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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantástico

Juego de Tronos (51 page)

BOOK: Juego de Tronos
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—Cuando el Caballero de las Flores derribó a mi hermano Jaime. ¿Fue eso lo que os contó?

—Sí —admitió ella, con el ceño fruncido.

—¡Jinetes!

El grito les llegó desde un risco azotado por el viento, por encima de ellos. Ser Rodrik había enviado a Lharys a aquella roca para que vigilara el camino mientras ellos descansaban.

Durante un largo segundo, nadie se movió. Catelyn Stark fue la primera en reaccionar.

—Ser Rodrik, Ser Willis, a los caballos —ordenó—. Poned las otras monturas detrás de nosotros. Mohor, vigila a los prisioneros...

—¡Dadnos armas! —Tyrion se puso en pie de un salto y la agarró por el brazo—. Van a hacer falta todas las espadas.

Ella sabía que tenía razón, Tyrion se daba cuenta. A los clanes de la montaña no les importaban las enemistades entre las grandes Casas. Matarían con igual entusiasmo a un Stark que a un Lannister, de la misma manera que se mataban entre ellos. Quizá le perdonaran la vida a Catelyn Stark, todavía era joven y podía tener hijos. Pese a todo, la mujer titubeaba.

—¡Los oigo acercarse! —gritó Ser Rodrik.

Tyrion giró la cabeza para escuchar, y él también lo oyó: cascos de al menos una docena de monturas, cada vez más cerca. De repente todos corrían, buscaban las armas y montaban a caballo.

Una lluvia de guijarros cayó sobre ellos cuando Lharys bajó del risco, mitad corriendo y mitad deslizándose. Fue a caer jadeante ante Catelyn Stark. Era un hombre de aspecto desgarbado, de debajo de su casco cónico de acero salían mechones de pelo color herrumbre.

—Son veinte hombres, puede que veinticinco —dijo, sin aliento—. Hermanos de la Luna o Serpientes de Leche, no sé. Deben de tener vigías, mi señora... nos han visto, saben dónde estamos.

Ser Rodrik Cassel estaba ya a caballo, con la espada en la mano. Mohor estaba acuclillado tras un peñasco, sujetaba la lanza de punta de hierro con ambas manos y tenía la daga entre los dientes.

—Eh, tú, bardo —llamó Ser Willis Wode—. Ayúdame a ponerme la coraza.

Marillion siguió paralizado en el sitio, aferrado a la lira y pálido como la leche, pero el criado de Tyrion, Morree, se puso en pie rápidamente y fue a ayudar al caballero con su armadura.

—No tenéis elección —le dijo Tyrion a Catelyn Stark; todavía no la había soltado—. Nosotros tres, y otro hombre desperdiciado para vigilarnos... Aquí arriba cuatro hombres pueden suponer la diferencia entre la vida y la muerte.

—Dadme vuestra palabra de que dejaréis las armas en cuanto acabe la lucha.

—¿Mi palabra? —Los cascos de los caballos resonaban cada vez más cerca. Tyrion esbozó una sonrisa cargada de intención—. Oh, claro mi señora. Tenéis mi palabra... por mi honor de Lannister.

—Dadles armas —dijo ella al final; durante un momento había pensado que le escupiría.

Y se alejó al instante. Ser Rodrik lanzó a Jyck su espada con la vaina y se dio media vuelta para enfrentarse al primer enemigo. Morree cogió un arco y un carcaj, y clavó una rodilla en tierra junto al camino. Era mejor arquero que espadachín. Y Bronn cabalgó hasta Tyrion para ofrecerle un hacha de doble filo.

—Nunca he peleado con hacha. —No estaba cómodo con aquella arma extraña en las manos.

Tenía el mango corto, la cabeza pesada y una púa amenazadora en la punta.

—Haz como si estuvieras cortando leña —replicó Bronn al tiempo que desenvainaba la espada larga que llevaba cruzada a la espalda.

Escupió y emprendió el trote hacia donde estaban Chiggen y Ser Rodrik. Ser Willis montó y fue a reunirse con ellos mientras se ponía como podía el casco, un jarro de metal con una pequeña hendidura para ver y una pluma larga de seda negra.

—La leña no sangra —dijo Tyrion sin dirigirse a nadie en concreto. Sin armadura, se sentía desnudo. Buscó una roca en los alrededores, corrió hacia donde se escondía Marillion y le gritó—: Échate a un lado.

—¡Lárgate! —le chilló el muchacho—. ¡Soy bardo, no quiero tomar parte en esta lucha!

—¿Qué pasa, ya no tienes ganas de aventura? —Tyrion dio unas cuantas patadas al chico hasta que se apartó un poco.

Justo a tiempo, porque al momento siguiente los jinetes cayeron sobre ellos.

No hubo heraldos, ni estandartes, ni cuernos ni tambores, sólo el sonido vibrante de las cuerdas de los arcos cuando Morree y Lharys empezaron a disparar. De repente los hombres del clan surgieron como un trueno en el amanecer; eran morenos, enjutos, llevaban corazas y armaduras de distintas procedencias, y ocultaban sus rostros tras medios yelmos con rejilla. En las manos enguantadas llevaban todo tipo de armas: espadas, lanzas, guadañas afiladas, garrotes con púas, dagas, pesadas mazas de hierro... A la cabeza del grupo cabalgaba un hombre corpulento, con una capa de piel rayada de gatosombra, armado con un enorme espadón que blandía con las dos manos.

—¡Invernalia! —gritó Ser Rodrik, y se precipitó a su encuentro seguido por Bronn y Chiggen, que lanzaban gritos inconexos de batalla.

—¡Harrenhal! ¡Harrenhal! —exclamó Ser Willis Wode tras ellos, haciendo girar una maza con púas sobre la cabeza.

De repente a Tyrion le entraron unas ganas inmensas de ponerse en pie de un salto, blandir el hacha y gritar «¡Roca Casterly!». Por suerte el ataque de locura apenas duró un segundo, y se encogió todavía más en su escondrijo.

Oyó los relinchos de los caballos asustados y el choque del metal contra el metal. La espada de Chiggen destrozó el rostro descubierto de un jinete que vestía cota de mallas, y Bronn cayó entre sus enemigos como un huracán, repartiendo golpes a diestro y siniestro. Ser Rodrik se enfrentó al hombretón de la capa de gatosombra, los caballos giraban el uno en torno al otro mientras ellos cambiaban golpe por golpe. Jyck montó a un caballo y se lanzó al galope al centro de la refriega. De repente, Tyrion vio que el hombre de la capa de gatosombra tenía una flecha en la garganta. Cuando abrió la boca para gritar, lo único que salió fue sangre. Cuando su cadáver llegó al suelo Ser Rodrik ya estaba peleando con otro hombre.

De pronto, Marillion dejó escapar un grito y se cubrió la cabeza con la lira. Un caballo salvó de un salto la roca tras la que se ocultaban. Mientras el jinete daba la vuelta para enfrentarse a ellos, haciendo girar una maza con púas, Tyrion consiguió ponerse en pie y blandir el hacha con ambas manos. La hoja se clavó en la garganta del caballo cuando éste cargó contra ellos, y el mango estuvo a punto de escapársele de las manos mientras el animal relinchaba y se derrumbaba. Consiguió recuperar el arma y apartarse del camino justo a tiempo. Marillion no tuvo tanta suerte: el caballo y su jinete cayeron justo encima del bardo. Tyrion retrocedió un paso aprovechando que la pierna del bandolero había quedado atrapada bajo la montura, y enterró el hacha en el cuello del hombre, por encima de los omoplatos.

Oyó los gemidos de Marillion bajo los cadáveres mientras trataba de sacar el hacha.

—¡Que alguien me ayude! ¡Los dioses tengan piedad de mí, estoy sangrando!

—Creo que es sangre de caballo —replicó Tyrion. La mano del bardo salió de debajo del animal muerto, se clavaba en el polvo del suelo como una araña de cinco patas. Tyrion clavó el talón en los dedos engarfiados. El crujido que oyó le resultó de lo más satisfactorio—. Cierra los ojos y hazte el muerto —le aconsejó al tiempo que alzaba el hacha y se daba media vuelta.

Los acontecimientos se precipitaron. El amanecer se llenó de gritos y alaridos, y se impregnó del olor a sangre; y el mundo se sumergió en el caos. Las flechas silbaban junto a sus oídos e iban a estrellarse contra las rocas. Vio a Bronn, que luchaba descabalgado, con una espada en cada mano. Tyrion se mantuvo en los límites de la refriega, se deslizaba de una roca a otra y salía de entre las sombras para lanzar hachazos a las patas de los caballos que pasaban junto a él. Encontró a un enemigo herido, lo remató y se quedó con su yelmo. Le quedaba enorme, pero en aquel momento Tyrion agradecía cualquier tipo de protección. Jyck había recibido un tajo en la espalda al mismo tiempo que mataba al hombre que tenía delante, y más tarde Tyrion se encontró con el cadáver de Kurleket. Una maza había destrozado el rostro porcino, pero reconoció la daga que pudo recuperar de entre los dedos muertos. Se la estaba colgando del cinturón cuando oyó el grito de una mujer.

Catelyn Stark estaba atrapada contra la pared rocosa de la montaña y la rodeaban tres hombres, uno a caballo y dos a pie. Sujetaba como podía la daga en las manos heridas, pero estaba acorralada y sin posibilidad de escapar. «Que se carguen a la muy zorra —pensó Tyrion—, y que les aproveche», pero se encontró avanzando hacia ellos. Hirió al primer hombre en la parte trasera de la rodilla antes de que se dieran cuenta de su presencia, la pesada cabeza del hacha cortó la carne y el hueso como si se tratara de madera podrida. «Leña que sangra», pensó como un idiota mientras el segundo hombre se lanzaba contra él. Se agachó para esquivar el tajo de la espada, blandió el hacha, el hombre retrocedió... y Catelyn Stark lo agarró por detrás y le cortó la garganta. El jinete recordó de repente una cita inaplazable y se alejó al galope.

Tyrion miró a su alrededor. Todos los enemigos estaban muertos o habían desaparecido. Sin saber cómo, mientras no miraba, la pelea había terminado. Por doquier había caballos moribundos y hombres heridos que gemían y gritaban. Para su inmensa sorpresa, él no era uno de ellos. Abrió los dedos y dejó caer el hacha al suelo. Tenía las manos pegajosas de sangre. Habría jurado que la lucha había durado medio día, pero el sol apenas se había desplazado.

—¿Ha sido tu primera batalla? —le preguntó Bronn más tarde, mientras le quitaba las botas a Jyck. Eran unas botas de buena calidad, como correspondía a un sirviente de Lord Tywin: de cuero grueso, flexible y bien engrasado, mucho mejores que las de Bronn. Tyrion asintió.

—¡Qué orgulloso se va a sentir mi padre! —dijo.

Las piernas le dolían tanto que apenas si se tenía en pie. Lo raro era que durante la lucha no había sentido el dolor.

—Ahora lo que te hace falta es una mujer —dijo Bronn con un brillo poco habitual en los ojos oscuros. Guardó las botas en su silla de montar—. Cuando un hombre ha recibido su bautizo de sangre, no hay nada como una mujer, te lo digo yo.

Chiggen interrumpió el concienzudo saqueo de los cadáveres de los bandoleros el tiempo justo para soltar un bufido y lamerse los labios.

—Si ella quiere, por mí encantado —dijo Tyrion lanzando una mirada hacia el lugar donde Lady Stark vendaba las heridas de Ser Rodrik. Los mercenarios soltaron la carcajada, y Tyrion sonrió. «Es un buen comienzo», pensó.

Poco más tarde se arrodilló junto al arroyo, y se lavó la sangre de la cara con agua fría como el hielo. Volvió cojeando junto a los demás, y echó un vistazo a los cadáveres. Los bandidos muertos eran hombres flacos y desastrados, con caballos pequeños y huesudos a los que se les contaban las costillas. Las armas que Bronn y Chiggen les habían dejado tampoco eran gran cosa: mazas, garrotes... hasta una guadaña. Recordó al hombretón de la capa de gatosombra y el espadón, el que había peleado con Ser Rodrik, pero cuando encontró el cadáver en el suelo pedregoso resultó que al fin y al cabo no era tan corpulento, le habían quitado la capa, y la hoja de la espada era de acero barato; estaba mellada y oxidada. No era de extrañar que hubieran quedado nueve bandidos muertos en el campo de batalla.

A ellos sólo les había costado tres bajas: dos de los hombres de Lord Bracken, Kurleket y Mohor, y su criado Jyck, que se había lanzado valientemente al combate montando a pelo. «Idiota hasta el final», pensó Tyrion.

—Lady Stark, os ruego que os apresuréis —dijo Ser Willis Wode mientras escudriñaba los riscos a través de la hendidura del yelmo—. Los hemos ahuyentado por ahora, pero no estarán lejos.

—Tenemos que enterrar a nuestros muertos, Ser Willis —replicó ella—. Eran hombres valientes. No permitiré que los devoren los buitres o los gatosombras.

—El suelo es demasiado pedregoso para poder cavar —señaló Ser Willis.

—Entonces recogeremos piedras para amontonarlas sobre los cadáveres.

—Recoged todas las piedras que queráis —le dijo Bronn—, pero no contéis con Chiggen ni conmigo. Tengo mejores cosas que hacer en vez de amontonar rocas encima de cadáveres... como respirar, por ejemplo. —Miró al resto de los supervivientes—. Los que queráis seguir vivos más allá de esta noche, venid con nosotros.

—Me temo que tiene razón, mi señora —dijo Ser Rodrik con voz cansada. El anciano caballero había resultado herido durante la lucha, tenía un corte profundo en el brazo izquierdo, una lanza le había rozado el cuello, y en aquel momento aparentaba toda su edad—. Si nos quedamos aquí volverán a atacarnos, no cabe duda. Y puede que esta vez no tengamos tanta suerte.

Tyrion vio claramente la ira en el rostro de Catelyn, pero la mujer no tenía opción.

—De acuerdo, y que los dioses nos perdonen. Emprenderemos la marcha ahora mismo.

Ya no estaban escasos de caballos. Tyrion trasladó su silla al capón moteado de Jyck, que parecía tener fuerzas para resistir al menos tres o cuatro días más. Estaba a punto de montar cuando Lharys se acercó a él.

—Dame la daga, enano.

—Deja que se la quede —dijo Catelyn, ya a caballo—. Y que le devuelvan también el hacha. Si vuelven a atacarnos, nos hará falta.

—Tenéis mi gratitud, señora —dijo Tyrion mientras montaba.

—Podéis guardárosla —replicó ella, cortante—. Sigo sin confiar en vos.

La mujer se alejó antes de que se le ocurriera una buena respuesta. Se ajustó el yelmo robado y cogió el hacha que Bronn le tendía. Recordó que había iniciado el viaje con las muñecas atadas y una capucha en la cabeza, y llegó a la conclusión de que las cosas habían mejorado mucho. No necesitaba para nada la confianza de Lady Stark: mientras tuviera el hacha, todo iría bien.

Ser Willis Wode abrió la marcha, y Bronn ocupó la retaguardia, mientras Lady Stark iba protegida en el centro, con Ser Rodrik siempre a su lado como una sombra. Marillion no dejaba de lanzar miradas rencorosas a Tyrion. El bardo tenía varias costillas rotas, además del arpa y cuatro dedos de la mano con la que la tocaba, pero no todo habían sido pérdidas para él: se había hecho con una magnífica capa de gatosombra, una piel espesa y negra con franjas blancas. Se arrebujó entre los pliegues, y para variar no abría la boca.

Antes de que hubieran recorrido un kilómetro empezaron a oír los gruñidos roncos de los gatosombras, y no tardaron en llegarles también los gruñidos salvajes de las fieras que se disputaban los cadáveres que habían dejado atrás. Marillion palideció a ojos vista. Tyrion puso el caballo al trote para situarse a su lado.

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