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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantástico

Juego de Tronos (35 page)

BOOK: Juego de Tronos
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—Y si intenta engañarme, aprenderá por las malas que es peligroso despertar al dragón —había jurado Viserys al tiempo que se llevaba la mano a la espada prestada.

Ante aquella afirmación, Illyrio se limitó a parpadear y a desearle buena suerte.

Dany pensó que, en aquel momento, no quería escuchar ninguna de las quejas de su hermano. El día era demasiado perfecto. El cielo tenía un color azul intenso y sobre ellos, muy arriba, un halcón de caza trazaba círculos. El mar de hierba se cimbreaba y suspiraba con la brisa, el aire le acariciaba cálido el rostro y ella se sentía en paz. No quería que Viserys lo estropeara todo.

—Espera aquí —dijo a Ser Jorah—. Di a los demás que no se muevan. Que yo lo he ordenado.

El caballero sonrió. Ser Jorah no era un hombre guapo. Tenía el cuello y los hombros de un toro; y el vello negro y crespo que le cubría el pecho y los brazos era tan espeso que no había quedado nada para la cabeza. Pero su sonrisa siempre reconfortaba a Dany.

—Estáis aprendiendo a hablar como una reina, Daenerys.

—Como una reina, no —replicó ella—. Como una
khaleesi
. —Espoleó al caballo y descendió al galope por el risco, sola.

La bajada era abrupta y rocosa, pero Dany cabalgaba sin temor, y la alegría y el peligro eran como una canción en su pecho. Viserys se había pasado la vida diciéndole que era una princesa, pero Daenerys Targaryen no se había sentido como tal hasta que no cabalgó en la yegua plateada.

No había resultado fácil. El
khalasar
había levantado el campamento a la mañana siguiente de la boda, dirigiéndose hacia el este en dirección a Vaes Dothrak, y para el tercer día Dany pensó que iba a morir. La silla le provocó llagas horrorosas que sangraban en las nalgas. Tenía los muslos en carne viva, las manos llenas de ampollas de las riendas, y los músculos de las piernas y la espalda le dolían tanto que apenas si aguantaba sentada. Cuando anochecía sus doncellas tenían que ayudarla a desmontar.

Pero las noches tampoco le traían alivio. Khal Drogo ni la miraba mientras cabalgaban, igual que no la había mirado durante la boda. Se pasaba las noches bebiendo con sus guerreros y jinetes de sangre, organizando carreras con los mejores caballos, y viendo a las mujeres danzar y a los hombres morir. En esas partes de su vida, Dany no tenía lugar. Cenaba sola, o con Ser Jorah y con su hermano, y después lloraba hasta quedarse dormida. Pero todas las noches, poco antes del amanecer, Drogo entraba en su tienda, la despertaba a oscuras y la montaba tan despiadadamente como a su garañón. Siempre la tomaba por detrás, como era costumbre entre los dothrakis. Dany daba las gracias por ello: así su señor esposo no le veía las lágrimas en el rostro, y podía disimular los gritos de dolor entre los almohadones. En cuanto acababa, cerraba los ojos y empezaba a roncar con suavidad, y Dany tenía que permanecer tendida junto a él, con el cuerpo magullado, demasiado dolorida para dormir.

Aquello se repitió día tras día, y noche tras noche, hasta que Dany supo que no podría soportarlo ni un momento más. Decidió que se mataría antes de seguir así.

Pero aquella noche, cuando se quedó dormida, volvió a tener el sueño del dragón. En aquella ocasión no aparecía Viserys. Sólo estaban el dragón y ella. Tenía las escamas negras como la noche, húmedas y pegajosas de sangre. De la sangre de Dany. Los ojos eran como pozos de magma, y cuando abrió la boca exhaló una llamarada de un rugido. El sonido era una llamada para ella. Abrió los brazos al fuego, lo estrechó contra el pecho, dejó que la engullera, que la limpiara, que la atemperara. Notaba que la carne se le quemaba, se le caía; que la sangre le hervía y se le evaporaba, pero no había dolor. Se sentía fuerte, nueva, salvaje.

Y al día siguiente, para su sorpresa, nada le dolía ya tanto. Era como si los dioses la hubieran escuchado y se hubieran apiadado de ella. Hasta sus doncellas advirtieron el cambio.


Khaleesi
, ¿qué os pasa? —dijo Jhiqui—. ¿Estáis enferma?

—Lo estaba —dijo ella. Se encontraba ante los huevos de dragón que Illyrio le había regalado el día de su boda. Tocó uno, el más grande, pasó la mano con suavidad por la cáscara. «Negro y escarlata —pensó—. Como el dragón de mi sueño.» Notaba la piedra cálida bajo los dedos, ¿o acaso seguía soñando? Retiró la mano, nerviosa.

Desde aquel momento, cada día le resultaba más fácil que el anterior. Se le fortalecieron las piernas. Se le reventaron las ampollas, se le encallecieron las manos y los muslos tiernos pasaron a ser duros y flexibles como el cuero.

El
khal
había encargado a la doncella Irri que enseñara a Dany a cabalgar al estilo dothraki, pero su verdadera maestra fue la potranca. Parecía conocer sus estados de ánimo, como si compartieran una mente. Cada día que pasaba, Dany se sentía más segura en la silla. Los dothrakis eran un pueblo duro, poco dado a sentimentalismos, y no tenían la costumbre de poner nombres a los animales, así que Dany pensaba en ella simplemente como en plata. Jamás había amado tanto a ningún otro ser vivo.

A medida que cabalgar le iba resultando menos penoso, Dany empezó a fijarse en la belleza de las tierras que la rodeaban. Iba a la cabeza del
khalasar
, con Drogo y sus jinetes de sangre, de manera que veía el paisaje siempre impoluto. Tras ellos la horda podía desgarrar la tierra, enfangar los ríos y levantar nubes de polvo asfixiante, pero ante ellos los campos estaban siempre verdes y frondosos.

Pasaron por las colinas onduladas de Norvos, cerca de los cultivos en bancales de las granjas y de aldeas cuyos habitantes los miraban con temor desde la cima de muros blancos de estuco. Vadearon tres ríos anchos y tranquilos, y un cuarto que era rápido, estrecho y traicionero. Acamparon junto a una catarata altísima de aguas azuladas, atravesaron las ruinas de una ciudad muerta donde, según se decía, los fantasmas aullaban entre las columnas de mármol ennegrecido. Cabalgaron por caminos valyrios que tenían más de mil años, rectos como una flecha dothraki. Durante media luna recorrieron el bosque de Qohor, donde las hojas entrelazadas formaban un dosel de oro muy por encima de las cabezas, y los troncos de los árboles eran anchos como las puertas de una ciudad. En aquel bosque había alces enormes, tigres moteados y lémures de pelo plateado y grandes ojos color púrpura, pero todos escapaban ante la proximidad del
khalasar
, y Dany no llegó a ver a ninguno.

Para entonces, el dolor no era más que un recuerdo lejano. Todavía se sentía magullada tras un largo día a caballo, pero era una sensación dulce, y cada mañana montaba de nuevo deseosa de ver las maravillas que la aguardaban en las tierras que se extendían ante ella. Incluso empezó a encontrar placer en las noches, y si gritaba cuando Drogo la tomaba, no era siempre de dolor.

En la base del risco, la hierba que la rodeaba era alta y suave. Dany puso la potranca al trote y cabalgó por la llanura, perdida entre la vegetación, disfrutando de la soledad. En el
khalasar
nunca estaba sola. Khal Drogo sólo acudía a ella tras la puesta del sol, pero sus doncellas la alimentaban, la bañaban y dormían junto a la puerta de su tienda. Los jinetes de sangre de Drogo y los hombres del
khas
de Dany nunca estaban demasiado lejos, y su hermano era una sombra molesta, día y noche. En aquellos momentos lo oía gritar furioso a Ser Jorah, con voz chillona. Siguió cabalgando, mientras se sumergía en las profundidades del mar dothraki.

El verdor la engulló. El aire tenía la fragancia de la tierra y la hierba, mezclado con el olor del caballo, del sudor de Dany y de los aceites de su pelo. Olores dothrakis. Aquél era su lugar. Dany los respiró y se echó a reír, feliz. De repente tuvo la necesidad de sentir el suelo bajo los pies, de que se le metiera entre los dedos aquella tierra espesa y negra. Se bajó de la silla, y dejó que plata pastara mientras ella se quitaba las botas altas.

Viserys cayó junto a ella, tan repentino como una tormenta de verano. Detuvo su caballo con tal brusquedad que el animal casi se encabritó.

—¡Cómo te atreves! —le gritó—. ¡A darme órdenes a mí! ¡A mí! —Se bajó del caballo con torpeza y estuvo a punto de caer. Recuperó el equilibrio con el rostro congestionado. La agarró por los brazos y la sacudió—. ¿Te has olvidado de quién eres? ¡Mira la pinta que tienes!

A Dany no le hacía falta mirarse. Estaba descalza, llevaba el pelo aceitado y vestía prendas de cuero dothrakis para cabalgar y un chaleco de colores que había sido uno de sus regalos de boda. Su aspecto era el adecuado para aquel lugar. Viserys vestía sedas de ciudad y cota de mallas, y estaba sucio y sudoroso. Y no dejaba de gritar.

—Tú no le das órdenes al dragón, ¿entendido? Soy el señor de los Siete Reinos, y no obedezco a la putilla de un señor de los caballos, ¿me oyes? —Le metió la mano bajo el chaleco, y le clavó los dedos en el pecho hasta hacerle daño—. ¿Me oyes?

Dany le dio un violento empujón.

Viserys se la quedó mirando con los ojos liláceos llenos de incredulidad. Su hermana jamás le había plantado cara. Nunca lo había desafiado. La rabia le distorsionó el rostro. Dany supo que Viserys le iba a hacer daño. Mucho daño.

Crac
.

El restallido del látigo fue como un trueno. La cinta de cuero se enroscó en torno a la garganta de Viserys y lo hizo retroceder. Cayó de espaldas sobre la hierba, ahogándose. Los jinetes dothrakis se burlaron de él cuando intentó liberarse. El que manejaba el látigo, el joven Jhogo, preguntó algo. Dany no entendía aún el idioma, pero para entonces ya habían llegado Irri, Ser Jorah y el resto de su
khas
.

—Jhogo pregunta si queréis que lo maten,
khaleesi
—dijo Irri.

—No —respondió Dany—. No.

Jhogo entendió la negativa. Otro jinete ladró un comentario y los dothrakis se echaron a reír.

—Quaro dice que deberíais cortarle una oreja para que aprenda a teneros respeto —tradujo Irri.

—Diles que no es mi deseo que se le cause daño alguno —dijo Dany.

Irri repitió sus palabras en dothraki. Jhogo dio un tirón del látigo, sacudiendo a Viserys como una marioneta de cuerda. Cayó de nuevo al suelo, con una fina línea de sangre bajo la barbilla, allí donde el cuero había mordido la piel.

—Le advertí de lo que sucedería, mi señora —dijo Ser Mormont—. Le dije que se quedara en el risco, como ordenasteis.

—Lo sé, lo sé —replicó Dany, sin dejar de mirar a Viserys.

Su hermano estaba tendido en el suelo, y luchaba por recuperar la respiración entre sollozos, con el rostro congestionado. Resultaba patético. Siempre había sido patético. ¿Por qué ella no se había dado cuenta antes? En su interior, en el lugar que antes ocupaba el miedo, tenía una sensación de vacío.

—Encárgate de su caballo —ordenó Dany a Ser Jorah. Viserys se la quedó mirando. No daba crédito a lo que oía. La propia Dany tampoco podía creerse lo que estaba diciendo, pero le salieron las palabras—. Que mi hermano camine detrás de nosotros hasta el
khalasar
. —Entre los dothrakis, el hombre que no iba a caballo no era un hombre, era lo más bajo entre lo más bajo, carecía de honor y de orgullo—. Que todos lo vean tal como es.

—¡No! —gritó Viserys. Se volvió hacia Ser Jorah—. Dale una bofetada, Mormont —suplicó en la lengua común, que los jinetes no comprendían—. Hazle daño. Te lo ordena tu rey. Mata a estos perros dothrakis y dale una lección.

El caballero exiliado miró a Dany y luego a Viserys. Ella iba descalza, tenía tierra entre los dedos de los pies y aceite en el pelo; él vestía sedas y acero. Dany vio la decisión dibujada en su rostro.

—Caminará,
khaleesi
—dijo.

Se hizo cargo del caballo del muchacho, mientras Dany volvía a montar en su plata.

Viserys lo miró y se sentó en la tierra. No abrió la boca, pero tampoco se movió, y los ojos con que los vio alejarse estaban cargados de veneno. Pronto lo perdieron de vista entre las hierbas altas. Dany se asustó.

—¿Sabrá encontrar el camino? —preguntó a Ser Jorah.

—Hasta un hombre tan ciego como vuestro hermano puede seguir nuestro rastro —replicó.

—Es orgulloso. Quizá esté demasiado avergonzado para volver.

—¿Y a dónde va a ir? —dijo Jorah riéndose—. Si no encuentra el
khalasar
, el
khalasar
lo encontrará a él. Nadie se ahoga en el mar dothraki, niña.

Dany comprendió que era verdad. El
khalasar
era como una ciudad en marcha, pero no avanzaba a ciegas. Siempre había exploradores por delante de la columna principal, por si se divisaba caza o algún enemigo, y otros jinetes guardaban los flancos. En aquella tierra, en su tierra, no había nada que se les escapara. Las llanuras eran parte de ellos... y ahora también eran parte de ella.

—Le he pegado —dijo con la voz llena de asombro. Todo le parecía un sueño extraño y remoto—. Ser Jorah, ¿crees...? Cuando vuelva estará muy enfadado conmigo... —Se estremeció— . He despertado al dragón, ¿verdad?

—¿Tenéis poder para despertar a los muertos, niña? —Ser Jorah dejó escapar una carcajada despectiva—. Vuestro hermano Rhaegar era el último dragón, y murió en el Tridente. Viserys no es ni la sombra de una serpiente.

—Pero... tú... le juraste lealtad... —Lo brusco de esas palabras la había sobresaltado. De repente, todas las cosas en las que siempre había creído parecían cuestionables.

—Cierto, niña —asintió Ser Jorah—. Y si vuestro hermano es la sombra de una serpiente, ¿qué somos los que lo servimos? —Había amargura en su voz.

—Pero, aun así, es el verdadero rey. Es...

—Decidme la verdad —le pidió Jorah mientras detenía el caballo y la miraba—. ¿Queréis que Viserys se siente en un trono?

—No sería un buen rey, ¿verdad? —dijo Dany después de meditar un momento.

—Los ha habido peores... pero no muchos. —El caballero volvió a poner su montura al paso.

—De todos modos —insistió Dany situándose junto a él—, el pueblo llano lo espera. El magíster Illyrio dice que están bordando estandartes de dragones y rezando por que Viserys cruce el mar estrecho y regrese para liberarlos.

—El pueblo llano, cuando reza, pide lluvia, hijos sanos y un verano que no acabe jamás —replicó Ser Jorah—. No les importa que los grandes señores jueguen a su juego de tronos, mientras a ellos los dejen en paz. —Se encogió de hombros—. Pero nunca los dejan en paz.

Dany cabalgó en silencio un rato, analizando las palabras del caballero como si fueran un rompecabezas. El hecho de que al pueblo no le importara si lo gobernaba su verdadero rey o un usurpador iba contra todo lo que le había dicho Viserys durante años. Pero cuanto más pensaba en todo aquello, más ciertas le parecían las palabras de Ser Jorah.

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