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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantástico

Juego de Tronos (67 page)

BOOK: Juego de Tronos
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Cuando el último eco desapareció, el septon bajó el vidrio y se marchó presuroso. Tyrion se inclinó y susurró algo al oído de Bronn antes de que los guardias se lo llevaran. El mercenario se incorporó riendo y se sacudió una brizna de hierba de la rodilla.

Robert Arryn, señor de Nido de Águilas y Defensor del Valle, se movía con impaciencia en su trono elevado.

—¿Cuándo van a combatir? —preguntó, plañidero.

Uno de los asistentes ayudó a Ser Vardis a ponerse en pie. El otro le entregó un escudo triangular, de algo más de un metro de alto, de grueso roble con clavos de hierro. Se lo ataron al antebrazo izquierdo. Cuando el maestro de armas de Lysa le ofreció un escudo similar a Bronn, el mercenario escupió y lo rechazó con un gesto. Una basta barba de tres días le cubría la mandíbula y los pómulos, pero si no se había afeitado no era por falta de una cuchilla: el filo de su espada tenía el destello peligroso del acero que ha sido afilado durante horas, cada día, hasta resultar tan cortante que no se podía ni tocar.

Ser Vardis extendió la mano, enfundada en un guantelete, y su asistente le entregó una espada larga de doble filo. En la hoja habían cincelado la delicada imagen de un cielo montañoso; el puño era la cabeza de un halcón, la guarda tenía forma de alas.

—Hice que forjaran esa espada para Jon en Desembarco del Rey —dijo Lysa con orgullo a sus huéspedes, que observaban cómo Ser Vardis lanzaba un tajo de práctica—. La llevaba siempre que se sentaba en el Trono de Hierro, en el palacio del rey Robert. ¿No es encantadora? Creo que es adecuado que nuestro campeón vengue a Jon con su espada.

La magnífica hoja, con adornos de plata, era sin duda hermosísima, pero a Catelyn le pareció que Ser Vardis se habría sentido más cómodo con su espada. Pero no dijo nada; estaba harta de discusiones inútiles con su hermana.

—¡Haced que combatan! —exigió Lord Robert.

Ser Vardis miró al señor del Nido de Águilas y levantó la espada, a guisa de saludo.

—¡Por el Nido de Águilas y el Valle!

Tyrion Lannister había permanecido sentado en un balcón al otro lado del jardín, flanqueado por sus guardias. A él se volvió Bronn con un saludo apresurado.

—Esperan vuestra orden —dijo Lady Lysa a su hijo, el señor.

—¡Combatid! —gritó el chico, con los brazos temblorosos y las manos aferradas a la silla como garfios.

Ser Vardis giró, levantando el pesado escudo. Bronn se dispuso a hacerle frente. Las espadas chocaron, una, dos veces, probando las fuerzas. El mercenario retrocedió un paso. El caballero lo persiguió, con el escudo levantado ante sí. Lanzó un tajo, pero Bronn retrocedió, poniéndose fuera de su alcance, y la hoja plateada solamente cortó el aire. Bronn se movió hacia su derecha. Ser Vardis se desplazó para seguirlo, con el escudo entre ambos. El caballero avanzaba pisando con cuidado el suelo irregular. El mercenario retrocedía, con una leve sonrisa en los labios. Ser Vardis atacó, lanzando estocadas, pero Bronn retrocedió dando un pequeño salto sobre una piedra, cubierta de musgo. El mercenario giró a la izquierda, apartándose del escudo, aproximándose al flanco desprotegido del caballero. Ser Vardis intentó un ataque a las piernas, pero no llegó. Bronn siguió danzando hacia su izquierda. Ser Vardis giró en el sitio.

—Ese hombre es un cobarde —declaró Lord Hunter—. ¡Detente y pelea, miserable! —Varias voces se hicieron eco de aquel sentimiento.

Catelyn miró a Ser Rodrik. Su maestro de armas sacudió brevemente la cabeza.

—Quiere que Ser Vardis lo persiga. El peso de la armadura y el escudo agotarían hasta al más fuerte de los hombres.

Ella había visto a los hombres practicar con la espada casi todos los días de su vida, había presenciado medio centenar de torneos, pero esto era algo diferente y más letal: un baile, donde la menor equivocación en un paso significaba la muerte. Y mientras observaba, el recuerdo de otro duelo en otra época acudió a la memoria de Catelyn Stark, tan vívidamente como si hubiera ocurrido el día anterior.

Habían luchado en el patio inferior de Aguasdulces. Cuando Brandon vio que Petyr sólo llevaba el yelmo, la placa pectoral y la malla, se quitó casi toda la armadura. Petyr le había pedido a ella una prenda para llevarla, pero Catelyn lo había rechazado. Su padre, el señor, la había prometido a Brandon Stark, y fue a él a quien le dio su prenda, un pañuelo azul claro en el que había bordado la trucha saltarina de Aguasdulces. Mientras se lo ponía en la mano, miró a Brandon, suplicante.

—Sólo es un niño tonto, pero lo quiero como a un hermano. Me causaría dolor verlo morir —le dijo.

Su prometido la miró con los fríos ojos grises de los Stark, y le prometió no matar al chico que la amaba.

Aquel combate terminó casi nada más empezar. Brandon era un hombre hecho y derecho, e hizo retroceder a Meñique a todo lo largo del patio hasta la escalera que llevaba al agua, descargando el acero sobre él a cada paso, hasta que el chico quedó tambaleándose y sangrando por una docena de heridas. «¡Ríndete!», le gritó en varias ocasiones, pero Petyr se limitaba a hacer un gesto de negación y seguía combatiendo, sombrío. Cuando el río les lamía ya los tobillos, Brandon puso punto final al duelo con un mandoble de revés, que cortó el cuero recubierto de anillas de acero de Petyr y le produjo una herida en la carne blanda, bajo las costillas, tan profunda que Catelyn creyó que sería mortal. Mientras caía, el chico la miró y murmuró: «Cat». La sangre, brillante, le fluía entre los dedos, recubiertos de malla. Catelyn pensaba que ya se había olvidado de aquello.

Fue la última vez que vio su rostro... hasta el día en que la llevaron ante él, en Desembarco del Rey.

Habían transcurrido dos semanas antes de que Meñique tuviera fuerzas suficientes para abandonar Aguasdulces, pero su padre, el señor, le prohibió visitarlo en la torre, donde yacía. Lysa ayudó a su maestre a cuidarlo, era más callada y retraída en aquella época. Edmure también fue a visitarlo, pero Petyr lo echó. Su hermano había actuado como escudero de Brandon en el duelo y Meñique no se lo perdonaría. Tan pronto como tuvo fuerzas suficientes para ser transportado, Lord Hoster Tully envió fuera a Petyr Baelish, en una litera cerrada, para que concluyera su restablecimiento en los Dedos, en la roca batida por el viento que lo había visto nacer.

El sonido de acero contra acero llevó a Catelyn de regreso al presente. Ser Vardis atacaba con fiereza a Bronn, lanzándose sobre él con el escudo y la espada. El mercenario retrocedía, vigilando cada estocada, pisando con agilidad las rocas y las raíces, con los ojos siempre clavados en su adversario. Catelyn vio que era más rápido; la espada plateada del caballero nunca estuvo próxima a tocarlo, pero su hoja, de un gris desagradable, había dibujado una muesca en la placa de hombro de Ser Vardis.

Aquel choque momentáneo terminó tan rápido como había empezado cuando Bronn dio un paso lateral y se deslizó tras la estatua de la mujer llorosa. Ser Vardis lanzó una estocada al lugar donde había estado el mercenario, sacando una esquirla del muslo de mármol blanco de Alyssa.

—No están combatiendo bien, Madre —se quejó el señor de Nido de Águilas—. Quiero que peleen.

—Lo harán, mi pequeñín —lo consoló la madre—. El mercenario no se puede pasar todo el día huyendo.

Algunos de los nobles que se encontraban en la terraza de Lysa hacían bromas injuriosas mientras volvían a llenar sus copas de vino, pero desde el otro lado del jardín, los ojos estrábicos de Tyrion Lannister vigilaban los pasos del caballero como si nada más importara en el mundo.

Bronn salió de detrás de la estatua con rapidez y decisión, moviéndose aún a la izquierda, y lanzó un mandoble con ambas manos al costado del caballero no protegido por la armadura. Ser Vardis lo paró con torpeza, y la espada del mercenario, con un destello, subió buscando la cabeza. Sonó el metal y un ala del halcón cayó, como triturada. Ser Vardis dio medio paso atrás para afirmar el cuerpo y levantó el escudo. Cuando la estocada de Bronn chocó contra la madera, saltaron astillas de roble. El mercenario dio un paso más a la izquierda, separándose del escudo, y golpeó a Ser Vardis en el estómago. La espada dejó un corte amplio en la placa del caballero.

Ser Vardis se apoyó sobre el pie que mantenía detrás, mientras su espada plateada descendía en un arco brutal. Bronn logró apartarla y, de un salto, se alejó. El caballero cayó sobre la mujer llorosa, haciendo que se balanceara sobre su pedestal. Perplejo, retrocedió, moviendo la cabeza hacia uno y otro lado, mientras buscaba a su oponente. La ranura del visor de su yelmo reducía su campo de visión.

—¡Detrás de vos! —le gritó Lord Hunter, demasiado tarde.

Bronn dejó caer su espada con ambas manos, golpeando el codo del brazo con el que Ser Vardis manejaba la espada. El fino metal articulado que protegía la articulación crujió. El caballero soltó un gruñido y levantó el arma. En aquella ocasión, Bronn no retrocedió. Las espadas chocaron y el canto del acero llenó el jardín y resonó contra las torres blancas del Nido de Águilas.

—Ser Vardis está herido —dijo Ser Rodrik, con voz preocupada.

Catelyn no necesitaba que se lo dijeran: tenía ojos, podía ver el fino hilo de sangre que corría por el antebrazo del caballero, la humedad en la articulación del codo. Cada quite era más lento y bajo que el anterior. Ser Vardis se volvió de costado a su adversario, intentando defenderse con el escudo, pero Bronn se movía en torno a él, raudo como un gato. El mercenario parecía ganar fuerzas con cada momento. Sus mandobles ahora dejaban marcas. Profundos cortes brillantes marcaban la armadura del caballero, sobre el muslo derecho, en el visor roto, atravesando su placa pectoral, el más largo en la parte delantera del gorjal... La róndela con la luna y el halcón, sobre el brazo derecho de Ser Vardis, estaba limpiamente cortada en dos y colgaba de la correa. Se podía escuchar su respiración trabajosa, que brotaba por los respiraderos del visor.

Pese a la ceguera de la arrogancia, los caballeros y nobles del Valle veían ya con claridad qué ocurría debajo de ellos. Pero su hermana, no.

—¡Basta ya, Ser Vardis! —gritó Lady Lysa—. Terminad con él ya, mi niño se está aburriendo.

Hay que decir, en honor a la verdad, que Ser Vardis Egen fue fiel a la orden de su dama hasta el fin. En ese instante, retrocedía, casi en cuclillas tras el escudo lleno de cortes, y un segundo después se lanzó a la carga. Embistió como un toro y estuvo a punto de hacer caer a Bronn. Ser Vardis chocó con él y golpeó el rostro del mercenario con el borde del escudo. Bronn casi, casi cayó... dio un paso atrás, trastabilló sobre una piedra y se apoyó en la mujer llorosa para mantener el equilibrio. Ser Vardis tiró su escudo a un lado y lo persiguió, usando ambas manos para levantar la espada. Tenía el brazo derecho, desde el codo hasta los dedos, cubierto de sangre, pero el último mandoble desesperado hubiera abierto a Bronn en canal, desde el cuello hasta el ombligo... si el mercenario se hubiera quedado allí para recibirlo.

Pero Bronn dio un paso atrás. La maravillosa espada plateada de Jon Arryn chocó con el codo de mármol de la mujer llorosa y se partió limpiamente, perdiendo un tercio de su longitud. Bronn clavó un hombro en la espalda de la estatua. La imagen de Alyssa Arryn, lavada por los elementos, se balanceó y cayó con un gran estruendo, y Ser Vardis Egen quedó debajo de ella.

En un instante, Bronn estuvo encima de él, pateando lo que quedaba de su rodela partida para echarla a un lado, a fin de dejar al descubierto la zona vulnerable entre el hombro y la placa pectoral. Ser Vardis yacía de costado, atrapado bajo el torso roto de la mujer llorosa. Catelyn oyó el gemido del caballero cuando el mercenario levantó la espada con ambas manos y la clavó con todo su peso bajo el brazo, atravesando las costillas de Ser Vardis Egen, que se estremeció y quedó quieto.

El silencio se apoderó de todo el Nido de Águilas. Bronn se arrancó el medio yelmo y lo dejó caer sobre la hierba. Tenía el labio partido y sangrante, resultado del golpe con el escudo, y su cabello, negro como el carbón, estaba empapado de sudor. Escupió un diente roto.

—¿Ha terminado, Madre? —preguntó el señor del Nido de Águilas.

Catelyn deseaba decirle que no, que aquello acababa de empezar.

—Sí —dijo Lysa, sombría, con voz tan fría y muerta como el capitán de su guardia.

—¿Ahora puedo hacer volar al hombrecillo?

—A este hombrecillo, no —dijo Tyrion Lannister poniéndose en pie al otro lado del jardín—. Este hombrecillo se va en la cesta de los nabos, muchas gracias.

—Dais por supuesto... —comenzó a decir Lysa.

—Doy por supuesto que la Casa Arryn no olvida sus propias palabras —repuso el Gnomo—. «Tan Alto como el Honor.»

—Prometiste que podría hacerlo volar —gritó a su madre entre estremecimientos el señor del Nido de Águilas.

—Los dioses han tenido a bien proclamarlo inocente, niño. —El rostro de Lady Lysa estaba púrpura de furia—. No tenemos otra elección que la de dejarlo libre. —Levantó la voz—. Guardias, sacad de mi vista al señor de Lannister y a su... criatura. Llevadlos a la Puerta de la Sangre y dejadlos libres. Ocupaos de que tengan caballos y alimentos suficientes para llegar al Tridente, y cercioraos de que les sean devueltos todos sus bienes y armas. Las necesitarán en el camino alto.

—El camino alto —repitió Tyrion Lannister.

Lysa se permitió una desmayada sonrisa de satisfacción. Catelyn se dio cuenta de que se trataba de otro tipo de sentencia de muerte. Tyrion Lannister debía saberlo también. De todos modos, el enano le dedicó a Lady Arryn una reverencia burlona.

—Como ordene, mi señora. Creo que conocemos el camino.

JON (5)

—Sois los mocosos más inútiles que he entrenado jamás —les informó Ser Alliser Thorne cuando estuvieron todos reunidos en el patio—. Tenéis unas manos que sólo valen para quitar el estiércol a palazos, no para empuñar espadas, y si de mí dependiera os mandaría a todos a cuidar de los cerdos. Pero anoche me dijeron que Gueren viene por el camino Real con cinco chicos nuevos. Con suerte alguno de ellos valdrá una mierda. Como tengo que hacerles sitio, he decidido pasaros a ocho al Lord Comandante, para que haga con vosotros lo que le venga en gana. —Fue anunciando los nombres uno a uno—. Sapo. Cabeza de Piedra. Uro. Amoroso. Espinilla. Mono. Ser Patán. —Por último miró a Jon—. Y el Bastardo.

Pyp gritó de alegría y lanzó su espada al aire. Ser Alliser clavó en él sus ojos de reptil.

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