Komarr (15 page)

Read Komarr Online

Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

BOOK: Komarr
8.28Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Cosas raras? ¿Viejas o nuevas?

En la estación había un montón de equipo mal clasificado, la acumulación de todo un siglo de tecnología agotada y obsoleta que había sido más fácil de almacenar que de retirar. Si los técnicos de la investigación iban a empezar a clasificarlo, debía significar que las tareas más importantes de recuperación ya habían terminado.

—Nuevas. Eso es lo raro. Y sus trayectorias estaban asociadas con este nuevo cadáver.

—Rara vez he visto una nave donde alguien no tuviera un alambique no autorizado o algo funcionando en un armario en alguna parte.

—Ni una estación tampoco. Pero nuestros chicos komarreses son lo bastante listos para reconocer un alambique.

—Tal vez… tal vez suba con usted mañana —dijo Miles, pensativo.

—Te lo agradezco.

Haciendo acopio de valor, Miles fue a buscar a la señora Vorsoisson. Suponía que ésta sería la última oportunidad de tener una conversación a solas con ella. Sus pisadas resonaban huecas por las habitaciones vacías, y cuando pronunció su nombre no recibió ninguna respuesta. Ella había salido, tal vez para recoger a Nikolai del colegio o para hacer algún encargo.
Has vuelto a fallar. Maldición
.

Miles se llevó la grabación de la autopsia a la comuconsola de la habitación de ella para echarle un vistazo más cuidadoso, y preparó los informes sobre terraformación del día anterior para continuar con ellos. Con un retortijón de resquemor, conectó la máquina. Su conciencia culpable esperaba irracionalmente que ella apareciera de un momento a otro para comprobar qué estaba haciendo. Pero no, lo más probable era que lo evitara por completo. Dejó escapar un suspiro deprimido y encendió el vid.

Encontró poco que añadir a la sinopsis del profesor. La misteriosa octava víctima era de mediana edad, altura y constitución medianas para un komarrés, si era komarrés. En este punto no era posible decir si había sido guapo o feo en vida. La mayor parte de sus ropas se había roto o se había quemado en el desastre, incluyendo los bolsillos que contuvieran chips de identidad y esas cosas. Los jirones que quedaban parecían ser de un mono corriente, la ropa común que usaban los espaciales que tenían que introducirse en un traje de presión a toda prisa.

¿Qué retrasaba la identificación del hombre? Miles retuvo deliberadamente la docena de teorías que quería generar su mente. Ansiaba subir de inmediato a la estación orbital adonde habían llevado el cadáver, pero su llegada en persona, para dar la lata a los investigadores reales, sólo los distraería y frenaría las cosas. Cuando has delegado en las mejores personas para que hagan un trabajo por ti, tienes que confiar tanto en ellas como en tu juicio.

Lo que sí podía hacer era molestar a otro inútil supervisor de alto nivel como él mismo. Pulsó el código privado del jefe de Seguridad Imperial de Komarr en su despacho de Solsticio, datos que el hombre había enviado diligentemente en cuanto los Auditores Imperiales llegaron al espacio local komarrés.

El general Rathjens apareció de inmediato. Parecía un hombre de mediana edad, alerta y ocupado, todas las cualidades adecuadas para su rango y posición. Interesante, se aprovechaba de esto último y usaba ropas de calle estilo komarrés en vez del uniforme verde imperial, lo cual sugería que tenía una mente sutil y política, o que prefería estar cómodo. Miles dedujo que esto último. Rathjens era el jefazo de SegImp en Komarr, e informaba directamente a Duv Galeni en el Cuartel General de SegImp en Vorbarr Sultana.

—Sí, Lord Auditor. ¿Qué puedo hacer por usted?

—Estoy interesado en el nuevo cadáver que han encontrado esta mañana, relacionado al parecer con el desastre de nuestro espejo solar. ¿Se ha enterado?

—Apenas. Todavía no he tenido oportunidad de ver el informe preliminar.

—Yo acabo de hacerlo. No es muy ilustrativo. Dígame, ¿cuál es su procedimiento habitual para identificar a este pobre tipo? ¿Cuándo esperan tener algo significativo?

—La identificación de la víctima de un accidente corriente, en la órbita o en el planeta, normalmente se deja a la seguridad civil local. Ya que este caso se considera un posible sabotaje, hacemos nuestra propia investigación en paralelo a la de las autoridades komarresas.

—¿Cooperan entre sí?

—Oh, sí. Es decir, ellos cooperan con nosotros.

—Entiendo —dijo Miles—. ¿Cuánto esperan que tarde la identificación?

—Si el hombre era komarrés, o si era un galáctico que vino a través de la Aduana de una de las estaciones de salto, tendríamos que tener algo dentro de unas horas. Si era barrayarés, tal vez tardemos un poco más. Si no estaba registrado… bueno, eso es otro problema.

—Supongo que no lo habrán relacionado con ningún informe de personas desaparecidas, ¿no?

—Eso habría acelerado las cosas. No.

—Así que hace casi tres semanas que desaparece, y nadie lo ha echado de menos. Hum.

El general Rathjens miró a un lado y leyó algo en su comuconsola.

—¿Sabe que está llamando desde una comuconsola no segura, lord Vorkosigan?

—Sí.

Por eso todos los informes que le enviaban a él y al profesor desde arriba se llevaban a mano desde la oficina local de SegImp en Serifosa. No esperaban estar ahí el tiempo suficiente para molestarse con que SegImp instalara aparatos seguros.
Tendríamos que haberlo hecho
.

—Ahora mismo sólo busco información de fondo. Cuando descubran quién es ese tipo, ¿cómo informarán a los parientes?

—Normalmente, la seguridad de la cúpula local envía un oficial en persona, si es posible. En un caso como éste, con potenciales conexiones con SegImp, también enviamos a un agente, para hacer una evaluación inicial y recomendar nuevas investigaciones.

—Hum. Notifíquemelo primero, por favor. Puede que quiera ir también como observador.

—Podría ser a una hora intempestiva.

—No importa.

Quería alimentar su cerebro con algo más que datos de segunda mano; quería acción para su cuerpo inquieto. Quería salir de este apartamento. Pensó que se había sentido incómodo la primera noche porque los Vorsoisson eran desconocidos, pero que eso no era nada con lo difícil que se había vuelto la situación desde que había empezado a conocerlos.

—Muy bien, milord.

—Gracias, general. Es todo por ahora.

Miles cortó la comunicación.

Con un suspiro, se enfrascó de nuevo en el estudio de los archivos sobre terraformación, empezando con el excesivamente detallado informe de Gestión de Calor Residual sobre las fluctuaciones de energía de las cúpulas. En su imaginación, la mirada de un par de enfurecidos ojos celestes quemaba su nuca.

Había dejado abierta la puerta del taller con la idea (¿la esperanza?) de que si la señora Vorsoisson pasaba por allí y quería renovar su conversación truncada, tal vez se diera cuenta de que tenía su invitación para hacerlo. La conciencia de que eso lo dejaba solo de espaldas a la puerta llegó al mismo tiempo que la sensación de que ya no estaba solo. Al oír un leve roce subrepticio en las cercanías de la puerta, clavó en su rostro la sonrisa más invitadora y giró la silla.

Era Nikki, que estaba en la puerta y lo miraba con incertidumbre. Devolvió con timidez la sonrisa equivocada de Miles.

—Hola —dijo el niño.

—Hola, Nikki. ¿Ya has vuelto del colegio?

—Sí.

—¿Te gusta?

—No.

—¿No? ¿Cómo fue hoy?

—Aburrido.

—¿Qué estás estudiando, que es tan aburrido?

—Nada.

Qué alegría debían suponer esas conversaciones monosilábicas para sus padres, que pagaban aquella exclusiva escuela privada. La sonrisa de Miles se torció. Tranquilizado, tal vez, por el brillo de humor en sus ojos, el niño entró. Miró a Miles de arriba abajo de manera más descarada que nunca; Miles soportó que lo mirara.
Sí, puedes acostumbrarte a mí, chaval
.

—¿Fue usted de verdad espía? —preguntó Nikki de repente.

Miles se echó hacia atrás en su asiento, alzando las cejas.

—¿De dónde has sacado esa idea?

—El tío Vorthys dijo que estuvo usted en SegImp. Operaciones Galácticas —le recordó Nikki.

Ah, sí, aquella primera noche durante la cena.

—Fui oficial correo. ¿Sabes lo que es?

—No exactamente. Creía que un correo era una nave de salto…

—La nave se llama así por el oficio. Un correo es una especie de repartidor glorificado. Yo transmitía y enviaba mensajes para el Imperio.

El entrecejo de Nikki se arrugó, dubitativo.

—¿Era peligroso?

—Se suponía que no. Normalmente llegaba a los sitios sólo para darme la vuelta de inmediato y regresar. Me pasaba mucho tiempo leyendo en ruta. Preparando informes. Y, ah, estudiando. SegImp enviaba unos programas de formación que había que completar durante el tiempo libre, y luego entregarlos a los superiores al volver a casa.

—Oh —dijo Nikki, un poco decepcionado, quizás ante la idea de que ni siquiera los adultos podían librarse de los deberes. Observó a Miles con más simpatía. Entonces una chispa se iluminó en sus ojos—. Pero viajó en naves de salto, ¿no? ¿En correos rápidos imperiales y esas cosas?

—Oh, sí.

—Vinimos aquí en una nave de salto. Era un Vorsmythe clase Delfín-776 con nacélulas de control exterior de cuádruple vórtice e impulsores duales de espacio normal y doce tripulantes. Transportaba a ciento veinte pasajeros. Estaba hasta los topes. —Nikki pareció reflexionar—. Era una especie de barcaza, comparada con los correos rápidos imperiales, pero mamá consiguió que el piloto de salto me dejara ver la sala de control. Me dejó sentarme en su puesto de control y ponerme su casco —la chispa se había convertido en una llama al recordar este glorioso momento.

Miles podía reconocer una impronta cuando la veía.

—Parece que te gustan las naves de salto.

—Quiero ser piloto de salto cuando sea mayor. ¿No quiso serlo usted también? O… ¿o no le dejaron?

Una cierta expresión de alerta regresó al rostro de Nikki: ¿le habían advertido los adultos que no mencionara el aspecto mutoide de Miles?

Sí, finjamos ignorar lo obvio. Eso debería clarificar la visión del mundo del chico
.

—No, quería ser estratega. Como mi padre y mi abuelo. De todas maneras, no podría haber pasado las pruebas físicas para ser piloto de salto.

—Mi padre fue soldado. Parecía aburrido. Estuvo destinado en una sola base prácticamente todo el servicio. Yo quiero ser piloto imperial, en las naves más rápidas, y visitar lugares.

Muy lejos de aquí
. Sí. Miles lo comprendía, claro. De repente se le ocurrió que si no se hacía nada antes, un examen médico militar revelaría la Distrofia de Vorzohn en Nikki. E incluso aunque la trataran con éxito, el defecto lo descalificaría para la formación de piloto militar.

—¿Piloto imperial? —Miles dejó que sus cejas se alzaran en aparente sorpresa—. Bueno, supongo… pero si realmente quieres visitar lugares, el ejército no es el mejor camino.

—¿Por qué no?

—A excepción de muy pocos correos o de misiones diplomáticas, los pilotos de salto militares sólo van de Barrayar a Komarr o a Sergyar y de vuelta. Las mismas viejas rutas, una y otra vez. Y hay que esperar una eternidad para que te toque el turno, según me cuentan los pilotos que conozco. Ahora bien, si de verdad quieres experiencia, las flotas comerciales de Komarr te llevarán mucho más lejos… hasta la Tierra, y más allá. Y son viajes mucho más largos, y hay muchos más puestos. Hay más tipos de naves. Los pilotos pasan mucho más tiempo en sus puestos. Y cuando llegas a los lugares interesantes, tienes un montón de tiempo libre para visitarlos.

—Oh —Nikki digirió todo esto, pensativo—. Espere aquí —ordenó bruscamente, y salió como una flecha.

Volvió poco después con una caja que contenía modelos de naves de salto.

—Ésta es la Delfín-776 en la que vinimos —alzó una para que Miles la inspeccionara. Buscó otra—. ¿Ha viajado en correos rápidos como éste?

—¿El Halcón-9? Sí, un par de veces.

Un modelo llamó la atención de Miles; automáticamente, se sentó en el suelo junto a Nikki, quien disponía su colección para pasar revista.

—¡Santo Dios!, ¿eso es un carguero RG?

—Es una reliquia —Nikki se lo tendió. Miles alzó la nave, los ojos chispeando.

—Tuve una de las últimas, cuando tenía diecisiete años. Eso sí que era una barcaza.

—Un… ¿un modelo como éste? —preguntó Nikki, inseguro.

—No, una nave de salto.

—¿Fue usted dueño de una nave de salto de verdad? —inhaló alarmado.

—Hum, yo y un puñado de acreedores —Miles sonrió al recordarlo.

—¿Llegó a pilotarla? En espacio normal, quiero decir, no en espacio de salto.

—No, ni siquiera podía pilotar lanzaderas entonces. Aprendí a hacerlo más tarde, en la Academia.

—¿Qué le pasó a la RG? ¿Todavía la tiene?

—Oh, no. O… bueno, no estoy seguro. Tuve un accidente en el espacio local de Tau Verde, al embestir, uh, chocar con otra nave. Sus generadores de varas Necklin quedaron destrozados. Nunca podría volver a saltar, así que la alquilé como carguero local, y la dejamos allí. Si Arde (un piloto de salto amigo mío) encuentra alguna vez las varas para sustituirlas, le dije que puede quedarse con la vieja RG.

—¿Tenía usted una nave de salto y la regaló? —los ojos de Nikki mostraron su asombro—. ¿Tiene alguna más?

—En este momento no. Oh, mira, un crucero de clase General. —Miles lo agarró—. Mi padre estuvo al mando de uno de éstos, creo. ¿Tienes naves de reconocimiento betanas?

Fueron colocando la pequeña flota en el suelo. Nikki, descubrió Miles con deleite, conocía todos los detalles técnicos de las naves que poseía. Su voz, antes tímida debido a la extrañeza de Miles, se fue haciendo más fuerte y más rápida a medida que iba detallando entusiasmado todas sus máquinas. Miles aumentó en su estima cuando pudo decir que conocía personalmente casi una docena de originales, y añadió unas cuantas anécdotas no confidenciales de naves de salto al ya impresionante poso de conocimientos de Nikki.

—Pero —dijo Nikki después de una leve pausa para respirar—, ¿cómo se puede ser piloto sin entrar en el ejército?

—Hay que ir a una escuela de formación y pasar por un aprendizaje. Conozco al menos cuatro escuelas aquí en Komarr, y un par más en Barrayar. Sergyar no tiene ninguna todavía.

—¿Cómo se entra?

Other books

Deborah Camp by Tough Talk, Tender Kisses
Alicia Roque Ruggieri by The House of Mercy
KooKooLand by Gloria Norris
When the Night by Cristina Comencini
Thy Neighbor's Wife by Georgia Beers
Cross My Heart by Katie Klein
The Invention of Ancient Israel by Whitelam, Keith W.