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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantástico

Juego de Tronos (61 page)

BOOK: Juego de Tronos
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—Delante de mi hermano, no, Theon —le advirtió Robb, mirando a Bran de soslayo.

Bran hizo como si no hubiera oído nada, pero sintió los ojos de Greyjoy clavados en él. Seguro que estaba sonriendo. Sonreía mucho, como si el mundo entero fuera un chiste y sólo él lo entendiera. Por lo visto Robb admiraba a Theon y le gustaba estar con él, pero a Bran nunca le había caído bien el pupilo de su padre.

—Lo estás haciendo muy bien, Bran —le dijo Robb acercándose a él.

—Quiero ir más deprisa —respondió el niño.

—Como quieras. —Robb sonrió.

Puso su capón al trote. Los lobos corrieron tras él. Bran hizo restallar las riendas con un golpe seco, y
Bailarina
aceleró el paso. Oyó el grito de Theon Greyjoy, y los cascos de los otros caballos a su espalda.

La capa de Bran ondeaba al viento, y la nieve le azotaba el rostro. Robb estaba mucho más adelante, de cuando en cuando echaba un vistazo por encima del hombro para asegurarse de que Bran y los demás lo seguían. Sacudió las riendas de nuevo.
Bailarina
, suave como la seda, se puso al galope. La distancia se redujo. Cuando alcanzó a Robb, en las lindes del Bosque de los Lobos, a tres kilómetros de la ciudad invernal, los demás habían quedado muy atrás.

—¡Puedo cabalgar! —gritó Bran con una sonrisa.

Era casi tan delicioso como volar.

—Te echaría una carrera, pero me da miedo que me ganes. —Robb hablaba en tono ligero y jocoso, pero Bran sabía que, bajo la sonrisa de su hermano, había cierta preocupación.

—No quiero echar carreras. —Buscó a los lobos huargos con la mirada; los dos habían desaparecido en el bosque—. ¿Oíste cómo aullaba
Verano
anoche?


Viento Gris
también estaba inquieto —asintió Robb. Tenía el cabello castaño demasiado largo y revuelto, y la pelusa gris que le cubría la mandíbula le hacía aparentar más de quince años—. A veces tengo la sensación de que saben cosas... sienten cosas... —Suspiró—. Nunca sé qué debo contarte y qué no, Bran. Ojalá fueras mayor.

—¡Ya tengo ocho años! —replicó Bran—. Ocho años es menos que quince, pero no mucho, y después de ti soy el heredero de Invernalia.

—Es verdad. —Robb parecía triste, y hasta un poco asustado—. Tengo que decirte una cosa, Bran. Anoche llegó un pájaro. Venía de Desembarco del Rey. El maestre Luwin me despertó.

Bran sintió un ramalazo de temor. «Alas negras, palabras negras», decía siempre la Vieja Tata, y en los últimos tiempos los cuervos mensajeros le daban la razón. Cuando Robb escribió al Lord Comandante de la Guardia de la Noche, el pájaro volvió con la noticia de que el tío Benjen seguía desaparecido. Luego llegó un mensaje del Nido de Águilas, de su madre, y tampoco eran buenas noticias. No decía cuándo iba a regresar, sólo que había cogido prisionero al Gnomo. A Bran le caía bien el hombre pequeño, pero el nombre de los Lannister le daba escalofríos. Había algo relativo a ellos, algo que debía recordar, pero cada vez que lo intentaba le entraban mareos y se le encogía el estómago. Robb se pasó el día entero encerrado tras sus puertas, reunido con el maestre Luwin, Theon Greyjoy y Hallis Mollen. Después partieron caballos con las órdenes de Robb para todo el norte. Bran oyó hablar de Foso Cailin, la antigua fortaleza que los primeros hombres habían construido en la cima del Cuello. Nadie le contaba qué pasaba, pero sabía que no podía ser nada bueno.

Y ahora otro cuervo, otro mensaje. Bran se aferró a la esperanza.

—¿Lo enviaba madre? ¿Dice cuándo va a volver?

—Era un mensaje de Alyn, en Desembarco del Rey. Jory Cassel ha muerto. Wyl y Heward también. Los asesinó el Matarreyes. —Robb alzó el rostro hacia la nieve, los copos se le derritieron en las mejillas—. Los dioses los acojan en su seno.

Bran no sabía qué decir. Se sentía como si le hubieran quitado el aliento de un puñetazo. Jory había sido capitán de la guardia de Invernalia desde antes de que él naciera.

—¿Han matado a Jory? —Se acordó de todas las veces en que Jory lo había perseguido por los tejados. Lo veía claramente, cruzando el patio a zancadas, vestido con su cota de mallas, sentado en su lugar habitual del Salón Principal, bromeando mientras comía—. ¿Por qué querría nadie matar a Jory?

—No lo sé. —Robb sacudió la cabeza, se le veía el dolor en los ojos—. Y... y eso no es lo peor, Bran. Durante la pelea, el caballo de Padre cayó y lo pilló debajo. Alyn dice que tiene la pierna destrozada, y... maestre Pycelle le ha dado la leche de la amapola, pero no saben bien cuándo... cuándo... —Oyó cascos de caballos que le hicieron mirar camino abajo, hacia el punto por donde se acercaban Theon y los demás—. No saben cuándo despertará —terminó. Se llevó una mano al pomo de la espada, y prosiguió con la voz solemne de Robb el Señor—. Te prometo, Bran, que pase lo que pase, no olvidaré esto.

Tenía algo en la voz que hizo que Bran sintiera aún más miedo.

—¿Qué harás? —preguntó en el momento en que Theon Greyjoy tiraba de las riendas junto a ellos.

—Theon cree que debería llamar a los vasallos —dijo Robb.

—Sangre por sangre. —Theon Greyjoy no sonreía, para variar.

Se le veía una mirada hambrienta en el rostro fino y moreno, y el pelo oscuro le caía sobre los ojos.

—Sólo el señor puede llamar a los vasallos —dijo Bran.

La nieve empezaba a arremolinarse en torno a ellos.

—Si tu padre muere, Robb será el señor de Invernalia —señaló Theon.

—¡Pero no se va a morir! —le gritó Bran.

Robb le cogió la mano.

—No se morirá, Bran —dijo Robb con voz tranquila cogiéndole de la mano—, hablamos de Padre. De todos modos... ahora el honor del norte está en mis manos. Cuando nuestro señor padre se marchó, me dijo que fuera fuerte por ti y por Rickon. Ya casi soy un hombre, Bran.

—Quiero que vuelva madre —dijo el niño, acongojado mientras se estremecía. Miró hacia el camino. El maestre Luwin se divisaba a lo lejos, en su asno—. ¿El maestre Luwin piensa también que hay que llamar a los vasallos?

—El maestre es tímido como una anciana —dijo Theon.

—Padre siempre le pedía consejo —recordó Bran a su hermano—. Y madre también.

—Igual que yo —insistió Robb—. Pido consejo a todo el mundo.

La alegría de Bran se había derretido como los copos de nieve sobre el rostro. Unos meses antes, la idea de que Robb llamara a los vasallos y partiera a la guerra le habría emocionado, pero en aquel momento lo único que sentía era temor.

—¿Volvemos a casa? —preguntó—. Tengo frío.

—Tenemos que buscar a los lobos —dijo Robb mirando alrededor—. ¿Puedes aguantar un poco más?

—Aguanto lo que tú aguantes.

El maestre Luwin le había advertido que no cabalgara demasiado por si la silla le hacía daño, pero Bran no iba a reconocer ninguna debilidad ante su hermano. Estaba harto de que todos lo rodearan constantemente para preguntarle cómo se encontraba.

—Pues vamos a dar caza a los cazadores —dijo Robb.

Iniciaron el trote para salir del camino real y adentrarse en el Bosque de los Lobos. Theon los siguió rezagado; iba charlando y bromeando con los guardias.

Bajo los árboles, todo era más agradable. Con un ligero tirón de riendas, Bran hizo que
Bailarina
fuera al paso y se dedicó a mirar a su alrededor. Conocía bien aquel bosque, pero llevaba tanto tiempo confinado en Invernalia que se sentía como si lo viera por primera vez. Los aromas le inundaban las fosas nasales: el frescor de las agujas de pino, el olor a tierra de las hojas podridas, los rastros de los animales, las hogueras lejanas. Divisó el movimiento de una ardilla negra entre las ramas nevadas de un roble y se detuvo para observar la telaraña plateada de una araña emperatriz.

Theon y los demás se fueron quedando cada vez más rezagados, hasta que Bran ya no alcanzó a oír sus voces. Más adelante se escuchaba el rumor de las aguas. Se fue haciendo más y más audible a medida que se acercaban al riachuelo. Las lágrimas le escocieron en los ojos.

—¿Qué te pasa, Bran? —preguntó Robb.

—Me estaba acordando de una cosa —respondió—. Jory nos trajo una vez aquí a pescar truchas, ¿te acuerdas? A ti, a Jon y a mí.

—Sí, me acuerdo —asintió Robb en voz baja, triste.

—Yo no cogí ninguna —siguió Bran—, pero en el camino de vuelta Jon me dio la suya. ¿Crees que volveremos a ver a Jon?

—Ya vimos al tío Benjen cuando vino el Rey de visita, ¿no? —señaló Robb—. Jon también vendrá a vernos algún día.

El riachuelo bajaba muy crecido y rápido. Robb desmontó y guió su capón hacia la orilla. En la zona más profunda del paso el agua le llegaba hasta medio muslo. Ató el caballo a un árbol al otro lado y volvió a vadearlo para recoger a Bran y a
Bailarina
. La corriente se arremolinaba en torno a las rocas y las raíces de los árboles, y Bran sintió las salpicaduras en el rostro al cruzar. Aquello le provocó una sonrisa, y por un momento volvió a sentirse fuerte, entero. Alzó la vista hacia las copas de los árboles y soñó que se encaramaba a ellas, hasta las ramas más altas, y todo el bosque se extendía a sus pies.

Estaban ya al otro lado cuando oyeron el aullido, un aullido creciente que corría entre los árboles como una ráfaga de viento frío. Bran alzó la cabeza para escuchar.

—Es
Verano
—dijo.

En aquel momento, otro aullido se unió al primero.

—Han conseguido una presa —dijo Robb al tiempo que volvía a montar—. Más vale que vaya a buscarlos. Espera aquí, Theon y los demás no tardarán en llegar.

—Quiero ir contigo —protestó Bran.

—Si voy yo solo los encontraré antes. —Robb espoleó a su capón y se perdió entre los árboles.

Cuando se encontró a solas, Bran tuvo la sensación de que los árboles se cerraban en torno a él. La nieve empezaba a caer más densa. Se derretía tan pronto tocaba el suelo, pero a su alrededor tanto las rocas como las raíces y las ramas empezaban a lucir ya una fina sábana blanca. Poco a poco se fue sintiendo incómodo. No sentía las piernas, que le colgaban inútiles en los estribos, pero la correa que llevaba en torno al pecho estaba muy apretada, y la nieve derretida le había empapado los guantes, con lo que tenía las manos congeladas. No sabía por qué Theon, y el maestre Luwin, y Joseth y los demás tardaban tanto.

Al oír el crujido de las hojas a su espalda, Bran movió las riendas para que
Bailarina
se diera media vuelta, con la esperanza de encontrarse con sus amigos, pero los hombres harapientos que aparecieron en la orilla del río eran completos desconocidos.

—Buenos días —saludó, nervioso. Una simple mirada le había bastado para saber que no eran guardabosques, ni tampoco campesinos. De pronto se dio cuenta de lo lujosas que eran las ropas que llevaba. Lucía un chaleco nuevo, de lana gris oscura con botones de plata, y se aseguraba la capa ribeteada de pieles con un gran broche de plata. También las botas y los guantes tenían forro de piel.

—Estás solo, ¿eh? —dijo el más corpulento, un hombre calvo de rostro curtido por el viento—. Pobre chico, se ha perdido en el Bosque de los Lobos.

—No me he perdido. —A Bran no le gustaban las miradas de los desconocidos. Los contó, eran cuatro, pero al volver la cabeza vio a dos más a su espalda—. Mi hermano se ha alejado un momento, y mis guardias no tardarán en llegar.

—Tus guardias, ¿eh? —dijo un segundo hombre, con barba gris de varios días en las mejillas demacradas—. ¿Y qué es lo que guardan, señorito? ¿Ese broche de plata que llevas en la capa?

—Es bonito —dijo una voz de mujer.

Aunque no parecía una mujer; era alta y flaca, tenía el rostro endurecido como el de los demás, y se ocultaba el pelo bajo un casco en forma de cuenco. Llevaba una lanza de dos metros, con asta de roble negro y punta de acero oxidado.

—Vamos a verlo mejor —sugirió el calvo.

Bran lo miró, nervioso. Las ropas del hombre estaban sucias, casi destrozadas, con parches marrones, azules, verdes, casi todos desteñidos hasta parecer grises, aunque quizá en el pasado su capa fue negra. El hombre de la barba incipiente también llevaba harapos negros, y Bran se sobresaltó. De pronto, recordó al hombre al que su padre había decapitado el día que encontraron a los cachorros de huargo. También aquél había vestido el negro, y su padre le explicó que era un desertor de la Guardia de la Noche. «No hay ser más peligroso —fueron las palabras de Lord Eddard—. El desertor sabe que, si lo atrapan, se puede dar por muerto, así que no se detendrá ante ningún crimen por espantoso que sea.»

—El broche, mocoso —dijo el hombre corpulento y extendió la mano.

—Nos llevaremos también el caballo —dijo una mujer más baja que Robb, con cara de plato y pelo rubio muy lacio—. Bájate, venga. —Se sacó de la manga un cuchillo de hoja serrada.

—No... —tartamudeó Bran—. No puedo... —Antes de que Bran tuviera tiempo de hacer que
Bailarina
se diera la vuelta para alejarse al galope, el hombre corpulento agarró las riendas.

—Claro que puedes, señorito. Y haz lo que te han dicho, si sabes lo que te conviene.

—Mira cómo va sujeto a la silla, Stiv. —La mujer alta apuntó con la lanza—. Puede que diga la verdad.

—Son correas, ¿verdad? —asintió Stiv. Se sacó una daga de la funda que le colgaba del cinturón—. De eso me encargo yo.

—¿Eres una especie de tullido? —preguntó la mujer baja.

—Soy Brandon Stark de Invernalia —dijo Bran, mirándolo rabioso—, y si no sueltas mi caballo os haré ajusticiar a todos.

—No cabe duda, es un Stark. —El hombre flaco de la barbita gris se echó a reír—. Sólo los Stark son tan idiotas como para amenazar cuando debería estar suplicando.

—Córtale la picha y métesela en la boca —sugirió la mujer baja—. A ver si así se calla.

—Eres tan idiota como fea, Hali —dijo la mujer alta—. Muerto, el chico no vale nada. En cambio, vivo... Por todos los dioses, ¿te imaginas qué nos daría Mance si le lleváramos como rehén a un pariente de Benjen Stark?

—A la mierda con Mance —bufó el hombre corpulento—. ¿Acaso quieres volver allí, Osha? Estúpida. ¿Crees que a los caminantes blancos les importará que tengas un rehén? —Se volvió hacia Bran y cortó la correa del muslo del chico.

El cuero se abrió con un susurro.

Había sido un tajo rápido y descuidado, profundo. Bran bajó la vista y vio la carne blanca por debajo de las polainas de lana. La sangre empezó a manar, vio cómo se extendía la mancha roja. Tenía una sensación curiosa, como si estuviera presenciando todo aquello desde otro lugar. No había sentido dolor, ni la más mínima molestia. El hombre dejó escapar un gruñido de sorpresa.

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