» (sacerdotisas célibes que en ocasiones eran de rango elevado); las inscripciones mencionan a una mujer que era hija de Takelot II y a otra cuyo padre era un jefe libio del delta. La heredad también incluía sacerdotes y escribas y estaba encabezada por un «mayordomo jefe». Al ir aumentando la importancia de la «esposa del dios» y su séquito, estos mayordomos se convirtieron en figuras poderosas e influyentes en Tebas hacia finales de la XXV Dinastía (como atestiguan sus elaboradas tumbas en Asasif) y terminarían teniendo un papel clave en la reintegración del sur al Egipto unificado durante la XXVI Dinastía.

No es una coincidencia que el destacado papel representado por las mujeres de alto rango en los cultos religiosos de la XXI Dinastía estuviera relacionado a menudo con dioses niño, como Horpakhered o Khonsu. Entre sus muchos títulos figuraban el de «niñeras» o «madres divinas» de los dioses, y el Tercer Período Intermedio señala el comienzo de las primeras etapas del incremento en el énfasis de la relación madre-hijo en la religión egipcia, que se convertiría en uno de los aspectos predominantes de la vida en Egipto durante lo que faltaba de primer milenio a.C. Una manifestación importante de esta religión «mammisiaca» es la cada vez mayor importancia concedida a las tríadas divinas, con el dios niño (identificable con el rey) como vástago de otras dos deidades. Dos de las más destacadas de esas tríadas eran las compuestas por Isis, Osiris y Horus y Amón, Mut y Khonsu, que ya eran importantes durante el Tercer Período Intermedio. El aumento de la importancia de Osiris en esta época es evidente en el desarrollo de los lugares de culto dedicados a él en Tebas. Entre las imágenes más familiares del Antiguo Egipto que alcanzaron importancia durante el Tercer Período Intermedio se encuentran la de Isis amamantando a Horus y la del niño Horus de pie sobre dos cocodrilos, triunfando sobre las fuerzas dañinas (que encontramos sobre todo en las estelas mágicas conocidas como «cipos»). El aumento de la importancia de estas deidades —en especial los mitos sobre la infancia de Horus en las marismas del delta— pueden deberse en parte a la predominante influencia de los soberanos de la época, asentados en el delta. De hecho, los estrechos lazos entre la religión mammisiaca y la realeza son evidentes; desde Sheshonq hasta Taharqo varios son los soberanos que aparecen representados en los relieves de los templos y en objetos menudos como niños desnudos amamantados por una diosa (como Hathor o Bastet); una escena que simboliza la transferencia de la realeza a un nuevo soberano, al considerarse el renacimiento una metáfora apropiada para este rito de paso.

El culto del toro Apis de Menfis se mantuvo durante todo el Tercer Período Intermedio, al margen de los repetidos cambios de autoridad en la ciudad, como atestiguan sus enterramientos en el Serapeo de Sakkara con sus abundantes estelas votivas. Es también en esta época cuando por primera vez cobra importancia la asociación de ciertos animales con otras deidades; una tendencia que culminaría con los cultos de animales de la Baja Época, con su legado de inmensas cantidades de estatuillas votivas de bronce y catacumbas repletas con millones de momias de pájaros y animales.

Prácticas funerarias

Los cambios políticos y culturales ocurridos en Egipto durante este período se reflejan ampliamente en el tratamiento dado a los muertos. Particularmente notables son los cambios en la localización de las inhumaciones y en los tipos de tumba. El antiguo aislamiento físico de la necrópolis para la élite se reemplazó por un enterramiento dentro del recinto de un templo de culto. Como las tumbas reales de Tanis son sus ejemplos más antiguos (y mejor documentados), esta tendencia puede haber sido una innovación de los reyes de la XXI Dinastía, motivada en parte quizá por su intención de convertir a Tanis en la contrapartida septentrional de Tebas. Si bien la práctica es más evidente en el caso de los reyes, se extendió también a las personas de alto rango: el gran sacerdote de Menfis, cuya tumba se construyó en el límite del recinto del templo de Ptah; la reina Kama, enterrada en LeontópoHs, cerca de Bubastis; un funcionario enterrado junto al muro del recinto del templo de Tell Balamun.Ya tenga o no esta tendencia su origen en el delta, no tardó en manifestarse en Tebas, donde se comenzaron a enterrar a los altos funcionarios dentro de los recintos de Medinet Habu y el Ramesseum. Estos emplazamientos, además de ofrecer mayor seguridad contra los robos, eran un medio de conseguir una mayor cercanía a los dioses. La localización de los enterramientos del «rey» Harsiese y de las posteriores «esposas del dios» en Medinet Habu también pueden haber estado influidos por las actividades culturales locales: durante el Tercer Período Intermedio, el Templo Pequeño quedó estrechamente asociado al «Monte de Djeme», donde tenían lugar rituales relacionados con los poderes creadores de Amón.

Las propias tumbas eran estructuras mucho más sencillas que las del Reino Nuevo. El período vio cómo se interrumpía la tradición de gastar grandes recursos en elaboradas superestructuras y sepulcros laberínticos excavados en la roca. Las tumbas, tanto las de la realeza como las de la élite, quedaron reducidas a pequeñas cámaras sepulcrales subterráneas, con una modesta capilla justo encima. Las capillas de particulares no están bien documentadas arqueológicamente y parece que fueron escasas. Es indudable que algunas han desaparecido debido a una mala conservación, pero fuera de los centros principales como Tanis, Menfis y Tebas existen pocas pruebas de que hayan existido. La escasez de capillas individuales coincide con un aumento en la cantidad y tamaño de los enterramientos múltiples, por lo general situados en tumbas más antiguas o estructuras religiosas en desuso. La reunión de las momias de los faraones del Reino Nuevo y de los sacerdotes de la XXI Dinastía, realizada durante los siglos XI y x a.C. por los sacerdotes de Amón en los escondites que ofrecían las tumbas antiguas, parece señalar el comienzo de este patrón. A lo largo de todo el período, personas de todas las categorías fueron enterradas en grupo por todo Egipto (se conocen ejemplos en Sakkara, Heracleópolis, Akhrnin, Tebas y Asuán) y, donde existen datos prosopográficos, como es el caso de Tebas, los grupos muestran incluso relaciones familiares.

También hubo una significativa reducción de la cantidad y alcance de la parafernalia funeraria. Los objetos de la capilla de la tumba (como estatuas y mesas de ofrendas) prácticamente desaparecen, al igual que los muebles domésticos, los vestidos, las herramientas, armas y equipos profesionales, los instrumentos musicales, los juegos de mesa y los recipientes de piedra y cerámica. A excepción de unas pequeñas estelas, por lo general de madera pintada, el ajuar funerario se limitaba a un reducido grupo de objetos funerarios: ataúdes, cajas para canopos (en su mayor parte ficticias), amuletos, shabíts y papiros funerarios (por lo general uno de ellos escondido dentro de una estatua de Osiris). El período también se caracteriza por un continuado declive que termina con la interrupción de la tradición de proporcionar a los difuntos textos funerarios. Mientras que en las tumbas de la élite de Tebas durante la XXI Dinastía se continuó usando el
Libro de los muertos
e incluso se añadió el
Amduat
y la
Letanía de Ra
al repertorio no real, en la XXII Dinastía esta tradición terminó por abandonarse. Se dejaron de elaborar papiros funerarios y los textos de los ataúdes quedaron reducidos a poco más que a repetitivas fórmulas funerarias y palabras de los dioses, con la consiguiente simplificación del repertorio iconográfico.

Estos factores parecen reflejar cambios importantes en la actitud hacia la muerte y el enterramiento durante el Período Libio. La falta de imponentes superestructuras funerarias (incluso las más elaboradas parecen haberse construido de forma apresurada) indican que los entierros ya no se preparaban con tanta antelación y cuidado. La naturaleza ad hoc de la construcción de la tumba (edificada de forma basta, a menudo con bloques reutilizados) apoya esta opinión y, lo que es más significativo, esta descripción se aplica sobre todo a las tumbas del Egipto Medio y del ñorte del país, dominado por los libios: Tanis, Menfis, Leontópolis y Heracleópolis. Objetos importantes del ajuar funerario, como los sarcófagos de piedra, quedaron limitados casi exclusivamente a la realeza e incluso en estos escasos ejemplos se trata en su mayoría de objetos reutilizados de épocas anteriores. El reciclado de los objetos funerarios alcanzó también a los menos costosos, sobre todo durante la XXI Dinastía, cuando tuvo lugar en Tebas una amplia reutilización de ataúdes. Sin embargo, Egipto no carecía de riqueza material y la descentralización de la tierra en modo alguno supuso un declive en la habilidad de escultores, pintores y metalúrgicos (véase más adelante). El cambio de actitud respecto a los muertos sugerido por estos cambios quizá esté más directamente relacionado con la presencia de los libios en la sociedad. La construcción de un elaborado entorno físico para los muertos y la atención prestada a los fallecidos no era un rasgo característico de las sociedades seminómadas como la suya. Resulta significativo que sólo al imponerse la autoridad de los soberanos kushitas —cuya devoción por las antiguas tradiciones egipcias era de un tipo más bien purista— se produjera una revitalización de las prácticas funerarias de acuerdo con las líneas tradicionales.

El cambio de énfasis respecto a la protección física del difunto trajo consigo una mayor concentración en el propio cuerpo y en sus objetos más inmediatos. La momificación alcanzó su cénit durante la XXI Dinastía y sus elevados niveles de preparación se mantuvieron en épocas subsiguientes. Entre las innovaciones del período figuran la introducción de paquetes subcutáneos para restaurar los rasgos hundidos y darles un aspecto más vivo; tratamientos cosméticos más elaborados, con el cabello cuidadosamente peinado y las uñas de las manos meticulosamente preservadas; además de una conservación más minuciosa de las vísceras, que se envolvían de forma individual y después se volvían a introducir en el cuerpo (seguían incluyéndose vasos canopos en los ajuares, pero a menudo eran ficticios). Estas técnicas ponen de manifiesto el deseo de conseguir que el cuerpo fuera tan perfecto y estuviera tan completo como fuera posible. Su categoría como imagen idealizada del difunto transfigurado se desarrolló y su seguridad se incrementó, aumentando el número de ataúdes por enterramiento: como mínimo dos y en ocasiones hasta cuatro.

El declive en la producción para las tumbas de capillas individuales decoradas con elaboradas escenas parietales hizo que las imágenes y textos funerarios pasaran a la superficie de los ataúdes y los papiros. Por este motivo, los ataúdes de la XXI Dinastía están cubiertos por dentro y por fuera con una densa profusión de imágenes. Los sacerdotes de Tebas crearon un nuevo y rico repertorio de iconografía funeraria que promocionaba el concepto de renacimiento mediante las mitologías combinadas de Osiris y el dios sol, disponiéndose las imágenes con la intención de concentrar múltiples niveles de significado en una única escena compleja. En consonancia con el saqueo de enterramientos y la generalizada transitoriedad del lugar de descanso eterno típica de esta época, el ataúd acabó teniendo la función religiosa de la tumba, como sucedió en circunstancias similares durante el Primer Período Intermedio. A finales del Tercer Período Intermedio, la evolución de la imaginería de las superficies había terminado por conceder mayor importancia todavía al concepto de ataúd como universo en miniatura, con el difunto situado en el centro e identificado (mediante los textos y las imágenes del ataúd) como dios creador y, por lo tanto, como fuente de su propia resurrección.

Las prácticas funerarias también sugieren la existencia durante este período de una división norte-sur en la población y la cultura material de Egipto. Si bien los yacimientos del delta (a excepción de Tanis) han proporcionado pocos enterramientos fechables en estos siglos, los restos encontrados en las zonas de Menfis y Fayum se pueden comparar con el material meridional, más abundante. De la limitada panoplia de objetos funerarios que proporcionan las tumbas del Tercer Período Intermedio, sólo los sarcófagos se utilizaban de forma consistente en todo Egipto. Su estudio parece sugerir una interacción entre el norte y el sur, sobre todo a comienzos de la XXII Dinastía, cuando en Tebas se aprecia un importante cambio en el estilo de los ataúdes. Resulta evidente en el abandono del estilo de moda de la XXII Dinastía, con su
horror vacui
e imágenes en muchos niveles, y su rápida sustitución por una nueva serie de tipos: cajas de cartonaje policromadas dentro de ataúdes de madera de diseño mucho más sencillo. Esto demuestra un empobrecimiento del repertorio iconográfico, con una mayor concentración en la disposición simétrica de los dioses, pero con un uso más atrevido de los colores. Hay ciertos indicios que apuntan a que estos rasgos procedían del norte, como atestiguan los enterramientos de la necrópolis menfita y los cementerios situados a la entrada de Fayum. La evidente importación de prácticas funerarias septentrionales al Alto Egipto parece coincidir con la imposición de una autoridad regia más fuerte sobre el sur, durante los reinados de Sheshonq I y sus sucesores. No obstante, durante el período subsiguiente parecen surgir estilos característicamente septentrionales y meridionales, quizá como reflejo de la progresiva descentralización de Egipto y también de la división social sugerida por otros documentos.

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