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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantástico

Juego de Tronos (66 page)

BOOK: Juego de Tronos
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Catelyn se apartó del amanecer. Tanta belleza no bastaba para aliviar su sombrío humor; era una crueldad que un día comenzara con tanta hermosura y fuera a terminar de manera tan horrible como todo indicaba.

—Edmure ha enviado jinetes y ha hecho juramentos —dijo—. Pero no es el señor de Aguasdulces. ¿Qué pasa con mi padre?

—El mensaje de Lord Hoster no lo menciona, mi señora. —Ser Rodrik se tironeó de los bigotes.

Mientras se recuperaba de las heridas, le habían vuelto a crecer, blancos como la nieve e hirsutos como un espino. Casi volvía a ser el mismo de antes.

—Mi padre no dejaría la defensa de Aguasdulces en manos de Edmure a menos que estuviera muy enfermo —señaló, preocupada—. Deberíais haberme despertado en cuanto llegó el pájaro.

—Vuestra señora hermana pensó que sería mejor dejaros dormir. Me lo ha dicho el maestre Colemon.

—Deberíais haberme despertado —insistió.

—Según el maestre, vuestra hermana pensaba hablar con vos después del combate —dijo Ser Rodrik.

—¿Así que piensa seguir adelante con esta payasada? —Catelyn hizo una mueca—. El enano la ha hecho bailar a su son y ella está tan sorda que no oye la música. Suceda lo que suceda esta mañana debemos partir enseguida, Ser Rodrik. Mi lugar está en Invernalia, al lado de mis hijos. Si os sentís con fuerzas para viajar, pediré a Lysa que nos proporcione escolta hasta Puerto Gaviota. Desde allí seguiremos en barco.

—¿Otra vez en barco? —Ser Rodrik se puso algo verde, pero consiguió no estremecerse—. Como ordenéis, mi señora.

El anciano caballero aguardó tras la puerta mientras Catelyn llamaba a las criadas que Lysa le había asignado. Si hablaba con su hermana antes del duelo quizá consiguiera que cambiara de opinión, pensó mientras la vestían. Los planes de Lysa cambiaban según sus estados de ánimo, y sus estados de ánimo cambiaban a cada hora. La niña tímida que había sido en Aguasdulces se había convertido con los años en una mujer que era, a ratos orgullosa, miedosa, cruel, soñadora, despiadada, tímida, testaruda, soberbia y, sobre todo, inconstante.

Cuando el repugnante carcelero de Lysa había acudido a ellas para decirles que Tyrion Lannister quería confesar, Catelyn suplicó a su hermana que hablaran con el enano en privado; pero no, ella tenía que hacer de aquello un espectáculo ante la mitad del Valle. Y así habían ido las cosas...

—Lannister es mi prisionero —dijo a Ser Rodrik mientras bajaban por las escaleras de la torre, en dirección a los fríos salones blancos del Nido de Águilas. Catelyn vestía una sencilla túnica de algodón con cinturón plateado—. Habrá que recordárselo a mi hermana.

Junto a la entrada de las habitaciones de Lysa se encontraron con su tío, que salía hecho una furia.

—¿Vas a unirte al festival de los locos? —gritó Ser Brynden—. Te diría que le dieras una buena bofetada a ver si se le metía algo de sentido común en la cabeza, pero no serviría de nada, sólo te magullarías la mano.

—Ha llegado un pájaro de Aguasdulces —empezó Catelyn—. Con una carta de Edmure...

—Ya lo sé, pequeña. —El pez negro con que se abrochaba la capa era la única concesión que Brynden hacía en cuestión de ornamentos—. He tenido que enterarme a través del maestre Colemon. Le pedí a tu hermana que me dejara partir con un millar de jinetes para ir inmediatamente a Aguasdulces. ¿Y sabes qué me ha dicho? «El Valle no puede prescindir ahora de mil espadas, no puede prescindir ni de una espada, tío. Eres el Caballero de la Puerta. Tu lugar está aquí.» —Del otro lado de la puerta les llegó el sonido de una carcajada infantil. Su tío echó un vistazo por encima del hombro, sombrío—. Le he dicho que más vale que se vaya buscando otro Caballero de la Puerta. Pescado negro o no, sigo siendo un Tully. Me marcharé a Aguasdulces antes de que anochezca.

—¿Solo? —Catelyn no se molestó en fingir sorpresa—. Sabes tan bien como yo que no sobrevivirías en el camino alto. Ser Rodrik y yo vamos a volver a Invernalia. Ven con nosotros, tío. Yo te daré mil hombres. Aguasdulces no tendrá que luchar a solas.

—Como tú digas —asintió Brynden con gesto brusco después de meditar un instante—. Es el camino más largo para volver a casa, pero así al menos llegaré. Te espero abajo. —Se alejó a zancadas, con la capa ondeando a la espalda.

Catelyn intercambió una mirada con Ser Rodrik. Ambos se encaminaron hacia el lugar de donde procedían las nerviosas risitas infantiles.

Las habitaciones de Lysa daban a un pequeño jardín, un círculo de tierra y hierba con flores azules, rodeado de altas torres blancas. Los diseñadores habían intentado que fuera un bosque de dioses, pero el Nido de Águilas reposaba sobre la piedra dura de la montaña, y por mucha tierra fértil que acarrearan desde el Valle no consiguieron que arraigara ningún arciano. De manera que los señores del Nido de Águilas plantaron hierba y distribuyeron unas cuantas estatuas entre los arbustos bajos. Allí se reunirían los dos campeones, para poner sus vidas y la de Tyrion Lannister en las manos de los dioses.

Lysa, con el pelo recién cepillado y envuelta en una túnica de terciopelo color crema, con un collar de zafiros y adularias que le rodeaba el cuello lechoso, daba audiencia en una terraza desde la que se divisaba el lugar del combate, rodeada por sus caballeros, pretendientes, grandes señores y señores de mediana importancia. Muchos de ellos seguían teniendo la esperanza de poder casarse con ella, llevarla a la cama y gobernar a su lado el Valle de Arryn. Por lo que había visto Catelyn durante su estancia en el Nido de Águilas, era una esperanza vana.

Se había erigido una plataforma de madera para elevar el trono de Robert. Y allí estaba el señor del Nido de Águilas, entre risitas y palmoteos, mientras un titiritero jorobado vestido con abigarradas ropas azules y blancas hacía que dos marionetas de madera se lanzaran tajos y estocadas. Se habían dispuesto jarras de crema espesa y cestas de moras, y los invitados bebían vino dulce aromatizado con naranja en copas de plata labrada. El festival de los locos, como lo había llamado Brynden, con toda razón.

Al otro lado de la terraza, Lysa reía alegremente alguna broma de Lord Hunter, y mordisqueaba una mora en la punta de la daga de Ser Lyn Corbray. Eran los pretendientes favoritos de Lysa... al menos aquel día. A Catelyn le habría costado decidir cuál de los dos hombres era menos adecuado. Eon Hunter era aún más viejo que Jon Arryn, la gota lo tenía casi imposibilitado y cargaba con la maldición de tres hijos pendencieros y a cuál más codicioso. Ser Lyn era un loco de otro tipo: delgado, atractivo, heredero de una casa antigua pero venida a menos, engreído, temerario, de genio vivo... y, según se decía, su desinterés por los encantos íntimos de las mujeres era notorio.

Lysa vio a Catelyn y la recibió con un abrazo fraternal y un beso húmedo en cada mejilla.

—Qué mañana tan bonita, ¿verdad? Los dioses nos sonríen. Toma una copa de vino, mi querida hermana. Lord Hunter ha tenido la amabilidad de hacer que lo subieran de sus bodegas.

—No, gracias. Tenemos que hablar, Lysa.

—Luego —le prometió su hermana, al tiempo que empezaba a darse la vuelta.

—Ahora. —Catelyn habló más alto de lo que pretendía. Los hombres se volvieron para mirarla—. No puedes seguir adelante con esta locura, Lysa. El Gnomo sólo tiene valor vivo. Muerto no vale ni como carroña para los cuervos. Y si venciera su campeón...

—Es poco probable, mi señora —la tranquilizó Lord Hunter, palmeándole la espalda con una mano llena de manchas hepáticas—. Ser Vardis es un guerrero valeroso. Dará buena cuenta del mercenario.

—¿Estáis seguro, mi señor? —replicó Catelyn con frialdad—. Yo no tanto. —Ella había visto pelear a Bronn en el camino alto; no era ninguna casualidad que hubiera sobrevivido a un viaje que se había cobrado las vidas de tantos otros. Se movía como una pantera, y su espada oxidada parecía formar parte de su brazo.

Los pretendientes de Lysa se estaban arremolinando en torno a ellos como abejas junto a una flor.

—Las mujeres no entienden de estas cosas —dijo Ser Morton Waynwood—. Mi querida señora, Ser Vardis es un caballero. El otro en cambio es... bueno, los hombres como él son cobardes, en el fondo. Resultan muy útiles en una batalla, cuando están rodeados de miles de tipos como ellos, pero en cuanto se quedan solos pierden toda la hombría.

—Supongamos que tenéis razón —dijo Catelyn con una cortesía que le dolía en la boca—. ¿Qué ganaremos con la muerte del enano? ¿Creéis que a Jaime le importará un bledo que juzgáramos a su hermano antes de despeñarlo?

—Pues lo decapitaremos —sugirió Ser Lyn Corbray—. Cuando el Matarreyes reciba la cabeza del Gnomo lo tomará como una advertencia.

—Lord Robert quiere ver cómo vuela —dijo Lysa, impaciente, sacudiendo la melena suelta que le llegaba a la cintura como si con eso zanjara el asunto—. Y nadie tiene la culpa más que el Gnomo. Él fue quien exigió un juicio por combate.

—Lady Lysa no podía negarse de manera honorable, ni aunque lo hubiera deseado —entonó Lord Hunter, parsimonioso.

Catelyn hizo caso omiso de los aduladores y concentró todas las energías en su hermana.

—Te recuerdo que Tyrion Lannister es mi prisionero.

—¡Y yo te recuerdo que el enano asesinó a mi señor esposo! —chilló ella—. ¡Envenenó a la Mano del Rey, dejó huérfano a mi pequeñín, y quiero que lo pague muy caro! —Lysa se dio la vuelta bruscamente y se dirigió hacia el otro extremo de la terraza. Ser Lyn, Ser Morton y el resto de los pretendientes hicieron una fría reverencia a Catelyn y corrieron tras ella.

—¿Creéis que fue así? —le preguntó en voz baja Ser Rodrik cuando volvieron a estar a solas—. ¿Pensáis que mató a Lord Jon? El Gnomo lo niega, y parece sincero...

—Creo que los Lannister asesinaron a Lord Arryn —respondió Catelyn—. Pero no sé si fue Tyrion, Ser Jaime, la Reina o todos a la vez. —Lysa había nombrado a Cersei en la carta que enviara a Invernalia, pero en aquellos momentos parecía convencida de que el asesino había sido Tyrion... quizá porque el enano estaba allí, a su alcance, mientras que la Reina se encontraba a salvo tras los muros de la Fortaleza Roja, a cientos de leguas hacia el sur. Catelyn casi deseaba haber quemado la carta de su hermana antes de leerla.

—Veneno... —Ser Rodrik se tironeó de los bigotes—. Sí, claro, podría ser cosa del enano. O de Cersei. Se dice que el veneno es arma de mujer, y perdonad que lo diga, mi señora. En cambio, el Matarreyes... no me gusta ese hombre, pero no es el tipo de persona que haría algo así. Le gusta demasiado ver su espada dorada manchada de sangre. ¿Fue veneno, mi señora?

—¿Cómo si no habrían hecho que pareciera muerte natural? —Catelyn frunció el ceño, algo intranquila. Tras ellos, Lord Robert gritó divertido cuando una de las marionetas en forma de caballero cortó a la otra por la mitad, derramando sobre la terraza una lluvia de serrín teñido de rojo. Miró a su sobrino y suspiró—. A ese niño le hace falta mucha disciplina. Si no lo apartan de su madre una buena temporada, nunca será capaz de gobernar.

—Su señor padre habría estado de acuerdo con vos —dijo una voz junto a su codo. Catelyn se volvió. El maestre Colemon estaba a su lado, con una copa de vino en la mano—. Pensaba enviar al chico como pupilo a Rocadragón, ¿sabéis? Oh, pero estoy hablando demasiado... —La nuez de la garganta le subía y le bajaba tras la papada. Estaba muy nervioso—. Me temo que he abusado del excelente vino de Lord Hunter. Sólo pensar en el derramamiento de sangre me pone los nervios de punta...

—Os equivocáis, maestre —dijo Catelyn—. Iba a enviarlo a Roca Casterly, no a Rocadragón, y todo eso se acordó tras la muerte de la Mano, sin el consentimiento de mi hermana.

El maestre sacudió la cabeza con energía. Tenía el cuello tan largo que casi parecía una marioneta él también.

—No, mi señora, tengo que llevaros la contraria, pero fue Lord Jon quien...

Abajo empezó a sonar una campana. Los grandes señores, y también las sirvientas, interrumpieron lo que hacían y se acercaron a la balaustrada. Abajo, dos guardias enfundados en capas celestes acompañaban a Tyrion Lannister. El regordete septon del Nido de Águilas lo escoltó hasta la estatua erigida en el centro del jardín, una mujer llorosa, tallada en mármol blanco jaspeado, que con toda seguridad representaba a Alyssa.

—El hombrecillo malvado —dijo Lord Robert, con una risita tonta—. Madre, ¿puedo hacerlo volar? Quiero verlo volar.

—Más tarde, mi pequeñín —le prometió Lysa.

—Primero, el juicio —pronunció, cansino, Ser Lyn Corbray—, y después, la ejecución.

Un momento más tarde, los dos campeones aparecieron por lados opuestos del jardín. El caballero contaba con la asistencia de dos escuderos jóvenes, el mercenario con la del maestro de armas del Nido de Águilas.

Ser Vardis Egen vestía de acero de la cabeza a los pies, llevaba una pesada armadura articulada sobre una cota de mallas y una sobrecota acolchada. Grandes róndelas circulares, esmaltadas en colores crema y azul, con el sello de la luna y el halcón de la Casa Arryn, protegían la articulación vulnerable donde el brazo se unía al tórax. Una faldilla de metal articulado lo cubría desde la cintura hasta medio muslo, y tenía la garganta protegida por un gorjal macizo. De las sienes del yelmo brotaban las alas del halcón, y el visor era un afilado pico de metal con una estrecha ranura para los ojos.

Bronn llevaba una armadura tan ligera que, al lado del caballero, parecía casi desnudo. Vestía solamente una camisa de anillas de hierro sobre cuero tratado, un medio yelmo redondo, de acero, con un protector para la nariz, y un casco de malla. Botas altas de cuero con espinilleras de acero le protegían las piernas hasta cierto punto, y en los dedos de los guantes llevaba cosidos discos de hierro negro. No obstante, Catelyn se dio cuenta de que el mercenario era un palmo más alto que su oponente, con más alcance... y, a primera vista, aparentaba quince años menos.

Se arrodillaron sobre la hierba, bajo la mujer llorosa, uno frente al otro, con Lannister entre ambos. El septon extrajo una esfera de vidrio facetado de la bolsa de tela que llevaba en la cintura. La levantó por encima de su cabeza y la luz se fragmentó. Sobre el rostro del Gnomo aparecieron arco iris danzantes. Con voz alta, solemne y melódica, el septon rogó a los dioses que miraran abajo y sirvieran de testigos para encontrar la verdad en el alma de aquel hombre, para garantizarle la vida y la libertad si era inocente, y la muerte si era culpable. Su voz retumbó contra las torres circundantes.

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