riente y desenfrenada
del que al todo perder, no pierde nada.
La avispa aquel día
desde la mañana,
como de costumbre
bravísima andaba.
El día era hermoso,
la brisa liviana;
cubierta la tierra
de flores estaba,
y mil pajaritos
los aires cruzaban.
Pero nuestra avispa
—nuestra avispa brava—
nada le atraía,
no veía nada
por ir como iba
comida de rabia.
"Adiós", le dijeron
unas rosas blancas,
y ella ni siquiera
se volvió a mirarlas
por ir abstraída,
torva, ensimismada,
con la furia sorda
que la devoraba.
"Buen día", le dijo
la abeja, su hermana,
y ella que de furia
casi reventaba,
por toda respuesta
le echó una roncada
que a la pobre abeja
dejó anonadada.
Ciega como iba
la avispa de rabia,
repentinamente
como en una trampa
se encontró metida
dentro de una casa.
Echando mil pestes
al verse encerrada,
en vez de ponerse
serena y con calma
a buscar por donde
salir de la estancia,
¿sabéis lo que hizo?
¡Se puso más brava!
Se puso en los vidrios
a dar cabezadas,
sin ver en su furia
que a corta distancia
ventanas y puertas
abiertas estaban;
y como en la ira
que la dominaba
casi no veía
por dónde volaba,
en una embestida
que dio de la rabia,
cayó nuestra avispa
en un vaso de agua.
¡Un vaso pequeño
menor que una cuarta
donde hasta un mosquito
nadando se salva!
Pero nuestra avispa,
nuestra avispa brava,
más brava se puso
al verse mojada,
y en vez de ocuparse
la muy insensata
de ganar la orilla
batiendo las alas
se puso a echar pestes
y a tirar picadas
y a lanzar conjuros
y a emitir mentadas,
y así, poco a poco,
fue quedando exhausta
hasta que furiosa,
pero emparamada,
terminó la avispa
por morir ahogada.
Tal como la avispa
que cuenta esta fábula,
el mundo está lleno
de personas bravas,
que infunden respeto
por su mala cara,
que se hacen famosas
debido a sus rabias
y al final se ahogan
en un vaso de agua.
Trabajando en su hogar de carpintero,
se tragó una tachuela Juan Lucero;
y, jugando, el menor Francisco Luna,
también se tragó una.
Los médicos, en vez de cirugía
debieran estudiar astronomía.
* * *
Han bajado por fin
los precios de los marcos en Berlín.
Con los marcos baratos
estarán muy contento los retratos.
* * *
Un cochino en el llano
le mordió la barriga a un ciudadano.
Hay un Dios que castiga
a los que no se lavan la barriga.
* * *
Al caerse en un hueco en una esquina
se rompió la cabeza Juan Marquina;
y por darle la mano,
le sucedió lo mismo a Juan Marcano.
Para romperse el coco
ser Marquina o Marcano importa poco.
* * *
Con el fin de efectuar varios atracos
dos damas disfrazáronse de cacos,
motivo por el cual la policía
las rodó el otro día.
El hábito hace al monje en ocasiones,
pero no a los ladrones.
* * *
Los que tienen espíritu festivo
se rascan diariamente sin motivo,
y aquellos que lo tienen muy doliente,
se rascan, con motivo, diariamente.
Los borrachos no mascan:
con motivo o sin él, todos se rascan.
* * *
Por estimar que el hombre era su hermano
un tigre se metió a vegetariano.
y un cazador que supo la cuestión
fácil muerte le dio con un tocón.
El vegetarianismo
no siempre hace bien al organismo.
Ruperta, la muchacha que en el Llano
fue durante algún tiempo novia mía,
y que a la capital se vino un día
presa de un paludismo soberano,
ya es una
girl
de tipo americano
que sabe inglés y mecanografía
y que marcharse a Nueva York ansía
porque detesta lo venezolano.
Como esos que en el cine gritan: —Juupi!,
tiene un novio Ruperta, y éste en "Rupy"
le transformó su nombre de llanera...
Y es que en mi patria —raro fatalismo—
lo que destruir no pudo el paludismo
lo corrompió la plaga petrolera.
Desde Guachara al Cajón,
de Cazorla a Palo Santo,
no hay negra que baile tanto
como mi negra Asunción.
Cuando empieza el galerón
y entra mi negra en pelea,
todo el mundo la rodea
como hormiguero a huesito.
¡Porque hay que ver lo bonito
que esa negra joropea!
Que esa negra joropea
bien lo sabe el que la saca
que la compara a su hamaca
cuando hay calor, y ventea.
¡Así es que se escobillea!
—le dice algún mocetón.
Y en su honor hace Asunción
una figura tan buena,
que como flor de cayena
se le esponja el camisón.
Se le esponja el camisón,
y el mozo que la ha floreado
salta: —permiso, cuñado,
que es conmigo la cuestión!
Luego se ajusta el calzón,
la engarza por la cintura
y con tanta donosura
se le mueve y la maneja,
que la negra lo festeja
con una nueva figura.
Con una nueva figura
en que ella se le encabrita
como gallina chiquita
cuando el gallo la procura.
—¡Venga a verla, don Ventura!
—grita alguno hacia el corral,
y desde allí el caporal
dice con cara risueña:
—Baila bien esa trigueña;
yo la he visto en Guayabal.
Yo la he visto en Guayabal
y también en San Fernando.
Yo vengo el Llano cruzando
de paso para El Yagual,
y aunque decirlo esté mal
por parecer pretensión,
desde Guachara al Cajón,
de Cazorla a Palo Santo,
¡No hay negra que baile tanto
como mi negra Asunción!
Entre Puerto La Cruz y Barcelona
hay un pueblo —que el mapa no menciona—
cuyo nombre parece una ironía,
pues el pueblo se llama Lechería
y es el menos lechero de esa zona.
Yo, por lo menos, comprobé hace poco
que, no obstante, tan láctea toponimia,
quien busque leche allí se vuelve loco
y, a no ser que la saque de algún coco,
no la conseguirá ni con alquimia.
Un caso parecido, si no igual
nos presenta en el llano Guayabal,
pueblo al que usted va en busca de guayabas
y no consigue sino reses bravas.
De la misma manera
pecarán de insensatos
quienes crean que yendo a Lobatera
regresarán cargados de lobatos.
Que ya podrán pedirlos hasta a gritos
y quizás no consigan ni perritos.
Y es que en nuestro país ya es tradición
el que los pueblos —como más de un hombre—
no guarden con su nombre
ninguna relación.
Lo corriente es que en toda la nación
un pueblo, un caserío, un vecindario
resulte siempre todo lo contrario
del nombre con que el mapa lo prohija;
pero, ¡ay!, esto tampoco es regla fija...
Yo estuve en Mantecal un mes entero
y nunca vi ni un gordo: ¡puros flacos!
En cambio, pasé un día en Bachaquero
¡y por poco me comen los bachacos!
Comienza el año escolar,
y septiembre en Venezuela
vuelve a ser como una escuela
que se abre de par en par.
¡Oh escuela de mi niñez
donde en las tardes llovía,
quien pudiera, en un tranvía
ir a tu encuentro otra vez!
Cerca ya de la vejez,
no te he podido olvidar,
pues en mi afecto un lugar
donde aún me cantas, existe,
y en el que siempre más triste
comienza el año escolar.
Con tu pueril mirador
y tu violenta lechada,
yo te creía pintada
con lápices de color.
Y en tu jardín interior,
que era un jardín de novela,
llegué a pensarte gemela
del viejo Tontoronjil...
¡Y es que en mi infancia era abril
y septiembre en Venezuela!
¿Dónde está tu Director
con sus miradas siniestras?
¿Dónde tus lindas maestras
que nos mataban de amor?
A veces un tierno olor
a tela nueva, a canela,
de tu ambiente me revela
la vieja aroma dormida,
¡y entonces toda la vida
vuelve a ser como la escuela!
Y hoy, al volver la excursión
de niños a la mañana,
yo he vuelto a oír tu campana
cantando en mi corazón.
Deja, pues, que en tu salón
tome el último lugar
y permíteme soñar
que he vuelto a la edad sencilla
en que el mundo es un Mantilla
que se abre de par en par.
Hoy día de los Padres, papaíto quisiera
dedicarte un minuto de recuerdo siquiera
y al fin cantarte el himno de amor, oh papaíto
que escribirte no pude cuando estaba chiquito.
¿Y cómo no escribírtelo?, papaíto querido,
si tú eres el único papá que yo he tenido
y yo debo quererte nada más por eso,
ya que cada pulpero debe alabar su queso.
Además, hay muy pocos papás, oh papaíto,
que, como tú, merezcan un canto bien bonito,
pues siempre como padre fuiste un padre sin menguas,
pese a lo que en contrario digan las malas lenguas.
Cierto que te gustaban los palitos y a veces
cogías unas monas que te duraban meses
y que cuando llegabas a casa en ese estado
dabas unos escándalos de sacarte amarrado.
Más yo sé, papaíto, yo lo sé aquí en lo hondo,
que, no obstante, esa maña tú eras bueno en el fondo;
pero aún cuando hubieras sido un monstruo maldito,
yo te sigo creyendo muy bueno, oh papaíto!
Porque tú me inculcaste, papaíto, el ejemplo
de que un hogar auténtico debe ser como un templo.
Cierto que tú solías beber como un verraco
convirtiendo tu hogar en un templo de Baco...
Pero tú a pesar de eso —vuelvo y te lo repito—
¡tú eras bueno en el fondo, muy bueno, papaíto!
Tú con nosotros fuiste, pese a ser tan bohemio,
como no hubiera sido quizá ningún abstemio.
¿Te acuerdas de la histórica noche en que yo nací?
Tal vez tú no te acuerdes, papá, pero yo sí:
Rascado como estabas, te me quedaste viendo
y al final exclamaste: ¡Que bicho tan horrendo!
Y gritabas en tanto te sacaban del cuarto:
¡Devuélvanme mis reales! ¡Yo no pago ese parto!,
mientras mamá gemía que dejaras la bulla
y el médico partero llamaba a la patrulla.
Después de aquella escena que yo encontré tan tierna,
siguieron tus ejemplos de ternura paterna:
inventaste, ofendiendo gravemente a mi madre,
que yo no era hijo tuyo sino de tu compadre.
Preferías —decías— verme clavar el pico
que darle a mamá un fuerte para la leche Drico.
Y agregabas de un modo tan rudo como cruel:
¡Pídesela al compadre, que ese muchacho es de él!
Aún la veo acechándote por los alrededores
de aquella taguarita del Puente de Dolores
para que le entregaras los churupos del diario
antes que te rascaras con mi padrino Hilario.
Tú, si no la insultabas, la tomabas en chanza
y ella pacientemente seguía su acechanza...
Aún te escucho diciéndole: ¡Carrizo, no me aceche,
mientras yo reclamaba: mamaíta, mi leche!
¿Cómo olvidar tampoco la Nochebuena aquella
en que llegaste a casa metido en la botella
y agarrando una vieja pantufla de cocuiza
me diste de aguinaldo mi primera cueriza?
Fue la primera noche que me meneaste el frito...
¡Por eso no la olvido jamás, oh papaíto!
Y tú también la debes recordar muy bien
porque mamá esa noche te embromó a ti también.
¡Ah papá, como evoco tus sabrosas cuerizas
tus clásicos trompones, tus nalgadas castizas
y tus pelas que hacían salir a mamá
con la escoba en la mano gritándote: Yastá!
Y entonces papaíto, demudado el semblante,
la agarrabas a ella de atrás para adelante
y entraban los vecinos —unos noventa o cien—
que al llegar la patrulla los rodaba también.
Así fue, papaíto, como yo con tu ejemplo
aprendí a comprender que un hogar es un templo:
Hombre ya hecho y derecho, hoy tengo mi hogar propio
donde de aquel modelo totalmente me copio.
Y en prueba de lo dicho te va esta poesía
que te estoy escribiendo desde la policía.
¿Tendrá razón, lector, esa escritora
según la cual el tipo de marido
por todas las mujeres preferido
es el que está en su casa a toda hora?
La escritora en cuestión, que es una inglesa
sabrá por qué lo expresa:
tal vez será mujer de un zapatero