—Antes de irte, ve a ver a Nikanj. Haz que te revise, para estar seguros de que no me he dejado nada.
—¡No!
—Sólo te tocará un instante. Sólo un instante. Luego ven a mí…, para decirme adiós.
—No. No puedo dejar que esa cosa me toque. Prefiero confiar en ti.
—Es uno de mis padres.
—Lo sé. No quiero ofenderte, pero no puedo hacer eso.
—No permitiré que te vayas para que luego mueras por algún error mío que podría haber sido corregido. Dejarás que te toque.
Silencio.
—Hazlo por mí, João. No me dejes en la duda de si te he mandado a la muerte.
Suspiró. Al cabo de un momento, asintió con la cabeza.
Le hice quedarse dormido. Él no se daba cuenta, pero yo era responsable de aquella situación al haber reforzado su aversión hacia Nikanj. Ningún macho o hembra que pasase tanto tiempo con un ooloi, como él lo había pasado conmigo, podía sentirse cómodo tocando a otro ooloi. João no estaba unido a mí, pero se hallaba químicamente orientado hacia mí y alejado de los demás. Un ooloi adulto podría seducirlo y arrebatármelo, si él realmente me detestara y estuviera interesado en hallar otro ooloi. Pero, de otro modo, se quedaría conmigo. Lilith había empezado así con Nikanj.
A la mañana siguiente le llevé João a Nikanj. Tal cual le había prometido, Nikanj lo tocó muy brevemente, y luego lo dejó ir.
—No has cometido ningún error en él —me dijo—. Me gustaría que pudiese quedarse, para que impidiera que te vuelvas a convertir en una rana.
Agradecí que me hablase en inglés y que João no lo entendiera.
Le di a João comida, una hamaca y mi machete. Cuando se había caído, había perdido el equipo que llevaba consigo.
—Hay oankali de más edad que se atriarían contigo —le dije—. Te podrían dar placer. Podrías tener hijos.
—¿Cuál de ellos se parecería a alguien con quien acostumbraba a soñar cuando era joven? —me preguntó.
—João, realmente no tengo este aspecto. Sabes que no. No lo tenía el día que nos conocimos.
—Tienes este aspecto para mí —me dijo—. Dime quién otro haría eso por mí…
Negué con la cabeza.
—Nadie.
—¿Lo ves?
—Entonces, vete a Marte. Encuentra a alguien que realmente tenga este aspecto. Ten hijos humanos.
—He pensado acerca de Marte. Siempre me ha parecido una fantasía. Vivir en otro mundo…
—Los oankali han vivido en muchos otros mundos. ¿Por qué no iban a vivir los humanos al menos en otro?
—¿Por qué tienen que quedarse los oankali con el único que es nuestro?
—Ya se lo han quedado. Y vosotros no vais a poder recuperarlo de ellos. Podéis quedaros aquí y morir inútilmente, resistiendo. O podéis ir a Marte y ayudar a fundar una nueva sociedad humana. También podéis uniros a nosotros, en el comercio. Con el tiempo, nosotros iremos a las estrellas y, si os unís a nosotros, vuestros hijos nos acompañarán.
Agitó la cabeza.
—No sé. Ya he estado antes entre los oankali. Todos nosotros, los resistentes, hemos estado. Y los oankali nunca me hicieron tener dudas sobre qué era lo que debía de hacer. —Sonrió—. Antes de conocerte, me conocía mucho mejor a mí mismo.
Se alejó, indeciso.
—Ni siquiera sé lo que deseo de ti —me dijo, mientras se marchaba—. Desde luego no es lo usual, pero el caso es que no quiero dejarte.
Y se fue.
Dos días después de que João se fuese, Aaor entró en su metamorfosis. No me pareció que se hubiese hundido en ella tan lentamente como lo había hecho yo…, aunque lo cierto es que yo había estado tan preocupado por João que fácilmente podría no haberme dado cuenta de los signos precursores de la misma. Simplemente, Aaor se fue a su jergón y se echó a dormir. Yo fui quien me di cuenta de que estaba en la metamorfosis. Y de que se estaba convirtiendo en un ooloi.
Así que habría dos de nosotros. Dos peligrosas incertidumbres, a las que quizá jamás se nos permitiese atriarnos normalmente, que quizá pasásemos el resto de nuestras vidas en un tipo u otro de exilio.
El día en que João nos dejó no habíamos reiniciado todavía el viaje. Ahora ya no podíamos. No había ninguna buena razón para llevar a Aaor a través de la selva, forzándole a asimilar nuevas sensaciones, cuando debería de estar aislado y enfocándose hacia dentro, cuidando sólo del crecimiento y reajuste de su propio cuerpo.
Podríamos haber construido una balsa y navegado río abajo, hasta Lo, en sólo una fracción del tiempo que nos había costado llegar hasta allí. Incluso, en una emergencia, Nikanj podría haber mandado una señal pidiendo ayuda. Pero, ¿qué clase de ayuda? ¿Un transbordador para llevarnos de vuelta a Lo, en donde no nos podíamos quedar? ¿Un transbordador para llevarnos a Chkahichdahk, a donde no queríamos ir?
Nos sentarnos, agrupados en torno al dormido Aaor, y acordamos hacer la única cosa que podíamos hacer: trasladarnos a tierras más altas, para evitar las inundaciones de la estación de las lluvias, y construir una casa más permanente. Mi madre humana dijo que ya era hora de plantar un huerto.
Nikanj y yo nos quedamos con Aaor, mientras los otros iban en busca del lugar en que edificar nuestra futura casa.
—¿Te das cuenta de que ya has perdido otra vez la mayor parte de tu cabello? —me preguntó Nikanj mientras permanecíamos sentados, uno a cada lado del dormido cuerpo de Aaor.
Toqué mi cráneo. Aún tenía una escasa pelusilla de cabellos pero, como decía Nikanj, estaba casi calvo. De nuevo. Y no me había dado cuenta. Y también podía ver que mi piel estaba cambiando, perdiendo la suavidad que había tomado para João, incluso perdiendo su coloración marrón. Aún no podía saber si volvería a mi color gris amarronado natural, o si tomaría la coloración verdosa que había tenido justo antes de conocer a João.
—Al menos, deberías ser tan bueno en mantener controlado tu cuerpo como lo eres en controlar el de un humano —me regañó Nikanj.
—¿Será Aaor como yo? —le pregunté.
Dejó que todos sus tentáculos sensoriales colgasen inertes.
—Me temo que lo será. —Guardó silencio por un tiempo, y luego dijo, finalmente—: Sí, creo que lo será.
—Así que, finalmente, tendrás a dos hijos de tu mismo sexo que te necesitarán…, y que estarán resentidos contigo.
Enfocó en mí por largo tiempo, con una intensidad que, al principio, me asombró…, y luego empezó a asustarme. Tenía un brazo sensorial apoyado sobre el pecho de Aaor, examinando, comprobando.
—¿Está bien? —le pregunté.
—Tanto como lo estás tú. —Hizo sonar sus tentáculos—. Perfecto, pero al mismo tiempo imperfecto. Tiene todo lo que ha de tener. Puede hacer todo lo que debería poder hacer. Pero esto no será suficiente. Tendréis que ir a la nave, Oeka. Aaor y tú.
—¡No! —Me sentía del mismo modo que me había sentido en la ocasión en que un humano, aparentemente amistoso, me había dado un bofetón, sin previo aviso.
—Necesitáis cónyuges —me dijo con voz suave—. Y aquí nadie se atriará con vosotros, a excepción de unos viejos humanos, que quizás os robarían cuatro quintas partes de vuestras vidas. En la nave podréis lograr cónyuges jóvenes…, quizás incluso jóvenes humanos.
—¿Y podremos traerlos de regreso a la Tierra?
—No lo sé.
—Entonces, si no lo sabes, no iré. No correré el riesgo de ser retenido allí. Y no creo que Aaor vaya tampoco.
—Lo hará. Lo haréis ambos, cuando termine su metamorfosis.
—¡No!
—Oeka, lo has visto por ti mismo: con un cónyuge potencial…, incluso con uno muy poco viable, tu control es impecable. Sin un cónyuge potencial, no tienes ningún control. Te has quedado sorprendido cuando te he dicho que estabas perdiendo el cabello. Tu cuerpo te ha estado dando sorpresas, una y otra vez. Y eso que nada de lo que hace debería sorprenderte. Nada de lo que hace debería escapar a tu control.
—Pero si ni siquiera hice crecer ese cabello deliberadamente. Ocurrió que…, a algún nivel, me di cuenta de que a João le gustaría. Creo que me convertí en todas las cosas que a él le gustaban, a pesar de que él nunca me dijo cuáles eran.
—Su cuerpo te lo dijo. Cada una de sus miradas, sus reacciones, su tacto, su olor. Nunca dejó de decirte lo que deseaba. Y, dado que era el único foco de tu atención, le diste todo lo que te pidió. —Se recostó al lado de Aaor—. Eso es algo que nosotros hacemos, Khodahs. Les complacemos, para que se queden y nos complazcan a nosotros. Eres mejor en eso, con los humanos, de lo que yo lo fui jamás. Yo fui criado para este comercio, pero tú…, tú eres parte del comercio. Puedes comprender tanto a los humanos como a los oankali, sólo con mirar dentro de ti.
Hizo una pausa y resonó sus tentáculos.
—No creo que hubiésemos tenido tantos resistentes si hubiéramos contado antes con ooloi construidos.
—¿Crees eso, y aun así quieres mandarme lejos?
—Lo creo, sí. Pero nadie más lo cree. Deberíamos enseñarles la verdad.
—Yo no quiero enseñar…, ¿deberíamos? ¿Nosotros, Ooan?
—Por un tiempo, tendríamos que irnos a vivir a la nave.
Casi volví a decir que no, pero no me hubiera prestado la más mínima atención. Cuando empezaba por decirme deberíamos, era porque ya lo había decidido. Decidido que nuestros intereses, los de Aaor y los míos, y nuestras necesidades, podrían ser cubiertos mejor en Chkahichdahk, incluso aunque jamás se nos permitiese regresar ya a casa. La familia se quedaría con nosotros hasta que fuésemos adultos, pero luego nos dejaría en la nave y se iría. Y, para nosotros, ya no habrían más selvas ni ríos. Ya no más tierras salvajes llenas de cosas que yo aún no había probado. El planeta mismo era como uno de mis padres. Lo perdería, y no ganaría nada a cambio de ello.
No, aquello no era cierto. Ganaría cónyuges. Con el tiempo. Quizá. Nikanj haría todo lo que pudiera por conseguirme cónyuges. Había humanos jóvenes, que habían nacido y sido criados en la nave; porque, debido a su guerra y a las enfermedades resultantes de la misma, habían sido tan pocos los humanos salvables, que no eran los suficientes para un buen comercio. Además, a la mayoría de aquellos que habían querido regresar a la Tierra se les había permitido regresar. Eso había dejado a los oankali Toaht —aquellos que deseaban comerciar y marcharse con la nave—, con demasiados pocos cónyuges humanos. Y habían estado criando más humanos, al tiempo que aceptaban recoger a los más violentos de la Tierra. Pero, aun así, no había bastantes para todos aquellos que los deseaban. Aún no. ¿Qué probabilidad había de que los Toaht me dejasen tener aunque sólo fuera un cónyuge humano?
Agité la cabeza:
—No me abandones, Ooan.
Él me enfocó, con aspecto inquisitivo.
—Sabes que no lo haré.
—No iré a Chkahichdahk. No voy a conformarme con lo que me quieran dar allí, ni quedarme, si deciden que debo quedarme. Prefiero permanecer aquí y atriarme con viejos humanos.
No me gritó, como hubieran hecho mis padres humanos. No me dijo lo que ya sabía. Ni siquiera me dio la espalda.
—Échate aquí conmigo —me dijo, con voz suave.
Fui con él y me eché a su lado, noté cómo se unía a mí con más tentáculos sensoriales de los que yo tenía en todo mi cuerpo. Luego rodeó mi cuello con un brazo sensorial.
—¡Hay tanta desesperación en ti! —me dijo en silencio—. ¡No puedes desperdiciar tanta vida!
—Tu vida será más corta, a causa de Tino y Lilith —le dije—. ¿Crees estar desperdiciando algo?
—En Chkahichdahk hay humanos que vivirán tanto tiempo como tú podrías vivir de un modo natural.
—¿Son tantos como para que permitan que un par de ellos se vengan conmigo? ¿Y qué me dices de Aaor, le darán otro par a él?
Nikanj comenzó a sentir su propia desesperación:
—No lo sé.
—No lo sabes, pero imaginas que no. Yo también lo imagino.
—Sabes que abogaré por vosotros.
—Ooan…
—Sí, lo sé. He producido dos niños ooloi construidos. Nadie más ha hecho una cosa así. ¿Quién me va a escuchar?
—¿Lo hará alguien?
—No demasiados.
—Entonces, ¿por qué me amenazas con mandarme a Chkahichdahk?
—Irás, Oeka. Aquí no hay lugar para ti, y lo sabes.
—¡No!
—Allí hay vida para ti. ¡Vida! —Hizo una pausa—. Eres más adaptable de lo que crees. Yo te hice, lo sé. Podrías vivir allí, podrías hallar cónyuges oankali o construidos y aprender a ser feliz con la vida de a bordo.
Le contesté en voz alta:
—Probablemente tengas razón. Antes había humanos que se adaptaban a no poder ver u oír, caminar o moverse. Se adaptaban…, pero no creo que ninguno de ellos eligiese voluntariamente el estar tan limitado.
—Pero, ¡piensa! —Apretó el brazo con el que me rodeaba—. ¿Dónde vivirías con tus viejos cónyuges humanos? ¿Te dejarían los resistentes irte con ellos a uno de sus poblados? ¿Cuántos ataques más serían precisos por su parte para provocar una respuesta mortal en ti? ¿Y qué pasaría entonces? Y, Khodahs, ¿qué pasaría con tus hijos…, tus hijos humanos? ¿Los construirías para que fuesen estériles, o los dejarías aparearse entre ellos sin un ooloi, los dejarías crear deformidades y enfermedades? ¿O tratarías de obligarles a ir a uno de nuestros poblados? Quizá no deseasen ir a ellos, del mismo modo que tú no deseas ir a Chkahichdahk. Quizá quieran seguir en la Tierra, con la gente que conozcan. Y, si haces un buen trabajo cuando los construyas, podrán vivir más que sus resistentes. Incluso tal vez podrán vivir más que este mundo. Si consiguiesen eludirnos, incluso podrían morir cuando despedacemos la Tierra y nos vayamos cada cual por nuestro lado.
Me desconecté de él, haciéndole una señal para que también se desconectase de mí. Cuando la Tierra fuese dividida entre todos, y los nuevos seres-nave se desperdigasen por las estrellas, Nikanj ya llevaría mucho tiempo muerto. Si yo me atriaba con humanos viejos, también yo estaría muerto. No podría, pues, salvaguardar a mis hijos, ni aun en el caso que, de adultos, estuviesen dispuestos a dejarse guiar por su padre.
Me alejé de Nikanj, adentrándome en el bosque. No fui muy lejos. Aaor estaba indefenso, y Nikanj podía necesitar ayuda para protegerlo. Ahora, más que nunca, Aaor era mi compañero de camada emparejado. ¿Habría sabido lo que le estaba pasando? ¿Habría deseado ser un ooloi? Dado que era nacido de oankali, ¿estaría dispuesto a vivir en Chkahichdahk?
Y, ¿qué importaba lo que Aaor estuviese dispuesto a hacer…, o lo que estuviese dispuesto a hacer yo? Iríamos a Chkahichdahk. Y, probablemente, no se nos permitiría volver a casa.