Irania (31 page)

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Authors: Inma Sharii

Tags: #Intriga, #Drama

BOOK: Irania
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Cuando me desperté a la mañana siguiente, no estaba. Me había dejado una nota diciéndome que tenía taller de
kundalini
yoga en un centro cívico.

Yo no quería pensar mal, pero seguía sintiéndome pendida de un hilo.

Capítulo 23

¿Dónde estoy?

Me busco tras las piedras.

¿Dónde me vi?

En los triángulos de las esferas.

¿Me encontré?

Intenté una charla con la arena.

¿Te encontraste?

No. Allí no.

¡Qué pena!

Los guías hablaban en mi cabeza.

¿Los escuchaste?

No lo sé, de veras.

Pues sigue, sigue atenta,

el velo se descorre y allí te esperas.

Días después de escaparme del psiquiátrico Sant Jordi, llamé a Lila desde una cabina, a dos calles del apartamento de Kahul. Le conté lo que me había sucedido e insistió en que nos viéramos. Me negué. Sabía que arriesgaba mi seguridad pero añoraba hablar con ella. Así que, tras su insistencia, la invité a venir al restaurante marroquí donde me había llevado Kahul.

Cuando la vi entrar por la puerta, me levanté, corrí y me abracé a ella.

—¡Sandra, cariño! Pensé que no volvería a verte. No sabía que te había pasado, solo sabía, por los periódicos, que te habías desmayado en la presentación. He estado a punto de ir a tu casa. No sabía qué hacer.

Me puse a llorar, no podía evitarlo.

—Tranquila, cariño, tranquila —me decía mientras me acompañaba de nuevo hasta el sofá.

El dueño del restaurante se acercó a nuestro sitio y me ofreció una bebida, sin yo habérsela pedido, con una amplia sonrisa.

—Tómala, buena para ti. Hierbas buenas para ti.

Le di las gracias y tomé la bebida a sorbos. Sabía a menta, pero también a una especia ligeramente picante.

—Mi familia me ha vuelto a encerrar en un sanatorio mental. Ha sido horrible, me he escapado con la ayuda de Kahul. Ahora estoy en su apartamento, ellos no saben dónde estoy.

Lila tapó su boca con ambas manos, su rostro mostraba la sorpresa y sus ojos la tristeza que aquella noticia le producía.

—¿Por qué no me llamaste?

—No podía, estaba incomunicada y sedada. Ellos no me creen, creen que ver espíritus es malo, que algo falla en mi cabeza y quieren arrancármelo a base de electrocuciones y química. Pero es un don, tú me lo dijiste ¿Verdad Lila? ¿Verdad?

Casi suplicaba su comprensión.

—¡Claro, cariño! Yo lo sé y te quiero muchísimo tal como eres.

—Gracias Lila.

Las lágrimas nublaban mi visión pero estaba feliz de tener su amor.

Lila sonrió de pronto y preguntó:

—¿Y dices que estás viviendo con tu profesor de yoga?

—Sí, él me rescató. Sin su ayuda todavía estaría ahí sentada en una butaca mirando al vacío semi inconsciente. No creo que hubiera podido recuperarme jamás. No te imaginas el horror que he vivido.

—Me alegro mucho, me alegro de que por fin un hombre te apoye. ¡Tu marido es un patán!

—¡No, Lila! —Exclamé— No pienses eso, no estamos juntos. Me está ayudando a sanarme.

—Vale, tranquila. Oye, mi primo volvió a preguntarme por el CD de Miguel, le dije que no contestabas al teléfono. Está muy preocupado, también te ha estado buscando, sabe lo que te juegas y temíamos lo peor.

Hice memoria por unos segundos.

—Está en mi dormitorio, junto al resto de CDs en la estantería. Pero ahora no puedo volver, si me encuentran me encerrarán de nuevo. No quiero volver —dije como una niña asustada.

—Lo importante es que estás bien. Si puedes recuperarlo, perfecto, pero antes que nada está tu seguridad. ¡Ah! Se me olvidaba.

Lila rebuscó en su bolso y me dio un paquete.

Me quedé unos segundos atónita, luego lo abrí y vi que en la caja había un teléfono móvil y un puñado de billetes.

—Es de los baratillos pero así no te perderé la pista.

Su gesto consiguió que las lágrimas volvieran a fluir de mis enrojecidos ojos.

—Gracias, Lila.

La abracé con fuerza.

—Te quiero, amiga —le dije.

Lila me había otorgado su apoyo, como siempre, como una amiga fiel. Y ella misma me lo había dicho: me quería tal como era. Y creo que nunca se llegaría a imaginar lo mucho que su presencia me aportaba.

Capítulo 24

Escupí por mi boca los dragones

que se abrieron paso a girones,

rasgaron mi cuello con quebrantos

y sin su peso, quedé flotando.

Viendo el fuerte bloqueo que yo experimentaba con los recuerdos en regresión, Kahul me sugirió que le enseñara el túnel que había encontrado en la finca de mis padres, en
la Vall de Boí
. Quería ver con sus propios ojos el símbolo dibujado en el techo. Decidimos ir entre semana, para evitar el encuentro con mis padres o algún vecino que pudiera avisarlos.

El profundo invierno de Febrero ya había vestido su manto blanco sobre las cumbres de los Pirineos y también aquel año había llegado al valle.

Kahul paró la moto en los alrededores de la casa. Cuando me bajé de ella mis dientes castañeteaban. Aunque me había prestado un mono de cuero de hacía años, que me quedaba grande, no había dejado de sentir todo el camino el viento helado entrar por mi cuello. La nariz me goteaba y estornudaba casi cada cinco minutos.

Le llevé a través del bosque que estaba cubierto con dos palmos de nieve.

Partí varias veces del mismo punto en el sendero para encontrar la trampilla pero estaba desorientada. La nieve había cambiado el paisaje y no tenía la ayuda de Rosco para seguir el rastro.

En mi orgullo tonto, le hice andar sin rumbo. No quería reconocer que estaba perdida.

Kahul se detuvo y apoyó la espalda en un árbol.

—Irania, creo que tu bloqueo es más fuerte de lo que pensaba en un principio.

Me giré y lo miré por unos instantes, se veía hermoso, tenía el rostro encendido del frío y un mechón del cabello le tapaba medio rostro.

Me acerqué hasta él.

Observé un ligero atisbo de tristeza en sus ojos.

—El perro de mi madre me ayudó a encontrar el camino. Ahora no tengo referencias. Las piedras se han cubierto, los abetos me parecen iguales. Siento que creas que no quiero encontrar el camino.

—No digo que lo hagas queriendo, es un simple reflejo de tu interior.

Alargó su mano enfundada todavía en guantes de cuero.

—Ven —dijo, a la vez que estiraba de mis muñecas—. Cierra los ojos, respira y suelta poco a poco el aire. Recuerda cuando viniste la última vez. Lo tienes reciente en tu mente. Sabes el camino y quieres encontrarlo. Estás a un paso más cerca de ti misma. No temas, ahora yo estoy contigo, nada malo va a sucederte.

Había cerrado los ojos y seguido su voz. Me relajé y recordé el sendero, vi a Rosco delante de mí como un guía, sentí que en aquel momento cuando me había conducido hacia la trampilla no era solo un perro, había algo con él, había estado siguiendo a alguien a quien yo no podía ver con mis ojos físicos pero sí había percibido.

Abrí los ojos.

De pronto sentí una presencia a mi espalda.

Comencé a observar con detenimiento todo a mi alrededor. Entonces la vi de nuevo, fue por unos segundos. Sentí una mezcla de emoción y miedo al verla.

—¡Es por ahí! —indiqué con mi mano.

Kahul me miró satisfecho.

Caminé por delante siguiendo la imagen que aparecía y desaparecía entre los árboles de la pequeña niña que tanto se parecía a Aina. Para ella parecía ser solo un juego.

La seguimos durante varios metros. Hasta que dejé de verla, entonces supe que ya estábamos en el lugar.

No tardé en reconocer el árbol con el tronco hueco que guardaba la palanca. Kahul abrió la trampilla sin ninguna dificultad. Me alegré de que estuviera allí conmigo. Él todavía no sabía lo importante que era para mí que estuviera compartiendo ese momento de mi vida. Lo miraba y casi me parecía irreal que un hombre como él estuviera a mi lado, aunque fuéramos solo amigos.

El gesto de su mano animándome a bajar rompió mis pensamientos.

Me ayudó a descender por el hueco sin necesidad de cuerdas, gracias a la fuerza de sus brazos.

—Las damas primero —me dijo, dejándome el paso y ofreciéndome la linterna.

El camino hasta la sala se me hizo mucho más corto, el miedo ya no me frenaba.

—Este túnel termina aquí. Fue aquí mismo donde encontré mi monedero.

Apunté con la linterna en el techo y le mostré el símbolo.

Kahul exclamó:

—¡Es increíble!

—¿Sabes su significado? —le pregunté.

—Estudié el símbolo del dibujo que me diste y encontré poca información sobre él pero sí de la rama de la que pende esta secta.

—¿Secta?

—Es una secta de adoradores del diablo: las piezas negras. Son muy poderosos, actúan en la sombra y para la sombra. Jamás se ha conocido a nadie que pertenezca a la familia raíz, pero sus clanes, están repartidos por todo el mundo e infiltrados en todos los sectores más influyentes de la sociedad.

El vello del cuerpo se me erizó.

—Ofrecen rituales sagrados para que el diablo les conceda poder. Rituales como el abuso de menores, sacrificios animales y quizá humanos también. Invocan al bajo astral en sus ceremonias. Utilizan sus palabras, el dolor y el sufrimiento de sus víctimas para interactuar con seres de la sombra.

—No lo entiendo ¿Por qué iban a hacer eso?

—El deber a la familia de sangre es más importante para estas sectas de lo que nosotros nos podemos llegar a imaginar. Si esta célula es parte de ellos harán lo que les digan y jamás lo cuestionarán. Su poder radica en la lealtad que se deben. Gracias a esto disponen de protección, dinero, poder político y todo lo que puedas imaginar.

Irania, has encontrado uno de sus escondites secretos ¡Buen trabajo!

Miré a mi alrededor y aquel espacio polvoriento y húmedo no me pareció gran cosa.

—Aquí hay algo más —le dije apuntando el foco de luz por el reguero de cera de vela que había visto la primera vez.

Kahul siguió el reguero hasta la pared.

—¡Qué extraño! —exclamó mientras palpaba con las manos la pared de ladrillo— No hay nada, es una pared maciza.

Kahul apoyó la oreja.

—¿Escuchas eso?

Acerqué mi oído y sentí un rumor.

Bajé más hacia el suelo y el rumor se hizo más intenso.

Me arrodillé y lo sentí con más fuerza.

—Viene del suelo.

Comenzamos a palpar la superficie del suelo y tras unos minutos Kahul exclamó:

—¡Irania, lo encontré!

De pronto escuché un ruido metálico.

Una bocanada de aire fresco entró en la sala.

—¡Mira hacia allí! —dijo Kahul apuntando con la linterna.

Se había abierto un hueco en el suelo con escaleras de caracol hacia abajo.

El rumor que escuchábamos se había intensificado.

Kahul se adelantó con la linterna y me dio la mano.

—Tranquila, yo iré delante.

Bajamos los peldaños siguiendo el reguero de cera roja mientras el rumor se iba haciendo más intenso. Cuando terminamos de bajar llegamos a un pasillo construido en la misma roca. Había arcos de estilo románico sosteniendo algunos tramos de la bóveda.

—Esto parece ser muy antiguo —dije.

Caminamos unos metros a través del oscuro pasadizo y Kahul se detuvo. —¿Qué sucede? —le pregunté. —¿No lo sientes? Puse atención pero no escuché nada, solo el rumor cada vez más cercano. Negué con la cabeza y subí mis hombros.

—Esa energía. ¡Siéntela!

Cerré mis ojos y durante unos segundos no sentí nada. Luego comencé a notarme muy incómoda.

—¿Qué es eso?

—Es energía telúrica, es un centro de poder. Hay lugares de estos por todo el globo. Lugares sagrados donde pueden entablarse comunicación más directa con los espíritus. Desde la antigüedad se han utilizado para edificar dólmenes; emplazar ermitas y santuarios; para aprovechar esta energía que asciende y desciende desde la Tierra al cielo y desde el cielo a la Tierra. Son muy listos. Han sabido bien escoger. Aquí la potencia de los rituales se amplificaría por mil.

Seguimos caminando, percibiendo cada vez con más intensidad la energía, hasta que llegamos a una cavidad luminosa. La imagen me dejó maravillada. Entraban rayos de sol que iluminaban una cascada que entraba desde la roca y terminaba en una poza de aguas cristalinas.

Rodeamos la poza por un pasillo labrado en la roca y seguimos el túnel abovedado que nos conducía justo a la espalda de la cascada. Allí me detuve, mi mente empezaba a recordar.

—Irania, ven, ya estamos cerca.

Tiró de mi mano. Yo sentía la resistencia en mis pies.

Ya sabía lo que había, lo estaba recordando pero verlo con mis propios ojos me dejó paralizada.

Entré en la caverna, era de forma circular, debía medir unos cien metros de superficie. Los rayos de sol entraban por varias aberturas de la roca a unos diez metros de altura. Y su contorno estaba coronado de carámbanos de hielo. Del techo colgaban bellas estalactitas, algunas cubiertas de algas verdes, debido a la luz. El suelo había sido cubierto, hacía quizá cientos de años, de baldosas de mármol blancas y negras. Había símbolos zodiacales en el suelo y en el centro un altar de piedra. De las paredes colgaban antorchas, ahora apagadas y en la pared contraria a la cascada había otro altar lleno de candelabros con velas rojas y negras.

Con paso lento y dubitativo me acerqué hasta el altar central. Tenía forma rectangular y era tan largo como una cama pero de fría y dura piedra de granito gris.

Apoyé mis manos sobre él. Ráfagas de imágenes iban bombardeando mi mente.

—¿Fue aquí? —me preguntó Kahul.

Sí, ahí había sido. Lo que siempre sentí como una fantasía en mi mente, ahora lo tenía frente a mí. Había sido real, había estado de pequeña. Mis pesadillas eran ciertas. Yo no estaba loca.

Comencé a temblar, casi no podía sostener mi cuerpo. Las imágenes que subían a mi mente eran demoledoras. Mis recuerdos se escapan por cientos de agujeros que se estaban abriendo sin piedad.

Observé una de las paredes de la sala a mano derecha, había unas argollas de hierro oxidado que sobresalían de la roca y entonces lo vi:

Me transporté al pasado, yo estaba atada de manos en aquella misma argolla. Estaba muerta de miedo. Los seres reptiles encapuchados de negro recitaban unos versos en una lengua extraña para mí. Parecían poseídos por una energía que los hacía ir al unísono. En medio, en el altar, había una niña. Gritaba presa del pánico. Estaba tapada por una manta negra pero le sobresalía un mechón de cabello rubio.

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