Incansable (39 page)

Read Incansable Online

Authors: Jack Campbell

Tags: #Ciencia-Ficción

BOOK: Incansable
13.33Mb size Format: txt, pdf, ePub

Crésida asintió con los ojos clavados en Rione.

—Sí, señora copresidenta, en un archivo llamado «Seguridad», dentro de mi directorio personal.

—Entonces, accederé a él sin su ayuda; dispongo de los medios necesarios para ello y, de este modo, usted no se manchará las manos.

—¿Cómo que no? Sabemos lo que va a hacer —señaló Duellos.

—No, no lo saben.

—Usted nos lo ha dicho.

—¿Se fían de lo que dice una política? —Rione sonrió de nuevo, casi como si estuviera disfrutando con aquel plan—. No tienen ningún motivo para pensar que lo que yo diga sea cierto. Podrían pensar que en realidad pretendo tenderles una trampa al apremiarlos a tomar un camino que después yo no seguiré. No pueden estar seguros de que esa no sea mi verdadera intención.

Antes de que nadie tuviera ocasión de añadir nada más, la copresidenta abandonó la reunión. Crésida, con expresión meditabunda, asintió con la cabeza de pronto y deslizó la mirada, que tenía clavada en Geary, hasta la puerta por la que acababa de salir Rione.

—Ahora entiendo por qué…

Guardando silencio y ruborizándose levemente al tiempo que se obligaba a no mirar a Desjani, Crésida se puso de pie, saludó apresuradamente y se desconectó de la reunión.

Tulev se levantó con más premura de la habitual, tras lo cual también saludó y abandonó la mesa.

Desjani, entre abatida y resignada, abandonó su asiento.

—Volveré al puente.

—Pero… —empezó a decir Geary.

—Lo veré arriba, señor. —Desjani saludó con meticulosa precisión y salió de la sala con paso airado.

Geary miró extrañado a Duellos.

—¿A qué ha venido eso? ¿Es por lo que ha dicho Crésida?

En lugar de responderle, Duellos levantó la mano para indicarle que se calmara.

—No espere que yo me involucre en esto.

—¿En qué?

—Hable con sus ancestros. Seguro que alguno de ellos sabe de mujeres. —Cuando estaba a punto de desconectarse, Duellos se detuvo e hizo un gesto resignado—. Está bien, no puedo dejarlo así, tan perdido. Le daré un consejo: cuando dos personas mantienen una relación, por muy breve que esta sea, lo normal es que los que los conocen se pregunten qué ven el uno en la otra.

—¿Se refiere a Rione y a mí? ¿Se preguntan qué es lo que vi en ella?

—Por el amor de las estrellas del firmamento, capitán, ¿tanto le extraña? —Duellos hundió la mirada en el suelo—. Los humanos somos bien raros. Aunque nos estemos enfrentando a un enemigo que amenace con exterminar nuestra raza, seguimos siendo capaces de despistarnos, aunque solo sea por un momento, con el más antiguo y banal de los dramas.

—Tal vez estemos intentando no pensar en todo esto —supuso Geary—. En las consecuencias que supondría nuestro fracaso. Antes, fracasar significaba morir, perder nuestras naves y, tal vez, incluso la derrota de la Alianza. Ahora, supondría la desaparición de todo. ¿Qué posibilidades cree que tenemos?

—Al principio no pensaba que llegaríamos ni la mitad de lo lejos que hemos llegado —le recordó Duellos—. Ahora creo que todo es posible.

—¿Por qué? ¿Por qué lo hacen?

—¿Los alienígenas? Quizá tengamos la oportunidad de preguntárselo en persona antes de que todo termine. —El semblante de Duellos se ensombreció con un gesto más grave de lo habitual—. Y, entonces, tal vez tengamos las baterías de lanzas infernales apuntándoles a la cabeza para asegurarnos de que nos contestan.

—¿Otra guerra? —preguntó Geary.

—Puede que sí, pero no necesariamente. Los alienígenas no parecen disfrutar con la violencia.

—Sin embargo, nosotros sí.

—Sí. —Duellos sonrió con amargura—. Puede que por eso hayan decidido actuar ya. Quién sabe si no estarán muertos de miedo.

Faltaban siete horas para que llegasen al punto de salto hacia Varandal y otras seis para que la flota se cruzara en el camino del segundo crucero de batalla síndico que sufrió daños graves, aquel que la Intratable alcanzó con sus últimos disparos. Geary recorría inquieto los pasillos del
Intrépido
; conversaba brevemente con los tripulantes con los que se cruzaba, consciente en todo momento de que la situación estaba llegando a un punto crítico. Conseguir la victoria en Varandal era fundamental para salvar la flota y a la Alianza; sin embargo, para que después la flota pudiera regresar al espacio de la Alianza, aún debía resolver algunas cuestiones peliagudas. En cambio, si resultaban derrotados en Varandal, no habría ningún siguiente paso que dar. Por tanto, caminaba con paso firme por los ya familiares pasillos del crucero de batalla mientras hablaba con los tripulantes de las baterías de lanzas infernales, los ingenieros, los cocineros, los administrativos, los especialistas de las distintas secciones y todos aquellos que hacían del
Intrépido
una nave con vida propia.

Y por primera vez fue consciente de que, aunque él no fuese el capitán del crucero, la caída del
Intrépido
le dolería tanto como la pérdida de la
Merlón
, si no más.

Bajó a los compartimentos de culto para conversar con sus ancestros, aunque en esta ocasión no encontró demasiado consuelo. Deseó que sus antepasados tuvieran el poder de retorcer el tiempo y el espacio, de llevar la flota a Varandal en ese momento para poder enfrentarse ya a la flotilla síndica de reserva. Para que todo terminase de una vez. Sin embargo, el espacio era inmenso y todavía quedaban seis horas para saltar hacia Varandal, después de lo cual tendrían que viajar por el espacio de salto durante casi cuatro días.

Al final, regresó a la sección de Inteligencia.

—¿Dónde está la comandante síndica? —preguntó.

—La están trasladando a la zona de las celdas, señor —contestó el teniente Íger—. La acompaña la capitana Desjani.

La respuesta del oficial llamó la atención de Geary.

—¿Le parece extraño?

El teniente asintió.

—Sí, señor. —Miró con desdén hacia la sala de interrogatorios—. No está permitido infligirles daño físico a los prisioneros, señor. Aun así, para conducirlos a sus celdas o cuando se les saca de ellas es necesario llevarlos por los mismos pasillos que utiliza la tripulación. Algunos tripulantes aprovechan estas ocasiones para hacer que los prisioneros teman el momento del traslado.

—Los prisioneros tienen que correr baquetas.

—Sí, señor —dijo Íger encogiéndose de hombros—. Aunque nadie les hace daño físico, tienen que soportar todo tipo de insultos y vejaciones, sin importar el uniforme que lleven. El ambiente está muy caldeado, señor. Los marines tienen el deber de proteger a los prisioneros, aunque algunas cosas se pasan por alto.

Geary no necesitaba más explicaciones. Los tripulantes de las naves rara vez se encontraban cara a cara con los enemigos que tanto odiaban. Geary miró la escotilla por la que había salido Desjani.

—Pero ningún tripulante le hará nada a esta prisionera si va acompañada por la capitana Desjani.

—No, señor. No lo creo.

A Geary le pareció extraño. A nadie solía preocuparle el bienestar de los enemigos. Esperó un tiempo prudencial y, después, solicitó que Desjani se reuniera con él en su camarote cuando se lo permitieran sus obligaciones.

—No me ha dado su valoración final del plan establecido —dijo Geary cuando la capitana se personó en su compartimento.

—Le pido disculpas, señor —contestó Desjani—. Es lo mejor que se puede hacer dadas las circunstancias. Esa es mi valoración. Ahora mismo no se me ocurre una estrategia más recomendable.

—Gracias. Solo quería su confirmación. —Guardó un breve silencio—. Tengo entendido que ha escoltado a la comandante síndica a la zona de las celdas.

Desjani lo miró impasible, sin revelar ninguna emoción.

—Sí, señor.

—Resulta irónico, ¿no le parece? Si queremos acabar esta guerra, tenemos que tratar con oficiales como ella, dispuestos a mantener su palabra y lo suficientemente preocupados por su tripulación para saltarse las órdenes más inflexibles. Sin embargo, para llevar a los síndicos a la mesa de negociaciones, debemos seguir dándolo todo para acabar con los oficiales como ella.

—Supongo que «irónico» es un término muy apropiado. —Desjani seguía con el mismo semblante blindado—. Si esa gente dejase de luchar con tanta crudeza por un Gobierno al que teme, la guerra podría haber terminado hace mucho tiempo. No podemos fiarnos de los síndicos hasta el punto de empezar a negociar con ellos. Lo sabe muy bien. Usted ya ha comprobado en varias ocasiones cómo han intentado engañar a esta flota en su camino de vuelta a casa.

—Cierto —convino Geary—. ¿Puedo hacerle una pregunta personal?

Desjani bajó la vista momentáneamente antes de mirarlo y asentir con la cabeza.

—¿Por qué ha escoltado a la comandante síndica por los pasillos de su nave?

En lugar de responder de inmediato, la capitana volvió a mirar al suelo antes de hablar.

—Actuó con honor. A cambio, quise corresponderle tratándola con dignidad. Eso es todo.

—Estaba dispuesta a sacrificarse para salvar a los supervivientes de su tripulación —señaló Geary—. Como excapitán de una nave, admito que me impresionó.

—No me malinterprete. —Desjani lo miró a los ojos manteniendo su expresión pétrea—. Sigo odiándolos por todo lo que han hecho. Incluso a esa comandante. Y estoy segura de que ella también nos odia a nosotros. Si de verdad fuera tan honrada, ¿por qué luchaba para los síndicos?

—No puedo contestarle a eso. Solo digo que tenemos algunas cosas en común, nada más. Por lo menos con ella.

—¿Matamos nosotros a su hermano menor? —Desjani cerró los ojos apenas hubo formulado la pregunta y respiró hondo manteniendo los dientes apretados—. Tal vez. ¿En qué punto dejan de tener sentido tanto odio y tantas muertes?

—Tanya, el odio nunca tiene sentido. Sin embargo, a veces es necesario acabar con algunos enemigos. Usted hace lo que tiene que hacer para proteger su patria, a su familia y todo lo que le importa. Pero para lo único que sirve el odio es para nublar el juicio de los hombres; es lo que les impide pensar con claridad y saber cuándo tienen que matar y cuándo no.

Desjani lo miró de frente, con el gesto aún impasible pero dispuesta a cruzar su mirada con la de él.

—¿Se lo han dicho las mismísimas estrellas?

—No, me lo dijo mi madre.

La capitana relajó su expresión poco a poco antes de esbozar media sonrisa.

—¿Solía hacerle caso?

—A veces.

—Su madre… —empezó a decir Desjani, pero finalmente optó por guardar silencio y dejó que su sonrisa se desvaneciera.

A Geary no le costó imaginarse por qué. Sin importar lo que la capitana fuese a decir sobre su madre, acababa de darse cuenta de que haría ya muchos años que ella había fallecido. Al igual que muchas de las personas que formaron parte de la vida de Geary, su madre envejeció y murió cuando él estaba viajando a la deriva en estado de sueño de supervivencia, entre las ruinas a las que la guerra redujo el sistema estelar Grendel. Porque los síndicos los atacaron. Porque los síndicos decidieron comenzar la guerra.

—Le arrebataron a su familia —dijo Desjani—. Se lo arrebataron todo.

—Sí. Eso es lo que sucedió.

—Lo siento.

Geary forzó una sonrisa.

—Es algo con lo que debo vivir.

—¿No desea vengarse?

Ahora fue Geary quien bajó la mirada por un momento mientras meditaba la respuesta.

—¿Vengarme? Los dirigentes síndicos que ordenaron los ataques que desataron esta guerra hace ya mucho tiempo que murieron, de modo que no puedo hacer mucho para resarcirme.

—Pero tienen sucesores que continúan con su labor —le recordó Desjani.

—¿A cuánta gente tengo que matar? ¿A cuánta gente tengo que ordenarle que se deje la vida luchando para que yo pueda vengar un crimen que se cometió hace cien años? Tanya, no soy perfecto. Si pudiera ponerles las manos encima a aquellos malnacidos que comenzaron este conflicto, los haría sufrir. Pero están todos muertos. Yo ya no tengo ni idea de para qué se sigue librando esta guerra, aparte de para vengarnos por la última derrota o atrocidad. Se ha convertido en un círculo vicioso, y usted y yo sabemos que tanto la Alianza como los Mundos Síndicos están empezando a acusar la presión a la que los somete esta guerra sin fin.

Desjani agitó la cabeza mientras tomaba asiento, sin levantar la vista del suelo.

—Durante mucho tiempo, mi único deseo fue matarlos. A todos. Ajustar cuentas e impedir que siguieran matando. Pero las cuentas nunca terminan de ajustarse, siempre van en aumento, y no sé a cuántos síndicos tendría que quitar de en medio para hacer justicia por la muerte de mi hermano. Aunque matase hasta al último de ellos, Yuri no regresaría. En Wendig vi un síndico que se parecía a él, lo que me hizo preguntarme de qué serviría matar al hermano de otra persona para vengar al mío. ¿Para que también esa persona sufra? Antes, algo así me habría parecido razón suficiente. Pero ahora desearía que ya no tuviesen que seguir muriendo más hermanos, ni hermanas, ni maridos, ni esposas, ni padres, ni madres. Y no sé cómo hacer realidad un deseo así.

Geary se sentó frente a ella.

—Quizá, cuando volvamos a casa, tengamos una oportunidad. Y usted habrá tenido un papel determinante para hacerlo posible.

—Cuando volvamos a casa usted tendrá otros problemas a los que hacer frente. Me gustaría poder ayudarlo a superarlos.

—Gracias. —Giró la cabeza hacia un lado y dejó que su mirada se perdiera—. Todavía no he conseguido asimilar que todas las personas a las que un día conocí ya no están. Cuando vuelva a casa tendré que enfrentarme a ello con todas mis fuerzas. Me pregunto si, llegado ese momento, sentiré por los síndicos el mismo odio que usted alberga ahora.

Desjani lo miró un tanto molesta.

—Se supone que usted es mejor que nosotros. Por eso las mismísimas estrellas le encomendaron este trabajo.

—¿No se me permite odiar a los síndicos?

—No si eso le impide cumplir su misión.

Geary le sostuvo la mirada por un instante.

—¿Sabe, capitana Desjani? Tengo la impresión de que de vez en cuando es usted quien me da las órdenes a mí.

Desjani pareció molestarse aún más.

—No le estoy dando ninguna orden, capitán Geary. Solo le digo lo que tiene que hacer.

—¿Hay alguna diferencia?

—Desde luego que la hay, y bien obvia.

Other books

Kingdom's Call by Chuck Black
Real-Life X-Files by Joe Nickell
Still Waters by Katie Flynn
Off to War by Deborah Ellis
Antiques Fate by Barbara Allan
Toys from Santa by Lexie Davis
A Pelican at Blandings by Sir P G Wodehouse
Bad Things by Krylov, Varian