Jinetes del mundo incognito (15 page)

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Authors: Alexander Abramov

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Jinetes del mundo incognito
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—¡Dame tu pistola!

Yo no hubiera hecho esto en una ciudad normal con policías normales, en el caso de haberme encontrado en una situación similar; pero en esta ciudad embrujada todos los medios se justificaban. Tal fue la razón por la que mi mano, en la oscuridad, apretó firme y sin vacilación el juguete de Mitchell. Desde el saliente de la pared observé cautelosamente la posición de los policías, levanté la pistola, atrapé en la mira la jeta carrilluda del sargento y apreté el gatillo. El disparo retumbó secamente y vi claramente la cabeza del policía estremecerse por el impacto. Creí ver hasta el orificio exacto en el entrecejo de su cara; pero él no cayó, ni siquiera se tambaleó.

—¡Los he encontrado! —gritó entusiasmado—. ¡Están detrás del saliente!

—¿Fallaste? —inquirió apenado Mitchell. No le respondí. Tenía la plena convicción de que mi bala había penetrado en la frente del policía embrujado. No podía errar el blanco: había ganado premios en competiciones de tiro. Resultó que estos muñecos estaban a prueba de las balas; entonces, tratando de dominar el temblor de mis piernas, descargué sobre el sargento todo el cargador de la pistola. Yo hasta logré sentir físicamente penetrar las balas en el cuerpo detestable del brujo.

Pero, de nuevo, no sucedió nada. El ni siquiera las sintió y ni trató de escapar. ¿Tenía él acaso dentro de su cuerpo una goma similar a ésta que se encontraba a nuestro lado?

Tiré la pistola ya innecesaria y salí del escondite. Daba igual: el final era el mismo.

En ese momento notamos la transformación que adquiría el ambiente, transformación que hacía rato había empezado a ocurrir, pero a la que no prestábamos atención por el calor de la lucha. El aire se torno rosado, como si lo hubiesen coloreado con fucsina y luego se puso rojo. Recordé que, al disparar la última bala al sargento, apenas pude distinguir su rostro envuelto en el humo rosado; y cuando la pistola cayó de mis manos, maquinalmente le eché una mirada… pero no la vi, bajo mis pies quedó una jalea densa, en tanto que todo se llenaba de una niebla del mismo color. Ahora, las figuras de los policías vislumbrábanse como sombras purpúreas. La niebla adquirió una densidad mayor, hasta que llegó a tener una espesura tal, que ya no era una niebla, sino algo como una mezcla de papilla con mermelada de fresas. Sin embargo, no estorbaba nuestros movimientos ni oprimía la respiración.

Ignoro el tiempo que nos rodeó la niebla —tal vez un minuto, quizás media hora o una hora entera—; pero se desvaneció repentina e imperceptiblemente. Al desaparecer, ante nosotros surgió un cuadro completamente diferente. No había ni policías, ni casas, ni calles, sino solamente un desierto quemado por el sol y un cielo de nubes normales a grandes alturas. En lontananza, como cinta ahumada que se ennegreciera paulatinamente, prolongábase la carretera; y sobre la alambrada descansaba el coche desafortunado del agente comercial.

—¿Qué fue esto? ¿Un sueño? —preguntó éste.

Su voz sonó ronca, no natural, como si la lengua no se le sometiera: así empieza hablar aquel que ha perdido temporalmente el habla.

—No, no fue un sueño —repuse, y le di unas palmadas tranquilizadoras en el hombro—. Quiero serle sincero, fue una realidad evidente y nosotros fuimos sus únicos testigos.

Pero no, nosotros no fuimos los únicos testigos. Hubo otro testigo que, estando fuera, observó el fenómeno. Lo encontramos posteriormente. Anduvimos durante quince minutos antes de llegar al motel. Era una construcción antigua, ennegrecida por el peso de los años, pero con un garaje moderno, hecho de hormigón prefabricado en combinación con aluminio y vidrio. Johnson, como siempre, se encontraba sentado en los peldaños de la escalera de piedra. Se levantó al vernos, embargado por una alegría no natural e incomprensible.

—¿Don? —inquirió inseguro— ¿De dónde vienes?

—Del mismo infierno —repuse—. De su filial terrestre.

—¿Estuviste en esa Sodoma? —preguntó casi aterrorizado.

—Sí, estuve allí —afirmé—. Te lo relataré todo, mas, antes tráenos algo frío para beber, si acaso no eres un espejismo.

No, él no era un espejismo, como tampoco lo era el whisky con hielo. ¡Y qué agradable era estar sentado en la escalera y escuchar el relato de cómo se veía la ciudad desde afuera!

Johnson la vio inesperadamente. Se encontraba sentado en la escalera, dormitando, y, de repente, al levantar la cabeza, quedó petrificado: a su izquierda, donde nunca había existido nada excepto barro reseco, nació una ciudad melliza. A su izquierda, Sand City, y a su derecha, Sand City. «Pensé que era el fin del mundo, porque sin encontrarme en estado de embriaguez, veía dos ciudades idénticas ante mis ojos. Entré en mi casa y salí de nuevo: todo seguía tal como antes, yo en el medio y dos ciudades, Sodoma y Gomorra, a ambos lados. ¿Era un espejismo? Era posible, puesto que el desierto los hace aparecer. Sin embargo, la ciudad melliza ni se evaporaba ni se disipaba. Y, como ex profeso, a mi motel no llegaba ni un solo automóvil. A poco, la ciudad melliza se cubrió de algo parecido a una niebla o humo que, sin embargo, no era ni lo uno ni lo otro. Daba la impresión de que una nube rojo-anaranjada se posaba sobre ella a guisa de ocaso purpúreo que augurara la llegada de los vientos». Al escuchar el relato de Johnson, me di cuenta de que todos habíamos visto colores de matices diferentes. La niebla era o carmesí, o morada, o roja, o encarnada. Cuando se disipó, aparecimos nosotros caminando por la carretera.

Más tarde, María me contó sus impresiones sobre la niebla. Ella me esperaba y su traje era igual al de aquella muñeca-fantasma. Me puso al corriente de lo que sucedió en la ciudad. Sobre esto no te escribo, tan sólo te envío un par de recortes de periódicos. Ustedes comprenderán mejor que yo todos estos absurdos".

Coloqué a un lado la última página de la misiva y esperé a que Irina terminara de leerla: Cuando terminó, nos miramos mutuamente sin encontrar palabras que pudiesen expresar nuestras inquietudes. Quizás pensábamos en lo mismo: ¿será posible que nuestra vida cotidiana pueda mezclarse con los cuentos de hadas?

Capítulo 16 - Moscú-Paris

El recorte del periódico «Sand City Tribune» que Martin envió, comunicaba lo siguiente:

«Un curioso fenómeno meteorológico ocurrió ayer en nuestra ciudad. A las siete y media de la noche, cuando los bares, tiendas y cines a todo lo largo de la calle del Estado se hallaban iluminados, una extraña niebla roja descendió sobre la ciudad. Algunos testigos oculares aseguran que su color era violeta. A decir verdad, ésta no era una niebla corriente, pues la visibilidad conservaba su perfección a gran distancia y todas las cosas se distinguían claramente como en una mañana de verano despejada. Es cierto que posteriormente la niebla adquirió mayor densidad, tomando el aspecto del "smog» habitual de California. Algunos afirman que ésta era más espesa que la niebla londinense. Nadie sabe exactamente qué tiempo duró su condensación hasta llegar a la densidad completa; probablemente no mucho, porque la mayoría de los testigos interrogados por nosotros aseguran que la niebla permaneció transparente todo el tiempo y que sólo lo que les rodeaba —las casas, la gente, y hasta el aire— adquirió un matiz carmesí oscuro, casi punzó, como si miráramos con espejuelos con lentes rojos. Al principio la gente se detenía y miraba al cielo, pero, al no percibir en él nada anormal, continuaba tranquilamente su camino. La niebla no afectó a los asistentes en los espectáculos y películas: allí nadie ni siquiera la notó. El fenómeno persistió cerca de una hora, luego, la niebla (si se puede llamar niebla) se disipó y la ciudad adquirió su normal aspecto vespertino.

El meteorólogo James Backely, nacido en Sand City y ahora visitante de la ciudad, declaró que el fenómeno no puede ser clasificado como meteorológico. Según sus palabras, esto era más bien una nube enorme enrarecida, formada por partículas ínfimas de un colorante artificial, dispersas en el aire y probablemente traídas por el viento desde alguna fábrica de lacas y pinturas situada a unas ciento o ciento cincuenta millas de la ciudad. Esta acumulación estable de partículas ínfimas colorantes, dispersas en el aire, es un caso muy raro, mas no excepcional, y puede ser llevada por el viento a muchas millas de distancia.

Los reporteros creen que los rumores propagados acerca de las «nubes" rosadas son completamente infundados. Las "nubes" rosadas se deben buscar en las regiones polares y no en las subtropicales del continente. En cuanto a los delirios del viejo Johnson, propietario de un motel en la carretera federal, en los que afirmaba haber visto dos ciudades idénticas a ambos lados de su motel, no asombran a nuestros reporteros ni a las personas que conocen a Johnson. La temporada de turismo no ha empezado aún y el motel continúa vacío. Es posible que Johnson, apenado, bebiese una botella de whisky en exceso y, de tal suerte, quién le reprocharía por haber observado la duplicación de las cosas».

«Respecto a este asunto, nuestro mosquetero Lammy Cochen, propietario del bar "Orion" y líder del club "Salvajes", nos da otra explicación: "Busquen a los rojos —nos dice—. Ellos enrojecen no sólo nuestra política, sino también el aire que respiramos". ¿No tiene relación con la niebla la paliza que recibió el abogado neoyorquino Roy Desmond en la puerta de un bar de esta ciudad, al negarse a responder a la pregunta relacionada con su votación en las próximas elecciones? La policía llegó al instante al lugar del hecho, pero, lamentablemente, fue incapaz de encontrar a los culpables».

La interviú al almirante Thompson publicada en la revista «Time and People» llevaba el encabezamiento siguiente:

«Sand City es una ciudad apestada —dice el almirante—. Busquemos el talón de Aquiles de las "nubes" rosadas».

«En estos días, la pequeña ciudad sureña, sita en la carretera N° 66, ha sido el punto donde coincidieron todas las miradas del continente americano. Los periódicos de nuestro país han publicado noticias sobre la niebla purpúrea que envolvió súbitamente la ciudad y el relato del agente comercial Lesley Baker acerca de los sucesos extraños acaecidos en la ciudad melliza. A este respecto, nuestro corresponsal conversó con el almirante retirado Thompson, miembro de la expedición antártica norteamericana y primer testigo ocular de las acciones de las "nubes» rosadas.

—Almirante, ¿cuál es su opinión respecto a los sucesos de Sand City?

—Por favor, soy simplemente Thompson, una persona sin uniforme. Bien, pues, creo que mi opinión es la alarma de un hombre corriente, preocupado por el futuro de la humanidad.

—¿Considera usted que hay motivos para inquietarse?

—Claro que sí. Las «nubes" ya no se limitan a copiar a individuos aislados, sino que van más allá y sintetizan masas humanas. Como ejemplo evidente de mis palabras pueden servir: el barco "Alameida" con sus tripulantes y pasajeros; la tienda de Buffalo, en un día de baratillo y la fábrica de plástico en Evansville. Es imposible creer que todos los testigos hayan visto un mismo sueño, como si al lado de su fábrica surgiera una fábrica-copia que luego desapareció. No, nadie puede convencerme de que todo esto fue sólo un espejismo provocado por la diferencia de temperaturas en las diversas capas del aire. Ahora bien, lo importante no es que la existencia de la segunda fábrica fue efímera, sino el que nadie podría demostrarme convincentemente ¡cuál de las fábricas desapareció y cuál quedó!»

—Al hablar sobre los sucesos de Sand City usted afirmó en el club «Apolo» que esa ciudad está apestada. ¿En qué sentido?

—En el sentido directo. Esa ciudad exige un aislamiento total, estudio sistemático y observaciones permanentes en el futuro. El problema que nos desconcierta es el mismo: ¿son gentes reales o sus dobles? Lamentablemente, ni el Gobierno ni la sociedad han prestado la debida atención a este problema.

—Señor, ¿no está usted exagerando? —objetó nuestro corresponsal—. ¿Acaso se puede acusar al país de indiferente a los visitantes cósmicos?

El almirante respondió con ironía:

—No, naturalmente, no podemos acusarlo de indiferente si hablamos de las faldas «nubes rosadas" o de los peinados "Jinetes del mundo incógnito". O si hablamos del congreso de espiritistas, que declaró que las "nubes" eran las almas de los difuntos regresadas a la Tierra, trayendo los sacramentos del Todopoderoso. ¡Eso no se llama indiferencia! ¿O quizás tiene usted en cuenta a los senadores-filibusteros que pronunciaron discursos de doce horas acerca de los "Jinetes" con el propósito de revocar el proyecto de ley respecto a los impuestos sobre las grandes fortunas? ¿O a los agentes de bolsa que utilizan a las "nubes" para jugar a las bajas y alzas? ¿O a los predicadores que proclaman el fin del mundo? ¿O quizás a los productores de películas como "Bob Merrile, el vencedor de los "Jinetes del mundo incógnito"»? Todo esto no es más que un tubo de alcantarillado perforado por ambos lados, y solamente eso. Yo me refiero a otra cosa…

—¿A la guerra?

—¿A la guerra contra quién? ¿Contra las «nubes" rosadas? No soy tan idiota como para considerar a la humanidad lo suficientemente bien armada para luchar contra una civilización capaz de crear de la nada cualquier estructura atómica. Me refiero a la expulsión de las "nubes", mejor dicho, a la necesidad de encontrar un medio que ayude a tal expulsión. Porque, pese a todo, el poder de esa civilización —siguió diciendo el almirante—, podría tener su punto débil, su talón de Aquiles. Siendo así, ¿por qué nosotros no buscamos ese punto vulnerable? Considero que nuestros científicos no se esfuerzan como se debe para establecer contacto con los visitantes. No me refiero sólo al contacto en el sentido de comprensión mutua, sino en el sentido de acercamiento directo, inmediato, más acertadamente, de acercamiento espacial con los visitantes del cosmos, para, de ese modo, estudiarlos y observarlos. ¿Por qué no se ha podido localizar aún su base, su cuartel general terrestre? Yo enviaría a ese lugar más de una expedición, a fin de que, además de otros problemas, encontraron su vulnerabilidad, su talón de Aquiles. Entonces, todo tomaría otro aspecto completamente diferente».

Pese a la vocinglería de esta admonición, el almirante no me parecía un maníaco o una persona carente de inteligencia a quien le diesen la oportunidad de expresarse ante un sinnúmero de lectores. Sin embargo, pensé que su consecuente y convincente fanatismo podría resultar en el futuro más peligroso que las acciones aún desconocidas de nuestros visitantes del cosmos. Esta inquietud fue insinuada con cautela por el corresponsal que le hizo la interviú. Este señaló que la inclusión del almirante Thompson en la delegación científica norteamericana que tomaría parte en el Congreso internacional de Paris podría dificultar la realización de acuerdos conjuntos.

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