La tasa de envejecimiento se determinó midiendo la longitud de los telómeros de los glóbulos blancos madre. El telómero es un pedazo de ADN al final del cromosoma de la célula que va acortándose cada vez que la célula se divide para replicarse. Las células se reproducen repetidamente a lo largo de toda la vida para reparar el tejido o, en el caso de glóbulos blancos, para luchar contra la enfermedad. En algún momento posterior a las diez o cincuenta divisiones (dependiendo del tipo de célula), el telómero también se acorta para reproducirse más y la célula “acaba jubilándose”. lo que nos proporciona una medida genética de la pérdida de vitalidad.
Esta medida demostró que las madres que cuidan de un hijo crónicamente enfermo son, por término medio, diez años biológicamente mayores que otras de su misma edad cronológica. Entre las excepciones se hallan aquellas mujeres que, pese a llevar una vida muy agitada, se sienten apoyadas y tienen, pese a cuidar también de un familiar enfermo, células más jóvenes.
La inteligencia social colectiva puede proporcionar alternativas al abrumador peaje que debe soportar el cuidador. Consideremos ahora el caso de Philip Simmons, de Sandwich (Nueva Hampshire), sentado en su silla de ruedas en un resplandeciente día de otoño y rodeado de amigos y vecinos. A los treinta y cinco años de edad, Simmons, profesor universitario de inglés con dos hijos pequeños, había sido diagnosticado de una enfermedad neurológica degenerativa llamada esclerosis lateral amiotrófica [denominada también enfermedad de Lou Gehrig] y le habían pronosticado de dos a cinco años de vida. Ya había sobrevivido a ese pronóstico, pero ahora la parálisis había pasado de sus piernas a sus brazos, incapacitándole para llevar a cabo las tareas más rutinarias. Fue entonces cuando un amigo le pasó el libro Share the Care, que describe lo que puede hacer la persona que padece una enfermedad grave para crear un grupo de apoyo.
Treinta y cinco vecinos se reunieron para ayudar a Simmons y a su familia. Coordinando sus horarios fundamentalmente a través del teléfono y el correo electrónico, se turnaron para actuar como cocineros, conductores, niñeras, asistentes domésticos —o, como ese hermoso día de otoño, jardineros— durante los últimos años de la vida de Simmons, que finalmente murió a los cuarenta y cinco. Esta familia virtual extendida supuso una extraordinaria ayuda para Simmons y su esposa, Kathryn Field, una ayuda que permitió, entre otras muchas cosas, que Kathryn siguiera trabajando como artista, lo que le permitió aliviar los problemas económicos y proporcionó a su familia, según dice, “la sensación de ser queridos por nuestra comunidad”.
Casi todos los integrantes de FOPAK (el acrónimo con el que, en inglés [Amigos de Phil y Kathryn”] se llamaban a sí mismos) coincidían, por su parte, en estar agradecidos por haber tenido la oportunidad de ayudar a sus amigos.
LOS ALIADOS BIOLÓGICOS
Cuando mi madre abandonó la enseñanza universitaria y se retiró, se encontró con una casa muy grande y también muy vacía. Mi padre había muerto hacía ya unos años y todos sus hijos nos habíamos ido a vivir a otras ciudades, algunas muy distantes. Entonces fue cuando esa antigua profesora de sociología hizo algo que, retrospectivamente considerado, me parece un ejemplo excelente de inteligencia social, ofrecer una habitación gratis a estudiantes postgraduados, preferentemente de culturas orientales, que respetan y valoran a los ancianos.
Hace ya más de treinta años que mi madre se jubiló, pero todavía sigue compartiendo la casa. Desde entonces ha convivido con personas originarias de lugares tan diversos como Japón, Taiwán, y, actualmente, Beijing, lo que ciertamente parece haber sido muy beneficioso para su salud y bienestar. Cuando mi madre tenía noventa años, la pareja con la que convivía tuvo una hija y esa niña, que hoy en día tiene dos años de edad, la trata como si fuera su abuela, abrazándola de continuo y visitándola cada mañana a su dormitorio para ver si ya se ha levantado.
Tal vez ese encantador diablillo revoloteando por la casa sea la causa del rejuvenecimiento, tanto físico como mental, que experimentó mi madre. Sea cual fuere, sin embargo, la causa de su longevidad, no me cabe la menor duda de que el suyo es un ejemplo claro de inteligencia social.
La muerte de amigos y conocidos va arrancando una a una las hojas del árbol de las relaciones que mantienen los ancianos. Pero ellos también podan selectivamente sus ramas, quedándose tan sólo con las que más positivas les resultan. Ésta es una estrategia que tiene un gran sentido biológico porque, en la medida en que envejecemos, también lo hacen nuestras células, nuestro sistema inmunitario se debilita e inevitablemente nos tornamos más frágiles. Es por ello que la renuncia voluntaria a las relaciones menos gratificantes favorece la gestión de las emociones. Un reciente estudio pionero realizado con ancianos de nuestro país que parecían envejecer bien ha puesto de relieve que, cuanto más positivas son sus relaciones, menor es la presencia de indicadores biológicos de estrés como el aumento en la tasa de cortisol.
También hay que señalar que las relaciones más próximas no siempre son las más positivas e importantes. Es cierto que, en muchas ocasiones, los parientes cercanos nos facilitan la vida, pero no lo es menos que, en muchas otras, por el contrario, nos la complican. Es por ello que la renuncia deliberada a las relaciones menos gratificantes proporciona a los ancianos la posibilidad de gestionar más adecuadamente la combinación de sentimientos positivos y negativos que necesariamente acompañan a cualquier relación.
Otro estudio ha descubierto que, siete años después de vivir solos, los ancianos que tienen una vida social más rica y se sienten más apoyados despliegan más habilidades cognitivas que los que permanecen aislados. La sensación de aislamiento, por más paradójico que pueda resultar, tiene poco o nada que ver con las horas que pasamos a solas o con el número de contactos sociales que mantenemos un determinado día. Y ello es así porque la sensación de aislamiento depende básicamente de la ausencia de relaciones próximas y afectuosas. Lo que realmente importa, en este sentido, no es tanto la cantidad como la calidad, es decir, la cordialidad, la proximidad emocional, el apoyo y la positividad de las interacciones. Es por ello que la sensación de aislamiento — que, dicho sea de paso, correlaciona positivamente con la salud (puesto que, cuanto más aislada se siente una persona, más frágil tienden a ser sus sistemas inmunológico y cardiovascular)— no tiene gran cosa que ver con el número de conocidos y contactos que tiene la persona.
Pero hay otro argumento biológico que corrobora la necesidad de que los ancianos cuiden deliberadamente sus relaciones. Y es que la neurogénesis —es decir, el proceso de creación de nuevas neuronas— prosigue durante la vejez, aunque a un ritmo ciertamente más lento que en décadas anteriores. Pero ese enlentecimiento, según algunos neurocientíficos, quizás no sea más que un simple efecto colateral de la monotonía. No olvidemos que la complejificación del entorno social de una persona favorece el aprendizaje, aumentando el ritmo de creación de nuevas neuronas. Es por ello que actualmente hay neurocientíficos que colaboran con arquitectos en el diseño de residencias para ancianos en las que los ocupantes se vean obligados, en el transcurso de su rutina cotidiana, a relacionarse con los demás, algo que mi madre llevó a cabo por su cuenta sin que nadie se lo dijera.
El campo de batalla conyugal
Al salir de la tienda de comestibles de un pequeño pueblo escuché casualmente la siguiente conversación entre dos ancianos que están sentados en un banco.
—¿Qué sabes de los tal?
—Ya los conoces —respondió lacónicamente el otro—. Sólo ha tenido una discusión en toda su vida “.. pero todavía siguen con ella.
Ya hemos hablado del coste biológico que acompaña al desgaste emocional de una relación. El modo en que los problemas de relación acaban socavando la salud fue descubierto por cierta investigación que solicitó a parejas voluntarias de recién casados —que afirmaban ser “muy felices” en su matrimonio— que mantuviesen una conversación de treinta minutos sobre algún tema controvertido. La investigación puso de manifiesto que la discusión provocaba un incremento de cinco de las seis hormonas adrenales estudiadas, incluyendo el aumento de la ACTH [hormona adrenocorticotrópica], que refleja una estimulación del eje HPA. Como consecuencia de ello, la presión sanguínea también se disparó, al tiempo que los indicadores de activación de la función inmunitaria disminuyeron varias horas.
La capacidad del sistema inmunitario para enfrentarse a las situaciones disminuyó hasta horas después de la discusión, un problema tanto más intenso cuanto mayor había sido la hostilidad que habían desplegado. La conclusión que extrajeron los investigadores es que el sistema endocrino «sirve como puente de conexión entre las relaciones personales y la salud», desencadenado la liberación de hormonas ligadas al estrés que pueden llegar a impedir el adecuado funcionamiento de los sistemas inmunitario y cardiovascular. Así pues, las discusiones conyugales afectan a sus sistemas inmunitario y endocrino y, en el caso de que la situación perdure a lo largo del tiempo, los daños parecen acumularse.
En otra investigación que formaba parte de un estudio sobre los problemas conyugales, se invitó al mismo laboratorio a parejas de más de sesenta años (que llevaban casados un promedio de cuarenta y dos) para que mantuvieran una discusión monitorizando sus respuestas. De nuevo, en este caso, la investigación puso de relieve un acusado menoscabo en el funcionamiento de los sistemas inmunitario y endocrino que era tanto mayor cuanto mayor el disgusto provocado por la discusión. No es de extrañar por tanto, si tenemos en cuenta que el envejecimiento debilita tanto el sistema inmunitario como el cardiovascular, que la hostilidad entre los miembros de una pareja de avanzada edad pueda tener graves consecuencias sobre la salud. A decir verdad, los problemas biológicos son más intensos en el caso de las personas mayores que en el de los recién casados... aunque se trata, sin embargo, de un efecto que sólo parece afectar a las mujeres.
Este sorprendente resultado afecta tanto a las mujeres recién casadas como a las mayores. También resulta comprensible que las recién casadas que mostraron una mayor disminución en los valores relacionados con la función inmunitaria durante y después de la “pelea” fueran precisamente aquéllas que, un año más tarde, manifestaran estar más desengañadas con su matrimonio.
El enfado de los maridos durante esas discusiones también desencadenaba, en las mujeres, un aumento significativo de la tasa de hormonas relacionadas con el estrés que, comprensiblemente, era mucho menor en el caso de las mujeres cuyos maridos se mostraban más amables y afectuosos. Pero lo más curioso es que el sistema endocrino de los maridos, sin embargo, no experimentó grandes cambios, independientemente de que la discusión hubiera sido agradable o desagradable. La única excepción la constituyó el caso de quienes afirmaban sostener discusiones más exasperantes en casa. En estos casos extremos, la respuesta inmunitaria cotidiana de ambos miembros de la pareja era mucho más pobre que la que presentaban las parejas más armoniosas.
Los datos procedentes de múltiples fuentes sugieren que la salud de las mujeres es más vulnerable que la de los hombres a la influencia de los conflictos conyugales. Hablando en términos generales, las mujeres no parecen ser biológicamente más reactivas que los hombres.
Tal vez esta diferencia se deba a la mayor importancia concedida por las mujeres a los vínculos más próximos. Las encuestas realizadas a este respecto en los Estados Unidos han puesto de manifiesto que la fuente principal de satisfacción y bienestar de las mujeres se asienta en las relaciones positivas. En el caso de los hombres, sin embargo, las relaciones no parecen ser tan importantes como la sensación de desarrollo o la independencia personal.
Además, el instinto femenino de cuidar a los demás lleva a las mujeres a sentirse personalmente más responsables y vulnerables, en consecuencia, al destino de sus seres queridos. Por otra parte, las mujeres también están más conectadas con los altibajos de sus relaciones y más susceptibles también, por tanto, a verse arrastradas por ellos.
Otro descubrimiento importante es que las mujeres dedican mucho más tiempo que los hombres a dar vueltas a los problemas de relación y los revisan con más detenimiento (como también recuerdan mejor y pasan más tiempo recordando los buenos momentos) y no conviene olvidar que los recuerdos negativos pueden llegar a ser muy perturbadores, irrumpiendo súbita e inesperadamente en nuestra mente. Así pues, el simple hecho de recordar un problema puede desencadenar los cambios biológicos asociados, razón por la cual la tendencia a dar vueltas y más vueltas a las preocupaciones acaba cobrándose también su peaje físico.
Es por todas estas razones que los problemas de relación provocan reacciones biológicas más adversas en las mujeres que en los hombres. Conviene decir, en este sentido, que la tasa de colesterol de las mujeres de la clase del 57 del estudio de Wisconsin mencionado anteriormente estaba mucho más ligada al estrés generado por el matrimonio que la de los hombres.
Cierto estudio sobre pacientes con insuficiencia cardíaca congestiva ha puesto de manifiesto, en las mujeres, una mayor probabilidad de que los problemas de relación desencadenen una muerte temprana. Las mujeres también son más proclives que los hombres al infarto derivado del estrés emocional generado por una grave crisis de relación como un divorcio o una muerte mientras que, en el caso de los hombres, el desencadenante más habitual gira en torno al esfuerzo físico. Las mujeres mayores, por su parte, parecen más vulnerables a una enfermedad denominada por los médicos “síndrome del corazón roto” y que consiste en el aumento de la tasa de hormonas asociadas al estrés que genera una situación emocionalmente dolorosa como, por ejemplo, la muerte inesperada de un ser querido.
La mayor reactividad biológica de las mujeres a los altibajos de la relación nos proporciona alguna que otra pista para entender lo que, hasta ahora, había sido un auténtico rompecabezas para los científicos, por qué el matrimonio parece beneficiar la salud de los hombres, aunque no la de las mujeres. Ése es un hallazgo que aparece reiteradamente en todas las investigaciones realizadas para determinar la relación existente entre matrimonio y salud. En mi opinión, sin embargo, esta conclusión no necesariamente es cierta y lo que ha complicado las cosas ha sido sencillamente la falta de imaginación de los científicos.