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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantástico

Juego de Tronos (49 page)

BOOK: Juego de Tronos
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Porque a Ned no le cabía duda de que el hosco aprendiz del armero era el bastardo del Rey. Llevaba los rasgos de los Baratheon grabados en el rostro, en la mandíbula, en los ojos, en aquella mata de cabello negro. Renly era demasiado joven para haber engendrado a un chico de su edad, y Stannis, demasiado frío y orgulloso. Gendry era hijo de Robert.

Pero, aun sabiendo aquello, ¿qué había descubierto? El rey tenía más hijos bastardos repartidos por los Siete Reinos. Había reconocido abiertamente a uno, un niño de la edad de Bran cuya madre era de alta cuna. El chico estaba como pupilo en Bastión de Tormentas, al cargo del gobernador de la fortaleza de Lord Renly.

Recordó la primera vez que Robert había sido padre, cuando él mismo era casi un chiquillo, en el Valle. Tuvo una hija, una niña preciosa, y el joven señor de Bastión de Tormentas se encargó de su manutención. La visitaba a diario incluso mucho después de perder todo interés por la madre. A menudo arrastraba a Ned con él, tanto si quería como si no. Aquella niña tendría ya diecisiete o dieciocho años, sería mayor que Robert cuando la engendró. El concepto se le hizo muy extraño.

A Cersei no le debían de hacer gracia los vaivenes de su señor esposo, pero al fin y al cabo no tenía importancia si el Rey engendraba a un bastardo o a un centenar. La ley y el uso reconocían pocos derechos a los hijos ilegítimos. Gendry, la chica del Valle, el muchachito de Bastión de Tormentas... ninguno de ellos representaba una amenaza para los hijos legítimos de Robert...

Unos golpecitos en la puerta interrumpieron sus cavilaciones.

—Aquí hay un hombre que quiere veros, mi señor —dijo la voz de Harwin—. Se niega a dar su nombre.

—Que pase —dijo Ned, intrigado.

El visitante era un hombre recio, con botas agrietadas llenas de barro, una pesada túnica marrón de tejido basto, una capucha que le ocultaba el rostro y las manos ocultas en las mangas amplias.

—¿Quién eres? —quiso saber Ned.

—Un amigo —replicó el encapuchado en voz baja, extraña—. Tenemos que hablar a solas, Lord Stark.

—Puedes marcharte, Harwin —dijo Ned.

La curiosidad pudo más que la cautela.

Cuando estuvieron a solas en la habitación, con todas las puertas cerradas, el visitante se bajó la capucha.

—¡Lord Varys! —exclamó Ned, atónito.

—Lord Stark —respondió Varys con toda cortesía al tiempo que se sentaba—. ¿Puedo pediros algo de beber?

Ned llenó dos copas con vino veraniego y tendió una a Varys.

—Aunque hubiera pasado a medio metro de vos no os habría reconocido —dijo, incrédulo.

Jamás había visto al eunuco vestir otra cosa que no fueran sedas, terciopelos y los más ricos damascos; y aquel hombre no olía a lilas, sino a sudor.

—Es lo que deseaba con toda mi alma —replicó Varys—. No nos ayudaría en absoluto que ciertas personas supieran que hemos tenido esta conversación en privado. La Reina os vigila de cerca. Este vino es excelente, muchas gracias.

—¿Cómo habéis pasado desapercibido para el resto de mis guardias? —preguntó Ned.

Porther y Cayn estaban apostados en el exterior de la torre, y Alyn en las escaleras.

—La Fortaleza Roja tiene caminos que sólo conocen los fantasmas y las arañas. —Varys sonrió en gesto de disculpa—. No os entretendré mucho tiempo, mi señor. Hay algunas cosas de las que debéis estar informado. Sois la Mano del Rey, y el Rey es un idiota. —El tono empalagoso del eunuco se había esfumado, su voz era en aquel momento afilada como un látigo—. Sí, es vuestro amigo, lo sé, pero sigue siendo un idiota. Y un idiota muerto, a menos que vos lo salvéis. Hoy ha faltado poco. Querían matarlo durante el combate cuerpo a cuerpo.

—¿Quién? —consiguió preguntar Ned, que durante un momento se había quedado mudo de la sorpresa.

—Si de verdad necesitáis respuesta a esa pregunta, sois tan idiota como Robert, y yo estoy en el bando que no debo. —Varys bebió un sorbo de vino.

—Los Lannister —dijo Ned—. La Reina... no, no me lo puedo creer, ni siquiera de Cersei. ¡Le pidió que no luchara!

—Le prohibió que luchara, y eso delante de su hermano, sus caballeros y la mitad de la corte. Decidme con sinceridad, ¿se os ocurre mejor manera de obligar al rey Robert a participar en el torneo?

Ned sintió náuseas. El eunuco tenía razón: si uno quería que Robert Baratheon hiciera algo, bastaba con decirle que no podía, que no debía.

—Pero, aunque hubiera participado, ¿quién se habría atrevido a matar al Rey?

—Había cuarenta jinetes —contestó Varys encogiéndose de hombros—. Los Lannister tienen muchos amigos. En medio del caos, con los caballos relinchando, tantos huesos rotos, Thoros de Myr con esa espada absurda que lleva siempre, ¿quién podría decir que el golpe que mató a Su Alteza fue intencionado? —Se volvió a llenar la copa—. Cuando todo terminara, el asesino estaría transido de dolor. Casi me parece oír sus sollozos. Qué tristeza. Pero no me cabe duda de que la compasiva viuda se apiadaría del pobre desdichado, lo ayudaría a ponerse en pie y besaría su frente en gesto de perdón. El buen rey Joffrey no tendría más remedio que indultarlo. —El eunuco se pasó un dedo por la mejilla—. O quizá Cersei permitiría que Ser Ilyn le cortara la cabeza. Un riesgo menos para los Lannister, aunque sería una sorpresa muy poco grata para su amiguito.

—Conocíais todo este plan y no hicisteis nada. —Ned estaba airado.

—Yo controlo rumores, no guerreros.

—Podríais haber acudido antes a mí.

—Ah, sí, desde luego. Y vos habríais ido a hablar con el Rey, ¿verdad? Y cuando Robert supiera del peligro que corría, ¿qué creéis que habría hecho?

—Los habría enviado a todos al Infierno y habría participado para demostrar que no tenía miedo —dijo Ned después de meditar un instante.

Varys extendió las manos.

—Tengo que confesaros algo más, Lord Eddard. Sentía curiosidad por saber qué ibais a hacer vos. «¿Por qué no acudisteis a mí?», me preguntáis. Y os diré la verdad, porque no confiaba en vos, mi señor.

—¿Que no confiabais en mí? —El asombro de Ned fue genuino.

—En la Fortaleza Roja hay dos tipos de personas, Lord Eddard —dijo Varys—. Las que son leales al reino y las que no sienten lealtad más que hacia ellas mismas. Hasta esta mañana no tenía manera de saber a qué grupo pertenecíais... así que aguardé... y ahora estoy seguro. —Sonrió con una sonrisa regordeta y tensa a la vez, y por un momento su rostro público y su rostro privado fueron el mismo—. Empiezo a comprender por qué la reina os tiene tanto miedo. Desde luego que sí.

—A vos es al que debería temer.

—No. Yo soy lo que soy. El Rey me utiliza, pero se avergüenza de ello. Nuestro Robert es muy resuelto y viril, y a los hombres como él no les gustan las serpientes, las arañas ni los eunucos. Si un día Cersei le susurra al oído: «Mata a ese hombre», Ilyn Payne me cortará la cabeza antes de que tenga tiempo de pestañear, ¿y quién llorará por el pobre Varys? Ni en el norte ni en el sur se componen canciones en honor de las arañas. —Extendió una mano blanda y rozó el hombro de Ned—. En cambio a vos, Lord Stark, creo... no, estoy seguro... de que jamás os mandaría matar, ni siquiera por su reina, y en eso puede residir nuestra salvación.

Aquello era ya demasiado. Por un momento Eddard Stark deseó con todas sus fuerzas volver a Invernalia, a la limpia simplicidad del norte, donde los enemigos eran el invierno y los salvajes de más allá del Muro.

—Pero Robert debe de tener más amigos leales —protestó—. Sus hermanos, su...

—¿... su esposa? —terminó Varys con una sonrisa como una navaja—. Sus hermanos detestan a los Lannister, de eso no cabe duda, pero odiar a la Reina y amar al Rey son dos cosas muy diferentes, ¿verdad? Ser Barristan ama su honor, el Gran Maestre Pycelle ama su cargo, y Meñique ama a Meñique.

—La Guardia Real...

—Un escudo de papel —replicó el eunuco—. Por lo que más queráis, Lord Stark, intentad no poner esa cara de sorpresa. El propio Jaime Lannister es un Hermano Juramentado de las Espadas Blancas, y ya sabemos todos qué valen sus juramentos. Los días en que la capa blanca la llevaban hombres como Ryam Redwyne y el príncipe Aemon, el Caballero Dragón, sólo perviven en las canciones. De los siete que componen ahora la guardia el único que es de auténtico acero es Ser Barristan Selmy, y no olvidemos que es viejo. Ser Boros y Ser Meryn pertenecen a la reina en cuerpo y alma, y sobre los demás tengo serias sospechas. No, mi señor. Si se desenfundan las espadas, vos seréis el único amigo verdadero de Robert Baratheon.

—Hay que informar a Robert —dijo Ned—. Si lo que decís es verdad, aunque sólo sea en parte, hay que informar a Robert enseguida.

—¿Y qué pruebas le vamos a presentar? ¿Mi palabra contra la de ellos? ¿Mis pajaritos contra la Reina y el Matarreyes, contra sus hermanos y su Consejo, contra los Guardianes de Oriente y de Occidente, contra todo el poder de Roca Casterly? Por favor, llamad directamente a Ser Ilyn, así ahorraremos tiempo. Sé adónde lleva ese camino.

—Pero, si estáis en lo cierto, intentarán matarlo de nuevo.

—Desde luego —asintió Varys—. Y me temo que más temprano que tarde. Los estáis poniendo muy nerviosos, Lord Eddard. Pero mis pajaritos estarán atentos, y quizá vos y yo, juntos, podamos anticiparnos a sus golpes. —Se levantó y se echó la capucha sobre la cara—. Gracias por el vino. Volveremos a hablar. La próxima vez que me veáis en el Consejo, intentad tratarme con vuestro desdén habitual. No creo que os cueste demasiado. —Ya estaba junto a la puerta cuando Ned lo llamó.

—Varys. —El eunuco se volvió—. ¿Cómo murió Jon Arryn?

—Me preguntaba cuánto tardaríais en llegar a eso.

—Decídmelo.

—Lo llaman «lágrimas de Lys». Es una sustancia muy rara y costosa, transparente y dulce como el agua, no deja rastro. Mil veces supliqué a Lord Arryn que tuviera un catador, se lo rogué en esta misma estancia, pero no me hizo caso. Me dijo que esa idea nunca se le pasaría por la cabeza a un hombre de verdad. A un hombre completo.

—¿Quién le suministró el veneno? —Ned tenía que saber el resto.

—Algún amigo querido, alguien que a menudo compartía con él el pan y el vino, no me cabe duda. Pero, ¿cuál? Había tantos... Lord Arryn era un hombre bondadoso y confiado. —El eunuco suspiró—. Había un muchacho... le debía a Jon Arryn todo lo que tenía, todo lo que era, pero cuando la viuda huyó al Nido de Águilas junto con todo su séquito, él se quedó en Desembarco del Rey y prosperó. Siempre me alegro de ver que los jóvenes prosperan en la vida. —Su voz volvía a ser un látigo, cada palabra un golpe—. Debía de ser una figura galante en el torneo, ¿verdad?, con la armadura nueva, la capa ribeteada de lunas... Lástima que muriera tan joven... y de manera tan inoportuna, antes de que pudierais hablar con él.

—El escudero —dijo Ned. Sentía como si a él también lo hubieran envenenado—. Ser Hugh. —Engranajes dentro de engranajes dentro de engranajes. El corazón le latía a toda velocidad—. Pero, ¿por qué? ¿Por qué en estos momentos? Jon Arryn fue la Mano del Rey durante catorce años, ¿qué hacía ahora para que lo mataran?

—Preguntas —replicó Varys al tiempo que salía por la puerta.

TYRION (4)

Tyrion Lannister observó cómo, a la mortecina luz que precedía al amanecer, Chiggen le cortaba la garganta a su caballo, y anotó una ofensa más en la cuenta de los Stark. El mercenario se acuclilló junto al animal y le abrió el vientre con el cuchillo de desollar. Movía las manos con destreza, sin malgastar un solo corte: había que hacer el trabajo deprisa, o el olor de la sangre atraería a los gatosombras de las cumbres.

—Esta noche no nos acostaremos con hambre —dijo Bronn.

Él sí que parecía una sombra, flaco como un esqueleto, con ojos negros, pelo negro y barba de varios días.

—Puede que algunos sí —replicó Tyrion—. No me gusta la carne de caballo. Y menos la del mío.

—La carne es carne —replicó Bronn mientras se encogía de hombros—. A los dothrakis les gusta el caballo más que la ternera o el cerdo.

—¿Tengo pinta de dothraki? —preguntó Tyrion con amargura.

Era cierto, los dothrakis comían carne de caballo; también abandonaban a los bebés deformes para que los devorasen los perros salvajes que corrían tras sus
khalasars
. Las costumbres de los dothrakis no le parecían un modelo aceptable.

—¿Quieres probar, enano? —preguntó Chiggen mientras cortaba una tira fina de carne sanguinolenta y la examinaba.

—Ese caballo me lo regaló mi hermano Jaime en mi vigesimotercer día del nombre —señaló Tyrion con voz átona.

—Pues dale las gracias de nuestra parte. Si vuelves a verlo. —Chiggen sonrió, mostró los dientes amarillentos y se comió la carne cruda de dos bocados—. Parece de buena raza.

—Está mejor frito con cebollas —señaló Bronn.

Tyrion no respondió, sino que se alejó cojeando. El frío se le había clavado en los huesos, y tenía las piernas tan doloridas que apenas podía caminar. Quizá su yegua había tenido suerte. A él le quedaban por delante más horas de cabalgar, seguidas por unos pocos bocados de comida y breves ratos de sueño sobre el suelo frío y duro. Y después otra noche igual, y otra, y otra, y sólo los dioses sabían cuándo terminaría aquello.

—Maldita mujer —murmuró mientras caminaba trabajosamente para reunirse con sus captores—. Maldita sea ella, malditos sean todos los Stark.

Los recuerdos aún le resultaban amargos. En un momento dado estaba pidiendo la cena, y al siguiente se enfrentaba a una habitación repleta de hombres armados, mientras Jyck desenfundaba su espada y la tabernera gritaba:

—¡Nada de espadas, nada de espadas aquí, os lo ruego, señores!

Tyrion se apresuró a agarrar el brazo de Jyck para que lo bajara, antes de que ambos acabaran despedazados.

—No seas descortés, Jyck —dijo—. Nuestra anfitriona ha dicho que nada de espadas. Haz lo que te ha pedido. —Se obligó a esbozar una sonrisa, aunque sabía que le estaba saliendo tan débil como se sentía él—. Estáis equivocada, Lady Stark, no tengo nada que ver con ningún ataque que haya sufrido vuestro hijo. Por mi honor...

—Honor de Lannister —replicó ella. Alzó las manos para que las vieran todos los presentes— . Fue su daga la que me dejó estas cicatrices. El cuchillo con el que quería cortarle la garganta a mi hijo.

Tyrion sintió crecer a su alrededor la rabia, una rabia espesa alimentada por los cortes en las manos de la Stark.

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