John Carter de Marte (4 page)

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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: John Carter de Marte
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Con gran cuidado devolvió la pesada piedra a su lugar, no dejando ninguna huella de su huida de la habitación. El pasillo en el que se encontró era muy bajo, por lo que se arrastró con manos y rodillas. El lugar era muy viejo y sucio, como si no hubiera sido habitado por larguísimo tiempo.

Gradualmente el túnel fue agrandándose y bajando. Muchos otros pequeños pasajes salían del principal. No había luz ni ruido, sólo un leve hedor pungente que empezaba a inundar el aire. Luego comenzó a iluminarse. El terrestre advirtió que estaba en las cavernas subterráneas del palacio.

La débil luz era causada por los globos de radio fosforescente que se utilizan en Marte para iluminar.

El terrestre descubrió muy pronto la fuente de la radiación. Un resplandor surgía a través de una brecha en el muro frente a él. Empujando la pesada piedra, John Carter penetró en una habitación. Su respiración se detuvo.

Frente a él había un guerrero con la espada desnuda, a punto de atravesar el pecho del terrestre.

Carter saltó hacia atrás con la velocidad de un rayo, sacando su propia espada y golpeando en la otra arma. El brazo armado del hombre rojo se desprendió de su cuerpo y cayó al suelo, donde se hundió en el polvo. La vieja espada golpeó en las losas.

Carter pudo ver ahora que el guerrero estaba apoyado contra el muro, balanceándose precariamente allí a través de los años, su armado brazo extendido al frente tal y como lo dejó tiempo atrás la muerte. La pérdida del arma desequilibró el torso, que golpeó contra el suelo y se disolvió en un montón de escombros.

Carter observó que en una sala vecina había un grupo de hermosas mujeres, encadenadas juntas con cadenas que salían de unos aros alrededor de sus cuellos. Estaban sentadas a la mesa donde habían comido; la comida estaba aún frente a ellas. Eran las prisioneras, las esclavas de los caudillos de la vieja ciudad muerta. El aire seco e inamovible y alguna segregación gaseosa de los muros y calabozos habían preservado su belleza a través del tiempo.

El terrestre había recorrido cierto número de pasos a través del pasillo cuando oyó tras él una especie de arañazos. Girándose en medio del pasillo miró hacia atrás. Unos brillantes ojos le seguían, y continuaron tras él mientras volvía por el túnel.

De nuevo oyó los arañazos, esta vez frente a él en el túnel. Otros ojos brillaban, John Carter extendió frente a sí la punta de su espada y corrió. Los ojos se retiraron pero el de atrás se acercó más.

Estaba ciertamente muy oscuro pero muy a lo lejos el terrestre pudo ver un ligero brillo iluminando el túnel. Corrió hacia la luz. Luchar con aquellas cosas mientras podía verlas sería preferible a dejarse sorprender fácilmente en el oscuro pasillo.

Carter entró en la habitación y a la débil luz se encontró cara a cara con la criatura cuyos ojos había percibido frente a él, en el pasillo. Era un ejemplar de la enorme rata marciana de tres patas.

Sus garras amarillentas arañaban repugnantemente el suelo con un insoportable sonido. En aquel momento, penetró en la habitación la rata que lo había estado siguiendo, y ambas comenzaron a acercarse al terrestre.

—Ahora soy yo la proverbial rata acorralada —murmuró mientras lanzaba un golpe hacia la criatura más cercana.

Esta esquivó el tajo y saltó hacia él. Pero la espada del terrestre estaba preparada y la rata atacante se ensartó antera en la punta.

Este ataque hizo retroceder a Carter cinco pasos; pero aún retuvo su espada, cuya punta había penetrado hasta la espalda del animal atravesando su salvaje corazón. Cuando logró dejar libre su espada y prepararse para enfrentar a su otro antagonista, una exclamación desmayada escapó de sus labios.

¡La habitación estaba llena de ratas! Las criaturas habían entrado a través de otra abertura y le habían formado un círculo a su alrededor, listas para atacar.

Durante una media hora Carter se batió furiosamente por su vida en el solitario calabozo bajo el palacio de la antigua ciudad de Korvas. Los cadáveres de las ratas muertas se apilaban a su alrededor y por un momento prevaleció sobre sus numerosos enemigos.

John Carter se derrumbó bajo un terrorífico golpe en su cabeza dado por un coletazo serpentino.

Estaba medio aturdido pero intentó mantener la espada preparada, mientras lo arrastraban por los brazos a través de la oscuridad de un túnel vecino.

IV

LA CIUDAD DE LAS RATAS

Carter se recobró completamente mientras caía en un charco de agua cenagosa. Escuchaba a las ratas beber codiciosamente mientras veía sus verdosos ojos brillar en la oscuridad. El fresco olor de la tierra mojada inundó su olfato y supo que estaba en una madriguera bajo las bodegas subterráneas del palacio.

Varias ratas se habían situado junto a él para agarrarlo por los brazos con sus garras delanteras y arrastrarlo. Era algo muy desagradable y esperó que no fuera por demasiado tiempo.

No tuvo que esperar mucho. La extraña compañía llego finalmente a una caverna subterránea enorme. Las luces que se filtraban a través de varias aberturas en el abovedado techo se reflejaban en miles de brillantes estalactitas de piedra de arena roja. Enormes estalagmitas, grandes formaciones sedimentarias de grotesca forma, surgían del suelo de la caverna.

Entre estas formaciones del suelo había numerosas edificaciones en forma de cúpula hechas de barro. Mientras lo arrastraban, Carter vio cómo varias ratas construían uno de los edificios. La obra consistía en blancos bastoncillos de diferentes tamaños unidos con el barro que depositaba en sus orillas una corriente subterránea. Los blancos trozos eran de irregulares grosor y altura. Una de las ratas detuvo su trabajo para roer uno. Parecía un hueso.

Cuando observó más de cerca vio que era el hueso de un muslo humano. Los edificios estaban construidos con huesos y cráneos, incluso algunos conservaban escalofriantes vestigios de pelo y carne. Carter notó que el hueso superior de todos los cráneos había sido retirado, cortado limpiamente.

El terrestre fue llevado hasta un claro en el centro de la caverna. Allí, entre una montaña de cráneos, se hallaba una rata más grande que las demás. Los tenebrosos ojos rosados de la criatura brillaron mientras empujaban a Carter hacia lo alto de la montaña.

Las bestias dejaron de empujar al terrestre y descendieron, dejando a Carter solo con la gran rata.

Los largos bigotes del monstruo se movían incesantemente cuando se acercó a oler al hombre, Había perdido una oreja en alguna antigua pelea y la otra estaba roída por una cicatriz.

Sus pequeños ojos rosados vigilaban a Carter constantemente mientras se atusaba la calva cola con una garra.

Ésta era evidentemente La Reina de las Ratas. Señora de las Profundidades, pensó Carter reteniendo la respiración. El hedor de la caverna era nauseabundo.

Sin quitar sus ojos de Carter la rata se volvió y tomó una calavera que puso ante él. Repitió el gesto, colocando otra calavera junto a la primera, hasta que formó un pequeño anillo de cabezas frente al terrestre.

Después, muy juiciosamente, se colocó dentro del círculo de cráneos y agarrando uno lo envió hacia Carter. El terrestre lo tomó y lo devolvió a la reina.

Esto pareció disgustar a su real alteza. No hizo ningún esfuerzo para coger el cráneo y lo dejó caer botando sobre la pila.

De pronto, saltó y dejó el pequeño círculo de cráneos dando al mismo tiempo agudos gritos airados.

Esto era algo muy desconcertante para el terrestre. Mientras así sucedía, se vio rodeado de dos círculos de ratas que formaron en la base de la pila, cada círculo compuesto por cerca de mil animales. Estos comenzaron una extraña danza moviéndose alrededor del dosel de huesos. La cola de cada rata estaba aferrada por la boca de la siguiente bestia formando así una cadena infinita.

No cabía duda de que el terrestre se hallaba en el centro de un salvaje ritual.

Aunque ignoraba la naturaleza exacta de la ceremonia, no tenía la más mínima duda sobre su final, los roídos cráneos, las amarillentas pupilas de los ojos que le observaban en la caverna, le ofrecían una horrible evidencia de su destino final.

¿Dónde habrían encontrado las ratas los cuerpos a los que pertenecían aquellas calaveras y dónde estaban los cerebros desaparecidos? La ciudad de Korvas, cualquier escolar marciano lo sabía, estaba desierta desde hacía muchos años; muchos de aquellos cráneos y huesos eran recientes, pues aún conservaban algo de carne. Carter 110 había encontrado en la ciudad otra evidencia de vida que el gran mono blanco, el misterioso gigante y a las propias ratas.

Sin embargo también estaba la joven a la que había oído gritar anteriormente. Este pensamiento acentuó su siempre presente ansiedad por la salvación de Dejah Thoris y el hallazgo de su paradero.

La espera le suponía un tormento. Mientras el círculo de ratas se cerraba sobre él. Los ojos del terrestre buscaban alguna vía de salvación. El círculo de ratas se cerraba lentamente, esperando a su rey, que se acercaba con las patas golpeando ruidosamente el suelo, mientras alzaba la cola. La pila de huesos emitía un sonido hueco.

El rey danzaba cada vez más rápido y el círculo de ratas se acercaba cada vez con más rapidez al montón de huesos. Las ratas más cercanas lanzaban hambrientas miradas al terrestre. Carter sonrió hoscamente y apretó su espada con más fuerza. Extraño sería si aquellos animales conseguían retenerlo allí.

Más de una de las bestias moriría antes de empezar su festín, y el rey podría ser la primera. No le cabía duda de que iba a ser sacrificado para proveer una orgía gastronómica. De pronto el rey detuvo sus salvajes giros directamente frente a Carter. Los danzantes se detuvieron instantáneamente, esperando, observando.

Un extraño y jadeante sonido comenzó a oírse en el trono del rey y aumentó de volumen hasta convertirse en un chillido agudo, El Rey de las Ratas se detuvo sobre el anillo de cráneos y avanzó lentamente hacia Carter.

De nuevo el terrestre miró a su alrededor en busca de alguna vía de escape. Esta vez la vio.

La bóveda estaba a poco menos de siete metros de altura. Ningún nacido en Marte podría considerar ese salto, pero John Carter había nacido en el planeta Tierra y había llevado a Marte todo el poder y la agilidad de un atleta de elite.

Así, combinando esta circunstancia con la ligera gravedad de Marte, el terrestre podría llevar a cabo su rápido plan al instante siguiente.

Tensamente esperó su oportunidad. La ceremonia estaba por concluir. El rey estaba acariciándose las fauces a menos de medio metro de la garganta de Carter. La mano del terrestre vibró sobre la empuñadura de su espada, luego la hoja salió de su funda. Se produjeron un movimiento y un golpe vertiginosos. La cabeza del rey voló a través del aire y rodó por el suelo rebotando entre la pila de cráneos.

Las otras bestias quedaron desconcertadas y en silencio momentáneamente. Luego, chillando salvajemente, treparon sobre el montón de huesos intentando partir al terrestre en pedazos. John Carter saltó y con un poderoso impulso de sus músculos terrestres se alzó siete metros en el aire.

Desesperadamente se agarró a una estalactita. Poco después se había deslizado entre los colgantes musgos por el vasto techo de la caverna. En una ocasión miró abajo para ver a las ratas gritando y removiéndose en total confusión. También observó algo más. Aparentemente sólo había una entrada o salida del calabazo que formaban la ciudad subterránea de las ratas: el mismo túnel a través del que había sido arrastrado.

Por tanto el terrestre debía de buscar alguna otra salida de la bóveda.

Por fin encontró un agujero abierto, y saltando entre una pesada cortina de musgo Carter entró en una cueva. Eran muchos las ramales de túnel que penetraban en la oscuridad, muchos de ellos cerrados por las telas de la araña marciana gigante. Eran, evidentemente, parte de una gran obra subterránea de túneles que había sido hecha años atrás por los antiguos que habitaron Korvas.

Carter tenía su espada lista para cualquier encuentro con hombres o bestias que pudiera encontrar en su camino. Empezó a recorrer el largo túnel.

Las perpetuas luces de radio que habían sido empotradas en los muros durante la construcción, daban suficiente luz para que el terrestre viera su camino con alguna claridad.

Carter se detuvo ante una maciza puerta al final del túnel. Estaba grabada con jeroglíficos desconocidos para el terrestre. El ruido distante de algo que sonaba como muchos motores llegaba a él desde el otro lado de la puerta.

La empujó, descubriendo que no estaba atrancada, y se detuvo justo, incrédulo ante el enorme laboratorio que allí había.

Grandes motores bombeaban oxigeno a través de largas pipetas en hileras de cristal, que se alineaban contra la pared y llenaban la aséptica habitación blanca desde un lado al otro. En el centro del laboratorio se desplegaban algunas mesas de cirugía, con grandes hileras de focos que las iluminaban desde arriba.

Pero el contenido de los cristales atrajo inmediatamente la atención del terrestre. Cada jaula contenía un gran mono blanco aprisionado y aparentemente sin vida.

Cada una de las peludas cabezas estaba vendada. ¿Si estas bestias estaban muertas porqué los tubos de oxigeno ronroneaban bombeando al interior de las jaulas?

Carter anduvo a través de la habitación examinando las jaulas de cerca. En medio de la sala, ante el largo muro, había una cúpula que tapaba un pozo abierto en el suelo.

El pozo estaba lleno de cadáveres de guerreros rojos con los cráneos abiertos limpiamente.

V

LA CÁMARA DE LOS HORRORESS

En el fondo del pozo, Carter pudo ver formas vagas moviéndose entre los cadáveres de los hombres rojos. Eran ratas y cuando el terrestre observó atentamente pudo ver cómo arrastraban los cuerpos hacia los túneles vecinos. Estos túneles secundarios probablemente desembocaban en el principal, que llevaba a la ciudad subterránea de las ratas.

¡De aquí conseguían las ratas los cráneos y huesos con los que habían construido y mantenían sus viviendas subterráneas!

Los ojos de Carter inspeccionaron detenidamente el laboratorio. Observó las mesas de operaciones, los instrumentos, los anestésicos. Todo dispuesto para algún espantoso experimento ideado por algún científico demente.

En el interior de una estantería de cristal se alineaban varios libros. Un grueso ejemplar, escrito con letras doradas, se titulaba «Pew Mogel, su vida y sus excelentes trabajos».

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