Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España (62 page)

BOOK: Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España
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Capítulo CLIII: De la manera que peleamos, y de muchas batallas que los mejicanos nos daban, y las pláticas que con ellos tuvimos, y de como nuestros amigos se nos fueron a sus pueblos, y de otras muchas cosas que pasaron

La manera que teníamos en todos tres reales de pelear es ésta: que velábamos cada noche todos los soldados juntos en las calzadas, y nuestros bergantines a los lados, y los de a caballo rondando la mitad dellos en lo de Tacuba, adonde nos hacían pan e teníamos nuestro fardaje, y la otra mitad en las puentes y calzada, y muy de mañana aparejábamos los puños para batallar con los contrarios, que nos venían a entrar en nuestro real y procuraban de nos desbaratar, y otro tanto hacían en el real de Cortés y en el de Sandoval, y esto no fue sino cinco días, porque luego tomamos otra orden, la cual diré adelante. Y digamos agora cómo los mejicanos cada noche hacían grandes sacrificios y fiestas en el cu mayor del Tatelulco, y tañían su maldito atambor y otras trompas y atabales y caracoles, y daban muchos gritos y alaridos, y tenían toda la noche grandes luminarias de mucha leña encendida, y entonces sacrificaban de nuestros compañeros a su maldito Huichilobos y Tezcatepuca y hablaban con ellos, y según ellos decían, que en la mañana de aquella mesma noche parece ser, como los ídolos son malos, por engañarles que no viniesen de paz, les hacían en creyente que a todos nosotros nos habían de matar, y a los tascaltecas y a todos los más que fuesen en nuestra ayuda; y como nuestros amigos lo oían teníanlo por muy cierto, y porque nos vieron desbaratados e no batallábamos como solíamos. Dejemos destas pláticas. que eran de sus malditos ídolos, y digamos cómo en la mañana venían muchas capitanías juntas a nos cercar y dar guerra, y se remudaban de rato en rato, unos de unas devisas e penachos e señales. y venían otros de otras libreas, y entonces cuando estábamos peleando con ellos nos decían muchas palabras, llamándonos de apocados y que no éramos buenos para cosa ninguna ni para hacer casas ni maizales, y que no éramos sino para venilles a robar su ciudad, como gente mala que habíamos venido huyendo de nuestra tierra y de nuestro rey y señor, y esto decían por lo que Narváez les había enviado a decir, y que veníamos sin licencia de nuestro rey, como dicho tengo en el capítulo que dello habla, y nos decían que de ahí a ocho días no había de quedar ninguno de nosotros, porque ansí se lo prometieron la noche pasada sus dioses, y nos decían otras muchas palabras malas, y a la postre decían: «Mira cuán malos y bellacos sois, que aun vuestras carnes son malas para comer, que amargan como las hieles, que no las podemos tragar de amargor». Y parece ser como aquellos días se habían hartado de nuestros soldados y compañeros, quiso Nuestro Señor que les amargase las carnes. Pues a nuestros amigos los tascaltecas, si mucho vituperio nos decían a nosotros, más les decían a ellos; e que los ternían por esclavos para sacrificar y hacer sus sementeras, y tornar a edificar las casas que les hablamos derrocado, y que las habían de hacer de cal y canto labradas, e que sus Huichilobos se lo habían prometido. Y diciendo esto, luego el bravoso pelear, y se venían por unas casas derrocadas, y por las muchas canoas que tenían nos tomaban las espaldas, y aun nos tenían algunas veces ya atajados en la calzada, y Nuestro Señor Dios nos sustentaba cada día, que nuestras fuerzas no bastaban; mas todavía los hacíamos volver muchos dellos heridos, y otros quedaban muertos. Dejemos de hablar de los grandes combates que nos daban y digamos cómo nuestros amigos los de Tascala y de Cholula y de Guaxocingo, y aun los de Tezcuco y Chalco e Tamanalco, acordaron de se ir a sus tierras, e sin lo saber Cortés ni Pedro de Alvarado ni Sandoval se fueron todos los más, que no quedó en el real de Cortés salvo este Suchel, que después que se bautizó se llamó don Carlos, y era hermano de don Fernando, señor de Tezcuco, y era muy esforzado hombre, y quedaron en él otros sus parientes y amigos hasta cuarenta, y en el real de Sandoval quedó otro cacique de Guaxocingo con obra de cincuenta hombres, y en nuestro real quedaron dos hijos de Lorenzo de Vargas y el esforzado de Chichimecatecle con obra de ochenta tascaltecas, sus parientes y vasallos. Y desque nos hallamos solos con tan pocos amigos, rescebimos pena, y Cortés y Sandoval, cada uno en su real, preguntaba a los amigos que les quedaban que por qué se habían ido de aquella manera los demás; y decían que como veían que los mejicanos hablaban de noche con sus ídolos y les prometían que nos hablan de matar a nosotros y a ellos, que creían que era verdad, e de miedo se iban, y lo que le daba más crédito era que nos vían a todos heridos y nos hablan muerto muchos de los nuestros, y que dellos mismos faltaban más de mill y docientos, y que temieron no nos matasen todos, y también porque Xicotenga el Mozo, el que mandó ahorcar Cortés en los términos de Tezcuco, siempre les decía que sabía por sus adivinanzas que a todos nos habían de matar y que no quedaría ninguno dellos a vida, y por estas causas se fueron. Y puesto que Cortés en lo secreto mostró pesar dello, mas con rostro alegre les dijo que no tuviesen miedo, e que aquello que los mejicanos les decían que era mentira y por desmayarlos, y tantas cosas de prometimientos les dijo, con palabras amorosas, que les esforzó a estar con él, y otro tanto dijimos a Chichimecatecle y a los dos mancebos Xicotengas; y en aquellas pláticas que Cortés decía a este Suchel, que ya he dicho que se dijo don Carlos, como era de suyo señor y esforzado, dijo a Cortés: «Señor Malinche, no recibas pena por no batallar cada día con los mejicanos; sana de tu pierna, toma mi consejo, y es que te estés algunos días en tu real, y otro tanto manda al Tonatio, que era Pedro de Alvarado, que ansí le llamaban, que se esté en el suyo, y a Sandoval en Tepeaquilla, y con los bergantines anden cada noche, e de día, a quitar y defender que no les entren bastimentos ni agua, porquestán dentro de esta gran ciudad tantos mill xiquipiles de guerreros, que por fuerza comerán el bastimento que tienen, y el agua que agora beben es media salobre, de unas fuentes que tienen hechas, y como llueve cada día, y algunas noches recogen el agua, y dello se sustentan; mas qué pueden hacer si les quitas la comida y el agua, sino que es más que guerra la que ternán con la hambre e sed». Y como Cortés aquello entendió, le echó los brazos encima y le dio gracias por ello, y con prometimiento que le daría pueblos, y aqueste consejo que lo habíamos puesto en pláticas muchos soldados; mas somos de tal calidad, que no queríamos aguardar tanto tiempo, sino entralles en la ciudad. Y desque Cortés lo hobo muy bien considerado lo que el cacique dijo, puesto que ya se lo hablamos enviado a decir por nuestra parte, y sus capitanes y soldados se lo decían por otra, mandó a dos bergantines que fuesen a nuestro real y al de Sandoval a nos decir que nos manda questuviésemos otros tres días sin les ir entrando en la ciudad. Y como en aquella sazón los mejicanos estaban vituriosos, no osábamos enviar un bergantín solo, y por esta causa envió dos. Y una cosa nos ayudó mucho, y es que ya osaban todos nuestros bergantines romper las estacadas que los mejicanos les habían hecho en la laguna para que zabordasen, y es desta manera: que remaban con gran fuerza, y para que mejor furia trujese el remar, tomaban desde algo atrás y hacían viento con las velas y remos muy mejor, e ansí eran señores de la laguna y aun de muchas partes de las casas questaban apartadas de la ciudad; y los mejicanos que aquello vieron, se les quebró algo su braveza. Dejemos esto y volvamos a nuestras batallas, y es que, pues que no teníamos amigos, comenzamos a cegar y tapar la gran abertura que he dicho otras veces questaba junto a nuestro real, con la primera capitanía, que venía la rueda de acarrear adobes y madera, y cegar lo poníamos muy por la obra y con grandes trabajos, y las dos capitanías batallábamos; ya he dicho otra vez que ansí lo teníamos concertado y había de andar por rueda; y en cuatro días que todos trabajamos en ella la teníamos cegada y allanada, y otro tanto hacía Cortés en su real, que tenía el mismo concierto, y aun él mismo en persona estaba trabajando y llevando adobes y madera hasta que quedaban seguras las puentes y calzadas y aberturas por tenelle seguro al retraer, y Sandoval ni más ni menos en el suyo, y nuestros bergantines, junto con nosotros, sin temer estacadas, y desta manera les fuimos entrando poco a poco. Volvamos a los grandes escuadrones que a la contina nos daban guerra, y muy bravosos e vituriosos se venían a juntar pie con pie con nosotros, y de cuando en cuando cómo se mudaban unos escuadrones y venían otros, pues digamos la grita y alaridos que traían, y en aquel instante el resonido de la cornetilla del Guatemuz, y entonces apechugaban de tal arte con nosotros, que no nos aprovechaban cuchilladas ni estocadas que les dábamos, y nos venían a echar mano, y como después de Dios nuestro buen pelear nos había de valer, teníamos muy reciamente contra ellos hasta que con las escopetas y ballestas y arremetidas de los de a caballo, que estaban en la contina con nosotros la mitad dellos, y con los bergantines, que no temían ya las estacadas, les hacíamos estar a raya, y poco a poco les fuimos entrando, y desta manera batallábamos hasta cerca de la noche, que era hora de retraer. Pues ya que nos retraíamos, ya he dicho otras muchas veces que había de ser con gran concierto, porque entonces procuraban de nos atajar en la calzada y pasos malos, y si de antes lo habían procurado, en estos días, con la vitoria pasada, lo ponían muy más por la obra, y digo que por tres partes nos tenían tomados en medio; mas quiso Nuestro Señor Dios que, puesto que herieron muchos de nosotros, nos tornamos a juntar y matamos y prendimos muchos contrarios, y como no teníamos amigos que echar fuera de las calzadas, y los de a caballo nos ayudaban valientemente, puesto que en aquella refriega y combate les hirieron dos caballos, volvimos a nuestro real bien heridos, donde nos curamos con aceite y apretar las heridas con mantas, y comer nuestras tortillas con ajo e hierbas e tunas y luego puestos todos en la vela. Digamos agora lo que los mejicanos hacían de noche en sus grandes y altos cues, y es que tañían el maldito atambor, que digo otra vez que era el más maldito sonido y más triste que se podía inventar, y sonaba lejos tierras, y tañían otros peores instrumentos y cosas diabólicas, y tenían grandes lumbres, y daban grandísimos gritos e silbos; y en aquel instante estaban sacrificando nuestros compañeros de los que habían tomado a Cortés que supimos que diez días arreo acabaron de sacrificar a todos nuestros soldados, y al postrero dejaron a Cristóbal de Guzmán, que vivo lo tuvieron doce o trece días, según dijeron tres capitanes mejicanos que prendimos, y cuando los sacrificaban, entonces hablaba su Huichilobos con ellos y les prometía vitoria, y que habíamos de ser muertos a sus manos antes de ocho días, e que nos diesen buenas guerras, y aunque en ellas muriesen muchos, y desta manera los traía engañados. Dejemos de sus sacrificios y volvamos a decir que desque otro día amanesció ya estaban sobre nosotros todos los mayores poderes que Guatemuz podía juntar, y como teníamos cegada la abertura y calzada y puente y la podían pasar en seco, mi fe ellos tenían atrevimiento a nos venir a nuestros ranchos e tirar vara e piedra e flechas, que si no fueran por los tiros, que siempre con ellos les hacíamos apartar, porque Pedro Moreno Medrano, que tenía cargo dellos, les hacía mucho daño, y quiero decir que nos tiraban saetas de las nuestras, con ballestas, cuando tenían vivos cinco ballesteros, e al Cristóbal de Guzmán con ellos, y les hacían que les armasen las ballestas y les amostrasen cómo habían de tirar, y ellos o los mejicanos tiraban aquellos tiros como cosa pensada, e no hacían mal con ellos; y de la misma manera que nosotros, y aun más reciamente, batallaban con Cortés y el Sandoval, y les tiraban saetas, puesto que no nos hacían mal, y esto sabíamoslo por saberlo los bergantines que de nuestro real iban al de Cortés y del de Cortés al nuestro y al de Sandoval, y siempre nos escribía de la manera que habíamos de batallar y todo lo que habíamos de hacer, y encomendándonos la vela, y que siempre estuviesen la mitad de los de a caballo en Tacuba guardando el fardaje y las indias que nos hacían pan, y parásemos mientes que no rompiesen por nosotros una noche, porque unos prisioneros que en el real de Cortés se prendieron dijeron que Guatemuz decía muchas veces que diesen en nuestro real de noche, pues no había tascaltecas que nos ayudasen, porque bien sabían que se nos habían ido ya todos los amigos, e ya he dicho muchas veces que poníamos gran diligencia en velar. Dejemos desto, y digamos que cada día teníamos muy recios combates y no dejábamos de les ir ganando albarradas y puentes y aberturas de agua, y como nuestros bergantines osaban ir por doquiera de la laguna y no temían a las estacadas, ayudábannos muy bien, y digamos cómo siempre andaban dos bergantines de los que tenía Cortés en su real a dar caza a las canoas que metían agua y bastimentos, y cogían en la laguna uno como medio lama, que después de seco tenía un sabor de queso, y traían en los bergantines muchos indios presos. Tornemos al real de Cortés y de Gonzalo de Sandoval, que cada día iban conquistando y ganando albarradas y calzadas y puentes, y en aquestos trances y batalla, después del desbarate de Cortés, se habían pasado doce o trece días. Y desque este Suchel, hermano de don Fernando, señor de Tezcuco, vio que volvíamos muy de hecho sobre nosotros y no era verdad lo que los mejicanos decían que dentro de diez días nos habían de matar, porque ansí se lo habían prometido sus Huichilobos y Tezcatepuca, envió a decir a su hermano don Fernando que luego enviase a Cortés todo el poder de guerreros que pudiese sacar de Tezcuco, y vinieron dentro en dos días que se lo envió a decir más de dos mill hombres de guerra. Acuérdome que vino con ellos un Pero Sánchez Farfán y Antonio de Villarroel, marido que fue de Isabel de Ojeda, porque aquestos dos soldados había dejado Cortés en aquella ciudad; el Pero Sánchez Farfán era capitán, y el Villarroel era ayo de don Hernando. Y cuando Cortés vio tan buen socorro se holgó mucho y les dijo palabras halagüeñas; y asimismo en aquella sazón volvieron muchos tascaltecas con sus capitanes, y venía por general dellos un cacique de Topeyanco que se decía Tepaneca, y también vinieron otros muchos indios de Guaxocingo y muy pocos de Cholula. Y como Cortés supo que habían vuelto, mandó que todos ansí como venían fuesen a su real para les hablar, y primero que fuesen les mandó poner guardas de guerra de nuestros soldados en el camino para defendellos porque si
saliesen mejicanos a les dar guerra; y desque fueron delante de Cortés les hizo un parlamento con dolía Marina y Jerónimo de Aguilar, y les dijo que bien habrán creído y tenido por cierto la buena voluntad que Cortés siempre les ha tenido y tiene, ansí por haber servido a Su Majestad como por las buenas obras que dellos hemos rescebido, y que si les mandó desde que venimos aquella ciudad venir con nosotros a destruir a los mejicanos, que su intento fue por que se aprovechasen y volviesen ricos a sus tierras y se vengasen de sus enemigos, y no para que por su sola mano hobiésemos de ganar aquella gran ciudad; y puesto que siempre les ha hallado buenos y en todo nos han ayudado, que bien habrán visto que cada día les demandábamos salir de las calzadas por que nosotros estuviésemos más desembarazados sin ellos para pelear, y que ya les había dicho y amonestado otras veces que el que nos da vitoria y en todo somos ayudados es Nuestro Señor Jesucristo, en quien creemos y adoramos, y porque se fueron al mejor tiempo de la guerra eran dinos de muerte, por dejar sus capitanes peleando y desmamparallos, y que porque ellos no saben nuestras leyes y ordenanzas que les perdona, y que por que mejor lo entiendan, que mirasen questando sin ellos íbamos derrocando casas y ganando albarradas, y que desde allí adelante les manda que no maten ningunos mejicanos, porque les quiere tomar de paz. Y después que les hobo dicho este razonamiento, abrazó a Chíchimecatecle y a los dos mancebos Xicotengas y a este Suchel, hermano de don Fernando, y les prometió que les darla tierras y vasallos más de los que tenían, teniéndoles en mucho a los que quedaron en nuestro real, y ansimismo habló muy bien a Tecapaneca, señor de Topeyanco, y a los caciques de Guaxocingo y Cholula, que solían estar en el real de Sandoval; y desque les hobo platicado lo que dicho tengo, cada uno mandó que se fuese, e se fue a su real. Volvamos a nuestras grandes guerras y combates que siempre teníamos y nos daban, y porque cada día y de noche no hacíamos sino batallar, y en las tardes, al retraer, siempre herían a muchos de nuestros soldados, y dejaré de contar muy por extenso todo lo que pasaba, y quiero decir cómo en aquellos días llovía en las tardes, que nos holgábamos que viniese el aguacero temprano, porque como se mojaban los contrarios no peleaban bravosamente y nos dejaban retraer en salvo, y desta manera teníamos algún descanso, y porque ya estoy harto de escrebir batallas, y más cansado y herido estaba de me hallar en ellas, y a los letores les parecerá prolijidad recitalles tantas veces, ya he dicho que no puedo ser menos, porque en noventa y tres días siempre batallábamos a la contina; mas desde aquí adelante, si lo pudiese excusar, no lo trairía tanto a la memoria en esta relación. Volvamos a nuestro cuento. Y como en todos tres reales les íbamos entrando en su ciudad, Cortés por su parte y Sandoval por la suya y Pedro de Alvarado por la nuestra, llegamos adonde tenían la fuente, que ya he dicho otra vez que bebían el agua salobre, la cual quebramos y deshecimos por que no se aprovechasen della, y estaban guardándola algunos mejicanos, y tuvimos buena refriega de vara y piedra y flecha, y muchas lanzas largas con que aguardaban a los caballos, porque ya por todas partes de las calles que habíamos ganado andábamos, porquestaba ya llano y sin agua en esto, y digamos cómo Cortés envió a Guatemuz mensajeros rogándole por la paz, y fue de la manera que diré adelante.

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