Introducción a la ciencia I. Ciencias Físicas (25 page)

BOOK: Introducción a la ciencia I. Ciencias Físicas
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Las observaciones de Schiaparelli crearon al instante un nuevo interés hacia Marte. Durante mucho tiempo, se creyó que el planeta era muy parecido a la Tierra, aunque más pequeño y con un campo gravitatorio más débil. Marte no debía haber sido demasiado capaz de retener una gran atmósfera o gran parte de su agua, por lo que habría estado agonizando durante varios millones de años. Cualquier vida inteligente que hubiera evolucionado en Marte habría estado luchando contra la desecación.

A la gente le resultó fácil pensar que no sólo había vida inteligente en Marte, sino que también desplegaba una tecnología más avanzada que la nuestra. Los marcianos habrían construido canales artificiales para traer el agua desde los casquetes polares hasta sus granjas en las más templadas regiones ecuatoriales.

Otros astrónomos comenzaron a detectar los canales y el más entusiasta de éstos fue el norteamericano Percival Lowell. Hombre rico, abrió en 1894 un observatorio privado en Arizona. Allí, en el despejado y limpio aire del desierto, lejos de las luces de la ciudad, la visibilidad era excelente, y Lowell comenzó a trazar mapas con mucho mayor detalle que los de Schiaparelli. Llegado el momento, localizó más de 500 canales y escribió libros que popularizaron la noción de la vida en Marte.

En 1897, el escritor inglés de ciencia ficción Herbert George Wells, publicó una novela por entregas,
La guerra de los mundos
, en una popular revista, que acabó de difundir aún más esta noción. Cada vez más personas dieron por supuesto que existía vida en Marte, y el 30 de octubre de 1938, Orson Welles emitió una dramatización radiofónica de
La guerra de los mundos
, con los marcianos aterrizando en Nueva Jersey, de forma tan realista, que un buen número de personas, imaginándose que dicha emisión era en realidad un noticiario huyeron presas del pánico.

No obstante, muchos astrónomos negaron la realidad de los canales de Lowell. No podían ver dichos canales, y Maunder (que había sido el primero en describir los períodos de ausencia de manchas solares, o mínimos de Maunder), tuvo la idea de que se debía tratar de ilusiones ópticas. En 1913, colocó unos círculos dentro de los cuales situó unos lugares manchados irregularmente y colocó a unos escolares a unas distancias en las que apenas podían ver qué había dentro de los círculos. Les pidió que dibujasen lo que veían y trazaron unas líneas rectas muy parecidas a los canales de Lowell.

Además, las siguientes observaciones parecieron disminuir el parecido de Marte con la Tierra. En 1926, dos astrónomos norteamericanos, William Weber Coblentz y Cari Otto Lampland, consiguieron tomar medidas de la temperatura superficial en Marte. Era mucho más fría de lo que se había creído. Durante el día, existía alguna indicación de que el ecuador marciano debía de ser bastante templado en la época del perihelio, cuando Marte se encontraba lo más cerca posible del Sol, pero las noches marcianas parecían ser en todas partes tan frías como la Antártida en sus lugares gélidos. La diferencia entre las temperaturas diurnas y nocturnas apuntaban a que la atmósfera de Marte era mucho más tenue de lo supuesto.

En 1947, el astrónomo neerlandés-norteamericano Gerard Peter Kuiper, al analizar la porción infrarroja de la luz que llegaba desde Marte, concluyó que la atmósfera marciana estaba formada sobre todo por dióxido de carbono. No encontró indicios de nitrógeno, oxígeno ni vapor de agua. Así parecía muy limitada la posibilidad de formas de vida complejas en cualquier modo semejantes a las de la Tierra. Sin embargo, continuó la persistente creencia en una vegetación marciana e incluso en los canales marcianos.

Las sondas de Marte

Una vez los cohetes comenzaron a alzarse en la atmósfera terrestre y más allá, las esperanzas de solucionar un problema que ya tenía más de un siglo se alzó también con ellos.

La primera sonda con éxito a Marte, el
Mariner IV
, fue lanzada el 28 de noviembre de 1964. El 14 de julio de 1965, el
Mariner IV
pasó a 10.000 kilómetros de la superficie marciana. Mientras lo hacía, tomó una serie de 20 fotografías, que fueron convertidas en señales de radio, emitidas hacia la Tierra y convertidas allí de nuevo en fotografías. Y lo que las mismas mostraron fueron cráteres, sin ninguna señal de canales.

Cuando el
Mariner IV
pasó detrás de Marte, sus señales de radio, antes de desaparecer, atravesaron la atmósfera marciana, indicando que la misma era más tenue de lo que se había sospechado: con una densidad inferior a 1/100 de la terrestre.

El
Mariner VI
y el
Mariner VII,
unas sondas marcianas más sofisticadas, fueron lanzadas el 24 de febrero y el 27 de marzo de 1969, respectivamente. Pasaron a 3.500 kilómetros de la superficie marciana y, en total, mandaron a la Tierra 200 fotografías. Se fotografiaron amplias porciones de la superficie marciana, y se demostró que, aunque algunas regiones estaban densamente cubiertas de cráteres como la Luna, otras carecían relativamente de rasgos, e incluso otras eran un revoltijo y un caos. Al parecer, Marte posee un complejo desarrollo geológico.

Sin embargo, no había por ninguna parte indicios de canales, la atmósfera estaba formada por lo menos por un 95 % de dióxido de carbono y la temperatura era más baja de lo indicado por las mediciones de Coblentz y Lampland. Toda esperanza de vida inteligente en Marte —o ni siquiera de cualquier tipo de vida compleja— parecía haber desaparecido.

No obstante, quedaban muchas cosas por hacer. La siguiente sonda con éxito a Marte fue el
Mariner IX
, lanzado el 30 de mayo de 1971 y que, en lugar de llegar hasta el planeta, se puso en órbita en torno de él. Fue afortunado que lo hiciera así, pues a mitad de su viaje a Marte se alzó una tormenta de polvo en todo el planeta durante muchos meses, y las fotografías no hubieran descubierto más que una neblina. Una vez en órbita, la sonda aguardó a que pasara la tormenta, en diciembre la atmósfera marciana se aclaró y la sonda comenzó a trabajar.

Trazó un mapa de Marte tan diáfano como el de la Luna y, al cabo de un siglo, el misterio de los canales quedó resuelto de una vez para siempre. No había canales. Los que habían sido «vistos», tal y como Maunder había insistido, no eran resultado más que de ilusiones ópticas. Todo se hallaba seco, y las zonas oscuras eran meramente desplazamientos de partículas de polvo, tal y como el astrónomo norteamericano Cari Sagan había sugerido un par de años antes.

La mitad del planeta, sobre todo su hemisferio sur, se hallaba lleno de cráteres al igual que la Luna. La otra mitad parecía tener los cráteres borrados por la acción volcánica, y algunas grandes montañas que eran con claridad volcanes (aunque tal vez llevaban mucho tiempo inactivos) fueron localizadas. La mayor de éstas fue denominada, en 1973, Monte Olimpo. Alcanza una altura de 25 kilómetros por encima del nivel general del suelo, y su cráter central tiene 65 kilómetros de anchura. Es, con mucho, más grande que cualquier otro volcán de la Tierra.

Existe una hendidura en la superficie de Marte, que pudo haber dado la ilusión de tratarse de un canal. Se trata de un amplio cañón, llamado en la actualidad Valles Marineris, y tiene 3.135 kilómetros de longitud, 512 kilómetros de anchura y unos 2 kilómetros de profundidad. Es 9 veces más largo, 14 veces más ancho y dos veces más profundo que el Gran Cañón del Colorado. Puede haber sido el resultado de la acción volcánica hace unos 200 millones de años.

Existían también otras marcas en Marte que discurrían a través de la superficie marciana con tributarios muy parecidos a lechos secos de ríos. Es posible que Marte sufra en la actualidad una era glacial, con toda el agua congelada en los casquetes polares y en el subsuelo. Hubo un tiempo, en un pasado razonablemente reciente, y existirá tal vez una época en un razonablemente cercano futuro, en que las condiciones mejorarán, aparecerá el agua en forma líquida y los ríos volverán a fluir una vez más. En ese caso, ¿existirían formas simples de vida aunque fuese precariamente en el suelo marciano?

Lo que se necesitaba era un aterrizaje suave en Marte. El
Viking I
y el
Viking II
fueron lanzados el 20 de agosto y el 9 de setiembre de 1975, respectivamente. El
Viking I
comenzó a orbitar Marte el 19 de junio de 1976 y mandó un
aterrizador,
que se posó con éxito en la superficie marciana el 20 de julio. Unas semanas después, el
Viking II
mandó otro mecanismo hacia una posición más al Norte.

Mientras atravesaban la atmósfera marciana, los mecanismos la analizaron y comprobaron que, además de dióxido de carbono, había un 2,7 % de nitrógeno y un 1,6 % de argón. Respecto del oxígeno, sólo se advirtieron trazas.

En la superficie, los aterrizadores comprobaron que la temperatura diurna máxima era de –29 °C. No parecían existir posibilidades de que la temperatura superficial llegase nunca al punto de fusión del hielo en ninguna parte de Marte, lo que significaba que tampoco habría agua en ningún sitio. Era también demasiado frío para la vida, lo mismo que Venus es demasiado frío para cualquier cosa excepto para las formas más simples de vida. Resultaba tan frío que incluso el dióxido de carbono se helaba en las regiones más gélidas y, al parecer, los casquetes de hielo no eran más que dióxido de carbono parcialmente helado.

Los aterrizadores enviaron fotografías de la superficie marciana, y analizaron el suelo. Se comprobó que el suelo marciano era muy rico en hierro y más pobre en aluminio que el suelo de la Tierra. Un 80 % del suelo marciano está formado por una arcilla rica en hierro, y el hierro presente debe encontrarse en forma de
limonita,
un compuesto de hierro que es responsable del color de los ladrillos rojos. El color rojizo de Marte, que suscitó el pavor en los seres humanos primitivos por su asociación con la sangre, no tiene nada que ver con ello. Marte es, simplemente, un mundo rojizo.

Lo más importante de todo, los aterrizadores estaban equipados con pequeños laboratorios químicos capaces de comprobar el suelo y ver si reaccionaba de tal forma que evidenciase hallarse presentes células vivas. Se llevaron a cabo tres experimentos diferentes, y en ninguno se consiguieron resultados definidos. Al parecer, la vida podría concebiblemente existir, pero falta una auténtica certeza. Lo que hace que los científicos se muestren inseguros es que el análisis del suelo mostró que no existían cantidades detectables de compuestos orgánicos, es decir, el tipo de compuestos asociados con la vida. Simplemente, los científicos no están dispuestos a creer que la vida no orgánica pudiese estar presente, y la solución del problema tendrá que diferirse hasta que se posen unos mecanismos más elaborados en el suelo del planeta, o mejor aún, cuando los mismos seres humanos lleguen a Marte.

Los satélites marcianos

Originariamente, no se había planeado que las sondas realizasen estudios detallados de los pequeños satélites marcianos, pero cuando el
Mariner IX
se puso en órbita, no se podían tomar fotografías en Marte a causa de la tormenta de arena, por lo que sus cámaras se dirigieron hacia los dos satélites. Las fotografías de los mismos mostraron que eran irregulares en su contorno. (Los objetos astronómicos, por lo general, se cree que son esferas, pero sólo es así si son lo bastante grandes y sus campos gravitatorios lo suficientemente fuertes para allanar las irregularidades más importantes). En realidad, cada satélite se parecía mucho en su forma a una patata asada e incluso poseían cráteres con un extraño parecido a los «ojos» de las patatas.

El diámetro de Fobos, el mayor de los dos, variaba de 21 a 28 kilómetros, y el de Deimos de 10 a 16,5 kilómetros. Eran simplemente montañas que volaban en torno a Marte. En cada caso, el diámetro mayor señalaba hacia Marte durante todo el tiempo, por lo que cada uno de ellos se halla gravitatoriamente trabado por Marte, lo mismo que la Luna por la Tierra.

Los dos cráteres mayores de Fobos se han llamado Hall y Stickney, en honor de su descubridor y de su mujer, que le urgió a intentarlo una noche más. A los dos cráteres mayores de Deimos se les ha impuesto el nombre de Voltaire y Swift: el primero, por el satírico francés, y al último, por Jonathan Swift, el satírico inglés, dado que ambos en sus obras de ficción habían imaginado que Marte tenía dos satélites.

Júpiter

Júpiter, el quinto planeta desde el Sol, es el gigante del sistema planetario. Tiene un diámetro de 146.500 kilómetros, 11,2 veces el terrestre. Su masa es 318,4 veces la de la Tierra. En realidad, es el doble de masivo que todos los demás planetas juntos. Sin embargo, sigue siendo un pigmeo en comparación con el Sol, que posee una masa 1.040 veces mayor que la de Júpiter.

De promedio, Júpiter se encuentra a 797 millones de kilómetros del Sol, o 5,2 veces la distancia de la Tierra al Sol. Júpiter no se aproxima a nosotros más de 644 millones de kilómetros, incluso cuando él y la Tierra se encuentran en el mismo lado del Sol, y la luz solar que Júpiter recibe es sólo una vigésima séptima parte tan brillante que la que recibimos nosotros. Incluso así, dado su gran tamaño, brilla muy luminoso en nuestro cielo.

Su magnitud, en su momento más luminoso, es de –2,5, lo cual resulta considerablemente más brillante que cualquier otra estrella. Venus y Marte en su momento de mayor brillo pueden superar a Júpiter (Venus por un margen considerable). Por otra parte, Venus y Marte se encuentran a menudo muy apagados, cuando se mueven en la porción más alejada de sus órbitas. Júpiter, por otra parte, brilla muy tenuemente cuando se mueve lejos de la Tierra, puesto que su órbita es tan distante que apenas tiene importancia que se encuentre o no de nuestro lado. Por lo tanto, a menudo Júpiter es el objeto más brillante en el cielo, exceptuando al Sol y a la Luna (especialmente dado que puede vérsele en el firmamento durante toda la noche, mientras que Venus no puede hacerlo así), por lo que le cuadra muy bien el adjudicarle el nombre del rey de los dioses de la mitología grecorromana.

Satélites jovianos

Cuando Galileo construyó su primer telescopio y lo dirigió hacia el cielo, no desdeñó a Júpiter. El 7 de enero de 1610, estudió Júpiter y casi al instante se percató de que había tres chispitas cerca de él: dos en un lado y otra en la otra parte, todas en línea recta. Noche tras noche, siguió con Júpiter, y aquellos tres pequeños cuerpos seguían allí, con sus posiciones cambiando mientras oscilaban de un lado del planeta al otro. El 13 de enero, se percató de la presencia de un cuarto objeto.

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