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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantástico

Juego de Tronos (56 page)

BOOK: Juego de Tronos
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La guerra no terminó hasta el día en que Lysa y ella contrajeron matrimonio. Durante el festín de bodas, Brynden dijo a su hermano que se marchaba de Aguasdulces para servir a Lysa y a su esposo, el señor del Nido de Águilas. Desde entonces Lord Hoster no volvió a pronunciar el nombre de su hermano, al menos por lo que Edmure le contaba en sus escasas cartas.

Y pese a todo, durante los años de la infancia de Catelyn, era a Brynden el Pez Negro a quien acudían los niños con sus llantos y sus historias, cuando su padre estaba demasiado ocupado y su madre demasiado enferma. Catelyn, Lysa, Edmure... y sí, hasta Petyr Baelish, el pupilo de su padre. Él los había escuchado a todos con paciencia, igual que en aquel momento la escuchaba a ella, se reía con sus triunfos y los consolaba en sus infortunios infantiles.

Cuando acabó el relato, su tío se quedó en silencio un buen rato mientras los caballos avanzaban por la pendiente rocosa del sendero.

—Hay que contárselo a tu padre —dijo al final—. Si los Lannister atacan, Invernalia está lejos y el Valle bien protegido tras las montañas, pero Aguasdulces está en su camino.

—Ése era mi temor —admitió Catelyn—. En cuanto lleguemos al Nido de Águilas pediré al maestre Colemon que envíe un pájaro. —No era el único mensaje que tenía que enviar. Ned le había encargado que transmitiera órdenes a sus abanderados para que aprestasen las defensas del norte—. ¿Cómo están los ánimos por el Valle? —preguntó.

—Impera la ira —suspiró Brynden Tully—. Lord Jon era muy querido, y cuando el Rey concedió a Jaime Lannister un cargo que los Arryn llevaban trescientos años ostentando, el insulto fue doloroso. Lysa nos ha dado orden de que llamemos a su hijo el «verdadero» Guardián de Oriente, pero no engaña a nadie. Y tu hermana no es la única que tiene dudas sobre la muerte de la Mano. Nadie osa decir abiertamente que Jon fue asesinado, pero la sospecha proyecta sombras muy largas. —Miró a Catelyn con los labios apretados—. Y también está el muchacho.

—¿El muchacho? ¿Qué le pasa? —Agachó la cabeza al pasar bajo una roca saliente, traicionera en una curva cerrada.

—Lord Robert —suspiró su tío con tono preocupado—. Tiene seis años, es enfermizo y llora si le quitas los muñecos. Los dioses saben que es el heredero de Jon Arryn, pero hay quien piensa que es demasiado débil para ocupar el lugar de su padre. Néstor Royce lleva catorce años como mayordomo jefe, ocupó ese puesto todo el tiempo que Lord Jon pasó en Desembarco del Rey para servir a Robert, y muchos creen que debería seguir haciéndolo hasta la mayoría de edad del niño. Otros opinan que Lysa debería casarse de nuevo, lo antes posible. Los pretendientes revolotean en torno a ella como cuervos en un campo de batalla. El Nido de Águilas está a rebosar de hombres que aspiran a su mano.

—Era de esperar —respondió Catelyn. No tenía nada de extraño; Lysa era todavía joven y el reino de la Montaña y el Valle era una dote de bodas excepcional—. ¿Volverá a casarse Lysa?

—Ella dice que sí, cuando encuentre al hombre adecuado —respondió Brynden Tully—. Pero ya ha rechazado a Lord Néstor y a otra docena de hombres más que aceptables. Lysa jura que esta vez será ella quien elija a su señor esposo.

—Tú eres el que menos debería reprochárselo.

—Y no se lo reprocho, pero... —Ser Brynden dejó escapar un bufido—. Tengo la sensación de que no hace más que jugar a los cortejos. Disfruta con el galanteo, pero creo que tu hermana tiene intención de gobernar hasta que el niño tenga edad para ser el señor del Nido de Águilas. Tanto de nombre como de hecho.

—Una mujer puede gobernar igual que un hombre —señaló Catelyn.

—La mujer adecuada, sin duda. —Su tío la miró de reojo—. Pero no te llames a engaño, Cat. Tu hermana no es como tú. —Titubeó un instante—. Si quieres que te diga la verdad, me temo que no encuentres en ella... la ayuda que esperas.

—¿Qué quieres decir? —Aquello la había desconcertado.

—La Lysa que regresó de Desembarco del Rey no es la misma muchacha que viajó al sur cuando nombraron Mano a su esposo. Fueron años muy duros para ella. Sin duda lo sabes. Lord Arryn cumplía con sus deberes como marido, pero su matrimonio no surgió de la pasión, sino de la política.

—Igual que el mío.

—Ambas empezasteis de la misma manera, pero tu final ha sido más feliz que el de tu hermana. Dos bebés nacieron muertos, otros tantos abortos, la muerte de Lord Arryn... Los dioses sólo concedieron un hijo a Lysa, Catelyn, y ese pobre chiquillo es todo lo que le queda a tu hermana. Tiene miedo, niña, miedo sobre todo de los Lannister. Escapó de la Fortaleza Roja como un ladrón en la noche, llegó huyendo al Valle, todo para arrancar a su hijo de las fauces del león. Y ahora, tú has traído el león hasta sus puertas.

—Encadenado —replicó Catelyn.

A su derecha se abría un precipicio insondable y oscuro. Tiró de las riendas de su caballo y prosiguió el descenso con cautela.

—¿De veras? —Su tío echó un vistazo hacia atrás, a Tyrion Lannister, que descendía por el camino con iguales precauciones—. Lleva un hacha colgada de la silla, una daga en el cinturón y un mercenario que lo sigue como una sombra hambrienta. ¿Dónde están las cadenas, pequeña?

—Está aquí, y no por decisión propia. —Catelyn, incómoda, cambió de postura en la silla—. Encadenado o no, es mi prisionero. Lysa deseará tanto como yo que pague por sus crímenes. Fue a su esposo a quien asesinaron los Lannister, fue su carta la que nos puso en guardia contra ellos.

Brynden
el Pez Negro
le dedicó una sonrisa desganada.

—Ojalá tengas razón, niña —suspiró con un tono que indicaba que estaba equivocada.

El sol estaba ya muy al oeste cuando la ladera empezó a convertirse en llanura bajo los cascos de los caballos. El camino se hizo más ancho y recto, y Catelyn vio por primera vez hierba y flores. Una vez en la cuenca del valle pudieron avanzar más deprisa. Pasaron junto a bosques frondosos y pueblecillos adormilados, bordearon huertos y campos dorados de trigo, cruzaron una docena de arroyuelos bañados por la luz del sol poniente. Su tío envió por delante un portaestandarte con los emblemas de la luna y el halcón, de la Casa Arryn, y bajo él, su pez negro. Los carros de los granjeros, los carromatos de los mercaderes y los jinetes de las casas menores se apartaban a un lado para dejarles paso.

Pese a todo, era ya noche cerrada cuando llegaron al castillo que se alzaba al pie de la Lanza del Gigante. En sus baluartes brillaban las antorchas, y la luna se reflejaba en las aguas oscuras del foso. El puente levadizo estaba ya alzado y el rastrillo bajado, pero Catelyn vio que en la caseta de la guardia brillaban luces. También la luz se derramaba de las ventanas de las torres interiores.

—Las Puertas de la Luna —dijo su tío mientras el grupo se detenía. El portaestandarte cabalgó hasta el borde del foso para llamar a los guardias—. Aquí vive Lord Nestor. Nos estará esperando. Mira, arriba.

Catelyn alzó la vista, un largo trecho. Al principio lo único que divisó fueron piedras y árboles, la mole imponente de la gran montaña envuelta en la noche, negra como una noche sin estrellas. Entonces advirtió el brillo de hogueras lejanas, muy por encima de ellos: era un torreón de vigilancia, edificado en la ladera de la montaña, con luces como ojos anaranjados que los observaban desde arriba. Por encima había otro torreón, aún más lejano, y un tercero que no era sino una chispa titilante en el cielo. Y por fin, en la cima, hasta donde sólo se remontaban los halcones, un rayo blanco a la luz de la luna. Al contemplar las torres claras, tan altas y lejanas, la invadió el vértigo.

—Es el Nido de Águilas —murmuró Marillion, asombrado.

—Por lo visto a los Arryn no les gustan mucho las visitas —intervino la voz chillona del enano—. Si tenéis pensado que subamos en la oscuridad, casi prefiero que me matéis ahora mismo.

—Pasaremos la noche aquí, mañana iniciaremos el ascenso —le dijo Brynden.

—La impaciencia me consume —replicó el enano—. ¿Cómo vamos a subir? Nunca he montado a lomos de una cabra.

—En mulas —dijo Brynden con una sonrisa.

—Hay peldaños excavados en la montaña —dijo Catelyn.

Ned se lo había contado al hablarle de su juventud allí, con Robert Baratheon y Jon Arryn. Su tío asintió.

—Ahora mismo está muy oscuro y no se ven, pero hay escalones. Son demasiado altos y estrechos para los caballos, pero en mula se puede recorrer casi todo el camino. Hay tres torreones de vigilancia, Piedra, Nieve y Cielo. Con las mulas llegaremos hasta Cielo.

—¿Y luego? —Tyrion Lannister miró hacia arriba, dubitativo.

—Luego el camino se vuelve demasiado empinado hasta para las mulas —contestó Brynden con una sonrisa—. Hay que recorrerlo a pie. O tal vez prefiráis ir en un cesto. El Nido de Águilas se encuentra en la ladera de la montaña, justo por encima de Cielo, y en los sótanos hay seis grúas enormes con cadenas de hierro largas, para subir las provisiones. Si mi señor Lannister lo prefiere, puedo hacer que lo suban junto con el pan, la cerveza y las patatas.

—Ni que fuera una calabaza —dijo el enano soltando una risotada—. Por desgracia, mi señor padre se sentiría muy ofendido si un Lannister acudiera al encuentro de su destino como si fuera un manojo de nabos. Si vosotros subís a pie, yo haré lo mismo. Los Lannister tenemos un poco de orgullo.

—¿Orgullo? —le espetó Catelyn. El tono burlón y tranquilo del enano la ponía furiosa—. Hay quien lo llamaría arrogancia. Arrogancia, codicia y ansia de poder.

—Mi hermano es arrogante, no cabe duda —replicó Tyrion Lannister—. Mi padre es la viva imagen de la codicia, y mi querida hermana Cersei ansia el poder con toda su alma. Yo, en cambio, soy inocente como un corderillo. —Sonrió—. ¿Queréis oír mi balido?

Antes de que tuviera ocasión de contestarle, el puente levadizo empezó a descender, y les llegó el sonido de las cadenas engrasadas que levantaban el rastrillo. Los guardias salieron con antorchas para iluminarles el camino y su tío los guió para cruzar el foso. Lord Néstor Royce, Mayordomo Jefe del Valle y Guardián de las Puertas de la Luna, los esperaba en el patio, rodeado de sus caballeros, para darles la bienvenida

—Lady Stark —dijo, con una reverencia.

Era un hombre corpulento, de torso como un barril, y su inclinación resultó torpe y poco agraciada.

—Lord Néstor —dijo Catelyn mientras desmontaba ante él. No conocía a aquel hombre más que por su reputación; era primo de Bronze Yohn, de una rama inferior de la Casa Royce, pero aun así era un hombre importante por derecho propio—. Ha sido un viaje largo y agotador. ¿Puedo suplicaros la hospitalidad de vuestro techo?

—Mi techo es vuestro, mi señora —replicó Lord Néstor con voz áspera—. Pero vuestra hermana, Lady Lysa, ha enviado un mensaje desde el Nido de Águilas. Quiere veros enseguida. El resto de vuestro grupo se alojará aquí, e iniciarán el ascenso en cuanto amanezca.

—¿Qué tontería dices? —espetó a Lord Néstor su tío mientras desmontaba. Brynden Tully no era hombre que midiera sus palabras—. ¿Ascender de noche, cuando ni siquiera hay luna llena? Hasta Lysa sabe que eso es jugarse el cuello.

—Las mulas conocen el camino, Ser Brynden —intervino una muchacha flaca, de diecisiete o dieciocho años, dando un paso al frente junto a Lord Néstor. Tenía el pelo oscuro, muy corto y lacio, llevaba ropas de montar de cuero y una cota de mallas ligera. Hizo una reverencia a Catelyn, más elegante que la de su señor—. Os aseguro que no os pasará nada, mi señora. Para mí será un honor guiaros. He subido de noche cientos de veces. Mychel dice que mi padre debió de ser una cabra.

Su tono de voz era tan arrogante que Catelyn no pudo contener una sonrisa.

—¿Cuál es tu nombre, niña?

—Mya Piedra, para serviros, señora —respondió.

Aquello no le gustó, y tuvo que hacer un esfuerzo para mantener la sonrisa. «Piedra» era el nombre que se daba a los bastardos en el Valle, igual que «Nieve» en el norte, y «Flores» en Altojardín. En cada uno de los Siete Reinos, la tradición imponía un apellido a los niños nacidos sin un padre que se lo diera. Catelyn no tenía nada en contra de aquella muchacha, pero de pronto no pudo evitar recordar al bastardo de Ned en el Muro. Aquello la hizo sentir furiosa y culpable a la vez. Trató de pensar una respuesta.

Lord Néstor se encargó de llenar el silencio.

—Mya es una chica muy lista, si ella dice que os llevará sana y salva hasta Lady Lysa, yo la creo. Jamás me ha fallado.

—En ese caso, Mya Piedra, me pongo en tus manos —dijo Catelyn—. Lord Néstor, os encomiendo que vigiléis bien a mi prisionero.

—Y yo os encomiendo que llevéis al prisionero una copa de vino y un buen capón asado, antes de que se muera de hambre —intervino Lannister—. Tampoco estaría mal tener una mujer, pero me imagino que es pedir demasiado.

El mercenario Bronn soltó una carcajada. Lord Néstor hizo caso omiso de la burla.

—Como ordenéis, mi señora. —Sólo entonces se dignó a mirar al enano—. Acompañad al señor de Lannister a una celda de la torre, y llevadle carne e hidromiel.

Catelyn se despidió de su tío y de los demás, y vio cómo se llevaban a Tyrion Lannister. Luego siguió a la bastarda por el castillo. Tenían dos mulas esperando en el patio superior, ya estaban ensilladas. Mya la ayudó a montar, mientras un guardia con capa color azul celeste abría una estrecha poterna. Al otro lado había un espeso bosque de pinos y abetos, y más allá la montaña, semejante a un muro negro, pero allí estaban los escalones ascendentes, tallados en la roca.

—Hay personas que prefieren cerrar los ojos —dijo Mya, al tiempo que guiaba a las mulas por la puerta y hacia el bosque oscuro—. Si les da miedo o se marean, se agarran demasiado fuerte a las mulas, y a ellas no les gusta.

—Soy una Tully, y contraje matrimonio con un Stark —dijo Catelyn—. No me asusto con facilidad. ¿No vas a encender una antorcha?

Los escalones estaban negros como un pozo sin fondo.

—Las antorchas sólo sirven para deslumbrar —contestó la chica con una mueca—. En las noches claras como la de hoy, con la luna y las estrellas es más que suficiente. Mychel dice que tengo ojos de búho. —Montó a lomos de su mula y la espoleó para que iniciara el ascenso. La mula de Catelyn la siguió al instante. Los dos animales iban a un paso lento pero firme, que a ella no le desagradó en absoluto.

—Antes también mencionaste a Mychel —dijo.

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