Historia del Antiguo Egipto (80 page)

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Authors: Ian Shaw & Stan Hendrickx & Pierre Vermeersch & Beatrix Midant-Reynes & Kathryn Bard & Jaromir Malek & Stephen Seidlmayer & Gae Callender & Janine Bourriau & Betsy Brian & Jacobus Van Dijk & John Taylor & Alan Lloyd & David Peacock

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BOOK: Historia del Antiguo Egipto
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Todos ellos fueron entregados juntos a la turba y algunos comenzaron a morderlos, otros a acuchillarlos, otros a sacarles los ojos. Tan pronto como uno de ellos caía, el cuerpo era despedazado miembro a miembro, hasta que todos estuvieron mutilados, pues el salvajismo de los egipcios es realmente atroz cuando se encienden las pasiones.

(Polibio, 15,33)

Su predilección por actuar como electores de reyes quedó demostrada en muchas ocasiones posteriores. Así, el largo conflicto entre Ptolomeo VI y Ptolomeo VIII implicó con frecuencia acciones de la turba y en 80 a.C. ésta se superó a sí misma asesinando al propio Ptolomeo X. Finalmente, en 48/47 a.C. su propensión a la anarquía alcanzó un crescendo que culminó en la sumaria destrucción de su poder nada menos que a manos de Julio César. Los efectos de estas debilidades inherentes en el centro del reino se vieron agravadas en muchas ocasiones por las egoístas ambiciones de los griegos de alto rango, tanto militares como civiles, decididos a hacer lo que fuera para conseguir sus intereses personales.

En Egipto, fuera de Alejandría la situación política se deterioró rápidamente a partir de finales del siglo III a.C., cuando el país bullía por las discordias internas. Estas circunstancias facilitaron sin duda el ascenso de algunos de los egipcios más capaces y emprendedores, existiendo pruebas de que tuvieron éxito a la hora de disminuir e incluso eliminar la separación que normalmente existía entre griegos y egipcios, consiguiendo heredades de tamaño considerable y llegando a alcanzar el rango de gobernador (
strategos
) o gobernador general (
epistrategos
). El recurrente descontento civil ha sido considerado en muchas ocasiones como una reacción nacionalista y étnicamente motivada de los egipcios contra los odiados griegos, pero la situación es mucho más compleja y probablemente sea mejor entenderla como el resultado natural del debilitamiento de la autoridad real, el cual creó un contexto donde las antiguas rivalidades y aspiraciones dejaron de ser contenidas por la autoridad central. Podía tratarse de hostilidades entre ciudades egipcias, como cuando Hermontis (Armant) y la Cocodrilópolis tebana hicieron la guerra en época de Ptolomeo VIII (170-116 a.C.). Del mismo modo, cuando entre 205 y 186 a.C. se creó en la Tebaida un Estado independiente, gobernado de forma sucesiva por dos reyes nativos llamados Harannofris y Caonnofris, podemos muy bien estar viendo el resurgir de las antiguas ambiciones políticas del sacerdocio de Amón. A este respecto, merece la pena destacar que en la batalla final de 186 a.C. hubo tropas nubias que lucharon en el ejército de Caonnofris, es decir, que también puede tratarse de una prueba del resurgimiento del antiguo interés de Tebas por los devotos nubios del dios. No obstante, como la xenofobia de carácter religioso es un fenómeno sólidamente documentado en la Baja Época, sería sorprendente en extremo si estuviera por completo ausente de los motivos de este intento de independencia.

Hay otros signos, a gran escala y no, de desafección en la población egipcia: huelgas, huidas (en ocasiones hasta el punto de que se abandonaron poblados enteros), bandolerismo, ataques de forajidos contra poblados, expolio de templos y el frecuente recurso al derecho de asilo de los templos. Es innegable que se trata de la reacción de un pueblo llevado más allá de los límites de la resistencia por el hambre, la rampante inflación y un sistema administrativo opresivo y despiadado, manejado por unos funcionarios que, demasiado a menudo, eran corruptos y se encontraban lejos del control efectivo del gobierno central. Los estratos más bajos de la sociedad, en gran parte egipcios, estaban indefensos contra ellos y, por lo tanto, eran blancos fáciles. Dada la estrecha paridad existente entre categoría económica y origen étnico, resulta sencillo achacar los alzamientos de estas gentes al nacionalismo. No obstante, a pesar de que con toda seguridad de vez en cuando hubo algunos que tuvieron explícitamente esta dimensión, en su nivel más fundamental los alzamientos fueron de los oprimidos contra la clase dirigente, considerada responsable de la opresión; una clase dirigente que con igual facilidad podía ser percibida como formada por el sacerdocio egipcio o por los funcionarios greco-macedonios. No obstante, cualquiera que fuera la motivación, los corrosivos efectos económicos de estos trastornos fueron un golpe mortal para la infraestructura económica, justamente en el momento en que las fuentes alternativas de riqueza estaban en su mayor parte secas.

Todos estos acontecimientos internos tuvieron lugar frente al telón de fondo formado por el creciente intervencionismo de Roma en el Mediterráneo oriental. En ocasiones solicitado y en otras no, este proceso condujo lentamente a la desaparición del reino de Macedonia (167 a.C.), a la consecución del reino de Pérgamo en 133 a.C., a la gradual erosión del poder seléucida, culminada con la anexión de lo que quedaba del imperio en 64 a.C., y al final a la desaparición del propio reino de los ptolomeos. Este último acontecimiento se produjo con lentitud y fue el último episodio de unas relaciones entre los ptolomeos y los romanos que se remontaban a los primeros años de la dinastía y pasaron por varias fases. Tras comenzar durante el reinado de Ptolomeo II con un período de igualdad, con cortesías diplomáticas entre iguales, expresadas en el envío de una embajada a Roma en 273 a.C., se pasó a comienzos del siglo II a.C. a una situación en la que Roma se convirtió en la garante de la independencia egipcia.

La descripción de Polibio de cómo C. Popilio Lenas sacó del territorio egipcio a Antíoco IV en 168 a.C. ilustra a la perfección el siguiente cambio en el equilibrio de poder. Enseñando al rey el decreto del Senado:

Popilio hizo algo que pareció insolente y arrogante en el más alto grado. Con un sarmiento que tenía en la mano dibujó un círculo en torno a Antíoco y le dijo que respondiera a su mensaje antes de salir del mismo. El rey se quedó estupefacto por la arrogancia de la acción y dudó durante un corto momento y dijo que haría cualquier cosa que Roma pidiera.

(Polibio, 29,27)

A partir de este momento, convertirse en el mediador de las disputas dinásticas fue una evolución natural: durante la interminable disputa entre los hermanos Ptolomeo VI y Ptolomeo VIII, Roma hizo de arbitro; Ptolomeo XI (80 a.C.) le debía el reino a Roma y, supuestamente, se lo legó en su testamento a su benefactor; en la disputa entre los alejandrinos y Ptolomeo XII (80-51 a.C.), Roma tuvo un papel decisivo; al igual que en los sangrientos conflictos existentes entre CleopatraVII y sus hermanos Ptolomeo XIII y Ptolomeo XIV, que marcaron la última fase del reinado ptolemaico.

En esta vorágine, y contra todo pronóstico, Cleopatra fue capaz de resucitar brevemente en c. 36 a.C. las glorias del pasado, cuando gracias a la generosidad de Marco Antonio resurgió de forma fugaz el control ptolemaico en el sur de Asia Menor y en Siria-Palestina, pero esto iba en contra de la tendencia general, que convertía a Roma en la única beneficiaría del largo declive de la dinastía: la Cirenaica fue conseguida en 96 a.C., Chipre en 58 a.C. y ahora era el turno de Egipto. En 30 a.C., tras un enfrentamiento tan espectacular y dramático como ninguno de la Antigüedad, este brillante y antiguo reino cayó en manos de Roma, comenzando así el largo capítulo final de la historia de la cultura faraónica.

15. EL PERÍODO ROMANO
(30 a.C.-395 d.C.)
DAVID PEACOCK

Seguramente haya pocos acontecimientos históricos mejor conocidos que la aventura amorosa entre Marco Antonio, triunviro de Roma, y la bella e inteligente reina Cleopatra VII de Egipto. Es posible que su asociación con Cleopatra no careciera de motivos políticos, pues Roma tenía mucho que ganar de turas buenas relaciones con Egipto, cuya riqueza era proverbial. No obstante, el final de esta relación terminó por enfrentarlo con su astuto y decidido cuñado, Octaviano. La cuestión se resolvió en la batalla de Accio, que tuvo lugar en septiembre de 31 a.C., y un año después Octaviano, que en 27 a.C. se cambiaría el nombre por el de Augusto, entró en Egipto por primera y última vez. A partir de entonces Egipto, la tierra de los faraones y de sus sucesores helenísticos, los ptolomeos, pasó a formar parte del Imperio Romano.

Egipto era una tierra aparte, una zona exótica y lejana del imperio, quizá más extraña que ninguna otra provincia. Aquí la cultura faraónica se desarrollaba con fuerza y un visitante del Egipto romano se habría encontrado como en una cápsula temporal, puesto que las imágenes, sonidos y costumbres de esta tierra tendrían más en común con las de la civilización faraónica que con las de la Roma contemporánea. Se seguían construyendo templos al estilo tradicional, se continuaba utilizando la escritura jeroglífica y se hablaba egipcio, si bien la lengua franca era el griego. Que sepamos, Cleopatra fue la única soberana grecorromana de Egipto en aprender egipcio, una más de las muchas lenguas que dominaba. Otros indicios de lo arraigado de la cultura faraónica que lo impregnaba todo es la persistencia de la momificación como rito de enterramiento y la continuada reverencia hacia los dioses egipcios. La especial naturaleza del Egipto romano es innegable, aunque va aumentando el número de estudiosos que consideran que la «romanidad» de Egipto fue un aspecto más importante de lo que se ha creído hasta el momento.

Como quiera que sea, existían diferencias culturales y no resulta nada sorprendente que Roma adoptara una actitud un tanto hostil y suspicaz respecto a Egipto. Se prohibió a los senadores romanos que penetraran en el país y a los egipcios nativos se les excluyó de la administración del mismo. Resulta significativo que la única ciudad egipcia fundada por Roma fuera Antinoopolis, junto al Nilo, en el Egipto Medio. El origen de la fundación se encuentra en Adriano, uno de los pocos emperadores que visitó el país. Su amor por Egipto se refleja en su gran villa de Tívoli, donde intentó recrear un paisaje nilótico en el jardín de Canopo.

A pesar de su carácter único, Egipto tiene un papel especial que representar en nuestro conocimiento del Imperio Romano en general. El seco clima ha permitido la conservación de una gran cantidad de documentos, de los que carecemos para climas más templados. Es una gran fuente de documentos escritos, que apenas se han conservado en otros lugares. Los más conocidos son los papiros, que nos ofrecen una imagen sin par de los negocios y la vida diaria del Egipto romano. Uno de los yacimientos más famosos y productivos es la ciudad de Oxirrinco, cerca del Nilo, unos doscientos kilómetros al sur de El Cairo. En 1897, dos eruditos de Oxford, Grenfell y Hunt, comenzaron a excavar la basura de la antigua ciudad (
sebakh
en árabe) en busca de papiros. Su trabajo terminó siendo un premio insospechado para la papirología, pues los documentos publicados hasta el momento ocupan casi sesenta volúmenes y hay casi la misma cantidad a la espera de ser estudiada
[16]
.

Egipto es también el país más importante para los ostraca, documentos escritos sobre fragmentos de cerámica en vez de en papiro. Entre 1987 y 1993, las excavaciones en el fuerte del Mons Claudianus, en el Desierto Oriental, descubrieron más de nueve mil ostraca, la más amplia colección del mundo antiguo. Por primera vez documentan extracciones mineras y nos ofrecen una visión única del aprovisionamiento y la logística de una gran empresa romana en el desierto.

Documentos aparte, las ciudades egipcias y las tumbas a menudo proporcionan materiales orgánicos que apenas encontramos en otros lugares. Los tejidos suelen encontrarse muy bien conservados, así como la cestería, el cuero y los restos de alimentos. Por desgracia, el potencial de todo este material todavía no se ha explotado del todo, pues en muchas ocasiones se ha descartado en favor de la documentación escrita. Así, Grenfell y Hunt parecen haber desechado este material para que los
fellahin
lo utilizaran como fertilizante. Las excavaciones modernas, como la del Mons Claudianus, están comenzando a rectificar este desequilibrio.

Administración

El Egipto romano estaba dividido en unas treinta unidades administrativas llamadas «nomos», un sistema heredado de la época ptolemaica. Cada una de ellas contaba con un gobernador o
strategos
, nombrado por el prefecto o gobernador de Egipto, ante quien era responsable por medio de uno de sus cuatro
epistrategoi
, los administradores regionales. El prefecto era ayudado por procuradores encargados de las finanzas y por otros funcionarios.

Cada uno de los nomos tenía una capital o
metrópolis
, la sede del gobierno local. Desgraciadamente, no sabemos demasiado sobre ellas, pues la topografía urbana del Egipto romano se ha estudiado poco. Las dos mejor comprendidas son las de Oxirrinco y Arsinoe, donde las pruebas derivan de los papiros. Parece que había lugares con alguna sofisticación y riqueza. Así, Oxirrinco poseía un gimnasio, unos baños, un teatro y una veintena de templos, mientras que el agua corriente de Arsinoe procedía de dos depósitos a los que se bombeaba agua desde un brazo del Nilo.

Durante los dos primeros siglos de nuestra era, los nomos y sus metrópolis disfrutaron de un escaso autogobierno; pero en 200 d.C. Septimio Severo ordenó la creación de consejos ciudadanos en cada nomo, un paso hacia la conversión de las metrópolis en
municipia
(en esencial un
municipium
era un municipio con autogobierno). No obstante, esto produjo un considerable resentimiento, pues con una mayor responsabilidad vino aparejada una mayor carga financiera para quienes ostentaban cargos.

Durante el gobierno romano, todos los varones con edades comprendidas entre los 14 y los 60 años estaban obligados a pagar una tasa anual. Los ciudadanos romanos estaban excluidos, pero se trataba probablemente de una parte menor de la población. Las clases superiores, los «metropolitas», pagaban una cantidad reducida. Por lo tanto, la clase a la que se pertenecía tenía cierta relevancia y, a la edad de 14 años, a un chico metropolitano se le podía exigir que presentara sus credenciales.

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