Historia del Antiguo Egipto (83 page)

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Authors: Ian Shaw & Stan Hendrickx & Pierre Vermeersch & Beatrix Midant-Reynes & Kathryn Bard & Jaromir Malek & Stephen Seidlmayer & Gae Callender & Janine Bourriau & Betsy Brian & Jacobus Van Dijk & John Taylor & Alan Lloyd & David Peacock

Tags: #Historia

BOOK: Historia del Antiguo Egipto
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El monzón suroccidental es uno de los vientos más feroces de la tierra y los barcos tuvieron que ser inmensamente grandes y fuertes para soportar un viaje semejante, parecidos quizá a los que hacían el trayecto Alejandría-Roma, que tenían hasta sesenta metros de eslora y un desplazamiento de mil toneladas. Ciertamente, los beneficios harían que los riesgos merecieran la pena: un papiro recientemente publicado describe un envío de nardo (una planta aromática), marfil y telas procedentes de Muziris, en la India, hasta Alejandría; el cargamento tenía un valor consignado de 131 talentos, lo bastante como para comprar 971 hectáreas de la mejor tierra de cultivo de Egipto.

La arqueología también nos puede ayudar a comprender este comercio. Sir Mortimer Wheeler excavó el yacimiento romano de Arikamedu, en la costa hindú de Coromandel, donde encontró ánforas que habían contenido el mejor vino de Campania y delicada cerámica roja de época de Tiberio, producida en los talleres de Lyon, Pozzuoli y Pisa. En Egipto, un proyecto de excavación realizado durante la década de 1990 en Berenice parece dispuesto a proporcionar información equivalente en el extremo egipcio del recorrido. A finales de la década de 1970 y comienzos de la de 1980, excavaciones a pequeña escala en Quseir el Qadim, que por entonces se pensaba que era el puerto de Leucos Limen, descubrieron material interesante, incluido un fragmento de cerámica con una inscripción tamil. En 1999 comenzó un nuevo programa de excavación.

Las rutas terrestres desde Berenice y Myos Hormos a través del desierto han sido estudiadas a conciencia. La que nace en Berenice discurre en dirección noroeste durante más de 350 kilómetros y está equipada con
hydreumata
(lugares de aguada) cada 20-30 kilómetros. Su destino es Koptos, pero a medio camino hay un desvío hacia el oeste que conduce hasta Apolinópolis Magna (Edfu). La ruta que parte desde Myos Hormos también conduce a Koptos, y Estrabón nos informa de que el viaje duraba seis o siete días y de que estaba provista de
hydreumata
excavados hasta una gran profundidad. Dos de ellos (El Mweih y El Zerqa) fueron excavados en la década de 1990, y han proporcionado nuevos documentos en forma de ostraca, todavía sin publicar.

La parte final de la ruta, desde Alejandría hasta Roma, puede muy bien haber estado estrechamente relacionada con la
annona
(la tasa en especie mencionada más arriba), puesto que los navíos que servían al Estado podían transportar parte de sus propios bienes libres de impuestos. Pero esto no es todo. En Alejandría se han descubierto muchos más ejemplares de ánforas de aceite héticas que en ninguna otra ciudad relevante del Mediterráneo oriental, un ejemplo entre muchos que basta para destacar la importancia de su papel como puerto importante para el comercio interregional de todo tipo y en todas direcciones. Estrabón consideraba que era el mejor puerto del mundo; sin olvidarnos, por supuesto, de que su faro era una de las maravillas del mundo antiguo.

Religión

No hay aspecto del Egipto romano más complejo o difícil de comprender que la religión. Roma heredó una religión faraónica que, sobre todo durante la época ptolemaica, había recibido una pátina clásica. Los visitantes de los antiguos templos egipcios suelen creer que están admirando obras maestras de la era dinástica, cuando en muchos casos —Dendera, Edfu, Kom Ombo, Esna y Filé, por ejemplo— las estructuras son en gran parte ptolemaicas y romanas.

Si bien el aspecto más evidente y sorprendente de la religión egipcia es su politeísmo, había varias creencias primordiales (para más información véase la parte sobre la religión del Reino Nuevo que se encuentra al principio del capítulo 10). Así, dioses como Ra (el sol), Geb (la tierra) y Nut (el cielo) parecen haber sido adorados en casi todo Egipto. No obstante, también existía una tendencia hacia el monoteísmo. Ra era la fuente de todo, Ptah es descrito como «el corazón y la lengua de los dioses» y, a mediados del siglo XIV a.C., Akhenaton decretó que Atón era el único dios que debía ser adorado. Otro rasgo fácilmente observable de la religión egipcia es su querencia por los cultos de animales. Por ejemplo, Horus es representado por un halcón y Hathor por una vaca. No obstante, no eran los propios animales el objetivo de la adoración, sino los dioses que elegían adoptar su forma. De aquí procede la costumbre de momificar animales, a menudo a millares: cocodrilos, babuinos, gatos, el pez oxirrinco y demás.

Cada uno de los dioses desempeñaba su propio papel, pero la situación está lejos de ser sencilla, porque sus papeles cambiaron con el paso del tiempo y los dioses podían mezclarse, hasta el punto de llegar a ser in-diferenciables entre sí. Así, Horus, el halcón, tocado con un disco solar es a menudo indistinguible del dios sol Ra. Amón era originalmente el dios del agua y el aire, pero más tarde se convirtió en el dios de la reproducción física, el dador de vida.

La cultura griega se implantó en el país tras la conquista de Alejandro, en 332 a.C., no sólo en las ciudades griegas de Alejandría, Náucratis y Ptolemais, sino también en las comunidades griegas diseminadas por todo Egipto. Los griegos identificaron a sus propios dioses con el panteón egipcio. Horus fue equiparado con Apolo, Thoth con Hermes, Amón con Zeus, Hathor con Afrodita, etc. No sabemos cómo reaccionó la bella Atenea al saber que era equiparada con la diosa hipopótamo Taweret.

Un buen ejemplo de este proceso de helenización es el dios Pan, que fue equiparado a Amón-Min, el dios de la reproducción sexual, que poseía un importante santuario en Koptos. La ciudad se encuentra al comienzo de los caminos del desierto que conducen hacia el este. Por lo tanto, Amón-Min se convirtió en el dios del este y es representado con un incensario, que quizá simbolice las especias y perfumes de Oriente. Partiendo de esta base, durante la época romana Pan se convirtió en el dios del Desierto Oriental, el caprichoso guardián de las rutas del desierto. Aparece representado no como el Pan de la mitología griega, sino como el Minitifálico, siendo su erección una clara herencia de su vida anterior.

Con objeto de conseguir un mayor grado de unidad política y religiosa, durante la época ptolemaica se inventó un nuevo dios llamado Serapis. Al contrario que la deidad tradicional faraónica Osirapis, de la que deriva, no se le representa como un animal, sino como un hombre barbudo parecido a Zeus: de todos los dioses egipcios, es el que más se asemeja a un dios grecorromano. Serapis se volvió inmensamente popular en Menfis, la antigua capital de Egipto y, cuando la sede del gobierno se trasladó a esta ciudad, también en Alejandría. Finalmente, el culto consiguió adeptos en Sabratha y Lepcis, Roma y después en Efeso y las provincias del Danubio.

Otra diosa muy popular en el Egipto romano era Isis, en ocasiones identificada con Hathor. Era tanto la esposa como la hermana de Osiris, que era el soberano y el juez de los muertos, además de dios supremo del culto funerario. Su papel era ser el prototipo de la maternidad y la esposa fiel. Era muy adorada por las mujeres, para quienes era la reina del cielo y la tierra, de la vida y la muerte. Miraba con buenos ojos todas las actividades de las mujeres, hasta tal punto que en un momento dado también fue la diosa de las prostitutas. Como en el caso de Serapis, había fieles de Isis por todo el imperio, sobre todo en Hispania. Los rituales asociados con su culto cambiaron poco desde la época faraónica: al amanecer su estatua era descubierta y adornada con joyas mientras se encendía el fuego sagrado, todo ello acompañado de música sagrada.

Del mismo modo que los dioses del Egipto romano eran esencialmente dioses egipcios, la arquitectura religiosa es una continuación de los templos dinásticos y ptolemaicos. La excepción son los Paneion, que debido al especial papel de Pan en el desierto podían estar situados en puntos remotos, lejos de los lugares de habitación. A menudo no se trata más que de una roca sobre la cual los viajeros escriben sus dedicatorias. En Wadi Hammamat se puede ver un buen ejemplo.

El templo de Hathor en Dendera nos proporciona un buen ejemplo del aspecto que tenía un templo ptolemaico-romano tardío. El propilon (puerta norte) es obra de Domiciano y Trajano, pero el elemento central del complejo, el casi intacto templo de Hathor, fue construido entre 125 a.C. y 60 d.C. La parte frontal del templo es una fachada maciza señalada con seis columnas con capiteles hathóricos y coronada por una cornisa. La entrada conduce a una sala hipóstila, construida en el vigésimo primer año de Tiberio por Aulo Evilio Flaco, con ayuda de los habitantes de la ciudad y el distrito, cuyo tejado se sostiene mediante columnas hathóricas. La sala da paso a una sala hipóstila interior y dos «vestíbulos», el más interno de los cuales contiene el santuario, rodeado por varias capillas. La decoración es característicamente egipcia, pero muchos de sus protagonistas son emperadores romanos. Así, vemos a Tiberio delante de los dioses, a Claudio realizando una ofrenda a Hathor e Ihy, e imágenes de Augusto y Nerón. Todo el complejo es una experiencia extraña para un estudiante formado en la cultura clásica.

Otro bello ejemplo de templo romano es el quiosco de Trajano en Filé, conservado en una isla entre Asuán y la Gran Presa. Este elegante edificio de bellas proporciones posee catorce columnas con capiteles compuestos y entrepaños entre ellas, dos de los cuales están decorados con escenas de Trajano realizando ofrendas a Isis, Osiris y Horus. El simbolismo de todos estos templos debió de transmitir un mensaje muy especial a la población del Egipto romano: aquí el emperador no aparece como dios, sino como un suplicante a los grandes dioses del viejo Egipto.

A partir de mediados del siglo I d.C. apareció un nuevo fenómeno religioso: el cristianismo. Parece haber arraigado en Alejandría, desde donde se extendió al resto del país. Es indudable que, con tantos cultos existentes, no habría problemas para aceptar y absorber otro más. Sin embargo, el cristianismo era una religión intransigente, que no se consideraba a sí misma como parte de las demás y buscaba de forma activa conseguir conversos del paganismo. Esto era una amenaza para el orden establecido, por lo que a partir de mediados del siglo III d.C. empezaron las persecuciones esporádicas, que culminaron con las grandes purgas de Diocleciano, comenzadas en 303 d.C.

En el siglo III d.C. apareció en Egipto una nueva tendencia en la práctica religiosa que luego se extendió por todo el mundo. El desierto es un campo de pruebas religioso, lejos del bullicio de la vida ordinaria y donde la supervivencia depende de la confianza en Dios. Cristo ya había sentado las bases, al pasarse cuarenta días y cuarenta noches en el desierto sufriendo las tentaciones del demonio. Según la tradición, a finales del siglo III d.C. dos jóvenes ricos, Pablo, el primer eremita, y Antonio, el primer monje, cada uno por separado, abandonaron sus hogares en el valle del Nilo para vivir en la soledad del desierto. No resulta un misterio cómo consiguieron sobrevivir, pues en todas partes los hombres sabios son tratados con respeto y alimentados por las personas con las que se encuentran. Como ambos se asentaron junto a fuentes, sin duda fueron visitados por beduinos, que las conocerían y tendrían derechos sobre ellas. Finalmente, a pesar de su aislamiento, la fama de Antonio se extendió e incluso el emperador Constantino le escribió pidiéndole que rezara por él. Fue visitado por sus antiguos discípulos, diversos dignatarios, peregrinos y, por supuesto, curiosos. Las idas y venidas de los visitantes llevaron a la creación de un caravasar, que terminó convirtiéndose en un monasterio; el más importante de la cristiandad, pues de él derivan todos los demás.

Las costumbres funerarias están, evidentemente, conectadas con las prácticas religiosas. Por lo tanto, no resulta sorprendente que la momificación persistiera junto al paganismo; en algunos casos hasta tan tarde como el siglo IV d.C. Los pobres recibían el más sencillo de los enterramientos, como momias vendadas sin más; pero los ricos recibían un elaborado tratamiento momificador, como dictaba la tradición. Durante la época romana, sobre la cabeza de la momia se colocaban retratos al encausto pintados sobre tabla. Estas obras de arte menor son algunas de las más vividas y realistas de todo el mundo romano. Sin duda eran encargadas a artesanos muy cualificados, pues poseen un grado casi fotográfico de realismo y parecen haber sido realizadas mientras la persona estaba viva. Se ha sugerido que se pintaban en el momento álgido de la vida y el éxito y que luego se guardaban para su posterior uso funerario.

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