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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantástico

Juego de Tronos (31 page)

BOOK: Juego de Tronos
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Ned, lleno de dolor, se obligó a centrarse en la daga y en su significado.

—La daga del Gnomo —repitió. Aquello carecía de lógica. Cerró la mano en torno a la suave empuñadura de huesodragón, clavó la hoja en la mesa y sintió cómo mordía la madera. Se quedó allí, erguida, burlona—. ¿Por qué querría Tyrion Lannister matar a Bran? Nuestro hijo no le ha hecho nunca ningún daño.

—¿Es que los Stark no tenéis más que nieve en la cabeza? —saltó Meñique—. El Gnomo jamás actuaría solo.

—Si la Reina ha tenido algo que ver con esto, o... —Ned se levantó y paseó por la habitación— . O los dioses no lo quieran, si el propio Rey... no, eso me niego a creerlo.

Pero, incluso mientras lo decía, recordó aquella gélida mañana del viaje, cuando Robert había hablado de enviar mercenarios para matar a la princesa Targaryen. Recordó al hijito de Rhaegar con el cráneo destrozado y cómo el rey había mirado hacia otro lado, igual que había desviado la mirada en la audiencia de Darry, no hacía tanto. Aún le resonaban en los oídos las súplicas de Sansa, y recordaba las súplicas lejanas de Lyanna.

—Lo más probable es que el Rey no supiera nada —dijo Meñique—. No sería la primera vez. Robert tiene mucha práctica en cuestión de cerrar los ojos para no ver lo que no quiere ver.

Ned no supo qué decir. Le pareció ver el rostro del hijo del carnicero, casi cortado en dos, y después de aquello el Rey no había dicho nada. Le palpitaban las sienes.

—En cualquier caso —continuó Meñique mientras se dirigía a la mesa y arrancaba el cuchillo—, la acusación sería de traición. Si acusáis al Rey os las veréis con Ilyn Payne antes de que os dé tiempo a decir nada. En cuanto a la Reina, si encontrarais pruebas y si consiguierais que Robert os prestara atención, entonces quizá... sólo quizá...

—Ya tenemos pruebas —dijo Ned—. Está la daga.

—¿Esto? —Meñique dio un golpecito despectivo a la daga—. Un pedazo de acero. Muy bonito, pero de doble filo, mi señor. No os quepa duda de que el Gnomo jurará que perdió la daga, o que se la robaron, mientras estaba en Invernalia. Su secuaz está muerto, ¿quién podrá probar que miente? —Lanzó el cuchillo en dirección a Ned—. En mi opinión, lo mejor que podéis hacer es tirarlo al río y olvidaros de que alguna vez salió de una forja.

—Soy un Stark de Invernalia, Lord Baelish —dijo Ned lanzándole una mirada gélida—. Mi hijo ha quedado tullido, quizá esté al borde de la muerte. Y ya habría muerto, y también Catelyn, de no ser por un cachorro de lobo que encontramos en la nieve. Si de verdad pensáis que puedo olvidarme de eso, seguís siendo tan estúpido como cuando alzasteis la espada contra mi hermano.

—Puede que sea estúpido, Stark, pero aún estoy aquí, mientras que vuestro hermano lleva ya más de catorce años pudriéndose en su tumba de hielo. Si tantas ganas tenéis de pudriros a su lado, no seré yo quien os lo impida, pero prefiero que no me invitéis a esa fiesta, muchas gracias.

—Seríais la última persona a la que querría invitar a ninguna fiesta, Lord Baelish.

—Me partís el corazón. —Meñique se llevó una mano al pecho—. Siempre he pensado que los Stark sois un tanto cargantes, pero por lo visto Cat os ha cogido cierto afecto, aunque por motivos que se me escapan. Por ella, trataré de manteneros con vida. Soy un estúpido, lo sé, pero nunca he podido negarle nada a vuestra esposa.

—Le he hablado a Petyr de nuestras sospechas sobre la muerte de Jon Arryn —dijo Catelyn—. Ha prometido ayudarte a descubrir qué pasó.

No era precisamente lo que Eddard Stark quería oír, pero lo cierto era que necesitaban ayuda, y en el pasado Meñique había sido casi un hermano para Cat. Tampoco sería la primera vez que se veía obligado a hacer causa común con un hombre al que despreciaba.

—De acuerdo —dijo al tiempo que se metía la daga en el cinturón—. Has hablado de Varys. ¿El eunuco sabe todo esto?

—Por mí, no —dijo Catelyn—. No te casaste con ninguna idiota, Eddard Stark. Pero Varys es capaz de averiguar cosas que nadie más sabe. Juraría que lo suyo son artes oscuras, Ned.

—Todos saben que tiene espías —replicó él.

—No, hay algo más —insistió Catelyn—. Ser Rodrik habló con Ser Aron Santagar en secreto, pero la Araña se enteró de su conversación. Ese hombre me da miedo.

—Yo me encargo de Lord Varys, mi dulce señora —dijo Meñique con una sonrisa—. Disculpa esta pequeña obscenidad, pero lo tengo bien cogido por las pelotas. —Cerró los dedos sin dejar de sonreír—. O lo tendría, si el pobre tuviera pelotas. Mira, si se descubre el pastel, los pajaritos empezarán a cantar, y eso a Varys no le interesa. Yo que tú me preocuparía más por los Lannister que por el eunuco.

Eso Ned lo sabía sin ayuda de Meñique. Recordaba el día en que habían encontrado a Arya, la expresión en el rostro de la reina al decir: «Pero hay una loba», con voz tan suave, tan tranquila. Pensó en el pequeño Mycah y en la repentina muerte de Jon Arryn, en la caída de Bran, en el anciano loco, Aerys Targaryen, agonizando en el suelo de la sala del trono mientras su sangre se secaba en una espada dorada.

—Mi señora —dijo al tiempo que se volvía hacia Catelyn—, aquí ya no puedes hacer nada más. Quiero que vuelvas de inmediato a Invernalia. Si había un asesino, puede que haya más. Quienquiera que ordenase el asesinato de Bran no tardará en enterarse de que el chico sigue vivo.

—Me gustaría ver a las niñas... —empezó Catelyn.

—Sería poco sensato —apuntó Meñique de inmediato—. La Fortaleza Roja está plagada de ojos indiscretos, y los niños tienden a hablar demasiado.

—Lo que dice es cierto, amor mío. —Ned la abrazó—. Vuelve a Invernalia con Ser Rodrik. Yo cuidaré bien de las niñas. Vuelve a casa con nuestros hijos, ocúpate de ellos.

—Como desees, mi señor. —Catelyn alzó el rostro y Ned la besó.

Las manos heridas de la mujer lo abrazaron con fuerza desesperada, como si quisiera mantenerlo a salvo para siempre entre los brazos.

—Si mi señor y mi señora quieren disponer de un dormitorio, no habrá ningún problema —dijo Meñique—. Pero os lo advierto, Stark, aquí cobramos por ese tipo de cosas.

—Lo único que pido es que nos dejéis un momento a solas —dijo Catelyn.

—Muy bien. —Meñique se dirigió hacia la puerta—. Pero que no sea un momento muy largo. La Mano y yo deberíamos volver cuanto antes al castillo, o pronto advertirán nuestra ausencia.

—Nunca olvidaré cuánto me has ayudado, Petyr —dijo Catelyn acercándose a él y tomándole las manos entre las suyas—. Cuando tus hombres fueron a buscarme, no sabía si me llevarían ante un amigo o ante un enemigo. Y he encontrado en ti un amigo, más que un amigo. He encontrado al hermano que creía haber perdido.

—Soy un sentimental sin remedio, mi dulce señora —dijo Petyr Baelish con una sonrisa—. Pero no se lo digas a nadie. He tardado años en convencer a la corte de que soy pervertido y cruel, no quiero que tanto esfuerzo se quede en nada.

—Yo también os lo agradezco, Lord Baelish —consiguió decir Ned con cortesía, aunque no se había creído ni una palabra.

—Vaya, eso sí que es algo para contar a los nietos —comentó mientras salía.

Cuando la puerta se cerró a su espalda, Ned se volvió hacia Catelyn.

—Una vez estés en casa, envía un mensaje con mi sello a Helman Tallhart y a Galbart Glover. Diles que reúnan cada uno a cien arqueros para defender Foso Cailin. Con doscientos arqueros se puede defender el Cuello contra cualquier ejército. Da instrucciones a Lord Manderly de que debe fortificar y reparar todas las defensas en Puerto Blanco, y encargarse de que estén bien dotadas de soldados. Y de ahora en adelante quiero que se vigile de cerca a Theon Greyjoy. Si hay guerra, necesitaremos de la flota de su padre.

—¿Guerra? —El miedo se transparentaba en el rostro de Catelyn.

—La cosa no llegará tan lejos —le aseguró Ned, rezando por estar en lo cierto. La abrazó de nuevo—. Los Lannister son despiadados ante el débil, como descubrió muy a su pesar Aerys Targaryen, pero no osarán emprender un ataque contra el norte si no los respalda todo el poder del reino, y nos encargaremos de que no sea así. Debo seguir fingiendo que aquí no ha pasado nada. Recuerda por qué he venido, mi amor. Si encuentro pruebas de que los Lannister asesinaron a Jon Arryn... —Sintió que Catelyn temblaba entre sus brazos.

Las manos heridas de su esposa se aferraron a él.

—Si encuentras pruebas... —dijo—, ¿qué sucederá entonces, mi amor?

—Toda justicia emana del Rey —dijo Ned; sabía que aquello era lo más peligroso—. Cuando sepa la verdad, acudiré a Robert.

«Y rezo por que sea el hombre que creo que es —terminó para sus adentros—, y no el hombre en quien temo que se ha convertido.»

TYRION (3)

—¿Seguro que queréis dejarnos tan pronto? —le preguntó el Lord Comandante.

—Completamente seguro, Lord Mormont —respondió Tyrion—. Mi hermano Jaime ya se estará preguntando qué me ha pasado. Igual piensa que me habéis convencido para vestir el negro.

—Ojalá pudiera. —Mormont cogió una pata de centollo y la partió con las manos. El Lord Comandante era viejo, pero seguía teniendo la fuerza de un oso—. Sois un hombre de gran astucia, Tyrion. En el Muro hacen falta hombres como tú.

—Si es así —dijo Tyrion con una sonrisa—, haré que reúnan a todos los enanos de los Siete Reinos y os los envíen, Lord Mormont.

Se echaron a reír. El anciano se comió la carne de una pata de centollo y cogió otra. Les habían llegado aquella mañana de Guardiaoriente, en un barril de nieve, y estaban deliciosos.

—Lannister se está burlando de nosotros. —Ser Alliser Thorne había sido el único hombre en la mesa que ni siquiera esbozó una sonrisa.

—Sólo de vos, Ser Alliser —dijo Tyrion.

Sonaron de nuevo las carcajadas, pero esta vez tenían un matiz nervioso, inseguro.

—Tenéis una lengua muy larga para no ser ni medio hombre —le espetó Thorne clavándole los ojos negros llenos de desprecio—. ¿Qué os parece si salimos los dos al patio?

—¿Para qué? —preguntó Tyrion—. Los centollos están aquí.

Aquello provocó más carcajadas. Ser Alliser se levantó, con los labios muy apretados.

—Salgamos y repetid vuestras bromas con un acero en la mano.

—Vaya, Ser Alliser —dijo Tyrion examinándose la mano derecha—, si ya tengo acero en la mano, aunque parece un tenedor para marisco. ¿Queréis batiros en duelo? —Se subió a la silla de un salto y pinchó repetidamente el pecho de Thorne con el diminuto instrumento. Las carcajadas llenaron la sala de la torre. Al Lord Comandante se le escaparon trocitos de centollo de la boca y estuvo a punto de ahogarse. Hasta el cuervo se unió al regocijo general, graznando desde la ventana: «
¡Duelo! ¡Duelo! ¡Duelo!
».

Ser Alliser Thorne salió de la habitación, tan rígido como si tuviera una daga clavada en el culo.

Mormont seguía tratando de recuperar la respiración. Tyrion le dio unos golpecitos en la espalda.

—El vencedor se queda con el botín —exclamó—. Reclamo para mí los centollos que correspondían a Thorne.

—Ha sido muy cruel por vuestra parte provocar así a nuestro estimado Ser Alliser —lo reprendió el Lord Comandante cuando consiguió por fin recuperarse.

—Si alguien se dibuja una diana en el pecho —dijo Tyrion después de sentarse y beber un sorbo de vino— tiene que ser consciente de que tarde o temprano le van a lanzar flechas. He visto cadáveres con más sentido del humor que vuestro estimado Ser Alliser.

—No creáis —intervino el Lord Mayordomo, Bowen Marsh, un hombre tan redondo y sonrosado como una granada—. Si supierais los apodos que pone a los chicos que entrena...

—Seguro que los chicos también le han puesto algún que otro mote —dijo Tyrion, que había oído algunos de aquellos apodos—. Quitaos la venda de los ojos, amigos. Ser Alliser Thorne debería estar limpiando los establos, no entrenando a vuestros jóvenes.

—Si de algo no anda precisamente escasa la Guardia es de mozos de cuadras —gruñó Lord Mormont—. Últimamente no nos envían otra cosa. Mozos de cuadras, rateros y violadores. Ser Alliser es un caballero ungido, uno de los pocos que han vestido el negro desde que soy Lord Comandante. Peleó con gran valor en Desembarco del Rey.

—En el bando que no debía —señaló Ser Jaremy Rykker con tono seco—. Lo sé bien, yo estaba con él en las almenas. Tywin Lannister nos dio a elegir: vestir el negro o ver nuestras cabezas clavadas en picas antes de la noche. No os ofendáis, Tyrion.

—No me ofendo, Ser Jaremy. Mi padre es muy aficionado a las cabezas clavadas en picas, sobre todo si pertenecen a alguien que le haya molestado. Vos tenéis un rostro noble, no me cabe duda de que os imaginaba ya decorando la ciudad sobre la Puerta del Rey. Habríais sido un adorno espléndido.

—Muchas gracias —respondió Ser Jaremy con sonrisa sardónica.

El Lord Comandante Mormont carraspeó.

—A veces tengo la sensación de que Ser Alliser está en lo cierto, Tyrion. Os burláis de nosotros y de nuestro noble propósito en este lugar.

—A todos nos hace falta que se burlen de nosotros de cuando en cuando, Lord Mormont —replicó Tyrion encogiéndose de hombros—. De lo contrario, empezamos a tomarnos demasiado en serio. —Tendió la copa—. Más vino, por favor.

—Para ser un hombre tan pequeño tenéis realmente una sed muy grande —comentó Bowen Marsh mientras Rykker se la llenaba.

—Yo, en cambio, pienso que Lord Tyrion es un gran hombre —dijo el maestre Aemon desde el extremo más lejano de la mesa. Hablaba sin levantar la voz, pero los oficiales superiores de la Guardia de la Noche guardaron silencio para escuchar al anciano—. Creo que es un gigante que ha venido a visitarnos aquí, al fin del mundo.

—Me han llamado muchas cosas, mi señor —dijo Tyrion suavemente—. Pero rara vez «gigante».

—Yo creo que es así. —Los ojos lechosos y nublados del maestre Aemon se clavaron en el rostro de Tyrion.

—Sois demasiado bondadoso, maestre Aemon —dijo Tyrion con una inclinación de cortesía.

Por una vez, se había quedado sin ninguna réplica aguda.

El ciego sonrió. Era un hombrecillo menudo, arrugado y calvo, tan hundido bajo el peso de cien años que el collar de maestre, con los eslabones de metales diversos, le colgaba suelto de la garganta.

—Me han llamado muchas cosas, mi señor —dijo—. Pero rara vez «bondadoso».

En aquella ocasión fue Tyrion el que inició la carcajada general.

Mucho más tarde, cuando el trascendental asunto de la comida quedó zanjado y el resto de los comensales se fueron, Mormont ofreció a Tyrion un asiento junto a la chimenea y una copa de aguardiente tibio, tan fuerte que se le saltaron las lágrimas.

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