El comandante Parr miró alrededor, como si escrutar aquel pequeño compartimento de la
Increíble
pudiera darle alguna otra respuesta.
—Señor, me gustaría intentarlo.
—Dos días, comandante.
—Creo que podremos hacerlo, señor. —Geary lo miró confiado—. Le aseguro que podremos hacerlo, señor.
—De acuerdo, comandante. Avíseme si necesita mi ayuda.
—La
Titánica
se dirige hacia aquí, señor. Viene a ayudar a la
Increíble
y al
Resuelto
.
Geary esbozó una sonrisa alentadora.
—No podrá obtener mejor ayuda que esa. El comandante Lommand, de la
Titánica
, es un buen oficial y hará todo cuanto esté en su mano. Confío en que la
Increíble
vuelva a estar operativa en dos días.
Una vez concluida la conversación, Geary se dejó caer hacia atrás y se frotó la frente.
Desjani lo miró dubitativa.
—¿Lo conseguirá la
Increíble?
—Quién sabe. Pero se merece una oportunidad. ¿Cuándo se barrenará la
Atrevida?
—Tal y como se temían, el crucero de batalla había sufrido demasiados daños estructurales y averías como para poder repararlo y que abandonara, junto con el resto de la flota, el sistema estelar en el que se encontraban. En su lugar, habían decidido sobrecargar su núcleo energético para reducirlo a simples pedazos de chatarra a los que los síndicos no encontrarían ninguna utilidad.
Desjani le trasladó la pregunta al consultor de ingeniería, que respondió al instante.
—Mañana, capitán. A última hora. Aseguran que, para entonces, ya habrán recuperado todo lo que se pueda aprovechar de la nave. Está programado que las dos piezas más grandes de la
Osada
se vuelen esta noche.
—¿Deberíamos avisar a Duellos? —le preguntó Desjani a Geary.
El capitán meditó durante un tiempo la respuesta.
—¿Alguna vez ha perdido una nave?
—Un destructor en Xaqui, un crucero de batalla en Vasil, otro destructor en Gotha, un crucero pesado en Fingal…
—¿Era la oficial al mando de todas esas naves?
—Solo del segundo destructor y de un crucero pesado posterior al de Fingal.
Geary miró fijamente a Desjani. En alguna ocasión la capitana había mencionado su experiencia en combate, pero nunca le habló de las acciones específicas que había llevado a cabo ni de lo que fue de las naves en las que viajó.
—Lo siento. Nunca me ha contado mucho de ellas.
—No —admitió la capitana—. No acostumbro a hacerlo. Los dos sabemos por qué. Y eso responde a mi pregunta sobre Duellos y la
Osada
, ¿verdad?
—Sí. La
Osada
era su nave. Que él decida si desea presenciar sus últimos momentos.
—En ese caso, avisaré a Crésida.
—Gracias. Si alguna vez quiere hablar… —se ofreció Geary.
—Lo sé. Le digo lo mismo.
—Lo tendré en cuenta. —Activó la escala del visualizador para ver el sistema estelar completo. Los buques mercantes síndicos seguían huyendo hacia otras regiones relativamente seguras. En Heradao no parecía haber defensas de órbita fija por las que preocuparse, aunque sospechaba que en el tercer planeta se encontrarían con un buen puñado de ellas. Tal como apuntó Desjani, la flotilla síndica menor se había disgregado, y las naves que la componían partieron en direcciones distintas, aunque ninguno de sus vectores se acercaba a los buques de guerra de la Alianza.
Como era de esperar, las naves de caza asesinas síndicas seguían montando guardia en los puntos de salto, pero no suponían una amenaza y, de todos modos, no podrían alcanzarlas. Geary se reclinó en su asiento para relajarse, ahora que lo peor había pasado. Además, tal vez había pasado no solo en el sentido de lo que ocurrió en Heradao. ¿Qué más podía quedarles a los síndicos para impedir que la flota regresase al espacio de la Alianza? No, lo más difícil iba a ser dejar de recordar todos aquellos buques de guerra que vio estallar.
El único contacto con el enemigo que iba a tener la flota era el que se necesitara para recoger a los prisioneros de guerra de la Alianza que estaban retenidos en el tercer planeta. Los sensores de la flota confirmaban que dicho campo seguía allí, y, al parecer, continuaba ocupado por unos dos mil prisioneros. Para liberarlos sería preciso negociar y, seguramente, amenazar, pero no era la primera vez que se enfrentaban a una situación así.
—Señora copresidenta —se dirigió a Rione—, ¿podría ponerse en contacto con los síndicos y comprobar lo complicado que será liberar a los prisioneros del tercer planeta? Amenace a quien haga falta; puede prometerles que no bombardearemos el planeta si juegan limpio.
Rione le hizo un gesto al consultor de comunicaciones.
—Por favor, establezca un vínculo con la red de mando síndica. Cuando el vínculo esté preparado, les enviaré un mensaje preliminar. —Dada la orden, se acomodó en el asiento para esperar a que se estableciera el vínculo con las autoridades síndicas de aquel sistema estelar.
El tiempo de espera se hacía cada vez más largo.
Finalmente, Desjani intervino. En el plano personal, no era muy afín a Rione, pero no ofrecerle la ayuda necesaria a un miembro del gobierno de la Alianza no sería lo más beneficioso para su nave.
—¿Hay algún problema? ¿Por qué no ha establecido un vínculo para la transmisión de la copresidenta?
—Capitana, la red síndica que hemos observado desde que entramos en este sistema estelar no parece funcionar correctamente. —El consultor de comunicaciones parecía desconcertado—. Sigue ahí, pero detectamos una actividad muy extraña.
—¿Una actividad muy extraña? —repitió Desjani instándolo a explicarse.
—Sí, capitana. Está teniendo lugar en este instante, así que es difícil de precisar. Es casi como si… —El desconcierto evidente del consultor iba en aumento—. Acabamos de recibir una transmisión dirigida a nosotros. Alguien que se hace llamar «Consejo de Gobierno de Heradao» nos ha enviado un mensaje desde el tercer planeta. Insisten en hablar con el capitán Geary.
Geary se tapó los ojos con una mano; en ese momento lo que menos le apetecía era discutir con los directores generales de los síndicos.
—Dígales que en este momento al capitán Geary no le interesa hablar. —El tercer planeta distaba algo más de dos horas luz y media. Las conversaciones que podían alargarse hasta cinco horas nunca fueron su pasatiempo favorito.
—Pero… señor, dicen que han establecido un nuevo Gobierno aquí y que quieren negociar el estado del sistema estelar con usted.
Geary bajó la mano y se dio media vuelta para mirar al consultor, pero Rione se le adelantó.
—¿Acaso no se han identificado como los comandantes síndicos del sistema estelar? —preguntó.
—No, señora copresidenta. El Consejo de Gobierno de Heradao. Esa es la información que muestra el identificador del mensaje.
—¿Siguen llegando transmisiones de las autoridades síndicas de Heradao?
—Esto… sí, señora. —El consultor movió la cabeza confundido—. El sistema acaba de recibir otro identificador de transmisión, esta vez del Planeta Libre de Heradao Cuatro, sean quienes sean. Capitana Desjani, la red síndica de mando y control de este sistema estelar parece estar deshilachándose. Nunca había visto nada parecido. Es como si…
Rione se había situado de pie junto al consultor para leer los mensajes y avisos del visualizador de comunicaciones.
—Como si alguien estuviera cogiendo todos los trozos que pudiese e intentara arrancarlos de la red de mando. —Se giró para mirar a Geary—. No es la primera vez que veo algo así. En este sistema estelar se está fraguando una guerra civil.
—¿Y dónde más lo ha visto? —preguntó Desjani, sorprendida por hablarle directamente a Rione.
—En Geradin, ubicado en el espacio de la Alianza —contestó Rione con calma—. Yo no estuve allí, pero el Senado de la Alianza recibió los registros y yo los estudié.
—¿Geradin? —dijo Geary—. ¿Dónde está eso?
—Es un sistema atrasado, con escasa población y muy aislado, sobre todo desde que se estableció la hipernet, aunque continuó enviando a sus mejores hombres al Ejército de la Alianza. —Rione hizo un gesto de desagrado—. Gracias a ello, algunos vieron el camino abierto para causar problemas. Un intento clandestino de golpe derivó en una lucha abierta y en el consiguiente colapso de la autoridad central. —Miró a Desjani—. Y no, nunca se ha oído hablar de esto. Por seguridad. De nada servía que la gente de la Alianza supiera lo que podría ocurrir en un lugar como Geradin.
—Están minando la autoridad —murmuró Geary mirando su visualizador—. ¿Detectamos alguna señal de lucha abierta entre los síndicos? —Como no obtenía respuesta, pulsó un mando—. Teniente Íger, hay indicios de que la autoridad central de este sistema estelar se halla en una situación de crisis o, directamente, en una contienda. Necesito con urgencia una valoración y un informe sobre lo que está ocurriendo en los distintos planetas.
—¡Sí, señor! Empezamos a trabajar en ello.
Geary miró la información disponible y dio las gracias al comprobar que se seguían recuperando cápsulas de escape de la Alianza. Alrededor de estas, unos enjambres mucho más numerosos de cápsulas síndicas se dirigían hacia el refugio más cercano. Se preguntó cómo se alinearían los supervivientes de la flotilla síndica dentro del sistema estelar. ¿Apoyarían a una autoridad central que podría estar desintegrándose? ¿A alguna facción rebelde, de las cuales habría por lo menos dos? ¿O formarían bases e intentarían eludir la rebelión hasta que los ejecutores síndicos llegaran con sus buques de guerra y bombardearan a los rebeldes para someterlos?
—No quedan muchos buques de guerra síndicos —dijo Geary para sí.
Desjani frunció el ceño y asintió cuando comprendió a qué se refería el capitán.
—No queda mucho que someter. Poco a poco hemos conseguido que, de la ventaja que nos llevaban los síndicos, solo quede un rastro de buques de guerra destruidos que llega a su sistema estelar nativo.
—Sí, y al parecer no somos los únicos que nos hemos dado cuenta de eso. —Geary pulsó otro mando—. ¡Teniente Íger! ¿Aún no tiene nada?
Se abrió una ventana con el rostro del oficial de Inteligencia. La expresión de Íger denotaba su perplejidad.
—Señor, la situación es caótica.
Geary aguardó un momento.
—Gracias, teniente. Nunca lo hubiera imaginado si no llega a ser por la colaboración de Inteligencia.
Íger se ruborizó.
—Lo siento, señor. Todavía no podemos proporcionarle información precisa porque no la hay. Todo parece estar viniéndose abajo, como si fuera una prenda de ropa a la que de pronto se le caen todas las costuras. Hay indicios de que el cuarto planeta ha visto aumentada su población durante las últimas décadas, ya que los disidentes disconformes con el Gobierno se trasladaron allí. No tenemos ni idea de quién tiene el poder ni en qué medida. Es posible que nadie lo sepa, incluidas las distintas partes que se disputan el control de las diversas regiones de este sistema estelar.
—¿Se está librando alguna contienda?
—Sí, señor. Hemos identificado explosiones, movimientos de vehículos, tráfico de señales y otros indicadores de conflictos en curso en el tercer y el cuarto planeta. Aún no podemos saber si la lucha se está intensificando. Además, como todo está a cubierto, resulta mucho más difícil determinar si está teniendo lugar algún enfrentamiento en las ciudades enterradas o en las instalaciones orbitales. —Íger guardó silencio y miró a un lado, le hizo un gesto de asentimiento a alguien y volvió a girarse hacia Geary—. Hemos detectado un altercado que afecta a una de las instalaciones orbitales síndicas cercanas al tercer mundo, lo que sugiere que también están luchando allí arriba.
Desjani, que había estado escuchando, se encogió de hombros.
—No es problema nuestro, señor. No somos un destacamento de ocupación que pueda aportar cientos de miles de tropas de tierra.
—Supongo que no —convino Geary, sin dejar de mirar a un Íger que agitaba la cabeza con nerviosismo—. ¿Sí, teniente?
—El campo de prisioneros de guerra, señor, el del tercer planeta.
Por un momento se había olvidado de él, distraído con el colapso de la autoridad central síndica.
—Sí que es nuestro problema.
Íger seguía leyendo actualizaciones al tiempo que iba informando a Geary.
—Hay indicios de luchas fuera del campo de prisioneros de guerra, pero no se están registrando situaciones de violencia dentro del campo. Suponemos que los guardias se han hecho fuertes para protegerse.
—¿Está intentando alguien asaltar el campo, teniente?
—No nos consta, señor. Aunque todavía es muy pronto.
—¿Qué se sabe de la capacidad de bombardeo nuclear orbital? —preguntó Rione—. Los síndicos la tenían en otros sistemas para controlar mejor a la gente.
—No podemos asegurar si disponen de ella aquí, señora copresidenta —contestó Íger—. No se ha empleado.
—Entonces, tal vez carezcan de ella.
—Sí, señora. O quizá no tengan un objetivo adecuado, aunque también podría ser que hayan perdido temporalmente el control de las bombas nucleares debido a que la red de mando y control se esté deshaciendo; y también existe la posibilidad de que estén esperando a que las distintas facciones rebeldes se hagan el daño suficiente unas a otras para que las autoridades síndicas intervengan y saquen el gran martillo.
Geary empezó a dar pequeños golpes con los dedos en el reposabrazos de su asiento mientras meditaba.
—Supongo que esta situación tardará en aclararse, pero no podemos perder más tiempo. Teniente Íger, es prioritario averiguar quién controla la zona del tercer planeta cercana al campo de prisioneros de guerra, y necesito información lo más detallada posible sobre la amenaza que presenta la superficie de la región, así como de todas las defensas orbitales y de tierra que esta flota tendría que vigilar o eliminar.
—Sí, señor. —Íger se despidió con un saludo rápido antes de que su imagen se desvaneciera.
Geary pulsó otro mando y apareció la imagen de la coronel Carabali.
—Coronel, ¿está familiarizada con la situación actual de este sistema estelar y, en concreto, con lo que sucede en el tercer planeta?
Carabali asintió.
—Por lo que he oído, podría producirse una tragedia de un momento a otro, señor.