Irania (40 page)

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Authors: Inma Sharii

Tags: #Intriga, #Drama

BOOK: Irania
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El hombre que me había hablado se agachó a mi lado, la túnica se le abrió.

Sentí náuseas al ver que debajo de la túnica no llevaba ropa.

—Eres un cerdo —logré decir. Me estaba mareando.

El hombre retiró la capucha y me mostró su cara, aunque yo había reconocido su voz de inmediato.

—Sandra, hija mía. Eres increíble, no sé cómo has llegado hasta aquí. Aunque no me sorprende del todo. Siempre me has fascinado, tu capacidad, tu fuerza. Nunca conseguí romper tu mente para que olvidaras del todo lo que aquí hacíamos. Con tu hermana fue más fácil; pero claro, ella no es como tú. Tú eres especial, lo supe en cuanto naciste, las señales el día de tu nacimiento fueron muy claras. ¿Quién imaginaria que un
conectado
iba a nacer en mi propia casa?

Sus palabras me dejaban perpleja.

Mi padre soltó una carcajada y luego prosiguió hablando:

—Fuiste un regalo, gracias a ti hemos podido crear un fármaco muy especial, tan especial como tú. Diseñado para adormecer los sentidos superiores de consciencia. Mi señor me ha felicitado por el excelente trabajo, mi misión se ha cumplido. En cuanto los niños muestren los síntomas, sus ignorantes padres irán al psicólogo para que se lo receten. Y ahí comenzará todo. Nos haremos ricos y también serviremos a nuestro señor robándoles el alma para ponerla al servicio del mal.

Mi padre me acarició el rostro.

—Atrofia la glándula pineal —balbuceé.

—Muy bien Sandra, tendrías que haberte unido al equipo. Pero nunca confié en ti, porque sabía que tu destino era traicionarme.

—Es defectuoso, tarde o temprano te denunciarán.

—Bueno, algunos de los niños reaccionaron mal, los más sensibles, pero en general, los síntomas adversos no se notarán hasta pasados muchos años. Hemos ajustado la fórmula, ahora es perfecta. Para entonces nadie podrá probar que ha sido a causa del
pinmetil
. Ya sabes… los médicos lo achacarán al alcohol, las drogas, la contaminación.

Mi padre soltó una carcajada. Tenía los ojos desencajados, como jamás le había visto. Y entonces empecé a ver que su rostro se transformaba en reptil, pero ya no le tenía miedo. Ahora sabía que esa imagen me mostraba la verdadera naturaleza de su ser. Yo podía verlos tal cual como eran sus almas. Y eran malignas, perversas. Desde hacía millones de años perdidas en la más terrible oscuridad.

—¿Por qué lo haces? ¿Por qué a Aina también?

—Hay cosas que van más allá de tu comprensión. Nosotros servimos a algo más grande. Nuestro señor nos pide ofrendas y nosotros se las damos. A cambio nos proporciona ayuda, poder, inteligencia. Tú no lo entiendes porque sirves a otro amo, un amo que no aporta nada, solo un aburrido sufrimiento.

—Solo éramos niñas. —La inocencia es el mejor elixir para nuestro ritual. Mi padre se levantó. —Tu presencia aquí nos ayudará a que el ritual sea más intenso. Tu dolor y sufrimiento siempre ha elevado la magnitud de nuestros rituales. Te lo agradecemos. Ahora mira y observa.

Dos de los encapuchados me cogieron por las muñecas y me ataron con cuerdas a las argollas de acero de la pared.

—No, por favor —supliqué—. Papá, no lo hagas.

—Disfruta, Sandra —me dijo al oído uno de los hombres que me habían atado. Su voz me resultó familiar.

—Te conozco —le dije.

Se quitó la capucha.

—Maldito seas —gruñí al ver, aunque borroso para mí, el rostro de Joan—. ¿Tú también? Por favor, no lo hagas, desátame. Deja que me vaya si algún día me quisiste algo.

—Sandra, no seas estúpida. Yo nunca te he querido. Eras un experimento, solo eso y el hijo que llevabas también lo era, un maravilloso experimento que destruiste por tu habilidad de ver más allá de esta realidad. No supimos hasta más tarde que el fármaco creaba infertilidad. Contigo no tendría que haber sido, intentamos subsanarlo pero bueno, seguiremos nuestros experimentos con otras. Es un mal menor que podremos remediar en el futuro.

Con la poca fuerza que me quedaba le escupí en la cara. —Eres un demonio—mascullé. Joan se limpio la cara, se levantó y se unió al grupo. Los encapuchados volvieron a colocarse en sus posiciones. Volvieron con sus cánticos.

Yo intentaba desatarme de la cuerda a de pesar que mi fuerza se iba perdiendo y mi dolor de cabeza iba aumentando.

Mi padre destapó a Aina. Su cuerpecito temblaba y tenía los ojos rojos de tanto llorar y el rostro pálido. Se giró y me buscó con la mirada. Debía haber escuchado mi voz.

Me encontró y a pesar de lo que estaba viviendo sentí que estaba aliviada. Yo sabía lo que sentía. Lo intuía.

—Mírame todo el rato, no dejes de mirarme —le transmití.

Ella me sonrió, pero no con los labios, me sonrió con los ojos.

—Te quiero mucho —escuché en mi cabeza.

—No dejes de mirarme; te quiero Aina.

—Tengo miedo.

Mi padre se subió al altar. Retiró su túnica mostrando la desnudez de su cuerpo.

El resto de miembros comenzó a entonar oraciones y cantos repetitivos.

Aina comenzó a removerse del altar y a gritar.

Escuché un ladrido de perro, luego otro y otro.

Luego se oyó un disparo. Por unos instantes se hizo un silencio atronador en la cueva.

En el pecho desnudo de mi padre apareció una mancha negra, luego roja, luego sangre.

Su cuerpo cayó hacia atrás generando un sonido seco al caer.

Se oyeron más disparos, o eso creí. El eco retumbaba multiplicándolo, yo no sabía de dónde procedían.

Los encapuchados corrían despavoridos de un lado a otro, algunos cayeron heridos al suelo. Otros huyeron por el túnel. Desde el suelo no podía ver estaba aterrada, hasta que sentí la lengua húmeda de Rosco sobre mi frente. Me lamía la sangre que corría por ella.

—Rosco —pronuncié en un hilo de voz.

—¡Aina, mi vida! Mamá está aquí.

—¡Aurora! —balbuceé.

Mi hermana desató a la niña, la abrigó con la manta y la bajó del altar.

Luego vino a mí y me ayudó a incorporarme del suelo.

Estaba temblando, le temblaban las manos, los labios. No me dijo nada, solo me abrazó y comenzó a llorar.

Capítulo 32

Un mes después

El caso del
pinmetil
estalló en todos los medios de comunicación. Varias farmacéuticas de la competencia se habían hecho con una copia de la investigación de Miguel Garrido y habían denunciado a Farma-Ros ante la justicia. Kahul se había encargado de distribuirlas. Según sus palabras: El enemigo de mi enemigo es mi mejor amigo.

Y así fue, la presión que ejercieron los laboratorios de la competencia fue tenaz y las acciones en la bolsa de Farma-Ros se precipitaron al vacío de la ruina. Sanidad retiró el
pinmetil
de todas las farmacias y la responsable del ministerio, la señora Magí, fue cesada de su cargo a la espera de juicio. Parecía ser que había recibido grandes sumas de dinero en una cuenta a nombre de su hijo.

A pesar de que mi familia estaba en la ruina sentí un gran alivio. Habíamos vencido y eso era lo único que contaba.

Tenía la mano de Lila apretujada entre las mías. Hacía rato que esperábamos en el despacho de Alberto, en la comisaría de la policía nacional.

Su lugar de trabajo me pareció un tanto desordenado. Se amontonaban carpetas llenas de folios unidos con clips, bandejas de plástico atiborradas de informes y varios portarretratos familiares. Lila cogió uno de ellos y me lo enseñó:

—Juana se parece un montón a mi tía Paqui, que es hermana de mi madre —dijo señalando a la adolescente que posaba en la foto subida a una moto acuática.

—Entonces debes parecerte a tu padre.

—Sí, hija, soy clavadita a él —soltó. Noté un ligero tono de resignación en su voz.

La voz de Alberto en el pasillo me puso alerta.

Giré mi rostro; se había parado justo antes de entrar. Hablaba con un compañero. Llevaba una carpeta bajo el brazo.

Pasados unos minutos entró en el despacho.

—Siento la espera señoras. Estamos desbordados de trabajo.

Lila se levantó y le dio dos besos en las mejillas.

Yo le ofrecí mi mano y él la estrechó con fuerza, sentí sus ojos brillantes. Luego me sonrió. Yo no mostré simpatía, todavía tenía las imágenes grabadas en mi mente de la detención de Kahul en la cafetería de la estación de tren.

—Es usted muy valiente. Su fuerza es digna de admiración, otros hubieran optado por callar o esconderse.

—Era mi obligación, no podía permitir más crueldad en nombre del dinero.

Alberto caminó alrededor de la mesa y se sentó en su sillón frente a nosotras. Cogió varios grupos de carpetas y las apiló unas sobre otras, para hacerse espacio en la mesa. Cogió una de las bandejas de plástico negro llena de informes y la depositó en el suelo.

Abrió la abultada carpeta y comenzó a extender informes.

Yo abrí mi portafolio y le entregué unos documentos.

—Le traigo una nueva denuncia. Esta vez contra la clínica
Sant Jordi
. Quiero que investiguen y detengan a los responsables del centro, el doctor Agustín Vidal y la doctora Mercé Utrera.

Alberto lanzó un soplido cuando leyó por encima el escrito que había preparado mi abogado.

—¡Vaya! Nos llevará años poder clasificar todo esto. Aparte comienzan a llover denuncias de padres de niños que habían sido medicados con el
pinmetil
. Me temo Sandra que te vas a quedar sin herencia.

—Es lo justo. Al menos hemos conseguido retirarlo del mercado. Eso es lo más importante. Joan deberá pagar por lo que ha hecho. No debe salir jamás de la cárcel.

Alberto mostró una escueta sonrisa y respondió:

—Su implicación en la creación del fármaco está muy clara. Era el jefe del proyecto. Todas las responsabilidades recaerán sobre él. No creo que haya problemas.

—¿Y por el asesinato de Miguel Garrido? ¿Y por pederasta?

—Eso va a ser más difícil, pero haré lo imposible por llevarlo a juicio por esto también. Ten paciencia; mientras tanto, estará en la cárcel. De momento el juez le ha negado la fianza.

Solté un suspiro de alivio.

—No debe salir jamás, mi vida está en peligro.

Lila cogió mi mano con más fuerza y con la otra me acarició el mentón.

—Tranquila, señora Ros, ya no debe temer —aseguró Alberto.

—¿Y mi hermana? ¿Qué va a ser de ella? —le pregunté.

Querían juzgar a Aurora por asesinato. Todavía había alguien que apoyaba a mi padre aún después de muerto. Yo sabía que había sido en defensa de mi sobrina, pero los jueces no lo veían claro y la habían encarcelado.

—Estoy intentando junto a su abogado que le otorguen la fianza, pero la acusación que ha levantado el tal doctor Vall nos está complicando la vida. Es un psiquiatra de mucho prestigio, y os conoce desde hace muchos años. Ante el juez, usted será una enferma mental y esto va a pesar en su contra.

—Ese cerdo mentiroso sabía que decía la verdad y encima tenía la desfachatez de negármelo. Pero lo que conté en la declaración, sobre que me estaban medicando desde los cinco años, y que me dieron electro-convulsión para borrarme los recuerdos, ¿no cuenta a mi favor?

Alberto suspiró.

—Necesitaremos algo más. Lo siento, Sandra, pero usted tiene poca credibilidad. Yo la creo pero no sé si será suficiente.

—Mi hermana defendía a su hija de esos demonios.

Lila adelantó su cuerpo hacia la mesa y rozó la mano de Alberto.

—Primo, tiene que haber algo que pueda ayudarla.

Alberto se rascó el mentón y dijo:

—Más testigos a su favor. El testimonio positivo de su madre por ejemplo. Si ustedes fueron víctimas de continuas violaciones, ella debería saber algo.

—La sedaban, no creo que sepa nada, y si lo sabía se habrá auto-convencido de que no era real —aclaré.

Alberto se rascó la cabeza.

—Piensa, Sandra, todo aquello que apoye tu versión ayudará a tu hermana. Ahora, si me disculpáis, tengo mucho que hacer con el caso. Os iré manteniendo informadas.

—¿Y Kahul? ¿Cuándo podrá salir?

—Esto no lo llevo yo, le han pasado el caso a mi compañero.

Alberto nos acompañó por los pasillos de la oficina hasta un despacho más pequeño pero igual de desordenado, lleno de carpetas y cajas de archivo de cartón.

—Reinosa, por favor, atiende a mi prima y a la señora Ros. Sé muy amable con ellas —dijo, y eso lo acompañó con un guiño de ojo.

El hombre de unos treinta y cinco años de edad, alto y delgado nos invitó a sentarnos.

—¿En qué puedo ayudarles?

—Usted lleva el caso de Kahul, ¿verdad? ¿Podría decirme cómo lo lleva? ¿Cuándo podrá salir?

El hombre me miró extrañado.

—Lo siento no me suena este nombre.

Lila saltó:

—El profesor de yoga extorsionador de ricas.

Miré a Lila sorprendida, me molestó el comentario.

Lila se disculpó con un gesto en su rostro. Ya la conocía lo suficiente como para saber que no había mala intención en sus palabras.

—¡Ah! Vale, ahora entiendo.

Se levantó, se rascó la coronilla durante unos segundos y luego rebuscó entre las bandejas negras de un armario que tenía a su espalda. Revolvió y sacó una carpeta marrón con muy pocas hojas.

—Daniel Sánchez Ortiz ¿No?

—Sí —afirmé ansiosa.

—Pues sigue igual, la primera vista será dentro de seis meses.

—¿Cómo? ¿Tendrá que pasar seis meses más en la cárcel por algo que no ha hecho? ¿Puedo pagar la fianza?

—No tiene. Había peligro de fuga. Estuvo desaparecido un tiempo, eso condicionó al juez.

Me sentí desesperanzada.

—Tiene que ayudarme. No es cierto, él no extorsionaba a nadie. Tiene que haber algo que yo pueda hacer para ayudarlo.

—Es una denuncia grave. No sé.

—¿Quién le puso la denuncia? —preguntó Lila.

—Eso no puedo decírselo.

—Por favor —supliqué cogiéndole de las manos mirándole fijamente a los ojos.

El hombre soltó un suspiro y leyó el informe.

—Marta Barrull i Solé.

El corazón me dio un vuelco.

—¡¿Qué?! —Exclamé— ¡Mi cuñada! —dije mirando fijamente los ojos de Lila.

Después de dejar a Lila en su casa le di a la taxista las señas para que me llevara hasta el apartamento de Marta. No esperé el cambio, salí y no miré atrás. Solo veía el lujoso portal de la finca en la calle Balmes. El conserje parecía reconocerme a medias, solo cuando le dije que venía a ver a Marta asintió y me dijo:

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